Más allá hay dragones

18/06/2013 en Doce Miradas

«Hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio». No lo digo yo, lo dijo Benedetti. Que yo soy muy de citas. Como Montaigne, suelo utilizarlas para expresar mejor lo que pienso; me permiten situar y condensar pensamiento. Entrañan esencia y casi siempre son el reflejo de algo más grande. En todo caso, yo añado al haiku del poeta que hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio de las mujeres (y tan poco naturales).

Cuando navego buscando alguna cita, suele costarme encontrar pensamiento femenino. Un día llegué así a la revelación nº 1: “apenas hubo expertas en el pasado que ocuparan la esfera pública”. Filósofas, matemáticas, científicas, políticas. Mujeres con algo que decir o alguien que las escuchara. La desproporción es tan abrumadora que parece que la Historia del Pensamiento hubiera jugado a esquivarnos. Me cuesta, de hecho, creer que seamos la mitad de la humanidad y madres de la humanidad al completo. Entender por qué desde que poblamos la Tierra —hace unos 200.000 años, según dicen— nos ha dado siempre más sombra que sol. Poco hemos lucido para el brillo que tenemos… Pero, vale. Construyamos. ¿Qué hay del presente?

El dragón y el equilibrio (Derechos de autor: sgrigor)Parece que todos, mujeres y hombres, tenemos ya nuestro papel en el gran teatro, ¿no? (Gracias por esta oportunidad que me han concedido…). Las mujeres podemos hoy día acceder allí donde queramos (soy algo cándida, lo sé), así que es comprensible que sean muchos quienes opinan que tras el voto y la incorporación masiva a la universidad y al mercado laboral, es sólo cuestión de tiempo que acabemos con las desigualdades a la hora de compartir turno de micrófono. Al menos en la parte privilegiada del mundo. “Tengan paciencia que todo se andará”, dicen. “Dejen que organicen manos más rápidas”, digo yo.

Admito, en realidad, que mi propia beligerancia sobre la cuestión ha ido creciendo. Que hasta ahora me tocaban más otras injusticias. Quizá por eso me gustó leer hace poco que Simone de Beauvoir —a quien imaginaba balbuceando proclamas sobre los derechos de la mujer desde la cuna— tampoco comprendió el alcance de su condición hasta cumplir los 40. Sumando la lógica y la experiencia, he concluido que esto que me sucede va a ser entonces cosa de la edad. Cumples años y el gin-tonic está rebueno de pronto, las arrugas ya no se borran con una siesta y, de la noche a la mañana, hay cosas que tu estómago no tolera más.

Así que va a ser cosa de la edad eso de acudir a un evento y no poder evitar que tus dedos cuenten por libre a los intervinientes: 21 hombres, 1 mujer; 11 hombres, 1 mujer; 42 hombres, 5 mujeres… Lo de implorar que este año no haya sólo corbatas en los diferentes premios a la “empresa vasca”. Lo de patalear al saber que ese museo que conoces bien no ha dedicado ni una sola muestra a una artista femenina en los últimos 10 años (y tú en la inopia). Cosa de la edad entonces lo de gruñir al saber que el próximo evento sobre la banca “con una mezcla de actores que reconoce la diversidad”, sólo contará con 1 mujer entre 17 hombres. O lo de revolverte al averiguar que una exposición de 46 ilustradores y humoristas recorre el país dando ejemplo sobre los derechos humanos sin el trabajo de una sola mujer. Si bien es cierto que el título les ha quedado logrado: “¿Todavía?¡Todavía hay silencios que son clamorosos, sí!

De modo que, por lógica de nuevo, llegaríamos a la revelación nº 2: “apenas hay mujeres expertas en el presente que ocupen la esfera pública”. Tan raras como son las perlas que se suben a la tarima para compartir conocimiento; las que son referente y modelo para las que vienen por detrás. Que ya se sabe que es más fácil desear ser lo que vemos que lo que hay que imaginar. La experiencia vivida me lleva, sin embargo, a cuestionar esta revelación, así que abrimos corchete con 3 opciones:
(A) Efectivamente, no las hay (expertas).
(B) Se esconden.
(C) Escasean los esfuerzos para buscarlas con el ahínco que el reto merece.

En lo que a mí respecta, me cruzo con profesionales valiosas cada día. En una proporción similar a la de hombres al menos. Me cruzo con ellas en el trabajo, en el parque o en el súper… Y aunque a menudo van corriendo, es un correr apresurado, de quien corre porque no le da la vida. No de quien se esconde. Así que no tengo dudas. Yo me quedo con la “C”. Y como soy la de las revelaciones, corrijo la nº2 que ahora quedaría así: “el número de expertas que adquieren visibilidad en la esfera pública no se corresponde con la realidad del ámbito laboral”.

Es entonces cuando las preguntas se atropellan ¿Hasta qué punto somos conscientes de la trascendencia de esta invisibilidad? ¿Dónde miran las instituciones y cómo es posible que dinero público acabe subvencionando muchas de estas reiteradas injusticias, para financiar a continuación políticas que promueven la igualdad? ¿Dónde miran los hombres? ¿Cómo apoyan a sus mujeres, hijas, amigas, hermanas? ¿Cuentan también con los dedos? ¿Y nosotras? ¿Dónde miramos nosotras? ¿Es este silencio un síntoma? ¿Relacionamos la falta de reconocimiento profesional con otras tantas injusticias de mayor calado? ¿Tendrá algo que ver con la predominancia de expertos masculinos (80%) en los medios de comunicación? ¿Y qué hacen los medios para remediarlo? ¿Y nosotras? ¿Pensamos en ello cuando nos ofrecen sacar la cabeza y decimos “no”? ¿Es falta de confianza? Si lo es, ¿en qué se basa? ¿Son acaso ellos perfectos? ¿No sabemos ya que si no encontramos el valor dentro, rara es la vez que llega de fuera? Además, ¿quién dijo perfección?

Y para terminar, la pregunta más seria de todas ¿No viene siendo hora ya de abrir este debate? ¿De encontrar puntos de encuentro entre excusas, realidades y anhelos para mejorar la foto de la esfera pública? No sólo porque el resultado final sería más justo, que la justicia no está muy en boga… Si no porque el resultado sería mejor. Que un evento compensado es mejor que uno esquinado. Igual que, a la postre, una sociedad equilibrada será necesariamente mejor que una que se cierra a la diversidad, reservando poder y decisiones a los Caballeros de la Mesa Redonda. Hombres y mujeres estamos hechos para convivir. Compartir. Somos complementarios. Los unos nos enriquecemos a los otros. Compartamos entonces cuando no hay muros lo que ya nos damos tras nuestras cuatro paredes. Compartamos voz.

Cuenta el personaje de ella en Memorias de África que cuando los descubridores llegaban al límite del mundo, escribían: “más allá hay dragones”. Quizá nos parezca que estamos en los confines. Cierto que nunca antes llegamos tan lejos, pero todavía queda trecho. Y si los sueños no nos asustan siquiera un poco, es que no son lo suficientemente grandes… ¿Quién dijo miedo?

Y ahora, la gran soñadora. Miss Nina Simone canta “I wish I knew how it would feel to be free” (no se pierdan el final).

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Ana Erostarbe

Periodista en comunicación estratégica. De las que no se aburre. Me gusta escribir, la poesía, sacar fotos... Pensar y hacer. La música me atraviesa y la naturaleza me turba. Creo en un mundo mejor y en que el sol es cosa de todos. La buena gente, cerca, y el ruido, mejor lejos.

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