Feminismo y empoderamiento de las mujeres

julio 29, 2014 en Miradas invitadas

EloMayoElo Mayo es experta en políticas de Igualdad de mujeres y hombres, mediadora intercultural y trabajadora social. «Pero ante todo -dice-, me siento Feminista desde que allá por los años 80 entré a formar parte de este movimiento». Durante el periodo 2007-2011, fue directora de Promoción Social en la Diputación Foral de Álava, como responsable de las Políticas de Igualdad, Inmigración y Cooperación al Desarrollo. En la actualidad, además de otras iniciativas, coordina la Escuela para la Igualdad y el Empoderamiento de las Mujeres, dependiente del Servicio de Igualdad del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz.

Doce Miradas os definís como “mujeres con sueños que imaginan una sociedad diferente y reclaman un espacio común para mujeres y hombres en un mundo más justo e igualitario”.
Ha sido vuestra presentación, lo que me ha motivado para escribir mis reflexiones en torno a dos conceptos importantes para mí: El feminismo y el empoderamiento de las mujeres.
Porque si tengo que definirme de alguna forma, lo tengo claro. Soy feminista. Una palabra que resume mi forma de sentir, y que recorre conmigo mi trayectoria vital, tanto en el ámbito personal, como laboral y social. Me considero partícipe de un feminismo en constante cambio y movimiento, ajeno al inmovilismo. Un feminismo con dudas e incertidumbres y que se plantea preguntas continuamente, para conformar un pensamiento crítico que resulta tan necesario en nuestros días.

Considero al feminismo como un movimiento cuyo objetivo es acabar con un sistema opresivo y discriminatorio, y con las conductas no igualitarias que lo sustentan. Por tanto, el objetivo del feminismo que yo reivindico, es conseguir una sociedad en la que las personas seamos iguales, con relaciones respetuosas, felices, de calidad y de buen trato entre mujeres y hombres.

Uno de los objetivos del feminismo, es conseguir que las mujeres seamos seres autónomos, capaces de decidir e independientes. En definitiva: empoderarnos como mujeres. Y ese, es otro concepto que quiero reivindicar.
III Jornadas feministas Euskadi

El empoderamiento. Esa palabra tan “rara” que a algunas mujeres les suena tan mal, mientras que a otras, poco a poco, comienza a sonarles como algo familiar. ¿Pero qué significa? Empoderamiento es un concepto que se ha ido introduciendo en el lenguaje político, quizá debido más a la sonoridad de la palabra, que a su significado. Pero el término se ha ido generalizando con el tiempo, y como todas las palabras, adquiere distintos significados según quién y cómo lo diga, según en qué contexto, qué se quiera decir y a quién, según qué persona lo escuche y, por tanto, se sienta o no incluida en él. Lo mismo ocurre con otros muchos términos, como “democracia”, o “participación”. Incluso con “feminismo”. Cada persona le otorga un significado diferente. Y tal vez no pueda ser de otra manera.

De ayer a hoy
Quiero hoy aprovechar este espacio, para hacer un breve recorrido por los antecedentes que están detrás del concepto. Porque es bueno conocer también la historia de las palabras y de los términos que utilizamos.

Y para ello, recordar aquí que este término que hoy nos parece tan nuevo, fue formulado hace más de dos décadas por las activistas e investigadoras feministas aglutinadas en la Red DAWN-MUDAR[1], una red de mujeres feministas del Sur constituida en 1984 en Bagalore, India. Ellas fueron quienes, analizando la situación de las mujeres se dieron cuenta de las necesidades e intereses de las mujeres pobres, e hicieron de los planteamientos feministas y de la creación de organizaciones de mujeres, los referentes principales de la estrategia para enfrentar la desigualdad de género, a la vez que planteaban la necesidad del cambio de las estructuras económicas y políticas, claves para luchar contra la pobreza y la desigualdad.

Aunque para ser justas, deberíamos reconocer que el origen del término proviene de las luchas de determinados colectivos del siglo pasado, que podemos resumir fundamentalmente en dos movimientos:
– El de los Derechos Civiles para la población afroamericana en los EEUU en los años 60, con un fuerte movimiento de la población negra reivindicando con orgullo su raza, su color, sus derechos, sus orígenes, y construyendo para ello sus propias organizaciones.
– En las aportaciones de la Teología de la Liberación de Paulo Freire, cuyo principal objetivo es partir de la constatación de la realidad de injusticia y desigualdad existente, construyendo herramientas educativas para cambiar su propia situación, siempre partiendo de la organización y participación de las propias personas afectadas.

Pero como decía, fueron las mujeres de DAWN quienes otorgaron al término “empoderamiento”, un significado específico de género. Ellas fueron quienes en 1985, en la III Conferencia Mundial de Nairobi, consiguieron por primera vez que se hablase de empoderamiento a nivel internacional, como una estrategia impulsada por mujeres del sur, con el fin de avanzar y generar un proceso de transformación social.

Y después de Nairobi llegamos a Beijing, a la IV Conferencia Internacional de la Mujer celebrada en 1995, de la que todas habremos oído hablar. Por su importancia, y por haber puesto en marcha dos estrategias claves:

• el mainstreaming de género, definido por el Grupo de expertos del Consejo de Europa como “la organización (la reorganización), la mejora, el desarrollo y la evaluación de los procesos políticos, de modo que una perspectiva de igualdad de género se incorpore en todas las políticas, a todos los niveles y en todas las etapas, por los actores normalmente involucrados en la adopción de medidas políticas.”
• y el empoderamiento de las mujeres, entendiendo “Que el empoderamiento de las mujeres y su plena participación en condiciones de igualdad en todas las esferas de la sociedad, incluyendo la participación en los procesos de toma de decisiones y el acceso al poder, son fundamentales para el logro de la igualdad, el desarrollo y la paz.”

ONU MUJERES

Después de Beijing, el empoderamiento se convierte en una estrategia a incluir en todas las políticas de igualdad, y por ello, la vemos reflejada en los diferentes Planes y Proyectos institucionales.

Pero entonces, ¿de qué estamos hablando? Estamos hablando de un

Proceso
Es un proceso individual, en la medida que supone un proceso personal de toma de conciencia de las mujeres sobre su propia situación, que se inicia a través de una evolución propia, en la que cada mujer toma conciencia de sus propios derechos, de sus fortalezas e intereses, y consolida su autonomía y poder personal. Un proceso que requiere cambio, y como todos los cambios también necesitan su tiempo. Tiempo para reflexionar, para elegir, para desarrollar habilidades, para aumentar la confianza y la autoestima en nosotras mismas, imprescindible para sobrevivir.

FotoSahara

Si alguien sabe de autoestima, ese es el movimiento feminista. Un movimiento que frente a la desvalorización social de lo femenino, puso en valor el orgullo de ser mujer, y de contagiar ese sentimiento a otras muchas mujeres, como manera de crear y fortalecer una autoestima colectiva, como base para cambiar la sociedad.

Y es de esta manera como se llega al empoderamiento colectivo. Partiendo de un proceso privado, para llegar a un proceso común, mediante el cual los intereses de las mujeres se relacionan, y se aúnan los esfuerzos y la influencia colectiva, para participar en el cambio social.

Es decir: el empoderamiento, desde un sentido feminista, no termina en lo individual. Sino que transciende al espacio colectivo, de forma que el trabajo realizado desde la individualidad y la subjetividad, le servirá a las mujeres para organizarse en torno a la lucha por sus intereses colectivos, es decir, por sus intereses de género.

Poder hacer
La raíz del término empoderamiento, la encontramos en el verbo “poder”. Verbo con el que, en general, no nos llevamos nada bien las mujeres. Porque normalmente nos hemos acercado a este concepto desde la crítica hacia quienes lo ejercen y desde el rechazo hacia aquellas personas que públicamente ostentan el “poder”. Esto llevó a que muchas mujeres, sobre todo las organizadas, reivindicasen con orgullo que “a las mujeres no nos interesa el poder”. Quizá porque si acudimos al diccionario, lo define como:
“Tener más fuerza que alguien, vencerle luchando cuerpo a cuerpo”.
“Ser más fuerte que alguien, ser capaz de vencerle”.

Pero tal vez esto suceda, porque nos saltamos sus anteriores acepciones:
“Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo”.
“Tener facilidad, tiempo o lugar de hacer algo”.

Si partimos de que el poder de “hacer” es esencial para transformar la realidad, ¿cómo es posible que a las mujeres no nos interese? A mí, al menos, sí me interesa. Y creo que nos interesa a todas. Las mujeres deberíamos querer poder. Poder para cambiar la sociedad, para mejorar la vida de las personas.
Y desde el empoderamiento feminista, reivindicamos el Poder “hacer”.

Poder para nosotras mismas (lo que se ha llamado “poder propio”), para aumentar nuestra conciencia sobre nuestras necesidades e intereses, para valorarnos y hacernos valorar, para reivindicar el lugar que nos corresponde. Poder que va unido también no sólo al poder “subjetivo”, sino al acceso a los recursos económicos. Porque sabemos que en esta sociedad la independencia económica es requisito indispensable para sostener los cambios en nuestras vidas. Para poder elegir, para poder “hacer”, para poder decidir nuestro destino.

Poder colectivo, con otras mujeres, con otros hombres. Organizarnos para construir colectivamente una conciencia crítica que vaya más allá de lo individual, y que sea capaz de aunar fuerzas en una misma dirección mediante un proceso colectivo. Y este proceso, este movimiento, debe integrar a la diversidad de mujeres, y a toda la gama de distintas formas de ser personas. Porque no hay una única forma de ser mujer, sino que a todas nos afectan otros muchos factores. La edad, la opción sexual, el lugar de residencia, el estado familiar, la condición laboral, el nivel de ingresos, la pertenencia étnica, las discapacidades, la experiencia política, las creencias religiosas… Somos infinitas mujeres.

Por ese motivo, crear una conciencia colectiva nunca debe conllevar anular la pluralidad existente, ni subordinar o poner por encima unas opresiones a otras. Por el contrario, esta creación requiere de una capacidad para reconocer, validar e integrar las experiencias particulares y de grupos específicos de mujeres, en el sistema de relaciones desiguales de género. También precisa de una voluntad política que permita diseñar estrategias de actuación alrededor de las necesidades e intereses de esos distintos colectivos.

Afianzar la conciencia colectiva, pasa por la creación de estructuras organizativas que puedan mantener en el tiempo la energía y entusiasmo femeninos. La capacidad para sostener y consolidar sus grupos, es uno de los indicadores centrales para medir el avance de este nivel de empoderamiento de las mujeres.
Y poder también para influir, para transformar las relaciones, estructuras e instituciones que nos limitan, y que perpetúan la situación de subordinación de las mujeres. Esta dimensión del empoderamiento es fundamental desde el feminismo.

Porque conlleva que las mujeres se empoderan mediante su participación activa en todos los ámbitos donde se toman decisiones relevantes para ellas y sus colectivos de pertenencia. Participación que no se reduce a “estar oyendo a otros” sino que busca dar a conocer sus intereses, y promover su propias agendas reivindicativas, poner en marcha estrategias para modificar leyes y políticas, aportar y defender sus visiones y alternativas a los problemas generales, construir liderazgos feministas fuertes y diversos… En definitiva: incidir políticamente en y desde las instituciones.

Mani Aborto-Iruña

Es necesario rescatar este significado transformador, rompedor y feminista que tiene el concepto de empoderamiento, si queremos que sea una herramienta útil para las mujeres. Para todas las mujeres. Porque si algo sabemos, es que es aún más necesario para aquellas que están en peor situación, y por tanto, quieren y necesitan hacer un proceso individual y colectivo, para mejorar su posición en el mundo. Trabajar con este enfoque, nos tiene que servir para pensar ante todo en todas las mujeres, en sus necesidades y en sus capacidades, sabiendo que todas podemos.


“Poder”
y “hacer”, no son un mismo verbo. Pero quizá deberían serlo [*].

Notas
[1] DAWN es la sigla de Development Alternatives with Women for a New Era. Alternativas de Desarrollo con Mujeres para una Nueva Era.

[*] Si os quedáis con ganas de profundizar en este tema, os recomiendo el libro “Reflexiones Feministas sobre el empoderamiento de las mujeres”, de Clara Murguialday. Y os animo también a consultar el “Dossier 05 Feminismos” de la revista Galde en el que podréis acercaros a la diversidad de enfoques teóricos e ideológicos que existen en la actualidad dentro del movimiento feminista.

El año en que once diplomáticos europeos fueron explotados sexualmente

julio 22, 2014 en Doce Miradas

En 1996 once miembros de los cuerpos diplomáticos de Alemania, Francia y España fueron interceptados por un equipo de asalto cuando viajaban por el país galo en misión diplomática. El conductor del vehículo resultó herido de gravedad y las autoridades francesas perdieron la pista de los once diplomáticos, de los que no se supo nada hasta pasados 455 días en que fueron rescatados por la policía española en una operación conjunta con la Europol. En sus declaraciones a los agentes, los once hombres relataron su año y medio de pesadilla, retenidos contra su voluntad, en un burdel de la carretera Madrid-Burgos, a escasos 45 kilómetros de la capital de España. Durante 455 días estos hombres fueron explotados sexualmente y sometidos a todo tipo de vejaciones. «Algunos días eran sodomizados por hasta 30 hombres», explicó el comisario encargado del caso, que rogó se respetara la intimidad de las víctimas que por aquel entonces se encontraban en tratamiento psicológico para superar el trauma causado por su terrible experiencia.

Sunflower on fence

 

Imposible que algo así haya sucedido alguna vez, te estarás diciendo. De ser cierto, te acordarías perfectamente. Efectivamente, la característica hombre + alto estatus de los protagonistas hace que resulte muy difícil mantener la verosimilitud de esta historia más allá de unos segundos. Si las protagonistas fueran mujeres sin estatus relevante, la noticia no nos extrañaría lo más mínimo. Conocemos con frecuencia noticias de mujeres retenidas contra su voluntad, obligadas a prostituirse en clubes que, lejos de estar ocultos, se anuncian con luces de neón y carteles luminosos parpadeantes cuyo objetivo es precisamente ese: pregonar que están ahí. No son zulos ocultos, vaya. Esas noticias me provocan una mezcla de rabia, tristeza y sorpresa. Si, sorpresa. Porque ¿tan difícil puede ser liberar a esas mujeres cautivas en locales que están a la vista de todo el mundo? Es cierto que de vez en cuando hay detenciones y las consiguientes liberaciones pero, casi siempre, después de muchos meses o años de soportar torturas. No sé si falla la legislación, la falta de voluntad política, policial o social. Pero algo falla.

Espero que no se malentienda el ‘fake’ inicial. Quede claro que no deseo que ningún ser humano padezca agresiones ni abusos sexuales. Pero la inversión de roles siempre resulta efectiva para poner de relieve una injusticia. A veces una falsedad sirve para revelar una gran verdad. Y la verdad aquí es lo poco que importan estas mujeres a casi nadie.

Con ese convencimiento comencé a escribir este artículo hace ya muchos meses, pero entonces, en abril, secuestaron a 200 estudiantes adolescentes nigerianas. Y la comunidad internacional se indignó. Se dijeron grandes palabras. Los Obama, tanto el presidente Barack como la primera dama Michelle, encabezaron la indignación internacional y por un momento pensé que esta ignominia contra la mujer no iba a quedar impune. Sin embargo, la indignación no ha dado paso a la acción. Las mujeres continúan secuestradas. De hecho, después han secuestrado a más. Comprendo que no sea fácil negociar con un grupo criminal radical religioso que intenta a toda costa impedir que las niñas reciban educación en las escuelas y que las mujeres accedan a la universidad. Las tibias y blandengues advertencias de la ONU no hacen mella en los secuestradores. Pese a mi indignación puedo entender la enorme dificultad de manejar y solucionar esta vergüenza internacional. Pero cuando hablamos de mujeres secuestradas en garitos cercanos a nuestras casas, en carreteras por las que pasamos en coche con nuestras familias rumbo al trabajo o a cualquier destino vacacional, y resulta que esto no sucede en Nigeria, sino en un país considerado primer mundo, ¿qué excusa existe?

Se distingue la trata (contra la voluntad de las afectadas) de la prostitución (dicen que ejercida libremente). La primera se rechaza mayoritariamente, pero la segunda se suele defender en aras de la libertad, ¿la de quién? La prostitución, la ejercida por mujeres y consumida por hombres, es decir, la mayoritaria, tiene su origen en la dominación del hombre sobre la mujer, es incompatible con una sociedad que abogue por la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres y, por ello, debería ser erradicada por los gobiernos que lleven colgada la medalla de la igualdad.

Me gustaría compartir algunas consideraciones y reflexiones propias acerca de la prostitución:

-‘Desprettywomanizar’ la prostitución. Hay quienes no ven la prostitución en toda su crudeza. Películas como Pretty Woman o Irma la dulce, buenas o malas, nos hayan gustado o no, edulcoran la realidad y hacen de esta forma de esclavitud contemporánea un asunto menor. Este vídeo protagonizado por la actriz Emma Thompson puede ser un buen antídoto.

No es el oficio más viejo del mundo.  Utilizar la palabra ‘oficio’ dota a la prostitución de una dignidad de la que carece. Como tantas veces repetimos en este blog, no nos dejemos llevar por la inercia tan fácilmente. Cuestionémonos también las frases que llevamos oyendo desde siempre.

No es inevitable. Con expresiones como la anterior se nos quiere convencer de lo irremediable de su existencia. Como si formara parte de la naturaleza, como los océanos, las montañas y las catástrofes naturales. Es una estrategia evidente para desactivar y desmovilizar a sus detractores. Pero insisto, debemos cuestionarnos todo aquello que se nos vende como verdades inmutables.

Legalizar la prostitución no es una postura progresista. En algún tiempo también creí que era la mejor opción, pero ahora estoy convencida de que regularla y legalizarla supone la institucionalización de esa forma de esclavitud que es la prostitución. Quienes defienden su regulación están convencidos de que ya que es un mal inevitable, al menos que se ejerza ordenadamente y con ciertas garantías sanitarias para las prostitutas y sus ‘clientes’. Con la pederastia a nadie se le ocurre decir, ‘ya que algo tan horrible va a suceder de todos modos, al menos pongamos orden en el asunto, facilitemos unas instalaciones e higiene adecuadas, unos buenos psicólogos para los niños, unas revisiones médicas periódicas…”  Me escandalizo sólo con escribirlo. Pero recordemos que muchas de las mujeres atrapadas en los prostíbulos son menores de edad.

Aceptarla cuando es voluntaria. Cuestiono mucho la libertad de elección que hayan podido tener las mujeres que ejercen la prostitución. Que no fueran obligadas con una pistola en la sien no quiere decir que fuesen libres. Más bien creo que responde a situaciones de supervivencia, contexto en el que la libertad escasea. En todo caso, se baraja que el 90% de las mujeres que ejercen la prostitución lo hacen obligadas.

El papel de los medios de comunicación. El pasado 4 de julio, Televisión Española emitió en un Telediario un reportaje que era toda una apología de las geishas. Con las geishas se eleva a cultura lo que no es más que prostitución. Quitemos el decorado, el delicado y sublime kimono, la parsimonia al preparar y servir el te y la tradición  milenaria que sostiene todo el montaje y el resultado es prostitución sin ambages.

Afirmar que es un trabajo como otro cualquiera, es pura pose. Jamás he sabido de persona alguna que comente con naturalidad o cierto orgullo que su madre, su mujer, su hija o su hermana son prostitutas. Y mucho menos que las recomienden para aumentar su clientela, como es práctica habitual cuando de verdad hablamos de un trabajo como otro cualquiera. Seguramente, porque en realidad nadie cree que sea un trabajo como otro cualquiera.

En España el proxenetismo, aún con ciertas ambigüedades, está permitido y despenalizado.  En este artículo se explica con detalle. En julio, los inspectores de Hacienda solicitaron la cotización de dicha ‘actividad’. Las mujeres sometidas a explotación sexual importan muy poco, las ingentes cantidades de dinero derivadas de su esclavitud que circulan sin control importan mucho. De momento, el debate se ha apagado tan repentinamente como empezó, pero en mi opinión la cosa pinta mal si tenemos en cuenta la tentación que supone para el gobierno incrementar el PIB a costa de lo que sea y la excusa de que es una normativa comunitaria de obligado cumplimiento.

Según un informe de la ONU de 2010, Europa tiene a 140.000 mujeres esclavizadas en la prostitución, aunque hay asociaciones que hablan de 500.000 mujeres obligadas a prostituirse en España. Inaceptable, en cualquier caso. Señala el informe que la mayoría fueron engañadas, amenazadas, chantajeadas o coaccionadas y provienen sobre todo de los Balcanes, de la antigua Unión Soviética, de Suramérica, Europa  Central, Àfrica y Asia Oriental para terminar prostituidas en Alemania, Holanda o España.  En cuanto a los ‘consumidores’, que bien podríamos llamar violadores, en España, según el mismo informe de 2010, un 39% de hombres reconocía haber pagado por sexo alguna vez en su vida. Una cifra atípica en Europa, por lo elevada, según la ONU. Paradójicamente, la ONU se ha mostrado últimamente partidaria de la legalización. Un grupo de mujeres supervivientes de la trata y asociaciones y ONGs discrepan y así se lo hicieron saber en septiembre de 2013.

¿Once diplomáticos europeos secuestrados y explotados sexualmente durante 455 días? Imposible. Esa tortura está reservada para las mujeres, que están ahí mismo, en cualquier carretera o polígono industrial de nuestra geografía. De verdad, ¿tan difícil es liberarlas?

Historias que aportan palabras

julio 15, 2014 en Miradas invitadas

natalia carrero 2Natalia Carrero (@lalectoracomun) es escritora. En 2008 Caballo de Troya publicó su primera novela, «Soy una caja«, por la que fue nombrada Nuevo Talento FNAC y cuya traducción al inglés ha editado Amazon Crossing. En 2011 publica «Una habitación impropia«, también en Caballo de Troya. En estas líneas, sin quitarse las gafas violeta, nos cuenta cómo ve su forma y otras formas de hacer literatura y de hacer cultura.

Hay una zona desde la que se puede escribir cómodamente, donde las líneas son rectas y la gramática no se retuerce. En ese lugar todas o muchas historias comienzan más o menos así: Oh, nostalgia, qué tiempos, qué maravilla. Abundan los algodones, las plumas de oca y los paisajes que, según el filtro fotográfico, asemejan camas infinitas en las que siempre podremos acostarnos, el placer no tardará. Otras historias, en cambio, presentan un inicio distinto, de intenciones similares: Menudo misterio, menudo viaje reflexivo, intelectual e investigador nos aguarda a lo largo y ancho de estas cuatrocientas páginas, con erotismo incluido; sigamos leyendo, no dejemos pasar la oportunidad de creer que esto es cultura, algo que siempre queda bien.

Las líneas escritas desde la comodidad representan la regularidad del bienestar y la corrección. Reflejan el mundo de la abundancia donde tuve la suerte de haber nacido. Incluso me pusieron pendientes de perlas para el bautizo, y me calificaron de mona. Ahora que lo pienso, éstas fueron las primeras violaciones de mi cuerpo; los pendientes y el agua bendita.

Esas novelas a secas y de género, o conjuntos de relatos largos y pausados, o poemarios evanescentes, tienden al arte máximo, creen darlo todo cuando ahora me parece que no dan casi nada, y quizá esto no sea del todo malo. Cada frase encanta las serpientes, los gusanillos que habitan en nuestro interior. Me pregunto si no será lo mismo que hago yo por aquí.

Esos libros cultivan cierta clase de ironía; mientras que yo aquí aparezco quizá demasiado seria.

En la zona desde la que escribo, esa ironía pierde fineza. Es inevitable.

Es como ir bajando, descendiendo metros desde la cima de alguno de los ocho mil; el aire va perdiendo pureza. La vida se va embruteciendo. La ironía va asemejándose a la realidad, hasta que de pronto ambas coinciden, chirrían e incomodan.

Desde aquí escribo, demasiado apegada al asfalto, donde no hay ironía fina ni palmadas en la espalda, sino un sentido del humor de lo más normal y corriente; tanto que la risa es cada paso que se da, cada palabra que se dice.

Cuando encuentro una alcantarilla abierta me asomo para ver las capas de tierra sobre las que hemos construido tantas ficciones que nos conforman. Tantos edificios de discursos que van de rectos y seguros, convencidos de que nada se tambalea. Todo da risa.

Somos ficciones, aunque no siempre edificantes. Estamos tratando de aprender a distinguir.

Suelo dejar sin terminar esa clase de historias que casi no me aportan. Me despido sin llegar al final de ese montón de páginas editadas sin faltas de ortografía pero con alguna que otra de educación; un producto, un reducto de un mundo que se creyó tan poderoso que hasta nos robó algo muy importante que seguramente llevábamos dentro. Abandono la novela negra sin interés por saber quién es la mano asesina o qué será del pie de la protagonista, y me vengo a la pantalla para llegar a ti, allí donde estés, y escribirte en plan retorcida que viva la literatura de alcantarilla.

¡Guapa! ¡Te lo voy a comer todo!

julio 8, 2014 en Doce Miradas

Suena mal el título ¿verdad? Es un tanto ordinario, ¿a que sí? Hasta tal punto de que algunas de mis compañeras de Doce Miradas me observaron con cara de “no tendrás el valor…” cuando les dije cómo pensaba empezar este post. Pues sí, me he tirado a la piscina. Y eso que, como digo, suena mal, es una ordinariez y una grosería. Pues esa ordinariez, esa grosería, y otras por el estilo, las tenemos que soportar prácticamente todas las mujeres a lo largo de nuestra vida. Y da igual que seas guapa o fea, alta o baja, delgada o gorda, joven o vieja… Da lo mismo. Siempre hay un “machito” dispuesto a sugerir alguna inconveniencia de este tipo. Y si además van en manada, mejor que mejor. La incongruencia sube de tono y hasta pueden corearla si tienen tiempo para “dedicarte”.

Foto seduccióncientifica.com

Foto: seduccióncientifica.com

Es un tema que me preocupa profundamente. Por varias razones que voy a tratar de exponer y si se me da bien, hasta de explicar.

Recuerdo que era verano. Creo que sería el de las vacaciones de octavo de E.G.B. o como mucho de primero de B.U.P. Se me acercó un señor mayor. Muy mayor. Y me dijo algo muy bajito. Incauta de mí que aún no sabía de qué iba aquello, le sonreí y le dije que no le había entendido. Y entonces sí que le entendí. Me espetó una burrada que no voy a repetir ahora. Y de esa forma tan brusca me introdujo en el mundo en el que las mujeres somos la diana de sus ordinarieces. Y lo que es peor, experimenté por primera vez la reacción que luego, y con mucha rabia por mi parte, he repetido a lo largo de mi vida una y otra vez: sonrojarme, decir un imbécil muy bajito, y marcharme lo más rápido que he podido de allí. Sin mirar para atrás, no vaya a ser que encima sonría con satisfacción. Y no sé qué me enfada más: si que el “salido” de turno me diga una cosa de este estilo o mi reacción de no plantarle cara. Porque yo siempre he alucinado con mi forma de actuar ante estas situaciones, similar, muy similar, a la de muchas otras mujeres. Quienes me conocen, saben que lo políticamente correcto no es precisamente mi fuerte, que soy muy clara hablando y que no me gustan las medias tintas. Pues algo pasa en mi mente, que cuando un “señor” me dice algo, hago lo mismo que la primera vez: sonrojarme, susurrar bajito y salir “por patas” de allí. Y sólo le encuentro a esto una explicación: que la programación a la que nos han sometido a las mujeres y a los hombres, es que ese ser “superior” que es el hombre, puede decirte lo que quiera, cuando quiera y donde quiera y que tú, mujer débil, ser inferior de la especie humana, tienes que aguantar este tipo de cosas por la calle y hasta incluso, si me apuras, estar agradecida por ser objeto de deseo. Ante el hombre, su superioridad y su deseo sexual, una tiene que agachar la cabeza y aceptar. Aunque no quiera. Porque esto es así y está institucionalizado desde el hombre de las cavernas (expresión, también socializada y admitida de la que se deduce que en las cavernas sólo había hombres y nunca mujeres, pero eso ya es tema de otro post).

Por otro lado, me preocupa también la actitud de los hombres, que no van de machistas e incluso ondean la bandera feminista o cuando menos la de la defensa de los derechos de la mujer,  cuando les cuentas historias de este estilo de las que, estoy más que segura, ellos han sido testigos y, algunas veces, hasta partícipes, aunque quiero pensar que no, que mis amigos no. La risa, y por lo tanto la incomprensión, están aseguradas. Te llegan a decir que ojalá y les pasara a ellos, que alguien les dijera eso por la calle porque se sentirían hasta afortunados, con lo que casi casi te están diciendo que de qué te quejas y que tendrías que sentirte halagada. Y ves que no se dan cuenta de la agresión que significa para nosotras hasta que les preguntas que qué sentirían ellos si un día por la calle, no ya una señora de buen ver (que es lo que les viene a la cabeza) si no un hombre con cara y voz de deseo, se les hubiera acercado cuando tenían catorce años y les hubiera espetado una grosería de este estilo. Y entonces, la cara les cambia. Porque ya no se trata de que el ser “inferior” y sometido de la especie les diga algo que les provoque, sino que otro ser “superior” a ellos les proponga algo que les repele. Y les haces hincapié en lo de los catorce años. Y las caras se les vuelven a cambiar.

Entonces es cuando ya les puedes explicar que lo que te dicen es como si te hubieran dado una bofetada en pleno rostro. Que es mucho más que una grosería y por supuesto, algo muy alejado de la gracia. Que es un ataque y que, como todo ataque, es violencia. Violencia verbal pero violencia al fin y al cabo. Violencia. Violencia machista. De la que sigue estando socializada y de la que, sin lugar a dudas, emanan otro tipo de violencias, entre ellas, la física. Que cuando hablamos de cambiar las cosas, no sólo nos referimos a las grandes, a las que parecen más importantes, a las políticas sociales. Hablamos también de eliminar esos comportamientos admitidos en la sociedad pero que, no por soportados, dejan de ser insoportables, y que muchas veces son el origen de otras conductas mucho más graves. Y que, además, las mujeres también interiorizamos esas actuaciones como algo normal. Que nos enseñaron que si vas por la calle y alguien te dice “tía buena”, o disecciona cada una de las partes de tu cuerpo como si fueras una rana y hace un comentario sobre alguna o algunas de ellas, tienes que sonreír y sentirte halagada. Y sonríes y te sientes halagada. Porque así te lo dijeron. Aunque no te haga ni gracia. Aunque sabes que, por respeto a otro ser humano, tú no lo harías nunca. Pero cuando ya pasa a mayores, te sientes ofendida pero también culpable y te miras a ver si te has puesto la falda más corta de lo habitual, los tacones más altos o el escote adecuado.

Foto: entretenimiento.terra.com

Foto: entretenimiento.terra.com

Violencia. Culpa. Actitud interiorizada, socializada y admitida, disculpada muchas veces como un “micro-machismo” como si las proposiciones sexuales estuvieran al mismo nivel que cuando te sirven a ti el café y a él la cerveza.

Me preocupa también esa normalización de esta actitud por parte de las mujeres y creo que ése puede ser el origen de los resultados de la encuesta europea sobre la percepción de las mujeres hacia la violencia machista, en los que se desvela que las mujeres del norte creen que hay más machismo en su país que el que perciben las féminas de los estados del sur pero que las del sur denunciamos más que las del norte. Porque en el norte, un piropo, una mirada mal echada, una grosería, es considerada como una actitud machista mientras que en el sur, un piropo es agradecido, una mirada mal echada es soportada y una grosería es gruñida por lo bajinis. Y denunciamos más aquí porque las cosas llegan más veces, más lejos que allí motivado, quizás, porque la ciudadanía entiende como normales situaciones que no lo son.

Y que nadie piense que me voy a los extremos. A mí no me molesta que mis conocidos y conocidas me digan qué guapa estás esta mañana. Me lo tomo con tanta normalidad como cuando me dicen que qué mala cara tengo y que si he dormido bien. Pero sí me indigna que alguien a quien no conozco de nada se atreva, en voz alta, a opinar sobre mí, sobre mi aspecto físico, mi anatomía, mi forma de andar o las curvas o no curvas de mi cuerpo. Tanto para bien como para mal.  Porque siempre, cuando me he alejado unos pasos del hombre en cuestión siempre se me ocurren dos preguntas que nunca me he atrevido a plantárselas en la cara: ¿quién te has creído que eres tú? Pero sobre todo ¿q-u-i-é-n t-e h-a-s c-r-e-í-d-o q-u-e s-o-y y-o?

El fútbol, la puerta y el caballo de Troya

julio 1, 2014 en Miradas invitadas

silvia muriel zuribeltzaSoy Silvia Muriel Gómez, @ncuentra, amatxu y del Athletic. Ejerzo de psicóloga para crear contextos laborales y sociales donde las personas puedan ser protagonistas, participar y liderar. Soy también consultora homologada por Emakunde (Instituto Vasco de la Mujer) para la asistencia técnica en materia de igualdad. Pertenezco a la Junta Directiva del Athletic Club de Bilbao.

La puerta de entrada al fútbol la ha venido abriendo, por lo general, un hombre. Para que pasase a ese mundo, por lo general, otro hombre. Así ha sido casi siempre. Y la mayoría de las veces dentro del ámbito de la familia, como se ve en esta vivencia entre un padre y un hijo, que me parece preciosa. O, como afirma el escritor Juan Villoro: “Un estadio es un buen sitio para tener un padre. El resto del mundo es un buen sitio para tener un hijo”. O, como se puede ver en estos vídeos, relatos, anuncios o documentales que se hacen pensando en la fibra emocional: “Athletic Club, bizi, sentitu” de Karlos Trijueque; “Un siglo y 90 minutos” de Unai Larrea; el anuncio que preguntaba “Papá, ¿por qué somos del Atleti?”; “Una cuestión de fe” de Enric Gonzalez; o “Mi abuela y diez más” de Ander Izagirre.

 Todo muy familiar, muy de emociones. Y muy masculino, casi siempre. Y, a veces, con tintes machistas, como tan desafortunadamente se atrevió a explicar el escritor y periodista Hernán Casciari: lee el post “Las mujeres y el fútbol” de Loretahur.

 Esta emocionalidad que se vive en compañía, esta camaradería que se genera en torno al fútbol como excusa, la valoro sobremanera. Y quizás por eso, por todo lo que me engancha ese sentimiento tan fuerte de algo compartido, me acerqué a esa puerta del fútbol, que me ha sido empujada, abierta, en mi caso también, generalmente por hombres. Varios. Y una única mujer.

 No me resisto a universalizar una sensación tan placentera como la que vivo con el fútbol. Por eso me comprometí conmigo misma hace mucho tiempo a ser una de esas aplicadas conserjes que te abre y te sujeta la puerta con amabilidad, para facilitarte el paso. Para que te asomes y que te puedas quedar, si lo de dentro te gusta. Y quisiera compartir ese compromiso mío con otras mujeres y con otros hombres. A nosotras nos dicen minoría en esto del fútbol, pero ya no sé si eso no se ha quedado en una mera leyenda urbana. Así que, siendo minoría o siendo más de las contabilizadas, no estaría de sobra tomar conciencia de qué puertas queremos dejar abiertas para otras mujeres que vengan detrás.

Varios hombres, como digo, me fueron abriendo la puerta del fútbol, la puerta de mi Club. Y una única mujer puso el pie para que no la cerrara alguna corriente de aire.

El primero, mi abuelo, con el que convivía  junto a mi padre y mi madre. Estaba casi ciego, por un glaucoma que se le fue llevando los colores y las formas. Con él pasé mi infancia y adolescencia, viendo los partidos que retransmitían por la televisión en euskera, una lengua que yo no dominaba y que él desconocía. Los sábados, pues, nos sentábamos ante la tele y yo le iba narrando lo que veía. Poníamos también la radio y entre una cosa y otra completábamos la narración y el debate.

 En sus últimos años apenas distinguía el balón. Solo era una manchita blanca que le daba pistas de por dónde iba el asunto. A veces se atrevía a decir “fuera de banda”, como si lo viera, aunque siempre sospeché que lo hacía para mantenerme la ilusión de que su vista no era tan mala.

En este tiempo empecé a ir a San Mamés; muy jovencita, con apenas trece años. Sola casi siempre, procurando engañar a algún compañero de la escuela para que se viniera conmigo. Mis amigas no querían. Pero a ellos les interesaba más arrimar cebolleta en los bailes de La Casilla, que por aquel entonces eran lo más de lo más de las fiestas sin alcohol. En el primer partido al que fui, sola, contra el Logroñés, a la salida de uno de los fondos, alguien me tocó el culo. Miré atrás: muchos hombres; no supe quién fue. Me volví a casa convencida de que, si lo contaba, no me dejarían volver a San Mamés. Por lo menos sola. Ya entonces consideré que aquel era un espacio propio, conquistado por mí, del que quería seguir formando parte, y que, de abandonarlo, sería ya para siempre. Así que nunca lo conté; ahora lo hago por primera vez.

Nunca fui una grupie ni una friki localmente enamorada. Pero como era adolescente, parecía que solo podía interesarme el fútbol por algún jugador me llevara el corazón y los demonios. Aún hoy, hace poco, he tenido que oír de una persona muy cercana al mundo del fútbol que a todas las mujeres nos lleva a este deporte el enamoramiento que sentimos de jóvenes por algún jugador, únicamente por su aspecto físico. Machismo de libro. Me dio pena oírle, porque además es bien joven, pero ¡qué le vamos a hacer!

Así que ese fue mi origen en esto que llamo “el Athletic y yo”. Mi abuelo me abrió la puerta del fútbol y la ventana de la tele y la radio. Los sábados por la tarde-noche eran nuestros, privados. Solos, los dos en casa. Y en el descanso del partido le hacía la cena. Le tapaba las piernas con una manta de cuadros en el sofá, si era invierno. Y con este calor mi abuelo se hizo del Athletic a mi ritmo, conmigo. Por mí. Y me enteré de su muerte en el tren, de regreso a casa, volviendo de un Athletic-Real Madrid.

Llega el segundo hombre, el que sujetó el portón del fútbol para mí durante más de veinte años ya, motivándome sin saberlo para seguir dentro jornada a jornada: mi compañero de asiento. Elías. Me recibió el primer día, me acogió y se convirtió en mi padre postizo por arte de magia. Ha habido gente que ha pensado, en mi tribuna, que era mi padre. ¿Cómo una chavalita iba a ir al fútbol sin su padre o su abuelo? Y de nuevo estaremos juntos en el nuevo San Mamés. Seguirá ejerciendo de padre y yo de hija cuando pueda volver a sentarme junto a él.

Y llega el tercer hombre. Muchos años después de aquella adolescencia de la que inconscientemente él también formó parte, me brindó la mejor de las oportunidades, porque la  mejor oportunidad es que alguien te permita observar una puerta que no crees que ni esté ahí, de tan inalcanzable que te parece, y que además te ofrezca traspasarla y recorrer con él un camino con principio y fin en el Athletic, mi ideal de lo que es el fútbol y lo único que ha ido perviviendo en mí a lo largo de todas las fases de mi vida. Estar a este lado de la puerta, disfrutar del fútbol desde un ángulo privilegiado y asumir su representación. Sin él, sin este hombre 6, no me imagino ninguna otra vía para llegar aquí.

Tres hombres que en mi vida han marcado, están marcando y seguirán marcando mi presencia en el mundo del fútbol. Mi presencia y la de la mujercita que viene detrás de mí. Hoy tengo una hija y la puerta a este universo ya la tiene abierta. Se la he abierto yo, el mismo día que nació. Y su abuelo, mi padre, también ejerce de cicerone, pues se ha hecho a rabiar del Athletic por su nieta. Como veis, se repite la historia de mi infancia, ahora con ella.

Entre tanta masculinidad hay una mujer importantísima: mi madre. En aquella mi típica adolescencia intensa, ella me nutría de recortes de periódicos y noticias y fotos y suplementos, para que no me perdiera nada de mi pasión. Estaba lista siempre, con el mando a distancia en la mano, para grabarme las noticias deportivas cuando yo no comía en casa. Y esos sábados por la mañana, en los que toda la familia dejaba la casa empantanada y sin recoger para llevarme ver los entrenamientos…

Las madres son las que deciden las cosas en casa. Fue ella la que decidió que yo podía ir sola a San Mamés. La que seguramente decidió que podían hacerme socia del Athletic en una casa en la que no lo era nadie antes. Ella me acompañó a Ibaigane para hacerme socia allá por los primeros 90 y, en unos tablones que recuerdo gigantes, elegimos un sitio que entonces solo era un cuadradito dibujado en un papel enorme con un sinfín de cuadraditos iguales.

Ella eligió el mejor sitio. El que he conservado hasta que una grúa me ha tirado mi campo.

Volvamos a la puerta. A esa puerta que no es una puerta, porque es un portón. Elegante, alto y ancho, pesado, de maderas nobles y herrajes viejunos. Ese portón al fútbol lo han abierto los hombres para que pasaran otros hombres y a veces algunas mujeres. ¿Y qué papel tenemos quienes hemos pasado bajo el quicio y disfrutamos con lo que vivimos? Como en Troya, desde dentro, hay que poner el tope en esa puerta para que entre, sin sesgos, quien quiera amar el fútbol como lo hacemos en este lado nosotras y nosotros. Para que lo cuide, lo respete y lo defienda.

Y acabo con un sueño: que esos vídeos e historias que protagonizan padres y abuelos, los protagonicemos madres, hermanas, tías, abuelas… En los vídeos, documentales y anuncios y también en la vida real. No se puede construir el fútbol del futuro sin vosotros y sin nosotras, en todos los ámbitos: en el campo, en la grada y en los puestos de representación. La mera presencia es imprescindible para ir ganando otras cotas todavía pendientes de alcanzar.

He aquí, pues, todo mi reconocimiento y enorme agradecimiento a estos hombres de mi vida. Sin ellos, la batalla habría estado perdida, a pesar de mi madre.