No soy una mesilla de noche
12/12/2017 en Miradas invitadas
Marta Gómez (Bilbao, 1981). Desde 2007, soy directora de la sede en España y Latinoamérica de la Asociación Internacional de Cine DreamAgo, cuyo equipo, desde su presidenta hasta mis homólogas en diferentes países, lo componen íntegramente mujeres. Desde hace diez años, formo parte del comité de selección y análisis de proyectos para la residencia anual de guión Plume & Pellicule, en Suiza. He escrito para cine y televisión y colaborado como guionista en proyectos en España, Australia, Centroamérica y Francia. Mi profundo interés por la diversidad cultural y social me ha llevado a compaginar actualmente el género de ficción con el documental.
Me gusta el humor absurdo.
Recuerdo el monólogo de un conocido humorista y actor en el que éste chanceaba sobre las mesillas de noche: “¿Por qué se llama mesilla de noche?… Durante el día qué haces, ¿la obvias?”
Obviar una mesilla de noche. Sé que es una absurdez, pero estuve días riéndome.
Hasta que un día dejó de hacerme ni pizca –podéis sustituirlo por algo más fuerte– de gracia. Extrapolándolo del monólogo, me sirvió para establecer un triste paralelismo entre el simpático mueble, y la percepción en el mundo laboral de la mujer por parte de sus colegas masculinos.
Llevo más de una década trabajando en la industria cinematográfica y formo parte de ese género que representa solo un 15% de los autores que estrenan películas en el país, porcentaje que desciende considerablemente si hablamos de películas no solo escritas, sino dirigidas por mujeres. Ésta es una de tantas estadísticas sobre la ínfima presencia femenina en determinados sectores, pero aún hay más. El vaso se colma con la gota de no solo ser pocas, sino ser ninguneadas. Lo que he venido a bautizar como: el fenómeno mesilla de noche.
Voy a compartir una anécdota. En una ocasión, estando de jurado en un festival de cine, coincidí con un compañero de profesión que no me dirigió ni la mirada, ni la palabra, en ninguna de nuestras reuniones de deliberación. No es que me tuviese particularmente enfilada, ya que en general parecía bastante propenso a ignorar la opinión de cualquier mujer. La única vez que se mostró consciente de mi presencia fue para rebatir, con bastante desgana, un comentario mío que le pareció una tontería. Hasta que finalizó el festival. Durante la cena de clausura, como si de una epifanía me tratara, se mostró efusiva y tremendamente interesado en mi vida y en que mi copa estuviese siempre llena.
Estaba indignada y dolida. En el terreno profesional había sido una colega prescindible a la que obviar, hasta que llegó la noche y pasé a ser solo una mujer, volviéndome por tanto interesante. Me sentí como una mesilla de noche y me hizo hervir la sangre. Debido a la gravedad y candente actualidad del tema, he de dejar claro que en ningún momento me sentí acosada. El problema no va por ahí. Se comportó de manera agradable y de haber sido ése nuestro primer encuentro, en cualquier otro contexto, la anécdota no habría trascendido. Lo que me cortocircuitó el cerebro fue reflexionar sobre, ¿en qué universo paralelo, este hombre pensó que podríamos ser felices y comer perdices esa noche, después de haber ignorado todas mis opiniones, mis ideas, mis propuestas e incluso sensibilidades durante una semana entera?
Parece que una mujer que prospera laboralmente se lo debe todo a algo o a alguien: a fulanito que le presentó a menganito o menganita (el primer elemento de la ecuación es siempre masculino, por supuesto), a la suerte de estar en el lugar adecuado en el momento oportuno, a las leyes de paridad o, más triste aún, a ser guapa. Claro que nos echamos cables los unos a los otros, como en todos los aspectos de la vida. La cuestión es, ¿por qué narices les resulta tan difícil a algunos añadir razones a esa lista que tengan que ver con nuestras habilidades y aptitudes?
A no ser que contemos con una fortaleza hercúlea, la falta de reconocimiento nos vuelve injustamente inseguras ante la idea de desempeñar puestos tradicionalmente ocupados por hombres, minando además la percepción que tenemos de nosotras mismas.
Estos síntomas son una realidad hasta tal punto que cuentan con nombre y apellido: Síndrome de la impostora. O dicho de otra manera, el colmo. Por si no fuesen suficientes las barreras externas, nos autoimponemos obstáculos y desmerecemos nuestra valía.
Pero el problema no termina ahí, ya que aunque consigamos sobreponernos a esta primera disuasión, aún deberemos enfrentarnos al siguiente veto: las etiquetas. Como si alguien nos dijese “vale, podéis hacer cine. Pero no cualquier cine”. Hace poco leía a Ana Lucas tratar el concepto de cine de mujeres. No sé si la etiqueta la ideó un hombre que, o bien trataba de bienintencionadamente dar visibilidad a las mujeres cineastas creando un título solo para nosotras, o si por el contrario trataba de desacreditar el cine hecho por mujeres calificándolo subliminalmente de “hermético”. Pero lo cierto es que coincido con Ana en que en el fondo es una expresión reaccionaria, que intenta agrupar una enorme diversidad de películas y de miradas femeninas usando un mínimo común denominador que además, me permito añadir, se utiliza arbitrariamente según convenga. ¿A qué hace realmente referencia el cine de mujeres?: ¿Al cine hecho por mujeres? ¿Al cine que cuenta historias de mujeres? ¿O han de darse las dos cosas a la vez? Me parece interesante reflexionar sobre lo que ocultan esas etiquetas que a veces aceptamos tan fácilmente, y sobre si realmente reivindican o zancadillean.
Pongamos un ejemplo:
– ¿”Thelma & Louis”, es cine de mujeres?
Narra claramente una historia no solo sobre mujeres, sino feminista. Pero en contra de lo que cabría pensar está dirigida por un hombre, y no cualquier hombre. Se trataba de Ridley Scott, que venía de dirigir nada menos que Blade Runner.
Pecando de malpensada, creo que ésa pudo ser la explicación que le dieron a su guionista -la también directora Callie Khouri, quien ganó además el Oscar por esta película– para no “dejarle” dirigir la cinta.
Si improvisáramos a bote pronto la programación de un festival que mostrara y reivindicara el cine escrito y/o realizado por mujeres, la proyección de “Thelma & Louis” y la presencia de su guionista parecería encajar en los parámetros, ¿verdad? ¿Y si la hubiese escrito un hombre?
Vamos con el ejemplo contrario:
– ¿Os imagináis leer un artículo titulado: “El cine de mujeres de Kathryn Bigelow”?
Recordemos que es la oscarizada directora de “Le llamaban Bodhi” o “En tierra hostil”.
Soy la primera que releería extrañada el enunciado, pero por lo desafortunado del mismo, no porque rechace el cine de Bigelow. ¿Habría dudas sobre si invitarla a nuestro festival? Es una mujer y hace cine, ¿no?
Los hombres cuentan con el beneplácito para escribir sobre cualquier tema y enmarcarlo en cualquier género. Si narran historias protagonizadas por mujeres, la crítica alabará su gran capacidad para comprender y plasmar la sensibilidad femenina. A las mujeres por el contrario, se nos somete a un escudriño tal que si escribimos historias de hombres se nos considera unas traidoras, y si hacemos lo que se espera de nosotras -escribir sobre personajes femeninos- se nos mete automáticamente en una categoría cuya definición es de por sí discriminatoria.
Es posible que lo mejor que le pudo pasar a “Thelma & Louis” fuera precisamente que la dirigiera un hombre, para que la crítica machista no la rebajara a “una historia sobre dos mujeres que se hacen amigas y se vengan de los hombres”.
Una de las protagonistas, Geena Davis, fundó en 2004 el Instituto sobre Género en los Medios, que lleva su nombre. Es la única organización basada en datos de investigación que trabaja para mejorar significativamente la representación de mujeres y niñas en el mundo audiovisual. Uno de sus estudios recientes reflexionaba a modo de causa-efecto, sobre el hecho de que solo uno de cada cuatro profesionales detrás de las cámaras (directores, guionistas, productores) fuesen mujeres, y el hecho de que los personajes que desempeñan altos cargos en las historias (fiscales, jueces, médicos o profesores de universidad) estuviesen en su mayoría encarnados por hombres.
Afortunadamente estos datos están cambiando pero -y me vais a perdonar que me ponga suspicaz de nuevo- ¿importan las razones por las que las protagonistas femeninas van en aumento? ¿O mientras se consigan los objetivos podemos hacer la vista gorda a lo que los motiva? Lanzo esta pregunta porque hace no mucho escuché a los directivos de una importante distribuidora afirmar que el cine de las grandes ciudades vive gracias al público femenino: «Así que para mantener salas urbanas con títulos de calidad se deben comprar películas con algo de gancho para el espectador femenino. Con directora o protagonista mujer, sabes que añades un valor positivo al filme». No voy a enzarzarme en un nuevo debate pero, seguro que no soy la única que como mínimo, ha fruncido un poco el ceño al leer “algo de gancho para el espectador femenino”. Entiendo el mensaje y comparto el propósito, pero hubiese preferido que se planteara de otro modo. Sin una interpretación bastante simplista de lo que el público femenino buscamos y valoramos en una película.
Desearía que empezásemos a dar la enhorabuena a aquellas mujeres que hacen películas de géneros tradicionalmente reservados a los hombres. A todas las que no tiran la toalla, ni sucumben al síndrome de la impostora, haciendo que cada día aumente ese 15% de realizadoras. Y por qué no, también querría dar la enhorabuena a los hombres que no apartan la mirada y son lo suficientemente honestos y sensibles como para admitir que este problema existe, ejemplificando con su actitud para que dejemos de ser mesillas de noche. Ya que a pesar de ser un símil absurdo, no tiene ninguna gracia.
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Marta te doy la enhorabuena a ti por tu trabajo y por lo bien que has escrito el articulo, no somos una mesilla de noche.Me ha gustado tu reflexion ya que los medios audiovisuales son muy influyentes pero suelen jugar a favor de la imagen tonta de la mujer, por decirlo de una forma educada.Peliculas que traten a la mujer como personas , y no como objetos y directoras de cine que hagan peliculas tratando a la mujer de forma digana es lo que de verdad me importa.Podrias comentar titulos de peliculas que te resulten interesantes por su lado femenino o simplemente por estar realizadas por mujeres.
Muchas gracias por tus palabras Fátima. Estoy totalmente de acuerdo contigo.
Por desgracia, si queremos recomendar una amplia lista de cine realizado por mujeres no podemos remontarnos muchas décadas… Pensando en historias con personajes femeninos como protagonistas, me vienen a la cabeza 3 títulos del cine más o menos actual que me han marcado de algún modo. En orden cronológico: «Las horas», escrita y dirigida curiosamente por hombres, pero protagonizada por 3 mujeres con quienes empatizas y por las que sufres, las casi dos horas de película. «La boda de Rachel», escrita por Jenny Lumet (dirigida por Jonathan Demme, «El silencio de los corderos»). Me encanta la película y me emociona muchísimo la relación entre las dos hermanas. Y para no extenderme mucho más, termino con «Room», adaptación de Emma Donoghue de su propia novela. De lo mejor que he visto últimamente. Una proposición narrativa súper interesante sobre una Madre coraje. Importante: ¡no leer la sinopsis ni ver el trailer!
A día de hoy, aunque hay que escarbar un poquito y no porque no existan sino porque no se les da la misma visibilidad, hay muchas y muy buenas e interesantes cineastas en todo el mundo, pero me vas a permitir que aproveche la oportunidad para hacer una reivindicacioncilla más y, con todo el respeto a la industria estadounidense, recomendar mujeres directoras no-norteamericanas.
Entre mis favoritas, Lynne Ramsay (escocesa), Maren Ade (alemana) a quien descubrí en 2009 con «Entre nosotros», película que vi dos veces en el cine la misma semana, o Andrea Arnold (inglesa), quien estrenó el año pasado «American Honey», una película por cuya historia no hubiese apostado a primera leída de sinopsis: un grupo de adolescentes estadounidenses sin propósitos, que se limitan a hacer precisamente de eso, de adolescentes. Pero tras verla he de confesar que es una película fresca, honesta, llena de vida, y emocionante como pocas.
Por último, para no irnos tan lejos, Carla Simón o Judith Collel, esta última, directora de películas injustamente tratadas por la crítica a mi parecer.
PD: Pido perdón por todas esas mujeres que me voy a arrepentir de no haber mencionado según clique en el botón de enviar comentario.
Gracias, Marta, por tu valioso artículo y tus impagables recomendaciones. Gracias también por poner nombre (síndrome de la mesita de noche y síndrome de la impostora) a eso que muchas hemos vivido.
Gracias a ti, Noemí. Fíjate que el término “síndrome de la impostora” lo acuñaron en 1978 las psicólogas Pauline Rose Clance y Suzanne Ament Imes. Aunque a día de hoy éste síndrome se ha detectado, y por tanto comenzado a aplicar, en otros casos susceptibles del rechazo social (siempre con una discriminación de género de por medio) como por ejemplo las parejas gays o lesbianas que deciden adoptar hijos, lo cierto es que el síndrome de la impostora se daba y se da mayoritariamente en mujeres que alcanzan el éxito en sus disciplinas. Es por ello que los estudios se han centrado siempre en las mujeres y en esta circunstancia. 1978, no nos frotemos los ojos, hemos leído bien. Hace 40 años, estas dos mujeres bautizaron una circunstancia de la que tampoco venían de ser conscientes el día anterior. Y aquí seguimos…
No me extraña que sea frecuente el síndrome de la impostora en mujeres, si tenemos en cuenta que en ocasiones hay hombres que nos toman por mesillas de noche. Muy acertada esa imagen para expresar cómo te sentiste. Qué frágil puede ser la autoestima. Qué importante fortalecerla para salir de la noche y del dormitorio y poder plantarnos en mitad del salón a plena luz del día. Gracias, Marta y enhorabuena por el post.
Muchas gracias, María. Qué acertadas tus palabras, «salir de la noche»… Existe un «test de la impostora» diseñado por Pauline Rose Clance, una de las psicólogas que verbalizó y analizó por primera vez este síndrome. Tengo que confesar que he hecho ese test. Primeramente, porque a nivel psicológico y sociológico me podía la curiosidad en torno a qué tipo de preguntas se plantearían para valorar el padecimiento o no del síndrome. Pero finalmente, no pude evitar someterme a autoevaluación. He de admitir que me sorprendí a mí misma dando algunas respuestas que no me esperaba y tras reflexionar unas horas, la sorpresa pasó a ser enfado. Nunca me he tenido por una persona con una seguridad férrea, pero me enfade muchísimo porque me di cuenta de que había caído en la trampa. Dinámicas machistas habían conseguido calar en mi autoestima de un modo que no era consciente. A veces más, a veces menos, da igual. Ni una pizca ínfima de nuestros miedos y/o inseguridades debería estar originado por el único hecho de ser mujer.