La vuelta al cole
03/09/2019 en Doce Miradas
Entran corriendo al patio, con la mochila cargada de ganas y nervios, con los brazos abiertos para dar abrazos por doquier, después de todo un verano sin verse. Risas, juegos y alguna que otra lágrima. Suena el timbre. Empieza un nuevo curso.
La educación formal que transcurre en la institución de la escuela tiene un fin ético, de manera que necesariamente nos convierte en mejores personas. O debería.
Rousseau, filósofo y padre de la pedagogía moderna (leído por generaciones de maestras) plantea unos principios totalmente diferenciados para la educación de los niños y de las niñas: para Emilio el proceso educativo se basa en el respeto a su personalidad y en la experiencia, con el fin de convertirlo en un sujeto con criterios propios, libre y autónomo; la educación de Sofía, en cambio, debe hacer de ella un sujeto dependiente y débil, porque el destino de la mujer es servir al hombre.
Estas son las bases de la institución escolar, pero ¿dónde estamos actualmente?, ¿es la igualdad la asignatura pendiente de la educación?
En primer lugar tenemos la posición de las mujeres como profesionales de la enseñanza. Se trata de uno de los sectores sociales más feminizados y, sin embargo, sus posiciones en la estructura educativa suelen ser inferiores a las de los hombres. La proporción de profesoras disminuye a medida que aumenta la edad del alumnado y el prestigio social de cada ciclo escolar.
En segundo lugar tenemos que referirnos también al androcentrismo en la ciencia y sus efecto sobre la educación. El análisis de las características del saber transmitido en la enseñanza pone en evidencia la casi total inexistencia de referencias a las aportaciones que han hecho las mujeres. Así, se transmite una herencia cultural que excluye el sexo femenino de la historia y del saber en general y no muestra ejemplos de mujeres que hayan contribuido a mejorar las condiciones de la vida colectiva.
Con excepción de las santas y las reinas -y con matices- las niñas no encuentran referentes que les proporcionen un estímulo similar al de los niños.Así se transmite, además, una herencia cultural que excluye a las mujeres.
Podríamos hablar también de la jerarquización androcéntrica de los saberes en el curriculum escolar o de la evaluación curricular y los prejuicios sobre las capacidades y aptitudes diferentes de niños y niñas, según las cuales a ellas se les da bien el lenguaje y a ellos las matemáticas; para ellas la danza, para ellos el fútbol. No existe nada más allá de ese prejuicio y, en cambio, sí es real el efecto que nuestras expectativas sobre los niños y niñas generan en los resultados que obtienen. Efecto Pigmalión en marcha.
En tercer lugar tenemos que fijarnos en el androcentrismo en el lenguaje. No hay dudas: lo que no se nombra no existe. ¡Niños, podéis salir al recreo!
En cuarto lugar están los libros de texto y las lecturas infantiles. Es cierto que ya no leemos aquello de «papá fuma pipa y mamá cocina», pero los estudios muestran que los libros de texto mantienen un grado muy alto de sexismo. Como ejemplo, en un análisis reciente de 36 libros de texto de enseñanza primaria, de 8.228 personajes que mostraban solo el 25,6 % eran mujeres. Y esto sin entrar a análisis más detallados como el protagonismo que ejercen, las tareas que desempeñan o el espacio en que se desenvuelven.
Al hilo de esto, leí hace poco esta afirmación de un miembro del sector editorial::
«Estamos hartos de que nos analicen los libros. ¿Nos van a poner a buscar cuántas mujeres aparecen en las fotos o cuántas científicas se mencionan? ¿Es culpa nuestra que haya más premios nobeles varones?»
Y finalmente es necesario referirse al currículo oculto. Más allá del curriculum oficial, la relación entre profesorado y alumnado transmite todo un conjunto de normas y pautas de comportamiento no explícitas que influyen sobre la auto valoración de niños y niñas. Eso es lo que se ha denominado el currículo oculto. Y en esta interacción ellas salen perdiendo.
Se han generalizado valores considerados exclusivamente masculinos. Aunque no se explicite, la competitividad, la agresividad, el deseo de destacar y la indiferencia ante los problemas de compañeras y compañeros son comportamientos valorados por el sistema educativo porque responden al tipo de persona que más valora el sistema productivo.
Las niñas tienden a adoptar comportamientos de mayor adhesión a las normas establecidas porque su ruptura no les supone ventajas. Por consiguiente, tienden a ser más estudiosas y a conseguir mayores éxitos académicos. Pero, al mismo tiempo, la forma de socialización que han recibido tanto en la familia como en el sistema educativo actúa sobre ellas y las convence de su lugar secundario en la sociedad, de la normalidad de su papel subordinado y de la menor atención de que son objeto.
La educación no puede hacer desaparecer las desigualdades, pero es una pieza clave para reducirlas; por eso tiene sentido cambiar las formas educativas para hacerlas más igualitarias. Hay que dejar atrás un modelo pedagógico dominante de carácter androcéntrico. Hay que facilitar el acceso de las niñas y jóvenes a profesiones que siguen siendo reductos masculinos y hay que reforzar su papel en el ámbito público. Es necesario, al mismo tiempo, introducir en el curriculum escolar y en las relaciones en el aula un conjunto de saberes que han estado ausentes y, a la vez, valorar actitudes y capacidades que han estado devaluadas hasta ahora.
Y ahora la gran lección: si el machismo se aprende, la igualdad también.
Eunate Encinas
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