La postverdad publicitaria
06/02/2018 en Miradas invitadas
Pablo Vidal. Doctor en CC de Educación y licenciado en CC de Información por la UPV/EHU, durante los últimos 25 años he ejercido como publicitario en empresas y agencias de Valencia, Barcelona y Bilbao, actividad que he conjugado con siete años de docencia en la UPV.
Mi preocupación por las desigualdades de género me orientó en 2001 hacia la investigación, en 2013 obtuve la Beca Emakunde de investigación en materia de igualdad que posteriormente desarrollé como Tesis Doctoral.
Soy vocal de la Comisión Begira para un uso no sexista de la publicidad (Emakunde), labor que compagino con la asesoría en comunicación y género a empresas e instituciones
A raíz de la investigación que he realizado y defendí el pasado septiembre como tesis doctoral, “La percepción del sexismo en la publicidad: un estudio con alumnado adolescente de la Comunidad Autónoma del País Vasco”, he podido constatar como el 65% de la muestra (528 estudiantes, 49,6% mujeres) no percibe el sexismo en la publicidad y se muestra en mayor o menor grado insensible respecto al trato discriminatorio y degradante que en publicidad se realiza sobre las mujeres. Nuestras jóvenes generaciones pertenecen a sociedades altamente tecnificadas en las que desde su infancia se socializan principalmente por los contenidos audiovisuales que consumen y comparten. Quienes producen los discursos que fundamentan estas narraciones (Publicidad, videojuegos, videoclips, etc.) reinterpretan nuestra realidad desde postulados ideológicos que se alejan de los valores deseables que en la familia y la escuela se les intenta enseñar.
Los grandes cambios impulsados por las mujeres han transformado en pocas décadas nuestra realidad social, sin embargo, se observa que el discurso publicitario no avanza al mismo paso de estos cambios sociales pues no refleja los avances que se han producido en las relaciones de igualdad de mujeres y hombres. Por una parte, determinados arquetipos, estereotipos, roles, estilos de vida sexistas, ya no son compartidos por gran parte de la sociedad, y, por otra, aparecen nuevos valores, actitudes y creencias que entran en contradicción con la publicidad de muchas empresas e instituciones.
En este contexto, resulta chocante la resistencia de algunos sectores, en especial, el juguetero, el de la automoción, la moda, o el de los productos de belleza, pues el cambio ideológico social producido y el activismo de algunos grupos ponen en evidencia aquellas campañas publicitarias que no tuvieron en cuenta la perspectiva de género en su estrategia. En unos casos, la falta de empatía hacia los valores y actitudes de la sociedad igualitaria y, en otros, el no reconocimiento de la nueva realidad social desvela, en bastantes empresas nacionales, la existencia de una resistencia activa, o si no, de una cierta inercia sexista en su publicidad que no se desea corregir.
Enfrentarse a la realidad estadística de los datos muestra cuán injusta es la posición de muchas grandes marcas que utilizan su poder económico para, por medio de mensajes sexistas, socializar a la juventud en contra de su propia realidad social. En el Estado español sólo un 16% de mujeres mayores de edad ejerce como ama de casa, el 67% tiene más de 54 años y el 3% menos de 35 años (Lobera y García, 2014) Pese a esta realidad, muchos anuncios presentan a jóvenes mujeres como amas de casa, ocultando sus verdaderos roles en la sociedad actual y enviando mensajes contrarios a la conciliación y a la corresponsabilidad en el hogar.
También, ocultando o no representando nuestra realidad de mercado laboral o de igualdad en el que las mujeres empleadas por el Estado ocupan el 46,4% de los puestos frente al 53,6% que ocupan los hombres (OIT, 2017), o en el que uno de cada 4 directivos de empresa es mujer, es decir que el 26% de estas (por encima de la media europea) desempeña un cargo de directiva en una empresa (Grant Thorton, 2016). Qué difícil es verlo en publicidad, por no decir imposible.
En otras ocasiones, estos anunciantes y sus agencias ocultan la vida misma, así pese a que las mujeres que conducen (permiso de conducción tipo B) son mayoría en nuestro país y representan el 53,6% frente al 46,4 % de hombres (DGT, 2015), en la publicidad se evita tozudamente una realidad imposible de ocultar, pues está en el día a día de las personas y a la vista de cualquiera. En los últimos cinco años apenas en tres o cuatro anuncios publicitarios aparece una mujer como conductora; es decir como una mujer autónoma e independiente que se transporta ella misma sin la necesidad de que un hombre la lleve.
Muchas realidades que no se muestran o que son extrañamente e incorrectamente representadas en la publicidad generan un discurso erróneo, tendencioso, que pese al paso de los años no intenciona modificarse. Una publicidad que muestra a las chicas alejadas de la tecnología, de Internet, del deporte, de la formación universitaria, de las categorías profesionales altas, etc. Y todo ello pese a que sean mayoría en segmentos como la judicatura, la abogacía, la medicina, la educación, o, aunque brillen en el deporte internacional.
Son muchas las empresas anunciantes que, en general, desatienden o ignoran los cambios sociales producidos y proyectan una imagen irreal de las mujeres que influencia notablemente en la infancia y adolescencia. Bajo el argumento de simplificar su comunicación para hacerla accesible a las audiencias, utilizan estereotipos y roles sexistas superados que transforman la realidad mostrando otra más “atractiva, seductora y persuasiva” en la que las mujeres son desconsideradas, minusvaloradas e incluso maltratadas.
Una realidad en las que las pocas mujeres que se representan trabajando realizan ocupaciones básicas o mediocres (dependienta, peluquera, secretaria…), aparecen bajo la tutela profesional y familiar masculina y muestran su dependencia económica respecto al hombre; al cual deben conquistar mediante el uso de su atractivo sexual y de su belleza, únicos instrumentos de ascenso social y profesional que la publicidad les reconoce y les permite. En general, nuestra publicidad las mantiene como amas da casa, bellas acompañantes, consumistas banales, siempre obsesionadas por su aspecto físico y por gustar.
La repetición constante y continua de estos mensajes publicitarios ocasiona una imagen muy distorsionada de lo que son las mujeres en muchas jóvenes adolescentes, pero también en muchos jóvenes que buscarán en ellas la idealización que la publicidad genera sobre las mujeres. Es decir, una chica hipersexualizada con un aspecto físico imposible de alcanzar, que vive pendiente de “su hombre”, que escoge colocarse por debajo de él, sometiéndose a su criterio, dejándole hablar, decidir, etc. y que además le hace la compra, le cocina, le limpia la casa y le alegra la vida con sus atenciones.
Vivimos en una época de normalización de géneros, no de diferenciación, y sin embargo, no sólo muchas empresas anunciantes sino también el propio sector publicitario mantienen determinadas inercias de creación y organización que dificultan la producción de mensajes e imágenes no sexistas e integradores.
Según los datos facilitados en el estudio que sobre el sector publicitario realizó Grant Thornton Report en 2015 referente al Estado español (Valdivia, 2016), el 52% de las licenciaturas universitarias las obtienen mujeres, sin embargo el 91% de los altos cargos del sector los ocupan hombres, al igual que el 75 % de las direcciones funcionales o el 81% de los departamentos creativos. Sorprende que el 31% de las empresas publicitarias nacionales no tenga ninguna mujer en puestos directivos.
Son datos que invitan a la reflexión y que apuntan a una hegemonía masculina en la publicidad y en la dirección de marketing-publicidad de las empresas que se anuncian. Indica que la construcción de los discursos no solo se realiza desde postulados patriarcales sino que estos discursos los producen mayoritariamente hombres.
Desde algunos sectores y sus agencias se desarrolla con su comunicación un verdadero bullying mediático sobre las adolescentes, una presión que se inicia en la infancia y que ya no cesará a lo largo de la vida de estas. En el Estudio sobre publicidad sexista en la campaña de juguetes 2013-2014 en el que participé y que realizamos en BEGIRA (2014) se ofrecen algunos datos que ayudan a comprender la envergadura de esta presión a la que deben enfrentarse desde su más tierna infancia las niñas. Por ejemplo, el 47% de los juguetes anunciados por niñas son de color rosa y el 63% son muñecas, el 55% de los anuncios para niñas se basan en el arquetipo de belleza personal y el 51% en el arquetipo de ama de casa, además el 52% de las profesiones representadas en juguetes para niñas son ama de casa, peluquera y modelo.
Aun mas sorprendente es que el 66% de los juguetes anunciados por niños son electrónicos mientras que el 69% de los anunciados por niñas son manuales o mecánicos.
Esta discriminación sexista abarca múltiples perspectivas multiplicando su efecto negativo al incidir en muchos ámbitos de la vida de las niñas; es despreciable por injusto y arcaico que en el s. XXI los anuncios de juguetes desde los que se dirige o se influencia la elección del juego en las niñas, como norma, presenten a los niños como los destinatarios de los juguetes que incorporan la tecnociencia. Su reiteración en años de anuncios y su aplicación a variedad de juguetes “masculinos” ha terminado por asociar la tecnociencia a los niños, hasta el punto que, en la actualidad, la electrónica aparezca en la mayoría de los casos, sólo en los juguetes dirigidos a ellos. Las consecuencias se pueden observar perfectamente en la etapa de educación primaria al comprobar cómo la seguridad y familiaridad que los niños muestran en edades muy tempranas hacia la informática y sus aplicaciones, es inversamente proporcional a la de las niñas. En una etapa educativa posterior, el interés hacia las materias tecnocientíficas es mayoritario entre los niños, algo que no se produce entre las niñas; lamentablemente, en ese momento ya se están gestando las vocaciones que dirigirán una posterior elección hacia carreras y profesiones de ciencia y tecnología.
Posponer, año tras año, iniciativas que obliguen al sector del juguete a no interferir con su discurso sexista en la educación de las niñas prolonga una situación denunciada desde muchos ámbitos que perjudica el aprendizaje en igualdad de niñas y niños. Según datos de matriculación en el curso 2016-17 de la Universidad del País Vasco (Dirección para la Igualdad de la UPV/EHU, 2017), menos del 30% de las alumnas de esta universidad estudian ingenierías, en informática no llegan al 14% del total de alumnado y en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte son solo el 22%.
También en la adolescencia, las patologías provocadas desde la publicidad afectan en una etapa fundamental del crecimiento generando a menudo, como consecuencias más leves, baja autoestima, frustración y depresión. La obsesión por el aspecto físico, inculcado por la publicidad y algunos medios como eje del éxito social, dificulta a las jóvenes desarrollar su propia identidad y personalidad. A muchas de ellas las aboca a iniciar dietas perjudiciales que en muchas ocasiones evolucionan en patologías más severas. Los datos de patologías derivadas de esta nefasta influencia, sobre todo, la anorexia-bulimia y la dismorfia corporal hablan por sí solos. Pese a ellos, son pocas e insuficientes las iniciativas que las instituciones están tomando para mitigar la influencia de esta publicidad proveniente del sector dietético/alimentario que focaliza sólo sobre las mujeres la presión de venta de sus productos. Pero, aún más preocupante es que en otros sectores como el farmacéutico también sean ellas quienes protagonicen más del 70% de los anuncios de medicamentos, como si los hombres no sufrieran las mismas o incluso más enfermedades que ellas. Sin embargo, la publicidad las muestra como más enfermizas que los hombres y, lo que es peor, las responsabiliza del cuidado de ellos al focalizar sobre ellas la compra, el uso y la prueba de efectividad del fármaco
Como se ha puesto de manifiesto a través de datos estadísticos, nuestro contexto ha cambiado tan rápidamente que en la actualidad la publicidad se ha quedado descontextualizada. Ni siquiera en sus anuncios se refleja la realidad de los modelos familiares actuales, todavía se piensa en el sector publicitario que las familias son como las que en su infancia conocieron. Nada más lejos de la realidad, en pocas décadas ha evolucionado tanto que ahora el modelo familiar tradicional es minoritario en el Estado español. Solo un 34,9% de hogares está formado por un modelo de familia tradicional (pareja heterosexual con dos o más hijas/os) frente al 43,7% que lo integran nuevos modelos familiares. Pero no sólo no refleja la diversidad del modelo familiar, sino que evita o ignora otros grandes cambios sociales como el hecho de que la población migrante represente el 10,3% de la población total del Estado, pues resulta muy difícil que la publicidad la represente de no ser que sea para estereotiparla sexualmente o porque el anuncio se dirija en exclusividad a esta comunidad.
En el Estado español, iniciar un proceso de sensibilización y formación en los departamentos de marketing y publicidad de las empresas anunciantes y en las agencias de publicidad, se perfila como una de las vías para impulsar un cambio rápido en el sector. Tras varias décadas de autorregulación sectorial, se ha visto que este mecanismo no presiona lo suficiente para promover los avances necesarios, la causa principal radica en que Autocontrol está integrado por las mismas empresas que realizan y gestionan la publicidad que aquí se analiza y cuestiona, y no por instituciones y organizaciones que impulsen la igualdad. Además, se hace muy necesaria la renovación del sector por medio de una inclusión real y efectiva de las mujeres en los niveles de dirección de los que, hasta la fecha, se las ha excluido (dirección estratégica, dirección creativa, dirección de arte, etc.).
Por último, es preciso incrementar el control institucional sobre los sectores más sexistas y menos colaborativos y sobre las empresas reincidentes que diseñan estrategias de comunicación y campañas publicitarias claramente sexistas. Una situación que por su propio inmovilismo y reiteración ya debe ser considerada constitutiva de delito de odio hacia las mujeres, y, por tanto, ajeno a la libertad de expresión del anunciante, pues si en vez de sexismo se hablara de racismo, las instituciones y, probablemente, la fiscalía, hubieran actuado rápidamente para imponer la ley y reponer los derechos agraviados.
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