Mujer, una noche cualquiera

10/07/2018 en Miradas invitadas

Juanjo Domínguez (@juanjodom). Nací en Barcelona y vivo en Orkoien, Navarra. Estudié Ciencias Políticas y Sociología y me gusta la Estadística Matemática. Con esas herramientas analizo la realidad, las evidencias y los datos; intento saber cómo se combinarán para dar lugar a nuevas realidades. Hago estimaciones y predicciones y, en muchas ocasiones, acierto. A veces hablo en medios de comunicación y, muchas veces, tengo ganas de no hacerlo. Soy corredor de fondo, de esos que no esquivan los charcos.

 

El reloj marcaba las once de la noche y los tres hombres y cuatro mujeres que nos habíamos desplazado hasta Tafalla entramos a tomar un café en un bar de la plaza principal del pueblo. Dentro del local olía a puro, a pacharán y a colonia cara de mujer. La música de la cafetería, ni alta ni baja. Las conversaciones resultaban audibles. Esperábamos por las consumiciones cuando un tipo baboso, algo ebrio, de unos 50 años, se arrimó a HLN (de la cuadrilla) sin ningún tipo de contemplación e intentó manosear su culo. Así, por la vía criminal. Por la cara. Porque él lo valía. Por sus huevos de macho. Porque en febrero de 1991 fuimos a disfrutar de los carnavales y HLN le plantó un manotazo defensivo en la pechera al sobaculos que lo hizo rodar tres metros por el suelo como una aceituna. Nadie del bar se inmutó. Solo se escuchó alguna risa burlona y la clientela nos miró con cara de desaprobación. Pagamos la cuenta y nos largamos. La noche prometía. Queríamos celebrar varios cumpleaños: 21 años.

El pueblo entero disfrazado, colorido de noche y bullicioso. Alegre. Una miscelánea humana se divertía, copa va y palpada en el culo viene – ¡qué obsesión con el culo de mis amigas! –. Y entre los bailes a ritmo de Rick Astley, Kortatu y los Pet Shop Boys, focos flamígeros y chispazos ululantes, rojos, azules y verdes. Reíamos. Ahora bien, a menor tamaño del antro, o mayor aglomeración en la calle, más se multiplicaba el número de restregamientos y, como no, el típico “frota que frota” a mis colegas féminas.

Imposible conocer el origen de tanta mano bellaca y anónima. Mis amigas, aunque protestonas por los tocamientos, nos contaban con cierta resignación que “vosotros no sabéis cuánto tenemos que aguantar”.

Aquella noche, fría y extraña, la palma sobona se la llevó HLN: 175 cm, 67 kilos, más unos zapatos unisex negros de invierno la alzaban hasta sumar 178 cm. No sé si guapa o fea, tal vez extravagante, HLN lucía un vestido morado ceñido por encima de las rodillas y una cazadora negra de cuero ajustada muy de la época. La verdad, llamaba la atención. Supongo que por su altura para ser mujer.

El caso es que, a eso de las tres de la mañana, mientras charlábamos apretujados en una esquina traicionera de un pub, una mano asquerosa se coló por debajo del vestido de HLN hasta la entrepierna. Ni el volumen infernal de “A quién le importa lo que yo haga”, la canción de Alaska que sonaba en ese preciso instante, evitó que la hostia que le dí al maromo pasase desapercibida. Así que, allí me vi yo, disfrazado de mujer, delante de aquel hosco indeseable, y sus compinches, sin saber muy bien qué iba a suceder.

Hoy, pasados tantos años, me imagino que mi cuadrilla y yo nos libramos de una buena tunda debido a que, ciertamente, el agresor y sus acompañantes pensaban que yo era una mujer de verdad a la que habían maquillado con gracia y acierto. Mi envoltura customizada daba el pego. Incluso, a pesar de haberme quitado la peluca, que había ido al contenedor de la basura con el fin de evitar problemas a mí y a mis amigos, dado que al menos una docena de guarros me habían metido mano desde que llegamos a Tafalla; eso, sin contar el sinnúmero de “delicadezas verbales” que escuché durante la algarabía nocturna. Para flipar.

Hasta aquel lance de 1991 desconocía cuánto soportaban las mujeres una noche cualquiera, un día de fiesta o una jornada normal. Lo que para mí se trató de una correría de carnaval, en la que me atavié de mujer como me pude haber disfrazado de marciano, acabó de una manera desagradable sin pasar a mayores. Hoy, a pesar de que el acoso sexual en todas sus variantes sigue siendo una lacra, quiero pensar que un poco hemos evolucionado como humanos.
HLN (Hasta Las Narices)

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