De cómo fui misógina y me convertí en feminista

julio 24, 2018 en Doce Miradas

Era yo muy niña y ya me di cuenta de que pasaba algo. Me percaté muy pronto de que, a mi alrededor, la vida de los hombres no era igual que la vida de las mujeres. Entonces no sabía decirlo con estas palabras de adulta, pero ese conocimiento ya estaba en mí. Ya había constatado que los hombres eran más libres y más felices; reían más y hacían cosas más variadas e interesantes. Decían cosas más sabias. Habitaban un universo más amplio, más rico, más luminoso, más divertido.

La vida de las mujeres estaba mucho más limitada, más constreñida. Apenas salían de sus casas a hacer las compras (“a recaus”, decíamos en mi barrio) y, en las tardes de verano, se sentaban en la calle, bien pegaditas a la pared, sin separarse siquiera unos metros del hogar, a coser, nada de estar mano sobre mano charlando sin más, como hacían los hombres en las tabernas.

Las mujeres de mi alrededor casi se tumbaban en el suelo para fregar, siempre vestían ropas de faena y tenían conversaciones, en el mejor de los casos, muy aburridas (la limpieza, la costura, la cocina…) y en el peor de los casos, muy crueles, nada solidarias para con las demás mujeres: “Esa es una cerda, que no limpia. Aquella, una correcalles; se pasa el día fuera de casa. ¿No tendrá nada que hacer? Aquella otra, una golfa, una fresca…”.

Estas conversaciones me espeluznaban, me horrorizaban. Veía en ellas el odio a lo diferente, a la libertad de las demás. Un odio de esos que destruyen a quien lo siente.

Por todo eso y por más cosas que no puedo enumerar exhaustivamente, yo no quería ser mujer, yo detestaba ser mujer. Quería permanecer para siempre en el limbo asexuado de las niñas. Me aterraba crecer y convertirme en uno de aquellos seres oscuros. Me asqueaban sus charlas, su vocabulario; tenía una colección de palabras que aborrecía y todas estaban relacionadas con los universos femeninos. Despreciaba y huía de todas las ocupaciones “de mujeres”: limpiar, coser, cuidar las plantas y las flores, cocinar…

Me espeluznaba la idea de empezar a menstruar un día, con todo lo que aquello significaba: no poder bañarme en la playa ni en la piscina, llevar entre las piernas un bulto horroroso y seguramente visible para todo el mundo y, por encima de todo, lucir ya grabada para siempre, bien visible, en la frente, sobre la piel, la marca estigmatizante de ser “mujer”.

Pero también sabía que todas las mujeres del mundo no eran como las de mi alrededor. Gracias a la cultura, al cine, a los libros, al conocimiento, sabía que había otras formas de ser mujer. Había actrices, había cantantes, había políticas (muy pocas, pero las había), había profesoras, había ¡escritoras! Y todo esto lo supe más bien gracias a la cultura “informal” (el cine, la televisión, las revistas, las novelas), no a la formal u oficial que nos llegaba a través de los libros de texto, que eran el reino de la masculinidad exclusiva.

Y ahí estaba yo, en mi adolescencia o preadolescencia, queriendo vivir en otro mundo, rechazando mi destino en el mío propio, sin saber por qué sucedía aquello que no quería que sucediera, cuando, de repente, descubrí el feminismo.

Fue gracias a un libro: A favor de las niñas, de Elena Gianini Belotti. 

A favor de las niñas desvelaba  el funcionamiento de los mecanismos que se ocultaban en los gestos cotidianos, las reacciones automáticas, los prejuicios y las costumbres, y se detenía especialmente en los condicionantes que influyen en la formación del papel femenino en los primeros años de la infancia.

Lo devoré con ansia de conocimiento desde la portada a la contraportada. Y lo entendí todo. A mí el feminismo me explicó el mundo.

El feminismo me abrió la enorme posibilidad de quedarme con lo bueno de ambos mundos: el femenino y el masculino. Me dijo que ser mujer no era un destino en sí mismo, que se podía ser mujer y ser libre. Como dice Uxue Alberdi en su novela Jenisjoplin, después de haber estado “enganchada a la cultura épica”, pude huir de ella y empezar a defender la cultura de la debilidad, de la vulnerabilidad y, al mismo tiempo, “gestionar el conflicto, aprender a ser libre y reservarme el derecho a la disidencia”.

Claro que este cambio no fue inmediato, total ni repentino. Ni siquiera puedo decir que lo sea ahora, varias décadas después. Guardé durante mucho tiempo demasiados tics misóginos. Y todavía me descubro, avergonzada, sorprendida y un poco aliviada por haberme dado cuenta, guardando algunos hoy. Fui, por ejemplo, una de esas adolescentes que prefieren la compañía de los hombres a la de las mujeres, que buscan un poco miserablemente su aprobación, que la consideren, al menos intelectualmente, una de ellos. Me esforzaba por aficionarme a los gustos masculinos; presumía de tener gustos masculinos, de que me gustaba el cine “de tíos”, la música “de tíos”, la literatura “de tíos”. El mayor halago que podía recibir de un hombre era “Jo, es que tú eres como un tío”.

Sigo afanándome en la lucha contra mis prejuicios sexistas, por no valorar más y mejor las opiniones y las aportaciones masculinas que las femeninas, por no exigir a las mujeres más que a los hombres (más amabilidad, lealtad, cercanía, intimidad…), por que no sea la apariencia física lo primero que escrute en una mujer, por ser más tolerante con mi propio cuerpo… Por desprenderme, en fin (y no sigo enumerando porque la lista es interminable), de todos esos prejuicios heredados desde siglos e incrustados como parásitos en mi mente.

Quiero hacerlo con empeño todos los días de mi vida. Con empeño, con humildad, con sinceridad, dejando a la vista mis propias contradicciones, recreándome en cada nuevo descubrimiento y sabiendo que esta tarea, este aprendizaje, no acabará nunca.

La Red Álava, la red de mujeres invisibles

julio 17, 2018 en Miradas invitadas

Ane Azkue Zamalloa. Bilbao, 1985. Comunicación Audiovisual (UPV, Leioa). Trabajé en programas de televisión, en cadenas locales después… hasta que la productora Baleuko me dio la oportunidad de participar en mi primer documental. Guerra civil, espionaje, solidaridad, presos… y como hilo conductor 4 mujeres. Acepté, y gracias a ello he tenido la oportunidad de cocinar a fuego lento y con mucho mimo, una historia de mujeres, de heroínas que yo, ignorante de mí, desconocía.

 

¿Por qué cuando se habla de Guerra Civil, nunca se habla de mujeres? La mujer siempre es la gran olvidada de aquella guerra civil que encarceló y fusiló a centenares de mujeres. Las expulsó de sus pueblos, les robó sus casas y hasta sus hijos e hijas, les prohibió trabajar, las ridiculizó antes sus vecinos rapándoles el pelo y haciéndoles beber aceite de ricino… y así podríamos seguir enumerando barbaries hasta aburrirnos.

Pero aún así, cuando se habla de Guerra Civil siempre aparecen ELLOS, los gudaris, los encarcelados, los fusilados. Si buscamos motivos, en un intento de dar alguna explicación lógica a esta situación, alguien nos diría que se debe a la división machista y sexual que del trabajo se hacía en aquella época. Esto es, la esfera pública era terreno de hombres y la privada de mujeres. Las mujeres en casa, los hombres en el bar. Las mujeres hablaban de cómo criar a sus hijos. Los hombres de política, economía y cultura.

Y sin embargo, fueron…

Pues esta explicación que puede ser válida en algunos casos, no lo es para hablar de las protagonistas del trabajo que nos ocupa.

Itziar Mujica, soltera y sombrerera de profesión; Teresa Verdes, trabajadora en la imprenta familiar y mujer amante de la lectura; Bittori Etxeberria, propulsora de la Ikastola y biblioteca de Elizondo entre otras muchas cosas, y Delia Lauroba, mujer valiente e inteligente a partes iguales, no eran amas de casa. Su trabajo no se limitaba al cuidado de sus hijos, que por cierto no tuvieron, si no que eran mujeres con peso y presencia en el ámbito social, pero así todo, su labor fue silenciada y nunca reconocida.

Sin querer menospreciar la labor de nadie, no es mi intención, me gustaría que se hiciese este pequeño esfuerzo. ¿Cuántos nombres de gudaris y dirigentes políticos de la época conocemos? ¿Y cuántos de esos nombres son de mujeres? Empezando desde el mismo Agirre, Ajuriagerra, Landaburu… todos son hombres. ¿A qué se debe esto? En mi modesta opinión, a una educación, religión y cultura machistas que han hecho que las mujeres no valoremos nuestros esfuerzos ni nuestros logros. No lo hacemos ahora, imaginemos hace 80 años. «Es lo que había que hacer. Nosotras no tenemos nada que contar, solo hicimos lo que nos tocó» ¿Cuántas veces hemos oído repetir estas palabras en boca de mujeres luchadoras, que lo dieron todo por una causa, por unas ideas que ellas entendían como justas? En el caso de Bittori, Itziar, Delia y Tere, ni sus propias familias conocían lo que habían hecho. Cuanto menos, resulta sorprendente. Los hombres nunca dicen: «¡era lo que teníamos que hacer, nada más!” Ellos no. Ellos saben poner en valor su lucha y darle una dimensión de grandiosidad que las mujeres todavía, no hemos aprendido a hacer.

Bittori Etxeberria lideró una red que fue capaz de sacar y meter información de las cárceles franquistas y hacer llegar esta información hasta el Gobierno Vasco en el exilio. Bittori, Delia, Itziar y Tere, lideraron una red que movía valiosísima información desde Santoña hasta Baiona, desde Burgos hasta París. Burlando controles policiales, militares y carcelarios. Por cierto, que esta red se bautizó como la Red Álava, en referencia y homenaje a su coordinador general, Luís Álava. ¿Es raro que el coordinador sea hombre y que la red lleve su nombre? Muy raro. O no tanto.

Pero volviendo a la labor de «las cuatro vascas», creo que el hecho de ser mujeres, jóvenes y de buena presencia, aunque suene contradictorio, de alguna manera les benefició. Los carceleros, guardias, militares, jueces… no sospecharon de unas pobres mujeres, no vieron peligro en ellas, y esto les ayudo a seguir con su labor. Muchos de los testimonios recogidos en el documental apuntan a que si se libraron del fusilamiento fue por ser mujeres. A la «injusticia» franquista le resultaba demasiado fusilar a mujeres católicas. Bueno… si esa fue la causa, podemos decir ¡qué no hay mal que por bien no venga!

El reconocimiento y la visibilización han llegado, tarde, pero han llegado. Decía Txema Montero en el documental que, «la historia de estas cuatro mujeres le había fascinado y que si esto hubiese ocurrido en Francia estarían en el «Panteón de la resistencia». Si es así, me alegro de saber que en otros países las cosas se han hecho mejor.

 

Mujer, una noche cualquiera

julio 10, 2018 en Miradas invitadas

Juanjo Domínguez (@juanjodom). Nací en Barcelona y vivo en Orkoien, Navarra. Estudié Ciencias Políticas y Sociología y me gusta la Estadística Matemática. Con esas herramientas analizo la realidad, las evidencias y los datos; intento saber cómo se combinarán para dar lugar a nuevas realidades. Hago estimaciones y predicciones y, en muchas ocasiones, acierto. A veces hablo en medios de comunicación y, muchas veces, tengo ganas de no hacerlo. Soy corredor de fondo, de esos que no esquivan los charcos.

 

El reloj marcaba las once de la noche y los tres hombres y cuatro mujeres que nos habíamos desplazado hasta Tafalla entramos a tomar un café en un bar de la plaza principal del pueblo. Dentro del local olía a puro, a pacharán y a colonia cara de mujer. La música de la cafetería, ni alta ni baja. Las conversaciones resultaban audibles. Esperábamos por las consumiciones cuando un tipo baboso, algo ebrio, de unos 50 años, se arrimó a HLN (de la cuadrilla) sin ningún tipo de contemplación e intentó manosear su culo. Así, por la vía criminal. Por la cara. Porque él lo valía. Por sus huevos de macho. Porque en febrero de 1991 fuimos a disfrutar de los carnavales y HLN le plantó un manotazo defensivo en la pechera al sobaculos que lo hizo rodar tres metros por el suelo como una aceituna. Nadie del bar se inmutó. Solo se escuchó alguna risa burlona y la clientela nos miró con cara de desaprobación. Pagamos la cuenta y nos largamos. La noche prometía. Queríamos celebrar varios cumpleaños: 21 años.

El pueblo entero disfrazado, colorido de noche y bullicioso. Alegre. Una miscelánea humana se divertía, copa va y palpada en el culo viene – ¡qué obsesión con el culo de mis amigas! –. Y entre los bailes a ritmo de Rick Astley, Kortatu y los Pet Shop Boys, focos flamígeros y chispazos ululantes, rojos, azules y verdes. Reíamos. Ahora bien, a menor tamaño del antro, o mayor aglomeración en la calle, más se multiplicaba el número de restregamientos y, como no, el típico “frota que frota” a mis colegas féminas.

Imposible conocer el origen de tanta mano bellaca y anónima. Mis amigas, aunque protestonas por los tocamientos, nos contaban con cierta resignación que “vosotros no sabéis cuánto tenemos que aguantar”.

Aquella noche, fría y extraña, la palma sobona se la llevó HLN: 175 cm, 67 kilos, más unos zapatos unisex negros de invierno la alzaban hasta sumar 178 cm. No sé si guapa o fea, tal vez extravagante, HLN lucía un vestido morado ceñido por encima de las rodillas y una cazadora negra de cuero ajustada muy de la época. La verdad, llamaba la atención. Supongo que por su altura para ser mujer.

El caso es que, a eso de las tres de la mañana, mientras charlábamos apretujados en una esquina traicionera de un pub, una mano asquerosa se coló por debajo del vestido de HLN hasta la entrepierna. Ni el volumen infernal de “A quién le importa lo que yo haga”, la canción de Alaska que sonaba en ese preciso instante, evitó que la hostia que le dí al maromo pasase desapercibida. Así que, allí me vi yo, disfrazado de mujer, delante de aquel hosco indeseable, y sus compinches, sin saber muy bien qué iba a suceder.

Hoy, pasados tantos años, me imagino que mi cuadrilla y yo nos libramos de una buena tunda debido a que, ciertamente, el agresor y sus acompañantes pensaban que yo era una mujer de verdad a la que habían maquillado con gracia y acierto. Mi envoltura customizada daba el pego. Incluso, a pesar de haberme quitado la peluca, que había ido al contenedor de la basura con el fin de evitar problemas a mí y a mis amigos, dado que al menos una docena de guarros me habían metido mano desde que llegamos a Tafalla; eso, sin contar el sinnúmero de “delicadezas verbales” que escuché durante la algarabía nocturna. Para flipar.

Hasta aquel lance de 1991 desconocía cuánto soportaban las mujeres una noche cualquiera, un día de fiesta o una jornada normal. Lo que para mí se trató de una correría de carnaval, en la que me atavié de mujer como me pude haber disfrazado de marciano, acabó de una manera desagradable sin pasar a mayores. Hoy, a pesar de que el acoso sexual en todas sus variantes sigue siendo una lacra, quiero pensar que un poco hemos evolucionado como humanos.
HLN (Hasta Las Narices)

El poder de la conexión entre mujeres, la llave del futuro.

julio 3, 2018 en Doce Miradas

“Ezina ekinez egina”

Asegura la comunidad científica que cada electrón del universo está en constante movimiento, incluso aquello que parece permanecer inmóvil, una piedra o un mueble, contiene átomos en cuyo centro vibran destellos diminutos de luz. Su acción vibratoria es tan lenta que le hace permanecer estático.

Esa vibración nos conecta física y mentalmente, sin excepción, produciendo cada acción o pensamiento efectos directos en otros seres e incidiendo en sus vidas, como las redes sociales a través de las tecnologías nos permiten llegar a otras personas que incluso no conocemos. Encontrar la forma de equilibrio entre todas las fuerzas que nos conectan es el acertijo para el que nos gustaría obtener respuesta en dirección a asegurarnos vivir en un constante estado de bienestar.

En cuestiones de género, la balanza durante siglos ha tomado una posición muy poco ventajosa para las mujeres. Equilibrarla supone ejercer un contrapeso, un golpe de fuerza que inicie la oscilación, y ser persistentes en mantener la intensidad del baile hasta que llegue a posicionarse en equilibrio.

Esa transformación de una pieza que permanece sin brillo por efecto del paso del tiempo, requiere todas las manos expertas e inexpertas para que el impulso mantenga la estructura intacta, conjugando realidad social, política, económica, académica, cultural, englobando todos los sectores que conforman el soporte central para ejercer una presión segura desde la palanca de liberación, también entendida como sistema por el que se rige una sociedad.

Dentro de ese sistema nos encontramos las personas, mujeres y hombres, a ambos lados ejerciendo el peso que hace oscilar los platillos. Ese golpe de fuerza o contrapeso en pro del equilibrio ya se ha iniciado, estamos asistiendo al fenómeno más importante de la historia en respuesta a tantos siglos de machismo globalizado, el imparable movimiento de mujeres que arrastramos injusticias ancestrales transmitidas de mayores a menores, sufrimos las actuales y decidimos poner fin a las futuras impulsando una ola que va creciendo, sumando más y más número de voces en manifestaciones ejemplares como la del 8 de marzo. Las movilizaciones internacionales han llegado para quedarse hasta terminar con tanta injusticia.

Hacen falta manos, unas para limpiar la estructura, otras para liberar peso, manos para impulsar en sentido contrario, cientos, miles, millones de manos como la tuya, que ayuden a desoxidar tanto pasado y lograr el equilibrio en las posiciones, que se pueda mover por fin con entereza y libertad oscilando hacia ambos lados en paridad.

Hoy día 3 de julio, tan solo hace 63 años que el sufragio femenino se hizo realidad en México, que las mujeres votaron por primera vez. A lo largo de la historia, siempre hemos encontrado perfiles valientes que han cuestionado la estructura, el sistema, gestos de mujeres contra la historia única. Un sincero homenaje desde aquí a todas aquellas que han liderado movimientos individual o colectivamente, mujeres profesionales, académicas, activistas que nos han allanado el camino. Nos ha llegado el testigo, es hora de actuar.

¿Y cómo aportamos?

Leer historia, revisar fuentes estadísticas, recabar información sobre datos cuantitativos y cualitativos en Observatorios, acudir a jurisprudencia y legislación para conocer nuestros derechos, pero sin quedarnos ahí, cuestionándolos para plantear nuevos modelos, descubriendo nuestras fortalezas de liderazgo, buscando mujeres referentes en quien inspirarnos, activándonos, sumando en organizaciones ya creadas en pro de la mujer.

Investigando el alcance de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que la ONU desarrolla a través de la Agenda 2030, vemos que el número 5 está enfocado a lograr la Igualdad de Género, ininteligible y lamentablemente ha habido que introducirlo a pesar de que los demás son consecuencia de una cuestionable gestión en los recursos económicos o naturales y, sin embargo, el ODS 5 viene determinado por el nacimiento: si nace una niña en el mundo hoy, tiene ante sí en potencia un elenco de desigualdades y riesgos a sortear en la vida que evitará por naturaleza si nace siendo niño. Esperamos sacarlo del listado de ODS con tu ayuda; revisa cómo integrarlo en tu dinámica social, económica, empresarial o cultural.

Si estamos emparejadas y tenemos la suerte de tener un trabajo, innovando en nuestro seno personal y profesional, insistiendo en cambiar hábitos en nuestros círculos familiares fomentando la implicación de la pareja en las tareas domésticas, en la educación inclusiva de la prole, persiguiendo la efectiva conciliación laboral, imponiéndonos a la adversidad una, dos veces, a la tercera, a la quinta, a la que decidas sin resultados, planear alternativas.

Puede ser el momento para emprender un negocio que nos permita ser dueñas de nuestro tiempo, generar riqueza y empleo y posicionarnos en puestos de decisión. Según los últimos datos del Global Entrepreneurship Monitor, repunta la actividad emprendedora y disminuye la brecha de género. Si ya eres empresaria, facilitando la equidad en tu empresa.

Siempre podemos tomar parte activa en los centros escolares, universitarios, de formación no reglada, investigar datos y factores de cambio y unirnos, crear red, formar parte de una comunidad, la que más se adecúe a tu formación o experiencia; si eres científica, puedes ser mentora en iniciativas STEAM que favorecen el impulso de vocaciones científico-tecnológicas en niñas.

Si sufres violencia de género, piensa que, por efecto de esta conexión universal, estamos todas las mujeres en ti y tú en todas, no estás sola, siente esa fuerza para actuar y elige con cuidado la mejor ayuda para salir entera de tu prisión.

El futuro llega, la población se multiplicará por el aumento de la natalidad en los países en vías de desarrollo. Según datos estadísticos, pasaremos de 7.400 a 11.000 millones de personas en el mundo en 2100 y las mujeres somos la mitad de esa cifra, todas juntas podemos cambiar lo que nos propongamos, animémonos, aliniémonos bajo un mismo mensaje y seremos invencibles. La sociedad nos necesita, somos la llave del futuro de la humanidad, la reproducción es y seguirá siendo la única fuente de vida.

Y si eres hombre, gracias por ayudarnos a equilibrar la balanza, por abanderar el movimiento entre los colectivos que estén a tu alcance, escuchando a la mujer que te acompañe en la vida, siendo proactivo en tu seno familiar, evitando desigualdades, fomentando todo aquello que esté en tu mano para promover el cambio. Tu compromiso concienciará en tu entorno profesional, personal o de ocio.

Recordemos que la transformación empieza por la educación, en unión creamos la cultura de toda una sociedad, la transformamos, y tal como la cuidemos, así la viviremos.