44 hombres y 2 mujeres. ¿Otra vez?

septiembre 24, 2013 en Doce Miradas

Hoy tenemos un test con doce preguntas para ti. Por favor, responde “sí” o “no».

  1. ¿Conoces a alguna profesional que sea física, matemática, química, periodista, humorista, ingeniera, investigadora, abogada?
  2. ¿Dirías que las mujeres son menos capaces que los hombres o peores comunicadoras en público?
  3. ¿Crees que los eventos deben ser respetuosos en cuanto a la diversidad, incluida la de género, entre sus ponentes?
  4. ¿Dirías que un evento multidisciplinar como Naukas 13, con 44 hombres y 2 mujeres, es un justo reflejo de la realidad laboral?
  5. ¿Piensas que un evento que concede repetidamente cerca del 95% de su espacio a ponentes masculinos tiene amplio camino para la mejora?
  6. ¿Crees que, en general, las personas aspiramos a convertirnos en aquello que vemos y conocemos?
  7. ¿Dirías que mostrar referentes femeninos en todos los campos es importante para avanzar en materia de igualdad?
  8. ¿Crees que es papel de las instituciones públicas favorecer políticas y programas que fomenten la igualdad entre las personas?
  9. ¿Coincides en que, por coherencia, las instituciones no deberían entonces subvencionar eventos que silencian a las mujeres?
  10. ¿Opinas que Naukas 13 tendría que haber contado en su programa con una presencia femenina más próxima a la realidad del ámbito profesional?
  11. ¿Piensas que las injusticias se corrigen solas?
  12. Y para terminar, ¿crees que podrías ayudarnos a asegurar que el cambio llegue a futuras ediciones de éste y otros eventos?

¿Tus respuestas suman unos 9 síes y 3 noes? Entonces compartimos perspectiva.

¿Nos ayudas a que otras personas se hagan estas mismas preguntas? Por favor, opina, difunde, comenta, comparte… (#SoploVa  #Naukas13). Y muchas gracias por soplar.

 

Desprogramando el identikit en espacios de papel

septiembre 17, 2013 en Doce Miradas

Los mejores relatos son los que cuentan historias de verdad y, como historia real, la de la mujer no deja de asombrarnos, día sí y día también. En una ocasión escuché a Eduardo Galeano hablar sobre el “identikit” y me rechifló el palabro que podría definir, en este caso, la forma en la que mujeres y hombres nos relacionamos, los imaginarios sociales, los códigos de programación y los ámbitos para los que parece que estemos desprogramadas, unas y otros.

Hablemos pues de esas relaciones de poder entre mujeres y hombres en las que lo masculino se define por la dominación, y se vende con la musculatura, y lo femenino se define por la subordinación y se vende con la cirugía.

En este blog –aplaudo a mis compañeras- ya hemos tratado el ámbito de lo privado y de lo público como lógicas opuestas; lo público, arrebatado a la mujer, se configura como la esfera de la valía social, de la intelectualidad, de lo racionalidad y la autonomía; lo privado, se construye como el lugar para el cuidado de niños, mayores y enfermos, el reino de lo irrelevante y el símbolo del NO reconocimiento. En este marco, se dibuja una mujer incapaz de controlar sus emociones y, por tanto, carente de los atributos necesarios para lograr la racionalidad, la imparcialidad y la autonomía necesaria para la participación en la esfera pública.

Es de entender que mujeres que han llegado a ocupar puestos de máxima responsabilidad –imposible que no afloren apellidos como Thatcher o Merkel- se afanen en mostrar su perfil más masculino ligado a la rigidez, la frialdad y, si me lo permiten, la mala leche. Sin embargo, fíjense en dirigentes masculinos –cualquiera de ellos- esforzándose por demostrar su lado más tierno, siempre protectores y atentos con sus mujeres e hijas. Curioso asunto.

post doce miradas

El identikit se consolida en la necesidad de mantener un orden dentro del sistema productivo. Para mantener la cadena productiva, con mano de obra masculina, fue necesaria una cobertura gratuita del trabajo doméstico y del cuidado familiar procurado por la mujer. Una mujer que se ocupaba de gobernar a su marido, su casa y su familia, mientras que el hombre se convertía en el proveedor de recursos económicos. Cada uno a lo suyo, al código no había que tocarle ni un punto ni una coma.

Esa misma necesidad productiva -segunda derivada- empuja a la mujer fuera del hogar cuando el mercado demanda un incremento de mano de obra para acelerar el circuito. La mujer se incorpora al mercado laboral ocupando los peores puestos y con salarios inferiores a los de sus compañeros. Esta situación se mantiene a día de hoy y se evidencia en el estudio “Determinantes de la brecha salarial de género” publicado por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e igualdad. Este estudio revela que:

  • Las mujeres cobran menos que los hombres en cualquier circunstancia o característica personal, laboral, geográfica o empresarial.
  • La brecha salarial es mayor si se mide por rendimiento (41,3%) que por ganancia media por hora (19,3%).

Continuando en la misma lógica de mercado y la consolidación del identikit, la tercera derivada cae por su propio peso: en situación de crisis económica aguda, como es la actual, ese mismo modelo se ensaña especialmente con la mujer que regresa de nuevo a las labores domésticas. En esas estamos.

Me tranquiliza mucho la certeza de que el inconformismo de muchas personas –mujeres y hombres- hace que una sociedad avance. Y queda mucho por hacer porque estamos ante un desesperante slow-movement. ¿Han cambiado las cosas? La respuesta es SI, aunque con muchos matices. La mujer ocupa ciertos espacios tradicionalmente relacionados con roles masculinos y el hombre cada vez está más presente en los espacios femeninos. ¿Espacios de papel?

Admitiendo que la publicidad es un buen termómetro para medir la evolución de una sociedad, resulta desolador fijarse en los comerciales que presentan a hombres en espacios considerados femeninos -en la cocina, ocupándose de la limpieza del hogar o bañando a sus hijos-. El hombre, que se muestra inteligente, hábil y decidido en su rol público, aparece ridiculizado cuando se relaciona con el trabajo doméstico. Ella se desenvuelve estupendamente, actúa, dirige y gobierna porque es su espacio y está programada para hacerlo. Él acepta las regañinas de su compañera.

Así nos han educado, así nos han programado y modificar ese código es una tarea bien complicada. Las personas que hacemos la reflexión ideológica y nos esforzamos en construir un nuevo relato de la realidad cotidiana, vivimos en una gran contradicción: hackeamos el código para transformar conductas o, por lo menos, para cuestionarlas; pero el código es tozudo y se empeña por volver a la rutina inicial. Y es que, las actuaciones que van en contra de las convenciones sociales no son fáciles de asumir.

Debatir, llegar a acuerdos o plantear alternativas son tareas constructivas y esperanzadoras. Lo decepcionante es ver silenciado el debate en base a sentencias como “esto es algo natural en las mujeres”, “es que los chicos son egoístas por naturaleza”, “es lo normal, las cosas son así y siempre han sido así”. Esta interpretación colectiva es la que nos lleva a NO hacernos preguntas, porque la pregunta conlleva salir de nuestra zona de confort.

Así de fácil se perpetúa el imaginario social que sustenta sociedades desiguales e injustas. Basta con no hacerse preguntas.

Como cierre a este post, no puedo menos que compartir un vídeo –breve y revelador- que recoge un experimento psicológico sobre el modo en que tratamos a los bebés en función de su sexo. Una mirada hacia la construcción del identikit en espacios de papel, rosa o azul.

Mujeres e ingeniería: ¿somos lo que jugamos?

septiembre 10, 2013 en Doce Miradas

Tal y como reza mi biografía de Doce Miradas, un día decidí que quería ser ingeniera informática, lo que me hizo pasar a formar parte de inmediato de un grupo poco poblado: el de las mujeres que trabajan con tecnología. Si en las aulas éramos ya minoría, cuando terminamos la carrera y tocó dilucidar nuestro futuro, esa minoría se decantó por la consultoría, dejando otros campos como la programación o la administración de sistemas, casi desiertos. Como siempre me han gustado los retos, yo me incliné por esto último. Para las personas que no sepáis en qué consiste, diré superficialmente que hay que lidiar con servidores, cables de red y conjuros en líneas de comandos sobre pantallas negras. Por supuesto, en mi primer trabajo, era la única (y primera) mujer en ese puesto. De hecho, así lo corroboré un día que había que revisar las tomas de un armario de red, tarea que ya había hecho en numerosas ocasiones. Pero en ésta, la ubicación del armario de red fue lo que me dejó perpleja: alguien lo había colocado dentro del cuarto de baño de caballeros de la empresa, pensando que jamás le iba a tocar la tarea a una mujer. Con un compañero de avanzadilla comprobando que estaba vacío, pude finalmente hacer mi labor. Ahora bien, no os explicaré la cara de mi familia al contar qué había hecho ese día. Creo que “He pasado la mañana con mi compañero en el baño de los chicos” no era la respuesta que esperaban.

Y esta extraña relación entre mujer y tecnología, ¿a qué se debe? Como siempre, podemos encontrar dos teorías: una genética y otra social. Y como yo no considero que mis genes sean nada del otro mundo, entenderéis rápido por cuál me decanto. Porque si os preguntara ahora qué imagen os habéis formado en la cabeza al describir mi trabajo de administradora de sistemas, apostaría a que no era la de una mujer. De eso va todo: de imaginarios. Imaginarios que mamamos desde una edad muy temprana. Revisando las estadísticas de colegios, a las chicas se nos dan bien las matemáticas. ¿Por qué entonces luego no damos el paso hacia la ingeniería, donde la base son precisamente las matemáticas?

Imagen de She++

Imagen de She++

Quizás debamos retroceder más y echar un vistazo a los juguetes con los que se entretienen nuestros pequeños para ir identificando qué condicionamientos culturales reciben. Y ojo, que el sesgo, consciente o inconsciente, lo tenemos tanto hombres como mujeres. Cuando llega la campaña navideña, a muchas personas se les ponen los pelos como escarpias por el bombardeo de anuncios de juguetes. A otras se nos ponen, de manera adicional, por el tratamiento sexista de los mismos, que consolidan roles tradicionales de género. Es raro encontrar uno en el que niños salgan con Barbies y niñas montando circuitos eléctricos. El Observatorio Andaluz de la Publicidad No Sexista elabora desde hace seis años un informe analizando la campaña. El de 2012 arrojaba los siguientes datos:

  • El 66,84% de la publicidad sobre juegos y juguetes estudiados contiene tratamiento sexista. Aumenta en 3 puntos porcentuales respecto a los dos años anteriores.
  • Respecto a los rasgos sexistas detectados en la publicidad estudiada, el 87,79% de los anuncios promueven modelos que consolidan pautas tradicionalmente fijadas para cada uno de los géneros. En cambio, aumentan hasta el 12,21% los anuncios que potencian estándares de belleza considerados como sinónimo de éxito. Un año más, el 100% de esta publicidad se dirige a las chicas.

Eso me recuerda una anécdota que nos contaba Pilar en una de nuestras reuniones de Doce Miradas. Sus hijas querían apuntarse al CampTecnológico, un proyecto educativo que persigue despertar el interés de los más jóvenes por la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Pero tras navegar por su página web y ver todo imágenes de niños, le dijeron que ya no querían, que eso «era cosa de chicos».

A Debbie Sterling, una ingeniera formada en Stanford, le pasó esto mismo durante su infancia. La ingeniería le intimidaba y pensaba que era para chicos. Luego descubrió que solo el 11% de los ingenieros del mundo son mujeres y que las niñas pierden el interés por la tecnología a los 8 años. Así que se puso manos a la obra para crear una línea de juguetes que despertara la pasión por la ingeniería en las niñas, lanzando el proyecto por Kickstarter para recaudar fondos y poner su negocio en marcha. Estos juguetes incorporan un personaje con un rol femenino para que las niñas se puedan identificar y tener un espejo en el que mirarse un tanto diferente del espejo que nos muestra la publicidad.

Pero no toda la culpa la tiene esa publicidad. Por supuesto, nosotros somos también muy responsables de perpetuar esos imaginarios. Porque salirse de lo socialmente establecido es complicado, y no nos gusta verles sufrir al ser “diferentes”. Y si intentamos hacerlo, nos encontramos con que durante esas edades, la influencia que ejercen sus pares es muy importante. La presión de un parque o un patio de colegio es difícil de neutralizar.

Las grandes empresas tecnológicas también están preocupadas con el bajo número de ingenieras que hay, así que van lanzando sus propias iniciativas. Es el caso de BlackBerry, que mediante BlackBerry Scholars Program, quiere inspirar a mujeres de todo el mundo para entrar en el campo de las ciencias, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas, mediante becas universitarias. O también Twitter, que se ha puesto a trabajar con el proyecto Girls who code, que busca acercar a las mujeres las competencias para hacer programas informáticos. En IBM tienen montados unos grupos de apoyo al desarrollo de las mujeres en el ámbito de la tecnología y son las propias trabajadoras de IBM las que dan charlas en institutos contando su experiencia. ¿Pero no es ya tarde manejando el dato que dábamos anteriormente de que las niñas pierden el interés por la tecnología a los 8 años?

Os dejo, por último, con un documental hecho por un grupo de trabajo de Stanford altamente recomendable, she++:

Pero antes de despedirme, seguro que os preguntáis a qué jugaba yo durante mi infancia. Mi juguete favorito fue un Meccano (por supuesto, no era mio sino de mis primos). De ahí salté a destripar todo artilugio que dejaban mis padres a mi alcance con el consiguiente desfase de piezas al final de la reconstrucción. Sin embargo, si algo eché en falta fue un espejo en el que mirarme. Ser la excepción que confirma la regla no siempre es cómodo. Así que os dejo con la pregunta ¿somos lo que jugamos? Y en caso afirmativo, ¿tienen nuestras niñas imaginarios que les inviten a caminar hacia el mundo de la ingeniería?

Soy un fraude

septiembre 3, 2013 en Doce Miradas

Imagen de Julia Serrano

Imagen de Julia Serrano

Un auténtico fraude. Llevo más de 15 días intentando escribir este post. Le doy vueltas al título, al enfoque, tomo notas de frases de películas, releo lo que han escrito mis compañeras. No hay manera. El folio sigue intacto.

Pruebo con el papel. Me compro libreta nueva. Un buen bolígrafo de los que no se paran, me siento en silencio y nada.

Mil pensamientos paralizan mi mano. No arranco. Decido tomar nota de todos estos pensamientos paralizantes para poder observarlos:

  1. Lo voy a hacer mal.
  2. Comparado con lo que han escrito las demás el mío va a ser una mierda.
  3. No tengo autoridad para hablar de este tema.
  4. Soy un fraude.
  5. No sé nada sobre machismo.
  6. No sé teoría feminista.
  7. No tengo referencias cinematográficas.
  8. No puedo poner mil citas.
  9. Mi estilo es muy simplón.
  10. No puedo.
  11. No tengo nada que contar.
  12. Soy peor que las demás.

Se repiten en mi cabeza sin solución de continuidad, estoy paralizada, quieta, en silencio. Invisible.

Si esta lista me la diera una amiga parecida a mí podría rebatirla punto por punto y demostrarle que no es cierto pero, como es mi lista, me creo a pies juntillas todas y cada una de las palabras que he escrito.

Respiro, la miro y se me abren los ojos de par en par: he encontrado mi propio techo de cristal.

¿Cuántas veces me he quedado sin hacer algo pensando que no soy suficiente? ¿Es esto algo común entre nosotras? ¿Le pasa a más mujeres?

¿Cuántas de nosotras tenemos una voz interna replicando que estamos fuera de lugar, que este no es el camino, que “calladita más bonita”?

Me pregunto cuántas veces me he quedado callada cuando he querido hablar, cuántas he cedido la palabra, cuántas veces me he dejado representar por otro. Las niñas educadas se están quietecitas y calladitas. Son los hombres los que hablan, deciden, los que saben.

Hago memoria, en casi todas las reuniones son los hombres los primeros en dar un paso al frente a la hora de presentarse a liderar un grupo. Delegados de clase, militantes de partidos, jefes de grupo… ¿Cuántas veces he oído “no quiero dar la nota”? ¿Cuántas veces preferimos que sea otro el que dé la cara? ¿Cuántas veces hemos pedido disculpas por brillar demasiado? Muchas.

En un grupo mixto nosotras replegamos nuestras armas, dejamos brillar al compañero. Creemos que no somos importantes, que lo que hacemos lo hace cualquiera, llevamos siglos haciendo el trabajo invisible y ahora nos cuesta dar la cara.

La mismísima María Moliner, que tejió su diccionario mientras zurcía calcetines en su casa, cuando fue propuesta en 1972 para ocupar el sillón vacante de La Real Academia de la Lengua que finalmente obtuvo Emilio Alarcos Llorach dijo: «Sí, mi biografía es muy escueta en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario. Es decir, yo no tengo ninguna obra que se pueda añadir a esa para hacer una larga lista que contribuya a acreditar mi entrada en la Academia (…) Mi obra es limpiamente el diccionario». Y añadía: «Desde luego es una cosa indicada que un filósofo -por Emilio Alarcos- entre en la Academia y yo ya me echo fuera, pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría, ‘Pero y ese hombre, ¿cómo no está en la Academia?'».

Conozco a muchas mujeres maravillosas que hacen trabajos asombrosos y que permanecen en la oscuridad del anonimato. Creo firmemente que aunque arrastramos siglos de Historia, es el momento de romper cadenas y dar la cara. De afrontar nuestros miedos, escribir listas de “peros” inventados y lanzarnos al ruedo.

Creo que es el momento de darnos permiso para exponernos y meter la pata, y decir lo que pensamos y gritar bien fuerte que sabemos y que podemos.

Creo que es la hora de no pedir permiso, de no esperar nuestro turno, de ser bocachanclas descaradas. De ser unas frescas que se cuelan, cogen el micro y dicen de una vez lo que piensan.