¿Sueñan los androides con ovejas machistas?

noviembre 28, 2017 en Doce Miradas

Me parecía muy poético titular este post haciendo referencia a la novela de Philip K. Dick que fue adaptada posteriormente en las películas Blade Runner en el año 1982 y Blade Runner 2049, este mismo año. Me encantan ambas historias porque soy una friki de la ciencia ficción, pero si las miro con las gafas moradas, me echo a llorar. Presentan un futuro distópico en el que las mujeres seguimos siendo meros elementos decorativos. Y si ese futuro mediatizado por la tecnología, la inteligencia artificial y la robótica se imagina así, ¿será verdad que estamos dando pasos hacia ello?

Pues hay muchos indicios por dos simples razones: la tecnología actual se está pensando y creando por cabezas masculinas en su inmensa mayoría y la tecnología está aprendiendo hoy en día de los datos y la información que la sociedad genera. Así que repetirá e incluso profundizará más en sesgos machistas. Un ejemplo sencillo para que entendamos esto: vete a Google y busca «Grandes divulgadoras». ¿Qué aparece debajo?

Creo que al ver los resultados es cuando empezamos a hablar en voz alta con las pantallas: «NO, GOOGLE. No quise decir grandes divulgadores. ¿Tú también me vas a hacer un mansplaining

Lo importante es entender que no te lo dice Google (o no solo Google). Lo que hace el buscador es almacenar todas las consultas que se hacen allí, para generar mediante machine learning esas sugerencias a través de un algoritmo.

Probemos de nuevo, ahora con la búsqueda «las mujeres deben estar» y aquí, directamente, sin haber finalizado la búsqueda, serán las sugerencias de autocompletado que aparecen mientras estamos escribiendo las que nos dejen patidifusas:

Os recomiendo ver esta campaña que preparó UN Women precisamente sobre ello: #womenshould.

Probemos ahora otro sistema: Google Translate. De nuevo una herramienta que “supuestamente” va mejorando al aprender de las búsquedas de las personas que lo utilizamos. Si traduces “Él es niñero. Ella es doctora.” del inglés al turco (que no tiene género gramatical), te devuelve: “O bir bebek bakıcısı. O bir doktor”. Si volvemos a meter este resultado, para volverlo a traducir del turco al inglés… ¡oh, sorpresa! Ahora es ella la niñera y él el doctor.

Pero no solo le pasa a Google. Un estudio publicado en julio de este año por la Universidad de Virginia, señala que la inteligencia artificial no solo no evita el error humano derivado de sus prejuicios, sino que puede empeorar la discriminación y está reforzando muchos estereotipos. El análisis predictivo del que “beben” los algoritmos de aprendizaje automático, utiliza herramientas informáticas capaces de detectar patrones en los datos analizados para formular a partir de los mismos reglas. Y, por tanto, necesitan consumir un gran volumen de información precisamente para generar esas reglas. El estudio muestra que en los principales bancos de imágenes de los que las máquinas aprenden, un 77% de las fotos en los que aparecen personas cocinando, están protagonizadas por mujeres.

Otra investigación de la Universidad de Boston y Microsoft Research también desveló que las bases de datos empleadas consideraban que lo más parecido a «programador» es «hombre» y que el sistema consideraba a los contenidos e información sobre mujeres programadoras menos relevantes que las de sus homólogos masculinos.

Siguiendo con las investigaciones, esta vez fue la Universidad Carnegie Mellon la que publicó que las mujeres tienen menos posibilidades de recibir anuncios de trabajos bien pagados en Google. En concreto, observaron que los anuncios online de trabajos con salarios por encima de los 200.000 dólares se mostraban a un número significativamente menor de mujeres que de hombres.

Hasta Microsoft se vio obligada a apagar el año pasado a Tay, su bot adolescente programado para entablar conversaciones en redes sociales con jóvenes de entre 18 y 24 años y que aprendía de esas interacciones. Tras 100.000 tuits, 155.000 seguidores y solo 16 horas de vida ya estaba publicando frases como “Hitler tenía razón, odio a los judíos”, “odio a las feministas, deberían morir y ser quemadas en el infierno”, entre otros muchos comentarios racistas, sexistas y xenófobos.

Los algoritmos opacos están empezando a controlar nuestras vidas. Tribunales, aseguradoras, bancos, empresas de selección de personas y otras instituciones emplean sistemas automatizados de análisis de datos para tomar decisiones que nos afectan. Nos sumergen en burbujas ideológicas que transforman cómo miramos y vemos el mundo. Y si algo nos preocupa precisamente en Doce Miradas, es eso. Las gafas que nos ponemos. Si esos algoritmos están heredando los sesgos de la sociedad de la que aprenden, además de corregir esa sociedad, también deberíamos corregirlos a ellos para que no reproduzcan y profundicen esos sesgos. De hecho, Google suggest ya tiene una lista negra de términos para no recomendar pornografía. ¿Por qué no actuar de igual manera con los estereotipos y prejuicios? Quizás necesiten más mujeres ingenieras para que el problema les interpele en primera persona…

Por todo ello, Doce Miradas se ha sumado al manifiesto INSPIRA. ¡Súmate tú también!

25 de Noviembre. Las muchas caras de la violencia contra las mujeres

noviembre 21, 2017 en Doce Miradas

Hace ya unos meses, en Doce Miradas tomamos la decisión de cambiar nuestro ya característico logo rojo en Twitter por su versión en negro cada vez que una mujer fuera asesinada por su pareja o expareja. Un gesto pequeño ante la magnitud del problema, pero que nos ha enseñado más hacia dentro que hacia fuera. La principal lección ha sido que rara era la semana que no tuviéramos que cambiarlo. Pero es que avisándonos vía WhatsApp, Twitter o nuestra lista de correo, por fin hemos sido conscientes de la dura situación a la que nos enfrentamos. No es que antes no lo fuéramos, pero es que los números son tan escandalosos que unos asesinatos tapan a otros (cuando no lo hacen otras noticias que parece que son más interesantes de copar portadas).


La maté por amor

En enero de 2017 en una localidad vizcaína J.A.G., un hombre de mediana edad, mató a su madre enferma nonagenaria. En el juicio, celebrado diez meses después, la defensa argumentó que la había matado “por amor”.

No es la primera vez que algo así sucede. Puede ser un hijo o un esposo, alguien que ha sido siempre cuidado por una mujer. Cuando esa mujer enferma, cuando no puede seguir cuidando, ese hombre no solo tiene que empezar a ocuparse de si mismo (su comida, su casa, su ropa…), sino que también tiene que ocuparse de la mujer que antes lo cuidaba (su higiene, su medicación…). Ese tránsito de cuidado a cuidador lo desborda, lo supera y reacciona de la única forma que ha aprendido a enfrentarse a los problemas: con violencia.

Ese “la maté por amor” nos recuerda demasiado a los “crímenes pasionales”; no nos engaña, no nos lo creemos. Tampoco el jurado popular creyó a J.A.G.: lo declaró culpable.

Millones de mujeres cuidan a sus hijos, a sus esposos, a sus padres, dependientes o enfermos. Y los quieren mucho. Pero no los matan.


Redirigir el foco hacia los hombres violentos

Las mujeres reivindicamos visibilidad desde hace tiempo. Sin embargo, en todo lo que se refiere al maltrato y asesinato de mujeres por parte de los hombres tenemos, en mi opinión, un exceso de visibilidad. Un protagonismo no deseado. Y mientras tanto, los hombres maltratadores, los hombres asesinos permanecen en la sombra. La fecha señalada de la que hablamos en este post se llama Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. ¿Por qué no Día Internacional contra los hombres violentos, maltratadores y asesinos? Cuando comentamos con una mezcla de hastío y horror, ‘Otra mujer asesinada’, ¿por qué no ‘Otro hombre asesino’? Cuando se hace recuento de las mujeres asesinadas y se dan a conocer sus perfiles, estadísticas con edades, países de procedencia… ¿por qué no hacer lo propio con los hombres que les han pegado o matado? Poner siempre ese foco tan potente sobre la mujer produce la impresión de que LA MUJER ES EL PROBLEMA. No queremos ese protagonismo. Queremos medios, recursos y voluntad para erradicar esa violencia. Y en el camino para lograrlo está sin duda investigar y estudiar al hombre asesino. Al causante. Sin dejarse nada. Sin tabúes como el país de procedencia. ¿No estamos siempre insistiendo en lo importante que es la educación y cultura recibidas desde la infancia? Entonces, el país de procedencia es un dato pertinente. Centrarse en estudiar a las mujeres víctimas no parece que nos haya llevado muy lejos hasta ahora. La mujer-pareja no crea al maltratador. Él ya existía.


Presuntamente

Mientras lees estas líneas, una mujer será violada; presuntamente. Será en su casa, o en un portal, o en una zona un tanto apartada de un parque.

Antes de que acabes de leer, otra mujer será asesinada, presuntamente; morirá, presuntamente, a manos de su pareja o expareja.

Mientras sigues leyendo, una niña será obligada, presuntamente, a casarse con quien la familia haya elegido. Con nueve años entrará a una alcoba y no saldrá nunca más.

Antes de que acabes de leer, si es que lo haces, miles de mujeres mirarán a su alrededor asustadas, intentado no entrar en pánico porque desde una distancia excesivamente corta unos hombres están mirando, al acecho, a la espera de cobrarse su pieza; presuntamente. Notarán sus ojos en su espalda, oirán sus palabras soeces, sus risas cómplices, y escucharán, atronador, el silencio cómplice. Perdón, presuntamente cómplice.

Y esto ocurre cada minuto de cada día, de cada mes. Año tras año.

Para que tengas una fotografía lo más completa posible, permíteme que te recuerde que lo que va a ocurrir mientras terminas de leer y piensas que exageramos, es lo siguiente: un hombre violará a una mujer, y otro hombre asesinará a su expareja. Eso es: presuntamente.


El valor de recordar

25 de noviembre. Un año más se conmemora (una paradoja en este contexto) el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Un día en el que toca recordar a las 872 mujeres asesinadas desde 2003. Como si el resto del año pudiéramos olvidarlas.

Por si fuera necesaria la aclaración, violencia machista es “todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la prohibición arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la vida privada”.

A las instituciones, medios de comunicación, comunidad educativa, partidos políticos, ciudadanía… hay que recordar que la violencia contra mujeres y niñas es un problema social y de extrema gravedad; sin voluntad real no es posible avanzar.


In dubio pro reo

Este año las gafas moradas del feminismo enfocan nítidamente la desigualdad del valor de la palabra, la credibilidad, la verdad. Las campañas #MeToo (yo también), #YoTeCreo y #JusticiaPatriarcal son tres vértices del mismo triángulo (figura imaginaria formada por tres vértices o tres elementos que tienen una relación).

La credibilidad es una herramienta básica de supervivencia, afirmaba Rebeca Solnit. Según la autora, más que una tediosa hartura para tantas mujeres, el mansplaining es otra técnica más para apuntalar el poder social de los hombres mientras subraya la eterna duda sobre la palabra de la mujer.

Y la violencia sobre la mujer, se dirime esencialmente sobre la cuestión de credibilidad. Mi palabra contra la tuya

De aquí el latinajo: In dubio pro reo es el principio jurídico por el que que en caso de duda, por ejemplo, por insuficiencia probatoria, se favorecerá al acusado (reo).

Nuestra particular versión Judeo-Cristiana del patriarcado nos enseña que la palabra de las hijas de Eva, pecadora original, nunca tendrá fuerza probatoria. Mientras que las palabras del hombre, hecho, a imagen y semejanza de Dios, son verdad. Ya lo dijo Juan 1:1 «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios»

La palabra griega λόγος o logos se traduce al español como «Verbo» (o «Palabra»), pero también puede significar pensamiento, habla, cuenta, es decir, razón, proporción, principio, estándar, o lógica, entre otras cosas…

El 25N tomamos la PALABRA.

Basado en hechos reales

noviembre 14, 2017 en Doce Miradas

Viajaba a solas en el metro de una ciudad extranjera, pendiente de cada parada. Interminable. Aun así, deseaba que no llegara nunca la suya. A pesar de la hora tardía, en el vagón quedaban varias personas. Mientras hubiera «público», aun sentía algún tipo de protección. Lo que más miedo le daba era tener que salir a la calle de noche sin saber si el tipo que no dejaba de mirarle «así» le iba a seguir.

O tal vez no le estaba mirando. O tal vez no le miraba «así». ¿Cómo «así»? Ya sabes, «así». Tal vez se estaba obsesionando sin motivo.

Decidió cambiarse de asiento, tirando de maleta, abrigo y mochila. Él también se movió, aparentemente situándose para seguir mirando «así». Ostras. Ensayó sostenerle la mirada, desafiarle. Pero eso solo funcionaba en la teoría. En la práctica no conseguía subir los ojos por más de un décima de segundo.

El nerviosismo empezó a apoderarse de su cuerpo. Miedo. ¿Miedo a qué, concretamente? No lo sabía, concretamente. Miedo. Miedo en sí. Miedo en general. Incluso un poco de pánico.

No tenía cobertura en el móvil. Imposible avisar a su hermano mayor para que fuera directamente a la estación a buscarle. Por otro lado, con 23 años, una carrera, un máster, deportista, habiendo viajado tanto «por el mundo»…¿cómo iba a explicar a su hermano que necesitaba que fuera a buscarle? Qué absurdo. No le iba a creer.

Llegó su estación. No había más remedio que bajar. El hombre también bajó. Confirmado. Sí que le estaba siguiendo. ¿O no? Sentía definitivamente que sí, que le seguía. ¿Sentía? ¿Qué significa eso de sentir?

De hecho solo era capaz de sentir. No podía pensar. ¿Cómo que no podía pensar? Es que resulta que no es posible pensar cuando estás en modo bloqueo. Como en sueños que son pesadillas pero que son hoy, que son ahora.

Al final de la escalera, un grupo de chavales de edad parecida. «Oye, ese tío de allí me está siguiendo. Lleva como media hora mirándome. Os importa que me quede con vosotros?»

 

«¡EH TU!» Le empiezan a gritar. «Que te pires!»

«Ese es un colgao. No te preocupes.»

Esperaron juntos hasta que llegó su hermano mayor.

«Gracias, gracias, joder qué fuerte».

 

Esa noche prefirió dormir con su hermano. Durante varios días prefirió no viajar en metro. Hasta que se le fue pasando. Poco a poco.

¿Cómo es posible se haya sentido así? Aparentemente incapaz de reaccionar. ¿En realidad, qué había pasado? No había pasado nada ¿Se lo había imaginado? Por momentos le enrabietaba pensar que por ese «episodio» se había pasado una semana sin entrar al metro, cambiando sus rutas, evitando lugares oscuros, andando con la cabeza gacha en vez de disfrutando como cualquier turista joven y libre. Le enrabietaba no poder sacárselo todo de la cabeza.

¿Por qué no se enfrentó a él?

«Le tenía que haber dado dos hostias,» le dijo a su padre, interpretando el papel que se esperaba de él (porque para ser hombre hay que ser fuerte, un héroe, educados en la valentía por encima de todo)

«Con esto que me ha pasado, solo esta vez …. estoy empezando a entender lo que llegáis a sentir tantas mujeres cada día,» le dijo el chaval a su madre, esta vez libre de interpretar ningún papel (entendiendo, como hombre, que para que sean mujeres se les dice que deben ser débiles, víctimas, y se les educada en la precaución y el miedo por encima de todo).

Resulta que ninguno de los dos roles son la verdadera esencia de ninguna persona.

Clara Serra Sánchez:

«Comparto con vosotros y vosotras una experiencia que vivimos ayer, una muestra más de que a las mujeres nos han educado en el miedo y la percepción de ser víctimas, y de lo necesario que es empoderarnos respecto a ello.»

 

Cuando tú eres la cuota

noviembre 7, 2017 en Miradas invitadas

Esti León (@EstiLeon) trabaja como responsable de proyectos en Innobasque, la Agencia Vasca de la Innovación. Algunos de los proyectos educativos que ha puesto en marcha son FIRST LEGO® League Euskadi, Cleantech now! o TrainINNLab. Forma parte del comité científico y organizativo del Premio Ada Byron a la mujer tecnóloga que promueve la Universidad de Deusto y ha colaborado en el lanzamiento de Inspira STEAM, un proyecto pionero para el fomento de las vocaciones tecnológicas entre las niñas.

 

—No hay mujeres en esta jornada —me dicen—, así que hemos pensado que participes tú.
—Ya. Vamos, que soy la cuota.
—Mujer, no lo mires así.
—¿Y cómo quieres que lo mire?
—Invitamos a varias mujeres, no te creas, pero ninguna aceptó. Bueno, ¿qué dices?
—No sé… Deja que lo piense y te digo algo.

Pido un par de días para tomar la decisión, pero la verdad es que solo intento ganar tiempo. Necesito que se me pase el enfado monumental que me ha provocado esa oferta tan poco sexy. ¿Quién quiere ser la cuota? ¿A quién le gusta ser invitada a participar en un evento por un motivo que nada tiene que ver con sus méritos?

Quiero dar una respuesta desde la reflexión, pero sigo irritada. Me retroalimento: si participo, me digo, voy a salvarles el culo. ¡La única manera de que aprendan es que sean linchados en Twitter! ¡Que les den! ¡Paso!

De momento gana el no.

Lo comento con tres personas de confianza: un hombre y dos mujeres. Las tres desmontan mis conclusiones con idénticos argumentos: “¡Qué bien, vas a tener la oportunidad de hablar de tu trabajo ante mucha gente!”, “¡Qué más da la cuota, piensa qué consigues si aceptas y qué pierdes si lo rechazas!”, “Siempre dices que las mujeres deberían aprovechar los foros profesionales para ganar visibilidad”. Y los tres acaban con la misma pregunta, retórica y lapidaria: “¿crees que un hombre diría que no a esta propuesta?”

Solo puedo darles la razón. Yo misma he repetido esos argumentos en muchas ocasiones. Creo en las cuotas como medida para romper los techos de cristal, las defiendo en privado y también públicamente, incluso formo parte de varios proyectos en favor de la igualdad.

Debería ganar el sí. Pero ahí estoy, en una tesitura que pone a prueba mis creencias. Porque todo es diferente cuando eres tú quien se ve reducida a una mera cuota. Me siento un instrumento para maquillar la desigualdad provocada por otras personas.

Al final, acepto.

Sin embargo, sigo teniendo sensaciones encontradas. Por un lado, me decepciona que la desigualdad persista en ciertos eventos, como conferencias o mesas redondas, porque es muy sencillo revertir esta situación. Basta con introducir el criterio de paridad en la búsqueda de ponentes. Al mismo tiempo, me alegra haber tomado esta decisión. Confío también en que sirva como incentivo para que otras mujeres acepten participar en eventos donde el resto de los ponentes son hombres. Las cuotas siguen siendo necesarias. También lo es que las mujeres ocupemos espacios de visibilidad.