¿Y si pasamos a la acción?
07/01/2014 en Miradas invitadas
Maru Sarasola, @MaruSarasola es consultora independiente en igualdad de oportunidades de mujeres y hombres y en coaching y desarrollo de liderazgo. En sus más de 20 años de trayectoria profesional ha participado en la elaboración de estrategias de género para Emakunde, Diputación de Bizkaia o el Colegio Vasco de Economistas, entre otras. Además, dirige programas formativos y procesos de coaching personal, ejecutivo y de equipos en distintas organizaciones.
Tengo la sensación de que, a día de hoy y a nivel social, se comparte un acuerdo “blando” sobre la necesidad de eliminar las discriminaciones y garantizar la igualdad de trato y oportunidades de mujeres y hombres y un interés difuso en que esto acontezca. Interés difuso porque en muchas ocasiones la corrección política marca la opinión, aunque por debajo existan prejuicios y creencias que van en contra de lo que se expresa, y porque también indica que ni siquiera se aceptará la posibilidad de la reflexión al respecto. Difuso porque la discriminación siempre está en otra parte y a nadie nos gusta reconocer que tenemos prejuicios y creencias que generan opiniones, actitudes o comportamientos que son nocivos para otras personas o colectivos. Así que, siendo víctimas de nuestro propio buenismo acabamos, en muchos casos, siendo parte activa en la discriminación de otros seres humanos.
Es un acuerdo blando porque parece que no implica ni pide acciones para cambiar una situación que se valora como no deseable; acciones colectivas, pero también personales, individuales, a las que cada ser humano tenemos acceso y con las que podemos contribuir al logro de un bien social deseable. Simplemente se coloca la responsabilidad en otras instancias. Las más habituales son: – la educación (pobres profesionales de la educación que les caen todas); – la cultura o la sociedad (más sencillo, porque estas dos últimas parecen ser entes autónomos con los que poco tenemos que ver, olvidándonos de que la cultura la recreamos y mantenemos todos los días y la sociedad está formada por todos y todas). En este estado de cosas, parece que la igualdad de género es un acontecimiento que ocurrirá (o no) independientemente de cómo actuemos en nuestros entornos cotidianos. Sobrevendrá sin cambios sustanciales que alteren nuestras formas de vida.
Así que hacemos diagnósticos finos y acertados, identificamos discriminaciones y desigualdades, hablamos sobre la necesidad de eliminarlas, incluso sabemos el cómo… y, a continuación, señalamos la gran dificultad de identificar y cambiar estereotipos, creencias, roles, actitudes y hábitos profundamente arraigados en nuestra cultura. Pareciera como si constatar este estado de cosas fuera suficiente y así nos vamos instalando en la queja, que también suele tener la función de mantener el statu quo.
¿Se puede hacer algo más? Me parece que sí y creo que nos compete tanto a mujeres como a hombres porque la igualdad y las relaciones de género no son sólo asunto de mujeres. Ambas partes tenemos que cambiar, soltar algunas cosas y adentrarnos en nuevos territorios. En este caso, no quiero hablar de las políticas institucionales, de las responsabilidades del Estado para garantizar una sociedad igualitaria y sostenible, de los medios de comunicación o de la férrea impermeabilidad de determinados sectores de la economía y de la política a la entrada de las mujeres. Me interesa más hablar de nosotras y nosotros, de la ciudadanía de a pie, de cómo podemos contribuir al logro de la igualdad desde nuestros entornos más próximos, de lo que podemos hacer, porque siempre tenemos un margen para la acción.
¿Cómo sería relacionarse entre seres humanos adultos de igual valor? (y recalco de igual valor porque ni las mujeres entre nosotras somos iguales ni tampoco los hombres entre ellos. La experiencia de ser mujer u hombre, de moverse en el continuum de los géneros o de transgredirlos, es mucho más rica y diversa, sin olvidar que como humanos hay muchas más cosas que nos unen a mujeres y hombres que las que nos separan). Romper la división de roles que dicotomiza las potencialidades humanas y preguntarnos qué necesitamos desarrollar para ser seres humanos completos, cómo apoyamos en las empresas y organizaciones en las que trabajamos la co-creación de una cultura igualitaria, y para incluir en la organización del trabajo y en la gestión de las organizaciones todo lo que quedó excluido en el modelo de industrialización anterior, a partir de la centralidad del trabajo productivo para los hombres, a costa del trabajo reproductivo gratuito de las mujeres.
Se me ocurre que en este camino para construir relaciones más igualitarias, los hombres tendrán que asumir la desigualdad como asunto propio, renunciar a sus privilegios, hacerse cargo de la parte que les toca en la esfera doméstica y romper el corporativismo masculino, que muchas veces cierra el acceso a las mujeres a diferentes espacios públicos y profesionales, especialmente a la toma de decisiones, y les impide (a los hombres) expresar opiniones, peticiones y acuerdos que rompe la tradicional identidad de su grupo de pares. Puede ser enormemente interesante llegar a ver en las organizaciones cómo cada vez más hombres reclaman la eliminación de la discriminación salarial o una valoración equitativa de los puestos de trabajo, se posicionan contra el acoso sexista o reclaman una organización del trabajo que permita compatibilizar los distintos ámbitos de nuestra vida, entre otras cosas.
A las mujeres nos toca soltar algunos ámbitos que consideramos como propios, especialmente en los cuidados e intendencia doméstica, asumir en mayor medida nuestro propio poder personal, la capacidad de diseñar y liderar nuestra vida, de ponernos los estereotipos por montera, de poner límites, de pedir o reclamar lo que creemos que nos corresponde y defender nuestro territorio como personas. Y no olvidarnos de que también nosotras nos hemos socializado en la misma cultura patriarcal y que el hecho de ser mujeres no nos salva de su impacto en la construcción de nuestra identidad. Así, también viene bien estar atentas a nuestras propias creencias y misoginias, que muchas veces utilizamos para controlar las salidas del tiesto de nuestras compañeras, hijas o madres. En numerosas ocasiones he oído aquello de que “las mujeres somos nuestras peores enemigas” dicho por mujeres como justificación. Caray, ¡!pues no seamos!!.
Efectivamente, nadie dijo que el cambio iba a ser fácil. Identificar y cambiar hábitos de pensamiento, actitudes, creencias o comportamientos profundamente arraigados, abrirse al aprendizaje de nuevas competencias y aceptar nuevos retos no es sencillo, pero sí posible. De hecho, lo venimos haciendo en mayor o menor medida en éste y otros ámbitos de nuestra vida. Requiere un estar consciente y también ser capaces de gestionar el miedo al cambio porque hasta el más pequeño, aunque sea para bien, nos saca del territorio conocido y nos asusta. Pero la constatación de la dificultad no nos puede servir de justificación para mantenernos en el mismo lugar.
Si se trata de cambiar las relaciones de género e implicarnos hombres y mujeres, y no parece que hay otra forma, quizá el primer paso sea romper la dinámica de víctimas y culpables desde la que a veces nos relacionamos cuando aflora este tema. Las mujeres como víctimas de siglos de discriminación y los hombres culpables corporativos de lo que pasó en generaciones anteriores. Tendremos que decidir que nadie es responsable del pasado no vivido, pero sí de nuestro aquí y ahora, de lo que hagamos o dejemos de hacer en nuestro presente, y que las mujeres tenemos muchas razones para quejarnos y también capacidad para establecer pactos y alianzas entre nosotras y reclamar lo que nos corresponde. Me da la sensación de que ya en el siglo XXI no es tiempo de la tan traída y llevada guerra de sexos, sino de llegar a acuerdos de partida sobre el futuro que deseamos, de vernos como seres humanos, de la escucha, del diálogo generativo de otras realidades, y de solución de conflictos de manera constructiva, que nos permita desarrollarnos como seres humanos.
Esta reflexión me trae a la mente una frase, creo que de Gandhi: “sé el cambio que quieres ver en el mundo”. Y ésta sí es nuestra responsabilidad, de hombres y de mujeres aquí y ahora. Pasar de los deseos y las buenas palabras a la acción para cambiar individualmente y hacer del cambio colectivo una realidad.
Como me ha escrito hoy una amiga, en tiempos de gran complejidad se abren espacios para la transformación y el cambio personal y colectivo. Aprovechemos 2014 para explorarlos porque cada persona somos agentes de cambio. ¡!!Urte berri on ¡!!!!!
Posdata: no me puedo resistir a mencionar que el pasado 21 de Diciembre se celebró en Bilbao una manifestación en contra de la propuesta de reforma de la ley del aborto. Terminó en frente del edificio de Diputación y allí nos encontramos unas cuantas mujeres compañeras del movimiento feminista desde hace muchos años. Todas con el mismo comentario: “hace casi 30 años estábamos aquí mismo reivindicando lo mismo. Para que luego digan que la igualdad es una cuestión de evolución cultural y que hay cosas que no tienen marcha atrás”. Parece que sí. ¿Lo vamos a consentir?
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…vale, pasemos a la acción, sigamos en la acción… la más pequeña, la más insignificante, la más privada… todas cuentan, y mucho!!!!! Me ha encantado el post, Maru.
Hola, Maru. A mí también me ha gustado mucho tu artículo y me apetece subrayar y comentar tres cosas de las que dices.
Una, que todas tenemos contradicciones. Pues claro, no nos hemos criado en Marte, nos han educado en el sexismo y nos cuesta desprendernos de determinados tics; y serán solo tics en el mejor de los casos. Empecemos por reconocerlo, por confesar que no somos la coherencia personificada. Será un buen punto de partida para empezar a transformar y transformarnos.
Dos. Hay que pasar a la acción, claro. Y eso supone abandonar para siempre, como dices, la cansina guerra de sexos, que ya solo sirve para operetas rancias de televisión, dejar las lamentaciones de victimilla y decir no. Como una vez le dije a una amiga, el movimiento feminista no va a ir a tu casa, no te va a quitar la plancha de la mano, no se la va a dar a tu marido. Eso no va a suceder. Vas a tener que hacerlo tú; nadie va a hacerlo por ti. Esa poca o mucha libertad de la que disfrutamos lamentablemente no nos ha salido gratis, a todas nos ha costado un precio más o menos elevado, pero no tengo ninguna duda de que merece la pena pagarlo.
Y tres. Esto enlaza con tu última reflexión: las conquistas son frágiles y reversibles. Como decía Susan Faludi, si dejas de empujar no te quedas en el mismo sitio, sino que retrocedes.
Ha sido un placer. Hasta pronto.
Gracias Ane, sigamos en ello.
Y gracias a tí, Noemí. Totalmente de acuerdo con tu comentario. Hay cosas que nadie puede hacer por nosotras y ser más libres tiene un precio, pero al cabo de poco te das cuenta que esa mayor cota de libertad abre muchas más posibilidades de ser, de estar y de hacer. Siempre merece la pena. El placer ha sido mio.
Hola Maru, enhorabuena por el post y gracias por traer tantos hilos de los que seguir tirando. Me quedo con la llamada a la acción, sobre todo a las cotidianas, donde todas y todos tenemos tanto que ganar. Y esta sensación de deja vu que nos deja petrificadas… incluso ésta, puede ser una buena oportunidad para reencontrarnos con la necesidad de seguir avanzando. Por si se nos olvida.
Lo dicho: gracias!
Hola Maru! Yo también me quedo con la acción, pero quiero compartir otra reflexión. Es cierto que constatar el estado de cosas parece suficiente; «alguien» tomará nota y modificará el escenario para ofrecernos una realidad diferente.
Esta creencia podemos trasladarla a otros ámbitos, a cualquier ámbito, y entiendo que la raíz del problema pasa por pensar que ese «alguien», el Estado, es nuestro protector, el que debe tomar las decisiones y el garante de nuestro bienestar, de la justicia y la equidad. Una creencia totalmente dirigida que facilita el control (no pienses y no decidas, que ya lo hago yo por tí).
Tomemos conciencia y creamos en nuestra capacidad de decisión y actuación porque nos beneficia a todas y todos, excepto a quienes quieren seguir utilizando el poder a su antojo. Abramos los ojos, pasemos a la acción y pensemos en «ese cambio que queremos ver en el mundo».
Por último, coincidir contigo en el disparate de esa Ley del Aborto que, de nuevo, quiere venderse como una garantía cuando en realidad es un intento de retroceder en la capacidad de decisión que tenemos las mujeres.
Mila esker Maru! Como siempre, un placer.
Hola Pilar, pues a ver si somos capaces de aprovechar este nuevo desatino como una oportunidad porque, como señala Arantxa, no hacer nada nos deja en manos de ese Estado protector que nos disminuye a la condición infantil de no tener el «discernimiento»suficiente para saber cual es nuestro bien y para decidir nuestro presente y nuestro futuro libremente como personas adultas. Y gracias a vosotras.
Tres veces te he leido Maru, y en cada una me quedo con un nuevo matiz, el de la culpa de los hombres, la necesidad de acción individual o el precio del cambio que por alto que sea merecerá la pena porque nos hace mas libres yujujujuju. Sin embargo el entre lineas es el que me da el subidon de seguir trabajando en micro porque solo si cada una y cada uno damos pasitos conseguiremos ese futuro que soñamos, atreviendonos a vivir un presente cada instante un poco mas pleno. Es un regalo leerete Maru, muchas gracias!
[…] con los tres coaches, mi sincero learning contract, que me pase por allí a visitarlos… Maru, que pregunta y pregunta – ¡como hacen los coaches!- dijo como su característica entonación, […]