Tres mujeres ‘solitas’ tomando café
16/01/2018 en Doce Miradas
El otro día, mientras tomaba café con dos compañeras de trabajo, como hacemos habitualmente a media mañana, se nos acercó otro compañero y nos dijo: “¿¡Qué hacéis aquí tan solitas las tres!?”. Cuando se marchó, les comenté a mis compañeras que nosotras no estábamos ‘solitas’, no fuera a ser que se lo hubiesen creído. ¿Desde cuándo tres mujeres juntas están solas? A ellas les sorprendió mi comentario y al principio no entendían a qué me refería y eso que están acostumbradas a mi escrutinio de gafas violetas. Lo cierto es que yo también tardé un rato en reaccionar. De hecho, no lo hice. Para qué. Como hemos comentado tantas veces en este blog, hay que elegir las batallas y no te puedes vaciar con cada comentario machista que escuches. En este caso, además, no había mala intención, tan ‘solo’ ese machismo que vive agazapado en casi todas las personas y del que muchas veces ni siquiera somos conscientes. Como remate, cuando el compañero regresó a su mesa, me fijé en que estaba con otros dos hombres. ¿Estaban también ellos tres solitos?
No, ellos nunca están solitos. A nadie se le ocurriría. Las mujeres en cambio sí lo estamos, al parecer. ¿Qué cambiaría nuestra circunstancia? ¿Añadir un hombre a nuestro grupo o bastaría con sustituir? Así, dos mujeres y un hombre ya no serían considerados ‘solitos’. A una mujer con un hombre, tampoco. Todo tan mínimo, tan sutil y sin embargo, ahí está ese grumo enorme en la leche del café: la desigualdad. Porque el mensaje es que la presencia de un hombre, lo cambia todo. Para mejor. Su presencia o ausencia modificaría la naturaleza de nuestro grupo hasta tal punto.
Ya metidas en cafeína, llegamos a otra gran cuestión prima hermana de esta: una mujer sola en un bar. Temazo. A estas alturas parecería un asunto superado y, sin embargo, persiste en el siglo XXI, grande y on the rocks. Me disgusta reconocerlo, pero sigue sin ser muy frecuente ver a una mujer sola en un bar. Vale, hay algunas excepciones:
- El bar o cafetería en donde te tomas a diario un café en la pausa del trabajo, en donde ya te conocen y hasta te ponen tu consumición sin pedirla.
- Cuando has quedado en un bar y llegas la primera. Incluso así, es muy habitual en las mujeres esperar fuera. Y si te encuentras con alguna persona conocida te apresuras a justificarte enseguida: “es que he quedado con unos amigos y se retrasan, etc”. No vayan a pensar que ando por los bares sola.
- Cuando estás sola en una ciudad que no es la tuya, por lo general por motivos de trabajo, y entonces toca muchas veces desayunar sola, comer sola, cenar sola.
Exceptuando estos casos, y despejando de la ecuación el café, la comida y material de trabajo + portátil sobre la mesa, parapetos que aportan una ‘coartada digna’, una mujer sola en un bar por la tarde o la noche, tomándose un caña o un gin-tonic, entraría casi en la categoría de Stranger things. Pensando, pensando, me acordé de las degustaciones de otros tiempos. ¿No se inventaron para eso? La ‘degus’ era ese lugar respetable al que podían acudir las mujeres solas sin ser mal vistas. O acompañadas de otras mujeres. Era frecuente, en los 70 y 80, que las amas de casa fuesen a la degustación después de llevar a su prole a la parada del cole. Pero, ¿servían alcohol o solo café y refrescos? ¿Alguien se acuerda?
Porque ¿qué pinta una mujer sola en un bar cuando se acerca la hora bruja? De ella se piensa que va buscando algo. Y por algo se entiende un hombre. Que tampoco tendría nada de malo, pero a lo mejor solo quiere beberse un vino, tranquila, sin que nadie la aborde, sumida en sus pensamientos, observando a la gente y viendo la vida pasar. Si se le acerca alguno preguntando “¿Qué haces aquí tan solita?, no podrá quejarse. Quién le manda ir sola a un bar. Si después, a esa mujer le sucediese lo peor, como una violación, su ‘desaparición’ o su asesinato, en las pesquisas y juicio posteriores saldría a relucir que momentos antes había estado sola en un bar. Pero no como un dato circunstancial más. No como si hubiera estado visitando la última exposición del Bellas Artes, sino como un dato que arroja una sombra de sospecha sobre ella. Descrédito y reputación en entredicho. Pero… un momento. ¿Cómo es posible? Estábamos en un bar, tomando una cerveza tan a gusto, y acto seguido estamos hablando de crímenes. Por qué será. ¿Tal vez porque lo que estamos viviendo en los últimos tiempos nos afecta? El tratamiento a la víctima en el juicio de ‘la manada’, los comentarios injuriosos sobre Diana Quer…
Los móviles hoy en día ayudan mucho, comentaban mis compañeras de café. Y es cierto. Consultas cualquier cosa en tu pantalla y parece que estás ocupada y menos sola. Menos expuesta. Sin embargo, cuando observo a hombres solos en los bares, les veo cómodos. En su hábitat. Se manejan con una libertad envidiable. Los bares son para mí un lugar de encuentro con amigas y amigos, con familia, un espacio para socializar. No tengo un particular afán por ir sola. Pero parece que existe una barrera invisible para que una mujer vaya sola a un bar. Un impedimento no escrito, tácito. Y no me gusta. Aparquemos de momento la luna y el planeta rojo porque tenemos una misión aquí, en el bar. EL BAR. Un pequeño paso para la mujer y un gran paso para la humanidad. La NASA no lo sabe, pero a las mujeres nos quedan muchos espacios por conquistar aquí abajo. ¿Qué tal un ejercicio práctico como deberes de empoderamiento femenino? Entrar solas en un bar, pasadas las siete de la tarde, y tomar una cerveza. Chin-chin. Perdón, en este caso, solo ‘chin’.
María Puente
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En relación a estas situaciones, se producen juicios de valor y suposiciones sobre lo que motiva a esa mujer a estar ahí. Esa valoración prejuzga a quien está solo o sola, quien no está socializando, y a la mujer, en muchos casos, la arrastra mentalmente a la compañía de otras personas. Esta suposición mental puede llevar a creer que, como no puede estar sola, quiere compañía y socializar con quien tenga arrojo u oportunidad. Esta percepción se da hacia todas las personas solas, tanto hacia el solo como la sola, pero ellas son juzgadas y estigmatizadas como mujeres que están solas y vaya usted a saber .. por qué y para qué está ahí.
Discrepo que el hombre solo en un bar este en su hábitat, cómodo. Es cierto que ejercemos nuestra libertad, pero no se ve como una situación envidiable por la manada, sino estigmatizada libertad por no socializar, y ello lleva a prejuzgarlo.
Además, se estima muchas veces que, al igual que se les decía a las niñas alavesas ante el Sacamantecas, una mujer sola puede ser, o bien víctima por conductas fuera del decoro, inapropiadas o de mal vivir, o bien presas de cualquier infortunio en manos del monstruo que se puede topar en cualquier camino. Al igual que en tales años, se siguen manteniendo dos alternativas de juicio social: mujer arriesgada y retadora, que asume peligros o resultado del riesgo y la mala suerte por estar en un lugar y momento concreto.
Hay dos castigos: estar solo o sola y, además, añadido ser mujer en esta situación. Es real que una persona sola en un bar genera valoraciones y suposiciones, más si cabe sabiendo ya de por sí que no está esperando. Si es habitual ese consumo solo o sola se investiga quién es, qué hace y surgen juicios paralelos.
Esta mal visto socialmente vivir solo o sola. Existe una presión social y psicológica para poner fin a esa situación “anómala”, y en algunos casos, surgen comentarios sobre lo que se debe hacer para cumplir con los roles sociales. Algunas personas pueden llegar a padecer ansiedad, desazón, angustia ante su incapacidad por cumplir con ese rol social de tener pareja, convivir y formar una familia. Cada vez más personas vivimos solos y solas, pero la experiencia me confirma que hay una percepción negativa del joven emancipado solo cual viuda negra presa de la desgracia de haber perdido su bastón marital.
Por una parte, creo sinceramente que en esta sociedad se admite más a una mujer viviendo sola que a un hombre. Lo digo por experiencia en el barrio joven y con gran cantidad de personas que vivimos solas y por comentarios en el mismo, en el entorno laboral, y social.
La explicación puede ser muy sencilla; se considera que la mujer se vale mejor, está formada para vivir en una casa y administrarla; su soledad será temporal y probablemente se le achacará una carencia afectiva o disgustos que dan los hombres, pero no una falta de capacidad para vivir sola o en pareja (como fin idealizado por la sociedad)
En relación al hombre, se le considera cojo, manco y sin criterio para decorar, cocinar, limpiar etc. Su soledad física en la vivienda (es decir, su capacidad para vivir solo) es una gran carencia, y en algunos momentos se considera un mérito (si supera tal reto durante un tiempo) porque es capaz de organizarse y hacerlo.
En realidad, y como conclusión de todo ello, existe una gran carencia social, por no habernos educado en las familias, en escuelas y en la sociedad a realizar las tareas necesarias para vivir sin dependencias, y, de forma paralela, a respetar todas las situaciones, sean opciones libres o impuestas, sobre la unidad familiar y espacios compartidos.
En segundo lugar, en contra de un criterio asentado socialmente, todas las personas podemos vivir solas, sabemos o podemos aprender, y debemos valorar las relaciones interpersonales y sociales, incluso las de pareja desde la libertad. Y, en el supuesto de tener una relación que se desea compartir la vivienda y convivir, podemos aprender y hacer todo lo necesario para dicha convivencia sin repetir roles o repartos clasistas.
Frente a la idea del avance que hemos experimentado, en relación a respetar la forma de vivir, de relacionarnos y de comunicarnos hemos cambiado muy poco. Hay mucho machismo y mucho clasismo con roles desfasados que nos imponen desde muchas personas y grupos sociales, incluidos los participados y de supuesta visión abierta y progresista. Cuestionar los roles, los prototipos de familia, de relación, de vivienda y de futuro, nos llevan a no hablar abiertamente del tema, a verbalizar la situación con lástima por “no tener una mujer” y a preguntar cómo te apañas y qué preparas para comer con una frecuencia que no se reproduciría si fuese mujer.
Quien escribe esto no es un dechado de virtudes, ni presume de nada; es más, fue educado para no saber vivir solo, y en especial no saber cocinar ni limpiar, pero hete aquí que el tiempo enseña (y la necesidad) a todo lo que uno precisa para vivir. Lo único que mi madre accedió fue a que invadiese su espacio vital y aprendiese a lavar y planchar por el orgullo de la camisa ante los estudios y posteriormente, una profesión que lo exigía.
No resulta infrecuente que, viviendo solo, el comentario que algunos hombres tenemos que oír es que si compartiésemos la vida en pareja no tendríamos que preocuparnos de ciertas labores, o que podríamos comer mejor, vestir mejor, o tener mejor la casa. Evidentemente, el deseo de mejorar la calidad de vida es positivo, pero el material y de compartir casa con el bien de que una mujer “me cuide” y “me haga las cosas” es una realidad.
Y resulta que, pese a que lo sabemos, todavía hay que recordar que quien vive solo o sola puede hacerlo por elección o por no tener en ese momento una pareja con la que pueda o quiera compartir su espacio vital, y no digamos su vivienda.
Por otro lado, estos pensamientos asentados en nuestra sociedad, nos llevan a vivir una situación que presiona a hombres y mujeres para vivir en pareja, juntos en vivienda y conforme a unos roles.
Los comentarios hacia las solas, los solos, y los roles, también evidencian el machismo latente en la sociedad. Machismo que hace a la mujer como sustento del hombre, entregada a la cocina y limpieza, servil, y complemento necesario para el imperfecto hombre.
Imperfecto, sí, autónomo y no inútil, solo y prejuzgado.
Jabokatu, has ampliado el tema mucho más allá de lo que era mi pretensión con este artículo. Es normal que hablar de ir sola a un bar te lleve a reflexionar sobre lo que es vivir sola, viajar sola… En tu caso, solo. Tampoco es extraño que tú no te sientas cómodo solo en un bar. No todos los hombres lo estarán. Además del hecho de ser hombre o mujer, que pesa mucho, hay también otros factores como lo tímida o atrevida que sea la persona. También hay mujeres que van solas a tomarse un vino y están a gusto. ¡Menos mal que hay alguna! Con mi artículo quería decir que, en mi opinión, son las menos. Y que detrás de ese comportamiento está una vez más la cultura machista, aunque ni siquiera nos damos cuenta. Muchas gracias por seguir el blog y participar con tu comentario.
En primer lugar, felicitarte María porque, si bien es un tema que hemos podido comentar y debatir, mediante la publicación has abierto un camino lleno de temas para reflexionar, tanto en la faceta de roles sociales como en los aspectos negativos que afecta a la mujer de forma más o menos sibilina en su conducta habitual.
El rol del viajero/a solo o sola da para varios artículos: ventajas- desventajas, destinos, objetivo del viaje, disfrute del viaje, socialización de la persona viajera sola, etc. Yo viajo sólo, veo y conozco viajeras solas. Creo que existen aspectos para tratarlo en un tema específico.
Hay muchas conductas sencillas, habituales y que se plasman en el día a día de formas variadas pero que la diferencia según genero evidencia el machismo. La clave podría ser identificar esas conductas sibilinas, ser conscientes y poder corregir la visión que tenemos en esas situaciones.
Hablas de la timidez, a un hombre que se le ha calificado y se ha considerado bastante tímido. Quizás, por esa timidez, acabo de escribir en tercera persona. Si la timidez es un estado de ánimo que afecta a las relaciones personales y se la considera una pauta de comportamiento que limita el desarrollo social, yo no soy ese tipo de tímido, pues no me limita las relaciones sociales. Creo que al igual que a otras personas, a mí me afecta parcialmente en las relaciones directas, novedosas que establece una interpelación personal, no en las grupales o sociales (ante público) donde puedo asumir el rol de líder, sin pretenderlo.
Los factores de esa timidez, y efectos en hombres y mujeres, especialmente en situaciones expuestas como viajar o entrar a un bar, limitando formas más libres de expresarse y comunicarse, son otro punto sobre el cual me gustaría leer .
En este aspecto, y especialmente en la forma de relacionarnos hombres y mujeres, existen roles, estereotipos y, la forma de relacionarnos por el hecho de ser mujeres u hombres, al no cumplir las características del prototipicas, generan, rechazos o presión social y psicológica, que se acrecienta en el caso de la mujer para que alcance la perfección y plenitud del prototipo de grupo o arquetipo modélico a imitar.
Eskerrik asko María por tu artículo. Totalmente de acuerdo, y además ….. que importante es hablar con claridad de estos temas que quedan entre bambalinas y que ya me estoy imaginando, sin ánimo de ser pesimista, a unos cuantos lectores diciendo “Noooo, imposible, pero ¿de verdad qué os pasa eso?”. Pues sí, y además no es que nos pase, sino que pasa, y la sociedad sigue contribuyendo a que pase. Porque parecen temas livianos, casi anecdóticos, pero realmente enganchan con otros asuntos de mucho peso y estructurales: la necesidad que se ha vendido de que las mujeres necesitamos un hombre a nuestro lado, ya sea en el bar o en la vida, o también de cómo se trata socialmente y se juzga a las mujeres que ejercen su libertad como les da la gana en distintos ámbitos de su vida. Acepto el reto….y sería genial un día de esos, encontrarnos en un bar tomándonos una cerveza o un vino para hacer chin o chin chin, o bebernos la bebida de un trago si nos da la gana. Un muxu
Eskerrik asko a ti, Olatz. Estoy viendo que este tema levanta revuelo y por algo será. En mi entorno se ha desatado el debate y muchas personas que no suelen entrar mucho al trapo del tema del feminismo ni sobre este blog de Doce Miradas se han sentido interpeladas, identificadas. Somos muchas las que decimos que además del estigma que pueda haber, es que realmente entrar solas a un bar a tomar una cerveza no nos apetece, no nos gusta. La cuestión es si no nos atrae precisamente por la cultura machista que respiramos. Si lo hubiésemos visto y practicado desde siempre, si fuese un hecho tan natural como comprar una barra de pan o ir al gimnasio sola, a lo mejor estaríamos tan contentas y disfrutaríamos de ese momento a solas sin darle ni media vuelta. ¡Un beso!
Genial María,
Yo ya hice el experimento recientemente y la verdad es que es muy recomendable!Seguiré yendo de cañas conmigo misma!
Jajaja, entonces tú ya puedes ir a Marte. Me alegro, Chris. ¡Bien por ti! Y además veo que ya andabas dándole vueltas a la historia del bar antes de escribir yo este post. Porque también ha habido alguna mujer que me ha dicho que de dónde he sacado esa idea. Que ella entra sola a un bar sin ningún problema. Que nunca hubiera imaginado que algo así ocurría. Que oye, bien por ella, también, porque vive libre y feliz.
Enhorabuena María. Este post es tan cierto como la vida misma. Voy a contaros lo que me ocurrió a mí personalmente hace, más o menos, dos semanas. Era mediodía, había estado haciendo recados toda la mañana y estaba cansada. Después de varios días lloviendo, hacía un sol espléndido y un cielo azul, que invitaban a sentarte en una terracita al sol, disfrutando de un buen crianza. Y dicho y hecho, aunque es algo que no hago nunca, porque me han educado inculcándome que está mal visto que una mujer esté sola en un bar. Pero por una vez, vencí mis prejuicios y me dispuse a descansar, sintiendo el tibio calor del sol, viendo pasar la vida «yo solita», pero pronto descubrí que la gente al pasar me observaba. Ya sabía porqué. Tú lo has descrito a la perfección. El motivo era que aquella mujer estaba solita en la terraza de un bar, sin poder hacer chinchin. Tendré que repetirlo más veces para que cada vez sorprenda menos y brindar conmigo misma. Enhorabuena María y nunca dejes de hacernos pensar.
Entonces tú ya has hecho los deberes. ¡Muy bien! Por todo lo que me han comentado estos días, las mujeres nos atrevemos más con las terrazas. Algo tiene todavía el interior de los bares de santuario masculino. Gracias, Pilar, un beso.
GENIAL, María!!!
¡Muchas gracias!
No hemos evolucionado nada… mi hija 13 años va al cole con uniforme… desde primero de primaria ha llevado bermudas. Ahora está en segundo de la ESO. La preguntan muchas veces los niñ@s ¿te gustan las chicas? como llevas pantalones… Cuando fui a pedir permiso, (creo que en el cole habrá 4 niñas que llevan pantalones en primaria y 2 en la ESO (pantalón largo)), el director me pregunto si era por motivos de sexualidad. ¿En serio? ¿Todavía tenemos que justificar la ropa que nos ponemos?
Mucha razón, Gemma. Un buen tema para otro artículo. Gracias por leer y comentar en este blog.
Precioso artículo!
A mí me encanta ir sola a los bares, tomarme una caña y observar mi alrededor. Claro que me miran raro, pero me da igual.
Muchas gracias, Ana. Qué bien que te haya gustado. Es un gusto saber que algunas mujeres como tú rompéis con lo establecido y disfrutáis de la vida con libertad. Así además vais abriendo camino a todas las demás. Encantada también de conocer a otra Puente. No es que sea un apellido raro pero tampoco tan frecuente.
Buenas noches!: Acabo de descubrir este blog y en primer lugar he de felicitaros por lo bien estructurado, basado y desarrollado.
En cuanto al tema de este artículo: estoy totalmente de acuerdo con todo lo que has dicho.
Personalmente no conozco ningún hombre que se sienta incómodo estando solo en un bar tomando una caña o una copa. Al contrario, se sienten totalmente a sus anchas.
Me gustaría, de verdad, poder estar tranquilamente en un bar o pub yo sola tomándome tranquilamente un vino, y como tú dices, a partir de las ocho de la tarde. Y ya no digamos, a partir de las diez o doce.
Pero lo cierto es que cuando en el pasado(con veintitantos años) cuando llegaba la primera en cualquier cita con amigos, a la barra de un bar, siempre, siempre me abordaban desconocidos, con la pretensión de ligar.
A mí aquello me incomodaba bastante y aprendí que para los hombres una mujer sola en la barra de un bar, era señal de querer ligar. Y es por esto que aprendí a esperar de pie, fuera de los establecimientos, sin que hiciera frío, lloviera o cayera un sol implacable. Todo menos aguantar babosos de todo tipo, edad y condición.
Ahora, que soy muchísimo más mayor, me enfado conmigo misma cuando me pongo barreras a la hora de, cómo en el caso de los bares, no me atrevo ni me siento cómodo a estar tomando , lo que sea en la barra de un bar. Y bueno! Ni pensar en cenar sola un viernes o sábado en cualquiera de los restaurantes que me gustan! Lo cual me ha llevado a invitar a familiares, sobrinas, hijo, cuando en realidad quería estar sola.
En el tema de los viajes, ya me gustaría atreverme a viajar sola! Pero he de reconocer que me parece inseguro, cuando se trata de según qué países.
Hola Lara, ¡feliz de que nos hayas descubierto! Ni te imaginas la cantidad de personas que me están diciendo lo mismo que tú. Bueno, ponerlo sobre la mesa es un paso. A veces jugamos o fingimos que todo está bien, que la igualdad está conseguida (bueno, en Doce Miradas insistimos en que no) y metemos cuestiones como esta debajo de la alfombra. No queremos verlo, no queremos reconocerlo. ¿Nosotras, mujeres independientes y modernas, en pleno siglo XXI somos tan pavas como para no tomarnos una cerveza solas en un bar a las 11 de la noche? A mí me da rabia reconocerlo. Pero lo cierto es que es así. Un abrazo, Lara. Sigue descubriendo nuestro blog. Publicamos cada martes, a las 18.30h.