Lupa morada para la paz

diciembre 2, 2014 en Miradas invitadas

IzaskunMoyuaIzaskun Moyua. Oñati (1958). Estudié Psicología y Ciencias de la Información. Desde 1999 soy Secretaria General de Emakunde hasta 2005, año en que me nombran Directora. Las políticas de igualdad, el feminismo y las mujeres entran de lleno en mi vida. Desde entonces nada será igual. Desde el año 2009 estoy laboralmente unida a los servicios sociales, primero desde la Diputación Foral de Álava y luego en el Instituto Foral de bienestar social, donde me encuentro en la actualidad. Soy socia fundadora del CIINPI, Centro Internacional de Innovación en Políticas de Igualdad, desde donde queremos ser ventana a los nuevos tiempos.

Busco una reflexión conjunta sobre la paz, aquí en lo más cerca a veces de mi entorno o un poco más allá, en el escenario de mi país, o puesta a pensar me dirijo a lo recóndito, lugares extraños donde también se asesina, se viola o se pisotean una y otra vez los derechos de las personas. Busco un encuentro con la historia, con la memoria resucitada en voces de mujeres y sus movimientos bailando al ritmo de argumentos, modelos de acción política al encuentro de la vida, al destierro de la muerte y la violencia.

Recupero a María Zambrano cuando dice que “la paz es mucho más que una toma de postura: es una auténtica revolución, un modo de vivir, un modo de habitar el planeta, un modo de ser persona”. De su mano me traslado al feminismo cuando como teoría y práctica política ha alumbrado, entre otras cosas, la explicación de la experiencia humana, de los procesos de relación entre las personas, de las relaciones jerárquicas de poder, de las estructuras que permiten la discriminación de las mujeres. Y esa visión que revoluciona lo que existe para promover el cambio que integre, que transforme una sociedad de dominantes y sumisas a un lugar de encuentro respetuoso con lo diferente y garante de los derechos de todas las personas.

 

Son muchas las maneras en las que las mujeres han intervenido en la búsqueda de la paz, no sólo como final de la violencia de las armas, sino como construcción de nuevas sociedades donde las personas puedan vivir libres de toda violencia. Las mujeres, por su estructural marginación sociopolítica, pueden constituirse como sujeto colectivo de construcción de la paz. Lo entiende la resolución 1325 del consejo de Seguridad de la ONU sobre la mujer, la paz y la seguridad cuando urge a los estados miembros a incrementar la cantidad de mujeres en todos los niveles de toma de decisiones relativas a la prevención, manejo y resolución de conflictos y llama a la inclusión de la perspectiva de género en todas las operaciones. Ni muchos países ni muchas personas son conscientes de esta necesidad.

Si abrimos la ventana de la historia nos encontramos con mujeres que desde su identidad como tales han trascendido determinadas divisiones sociales y han demostrado que es posible trabajar juntas por la Paz.

El movimiento internacional de mujeres por la paz, impulsado desde el sufragismo inicia un camino ilusionante que estará formado por mujeres irlandesas, mujeres de negro, ruta pacífica de mujeres, campamento Greenham Common, Black Sash y la unión de trabajadoras domésticas, madres y abuelas de la plaza de Mayo, mujeres anónimas que trabajan en los campos de refugiados y refugiadas, mujeres nobeles de la paz. Al peligro de dejarme tantas, la necesidad de nombrar algunas.

En Euskadi las mujeres también hemos mirado fijamente a la paz y desde movimientos sociales, movimientos feministas y diferentes instituciones se han puesto en marcha iniciativas para construir una sociedad que sea capaz de recoger las diferencias bajo la igualdad de derechos de todas las personas.

No se si nuestra historia hará justicia a Ahotsak, a los talleres y encuentros feministas con las paces como epicentro, no sé si tiene el eco que merecen las mariposas en el hierro, pero sí tengo claro que no contar con nosotras, no analizar la justicia, la verdad y la reconciliación desde nosotras, no propiciar nuestra presencia en las mesas de debate y de negociación puede significar el fracaso de cualquier proceso.

Betty Williams, Premio Nobel de la Paz 1976.

Betty Williams, Premio Nobel de la Paz 1976.

Dijo Betty Williams, aquella premio nobel de la paz, precursora de la pequeña Malala, esa niña que ha sido capaz de enternecer y escalofriar al mundo entero, que “ no siempre se ha hecho caso de la voz de las mujeres, la voz de quienes están más estrechamente involucradas en dar a luz vida nueva, cuando han rogado e implorado contra la perdida de vida, guerra tras guerra. La voz de la mujer tiene una función especial y una fuerza espiritual significativa en la lucha por un mundo pacífico”.

Y sin embargo aquí están ellas. Con su ejemplo, su generosidad, sus reflexiones y su día a día ponen razón y corazón a conflictos y heridas que desde siempre han parecido insalvables, incurables.

Y aquí mismo nos enseñan, desde su espacio vital, que el sufrimiento no conoce de tipos de víctimas y que ellas, valientes y humanas se transforman y muestran que es posible convivir. Ellas que miran a otras y a otros y son capaces de seguir. Se llaman Rosa, Pili , Carmen , Tatiana , Edurne, Asun, Maixabel.

Y hay que empezar a nombrarlas, no vaya a ser que en el imaginario social este, el de tinte misógino e invisibilizador, no ocupen el lugar que se merecen. Y francamente, alguna lupa morada no le vendrá mal a esta ansiada paz.

La feminización de la pobreza

noviembre 18, 2014 en Miradas invitadas

Pilar BarrientosPilar Barrientos. Aunque de formación técnica ITA, no he ejercido nunca, por motivos «casamentales». Mi compromiso y mi currícula comienza en el año 86, cuando vuelvo a Extremadura y fundamos entre nueve mujeres la Asociación de Mujeres Separadas Divorciadas y Maltratadas, para posteriormente pasar a denominarse Agustina de Aragón. Durante esa etapa, hasta 1993, fui presidenta de la misma. En el año 93, fui nombrada Directora General de la Mujer de la Junta de Extremadura hasta el 96. Después de muchas vicisitudes me instalé como «autónoma» (emprendedora). Actualmente, desde hace 2 años, acudo puntualmente a «la cena de empresa» del Servicio Publico Extremeño de Empleo (SEXPE).

Hablar de feminización de la pobreza nos lleva a hablar de diferencias entre mujeres. En términos de ingresos estas diferencias son mayores que entre los hombres y están aumentando de una manera espectacular. De esta heterogeneidad del colectivo femenino se desprende una conclusión política fundamental. Hemos de cuestionar los intentos de igualar a mujeres y hombres mediante la integración de ellas en una estructura jerárquica como son los mercados. En un contexto donde el empleo se precariza, intentar que las mujeres se inserten en la estructura laboral sin cambiarla, es un objetivo imposible de lograr. Para todo el colectivo femenino y para toda la sociedad. Pero además, es una vía errónea porque refuerza las estructuras en si discriminatorias y empeora la situación de los grupos de mujeres menos favorecidos y refuerza un sistema basado en la acumulación de capitales que no tiene en cuenta la satisfacción de necesidades humanas causa última de la pobreza.

En un primer momento se vio la feminización de la pobreza como consecuencia de la desestructuración familiar, como un fenómeno característico de los hogares monomarentales. Cada vez había más unidades domesticas con la presencia de un solo adulto, la mujer. Dadas las mayores dificultades de las mujeres para lograr un empleo o estabilidad laboral. Es decir, dadas las numerosas discriminaciones de género que vivían las mujeres en el mercado laboral, unidas a la falta de ayudas públicas, su capacidad para acceder a recursos económicos suficientes era mucho menor que los hogares encabezados por un hombre. Por tanto, la pobreza sobrevenía con la desestructuración familiar y la traslación de la responsabilidad de ganar el pan a la mujer.

Imagen de  Matteo Angelino (CC by-nc)

Imagen de Matteo Angelino (CC by-nc)

Si tradicionalmente la pobreza se ha asociado a las personas desempleadas o inactivas, cada vez es más frecuente que, a estos colectivos, se una el caso de quienes viven en la pobreza a pesar de cobrar salarios, no estar paradas ni inactivas, o de haberlos cobrado, es decir de haber contribuido y por tanto tener derecho a prestaciones. Dentro de los/as nuevos/as pobres la mayoría son mujeres y esta realidad creciente y global es lo que se ha denominado feminización de la pobreza.

La feminización de la pobreza va mucho más allá de la problemática específica de los hogares monomarentales o de mujeres solas. Pone al descubierto una organización social en torno a los mercados, donde la primera preocupación es la generación de rentas y no la satisfacción de necesidades humanas, que descarga la responsabilidad de la reproducción social en los hogares, que no da cobertura pública a quienes trabajan en actividades que se han invisibilizado. La solución a la pobreza no puede provenir de mejorar la inserción de determinados colectivos, entre ellos, las mujeres, en el mercado laboral, sino de un cambio profundo de las estructuras básicas del actual sistema socioeconómico.

Los hombres que no lloraban

noviembre 4, 2014 en Miradas invitadas

Juan Carlos MeleroJuan Carlos Melero (@jcmelero) es psicólogo. Durante 25 años ha trabajado en instituciones públicas y organizaciones sociales del campo de la promoción de la salud, especialmente en la prevención de las adicciones. Aburrido de escribir al dictado, publica desde febrero de 2014 su propio blog profesional: Notas sobre drogas, salud e inclusión social. Algo más informal, publica en Tumblr Ex-Centricidades – Anotaciones a vuelapluma desde un rincón de la periferia. Desde que descubrió Instagram disfruta con la fotografía, aunque es de las personas que piensan que donde esté una palabra bien puesta, que se quiten mil imágenes.

 

Vivimos en una época definida en gran medida por la importancia (al menos teórica) concedida al mundo de las emociones. Aunque el asunto viene de lejos, hay que reconocerle a Daniel Goleman el mérito de divulgar esta dimensión humana, tradicionalmente ninguneada, con sucesivos best sellers desde que en 1995 publicara la primera edición de su archiconocido libro «Inteligencia emocional». Desde entonces proliferan los estudios, investigaciones, ensayos, programas educativos, “gimnasios emocionales”, blogs… que destacan la necesidad de que todas las personas, hombres y mujeres, establezcamos una mayor sintonía con nuestras emociones para gozar de una vida más plena.

Sin embargo, en ocasiones, sobre todo en textos dirigidos al mundo empresarial, da la sensación de que la apuesta por la «inteligencia emocional» tiene, sobre todo, un carácter instrumental. Banalizando un poco, se viene a decir: «puede que tengas un coeficiente intelectual elevado, pero como sigas siendo un zoquete emocional estás condenado al fracaso». Seguramente será cierto, sobre todo para determinadas profesiones y funciones corporativas. Pero la relevancia de las emociones va más allá del éxito profesional. Lo que está en juego es la felicidad, de la que una vida profesional más o menos brillante puede ser un ingrediente importante, pero no la clave.

Educar las emociones

La inteligencia emocional forma parte de esa batería de competencias que en el mundo del management se conocen como soft skills. Una denominación equívoca porque, en la práctica, se trata de competencias decisivas para que una persona pueda organizar su vida con una razonable capacidad de autocontrol y bienestar. Estas competencias no vienen de serie grabadas en el código genético, ni se aprenden hojeando un par de libros de autoayuda. La competencia emocional se educa desde la primera infancia. Por acción u omisión. Se educa en la familia, naturalmente. Entre otras cosas desterrando estereotipos y prejuicios que siguen manteniendo socialmente que “eso de las emociones” es cosa de chicas (salvo esa parte ya comentada que sirve, dicen, para vender más y venderse mejor). La inteligencia emocional se educa ayudando a los chicos a reconocer, experimentar y expresar su propia vida emocional. «Nenaza», «los chicos no lloran» y perlas por el estilo, todavía forman parte de la (des)educación sentimental de muchos niños que pueden acabar padeciendo de mayores serias limitaciones emocionales, y reproduciendo en sus vidas criterios discriminatorios de similar pelaje. La inteligencia emocional se educa también en la escuela que, de hecho, pocos aprendizajes podrá alentar que sean más necesarios para estimular el bienestar emocional de chicas y chicos.

doce miradas

El Lágrima, de Roberto Corralo.

Aprender a sentir

La desigualdad de género que sigue marcando en buena medida el modo en que nacemos, aprendemos, convivimos…, nos impone a menudo a los hombres un lastre emocional que condiciona nuestra capacidad para disfrutar de la vida en todas sus dimensiones. A veces basta con ver llorar a un hombre para imaginar las mil trabas que su educación ha puesto a la expresión de las emociones. ¡Esos lastimosos hipidos entrecortados, que parecen más un ronquido o un rebuzno! Más vale que eduquemos a las futuras generaciones con otro estilo, para permitir el desarrollo en chicas y chicos de una mayor intimidad con su universo emocional. De otro modo, seguiremos reproduciendo situaciones de desigualdad que, si bien se ejercen especialmente sobre las mujeres, también a los hombres nos condenan a una mutilación emocional que genera no poco malestar.

Al estilo de la risoterapia, será cuestión de organizar talleres para que los hombres aprendamos a llorar. ¡Nos quitaríamos tanta presión! Se me ocurre un título: “¡Échate una lagrimita, hombre!”.

Ya sois iguales ¿qué más queréis?

octubre 21, 2014 en Miradas invitadas

Iñigo LaExteriores 056marca es ahora Ararteko en funciones, 10 años después de que fuera nombrado Defensor del Pueblo Vasco allá por 2004. En el desempeño de su responsabilidad al frente de la Oficina del Ararteko, Lamarca ha puesto particular énfasis en la evaluación de las políticas públicas, en la defensa de los derechos sociales, de la inclusión y cohesión sociales, y del respeto a la diversidad y la diferencia, así como en la atención y protección de los colectivos que tienen obstáculos o algún elemento de vulnerabilidad para ejercer en términos de igualdad sus derechos.

 

Esta expresión la he oído alguna vez en ocasiones en los que ciertos hombres se sienten en condiciones de hablar desde lo más profundo de su pensamiento y cargan contra las demandas de igualdad real entre mujeres y hombres con el argumento de que aquéllas ya son iguales ¿Qué más quieren?- braman a modo de corolario de su razonamiento corto desprovisto de datos.

La Constitución española tuvo el gran acierto de distinguir entre la igualdad formal ante la ley y la igualdad real y efectiva. Dice el artículo 14 de la citada carta magna que todas las personas somos iguales sin que quepa discriminación alguna por razón de sexo, raza, nacimiento, religión, opinión o cualquier otra circunstancia personal o social (es decir, orientación sexual, identidad de género, pertenencia a una minoría cultural, etc.) Pero hay una disposición anterior, la novena, que proclama la igualdad real y efectiva entre todas las personas para lo cual fija un deber para todos los poderes públicos: remover los obstáculos que impidan ejercer plenamente ese derecho. De aquí deriva la obligación de que existan políticas públicas eficaces con el fin de derribar los obstáculos que están impidiendo el derecho a la igualdad real y efectiva de las mujeres.

Hay numerosos datos estadísticos que sostienen las afirmaciones que voy a formular seguidamente y por tanto no veo necesario aportar información. Me voy a centrar en el ámbito laboral, en el que las mujeres tienen empleos más precarios, salarios más bajos, y tienen más dificultades para acceder a puestos directivos. Las fotografías de las reuniones de los consejos de administración de las empresas más importantes del Ibex 35 de la Bolsa resultan demoledoras: la presencia de las mujeres es insignificante. Pero también lo es en las reuniones del Ecofin europeo, del Foro Anual de Davos, del G-20, del Consejo de Seguridad de la ONU, de los mediadores y verificadores del proceso de paz de Euskadi, de los defensores del pueblo o de los rectores. Es cierto que se han producido avances pero la ocupación de puestos de la máxima responsabilidad en el mundo de la empresa, de cargos públicos de alta relevancia o la promoción interna en el ámbito laboral-profesional es todavía, en gran medida, cosa de hombres. Y, sin embargo, en los estudios universitarios o en las oposiciones muchas mujeres están obteniendo resultados magníficos, en numerosas ocasiones superiores, en términos porcentuales, a los de los hombres. La pregunta correcta no es, pues, ¿qué más quieren? sino ¿qué está fallando?

Ministros de Hacienda y presidentes de bancos del G20. Fuente: RTVE

Ministros de Hacienda y presidentes de bancos del G20. Fuente: RTVE

A mi modo de ver, no están funcionando debidamente dos ámbitos que son esenciales para la consecución de la igualdad real y efectiva para las mujeres. El primero de ello es el relativo a la educación en valores. Hay que reconocer que en la escuela se han producido avances muy importantes y que la Administración educativa vasca, junto con los berritzegunes y con los excelentes maestras y maestros, profesoras y profesores que trabajan en las escuelas vascas, ha creado programas y materiales para incidir en la promoción de los valores de igualdad. Pero no es suficiente a la luz de los datos que arrojó el informe sobre valores del Ararteko en 2009. El sexismo y los roles de género siguen estando presentes, en un porcentaje muy significativo, en los valores y en la visión del mundo de nuestros niños, niñas y adolescentes en la Euskadi del siglo XXI.

El citado informe analiza, además de ofrecer datos de un amplio cuestionario hecho a niños y niñas de entre 8 y 16 años, las vías de transmisión de valores y concluye que de los cuatro ámbitos que inciden claramente en la transmisión y aprendizaje de valores (a saber, la familia, la escuela, los grupos de iguales –amigos y compañeros de escuela y de actividades extraescolares-, y los medios de comunicación y el mundo de internet y de los videojuegos) la familia sigue ocupando un papel central.

Hay que reconocer que desde las políticas públicas no se puede intervenir en el ámbito privado de las familias, pero hoy día hay dos elementos que forman parte de las familias, con los que los niños y las niñas interactúan más, en muchos casos, que con sus padres o madres: la televisión e internet. Es seguro que los poderes públicos pueden hacer más para que los contenidos de los programas televisivos, de los dibujos animados, de los videojuegos, o de las páginas web erradiquen por completo cualquier signo de sexismo y de machismo y, por el contrario, promuevan valores de igualdad entre mujeres y hombres. Se me podrá objetar que en la inmensa mayoría de los casos esos contenidos son creados por empresas privadas y que el mercado es libre para hacer lo que quiera. Contraargumentaré diciendo que los poderes públicos pueden –y deben- condicionar la actividad de las empresas privadas en el ámbito que estamos comentando poniendo límites mediante la ley, regulando las emisiones de contenidos que pueden visionar los menores de edad, introduciendo en las políticas fiscales la variable del respeto y promoción del valor de la igualdad entre mujeres y hombres, mediante la política de subvenciones, etc.

Resulta, por otra parte, muy importante (por el efecto que tiene en la pedagogía social) que las mujeres ocupen el lugar que les corresponde en ámbitos de fuerte impacto social: me refiero al deporte y a las fiestas populares. Se puede y se debe hacer más para que los niños y niñas vean que es tan importante, por lo que a su presencia mediática, pública y social se refiere, una deportista o un equipo femenino que un deportista o un equipo masculino. Soy consciente de que el fútbol practicado por hombres acapara un porcentaje muy elevado del espacio social y mediático que tiene el deporte, pero seguro que se puede hacer más para darles mayor proyección social y mediática a las mujeres deportistas.

En el espacio público de las fiestas de los pueblos y ciudades se visibiliza ante los chavales y chavalas el papel que los hombres y las mujeres desempeñan en la sociedad. Si las mujeres no pueden portar una escopeta, tocar el tambor o participar en una comida popular, difícilmente podrán, en el imaginario que van construyendo los menores de edad, ocupar un lugar equiparable a los hombres en la familia, en la empresa o en las instituciones públicas.

Me he referido anteriormente a dos ámbitos muy importantes para la igualdad entre mujeres y hombres. Podríamos seguir hablando del primero de ellos, pero no me quiero extender mucho y deseo abordar el segundo de ellos. Se trata de la conciliación entre la vida familiar y personal y la laboral. Es constatable que, aun cuando muchos padres de las generaciones jóvenes han asumido con ganas –o se muestran dispuestos a hacerlo- las tareas derivadas de la corresponsabilidad parental, todavía son las madres las que se ocupan, en una proporción mayor, de la crianza de los hijos e hijas. Ello repercute negativamente en las condiciones laborales de muchas mujeres. En el campo del trabajo por cuenta ajena, abundan las contrataciones a tiempo parcial, o no se opta a puestos de responsabilidad. Por lo que se refiere a las profesionales autónomas o empresarias, cabe decir que en muchas ocasiones se sacrifica la maternidad o la progresión profesional o se reducen los ingresos y las posibilidades de crecimiento empresarial o profesional por la limitación de la jornada laboral para hacerla compatible con la vida familiar.

El Ararteko ha hecho público recientemente un informe extraordinario sobre las políticas familiares, en el que la conciliación ocupa un lugar central. Se analizan las políticas públicas de otros países y se formulan propuestas concretas para mejorar las condiciones de la conciliación, relacionadas con los permisos de maternidad y paternidad, con las escuelas infantiles de 0 a 3 años, con el cuidado y la crianza de los niños/as, con las políticas fiscales, etc. Debiéramos asumir que la crianza de los niños y niñas, como ocurre en muchas tribus sabias de África, es responsabilidad de toda la comunidad, de toda la sociedad, por tanto de cada uno de nosotros y nosotras a través de una herramienta fantástica creada en la Europa del Estado social: las políticas públicas.

entremujeres.clarin.org

Fuente: entremujeres.clarin.org

El trabajo en pro de la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres no se circunscribe a los ámbitos a los que me he referido en los párrafos precedentes. Me propongo finalizar esta colaboración para no superar una extensión razonable, pero no quiero dejar de mencionar, en relación con el derecho a la igualdad real y efectiva de las mujeres, los siguientes temas: la violencia machista, abominable y terrorífica o terrorista; la necesidad de poner más medios para la investigación y el tratamiento de determinadas enfermedades (la fibromialgia, la fatiga crónica y algunas de las denominadas enfermedades raras) que afectan sobre todo a las mujeres; el porqué de la casi invisibilidad de las mujeres lesbianas en el foro público; la necesidad de garantizar la libertad y la autodeterminación de las mujeres en relación con los embarazos, permitiendo el aborto según una ley de plazos y profundizando en la educación sexual; o las cuantías insuficientes de las pensiones de la gran mayoría de las mujeres mayores.

Y quiero también mencionar la necesidad de trabajar en el campo de la defensa de los derechos más básicos de las mujeres en muchísimos países del mundo donde su dignidad es mancillada y pisoteada cada día, donde viven en condiciones de semiesclavitud o donde se practica el feminicidio. España debería ser más activa en esta materia en los foros europeos e internacionales y debería, en el plano interno, ampliar y facilitar el derecho de asilo para las activistas o las mujeres amenazadas de muerte o que son perseguidas.

Deseo felicitar, finalmente, a las mujeres que gestionan este magnífico blog y agradecerles que me hayan ofrecido aportar a Doce Miradas esta colaboración.

Emprender siendo mujer

octubre 7, 2014 en Miradas invitadas

Jone ZugazagaJone Zugazaga es diseñadora (de superficies y gráfica) e ilustradora. Licenciada en Bellas Artes por la UPV/EHU, ha trabajado como diseñadora gráfica y creativa durante años. Hace 4 años se embarcó en un nuevo proyecto laboral como freelance en diseño gráfico. Sus trabajos y proyectos han ido evolucionando y hace 2 años inauguró un nuevo espacio creativo llamado Dubidibú en Vitoria-Gasteiz.

No es un secreto que os diga que siendo mujer, el mercado laboral te sorprende con ciertas dificultades, pero cuando una decide ser mujer y empresaria a la vez… ¡eso ya es la monda!

Después de trabajar y aprender mucho trabajando como diseñadora gráfica y creativa en diferentes empresas, tuve muy claro que la  forma de expresarme mediante mis creaciones era muy particular y estaba muy definida. Fue entonces cuando empecé a soñar con lo que hoy en día es una realidad.

Cuando las cosas se tuercen y prefieres volver por el camino recorrido para coger otro diferente que crees que te hará más feliz, eso se llama apostar fuerte y ser valiente. Y eso es lo que decidí hace años: apostar primero por mí, por mis capacidades y por mis sueños. ¡¡Un aplauso!! Plas, plas, plas.

Empecé trabajando desde casa como diseñadora gráfica y con el tiempo aposté más fuerte aún y abrí un jonezugazagapequeño estudio creativo en la Calle Pintorería, 52 de Vitoria-Gasteiz con el nombre Dubidibú (www.dubidibu.com). En este rincón trabajo como diseñadora gráfica y de superficies delante de mi ordenador e imparto talleres creativos mientras expongo y vendo ropa, complementos y creaciones propias y de otras mujeres diseñadoras y artesanas. ¿Por qué mujeres? Por el mismo motivo que elegí el nombre Dubidibú: porque me da la gana. Porque valoro nuestras capacidades creativas y porque apuesto por trabajar en red, por crear conexiones en clave femenina y por tejer redes de solidaridad entre nosotras. Olvidándonos de alguna manera de la palabra “autónoma” que nos sumerge muchas veces en un individualismo que nos afecta más que enriquece, y trabajar la in(ter)dependencia como nueva forma de tejer nuevas formas de desarrollo laboral. ¡¡Otro aplauso!! Plas, plas, plas.

El camino a recorrer está siendo divertido, intenso, difícil , enriquecedor, satisfactorio… y así, como ilustradora que soy, os dejo un vídeo ilustrado que describe en clave de humor y esquemáticamente mi andadura como mujer emprendedora. Con altibajos, con miedos y alegrías, pero sobre todo… con ganas.

¿Oye… Y por qué Dubidibú? ¡No lo van saber pronunciar! ¡Es muy complicado! Du…di…bu….di…. ¡me rindo!. Lo explico: “Dubi” porque es divertido, creativo, tiene vida, movimiento… y “dibú” de “dibujo”. Dubidibú. Si lo dices tres veces, sale sólo. Inténtalo.

MultitaskingY así, tres veces seguiditas, como quien pide un deseo pronunciando las palabras mágicas, repito día a día “¡Dubidibú, Dubidibú, Dubidibú!”. Cruzando los dedos para poder seguir adelante, diciendo “virgencitaquemequedecomoestoyomejor”,  creyendo que el constante proceso “ensayo/error” es un aprendizaje acelerado que no te ofrece ni el mejor Máster del mundo, y sobre todo… desarrollándome como mujer, laboral y personalmente y sobre todo creyendo en mí como persona. Consciente de estar participando en la creación y construcción de una nueva era laboral “en femenino”, que necesita de píldoras de positividad, dosis de paciencia, chutes de colaboración y gotitas diarias para enriquecernos también por dentro, sin olvidarnos de cuidarnos a nosotras mismas. ¡¡Otro aplauso!! Plas, plas, plas.

¿Y por qué me aplaudo? Porque aunque en el camino he encontrado apoyo, comprensión, colaboración y estupend@s acompañantes de aventura, yo me lo he guisado, yo me lo estoy comiendo y yo misma me felicito. Así que me sigo animando con aplausos dirigidos a mí misma. Plas, plas, plas.

 

La mirada cómic-a de Pernan Goñi

septiembre 23, 2014 en Miradas invitadas

Pernan Soy Pernan Goñi, @pernan, un dibujante freelance que vive y trabaja en Bilbao. Me gustan la pintura y el dibujo, los fanzines y los temas de innovación social. Mi labor consiste en idear y conceptualizar historias basadas en imágenes, realizar graphic recordings, dibujar ideas en reuniones, desarrollar story-boards y animaciones, participar proactivamente en proyectos donde el lenguaje visual sea importante. He realizado trabajos para EiTB, Lan Ekintza-Bilbao, Gobierno Vasco, Museo Guggenheim Bilbao… Y también para un montón de amigas y amigos que lucen sus caricaturas por las redes sociales.

 

Por @Pernan

Bechdel Test – Por @Pernan

 

Martxismo – @Pernan(en) eskutik

(Traducción libre del cómic “Postmoderno Xelebreak / Matxismoa)
Las cuitas de los jóvenes postmodernos
Aventuras y desventuras de artistas que fuimos a Bellas Artes hace tiempo
MACHISMO

Entre los estudiantes de Audiovisuales, los chicos quieren ser directores de cine y las chicas, actrices.

Las mujeres tienen menos oportunidades en el mundo del arte, ya que en un momento de su vida dejan el arte para formar una familia.

Las tías buenas son la obra de arte más grande del mundo.

Las chicas vienen a estudiar Bellas Artes para pillar con un marchante o galerista rico.

En Historia del Arte no damos trabajos de mujeres porque las labores del hogar no son interesantes.

Follar con las de Bellas Artes es más fácil que con las otras.

Sí, sí, alumnos y profesores de Bellas Artes nos regalaron con estas perlas no hace tanto.

No somos culpables de nuestras violaciones

septiembre 9, 2014 en Miradas invitadas

Belén PeraltaBelén Peralta, , comenzó como locutora y redactora en la Cadena SER en 1984 y, a partir de ahí, ha desarrollado toda su carrera profesional en torno al mundo de la comunicación y el periodismo, siendo los estudios de género uno de los temas en los que se ha especializado. En la actualidad se encuentra escribiendo su próxima novela, Olor a tarta de manzana, y prepara un proyecto para crear una gestora cultural, La Alquería, que prestará especial atención a las mujeres maltratadas y en riesgo de exclusión social, entre otros colectivos.

Poco podía imaginarme que el día en que comenté en mi Facebook un fragmento de las desafortunadas declaraciones del alcalde de Valladolid, -Francisco Javier León de la Riva (Valladolid, 1945)- sobre las agresiones sexuales a mujeres, se originaría tal cúmulo de opiniones y un debate vivo, abierto, y repleto de testimonios de chicas que habían vivido en silencio, algunas, como yo, durante muchos años, el viento de su desgracia, como le ocurrió a la cándida Eréndira de García Márquez.

Sensaciones encontradas
violencia contra las mujres Doce Miradas

Esto produjo en mí sensaciones encontradas. Por un lado, me sentía felizmente abrumada por la respuesta que se generó y que provocó una ola de empatía entre todas las mujeres que aportaban testimonios, y aquellos y aquellas que leían y comentaban. Eso sí, el porcentaje masculino era tristemente muy inferior al femenino, no sé -o no quiero pensar- por qué. Se supone que este tema tan doloroso, tan triste, también debe afectarles a ellos ya que las atacadas son sus mujeres, sus hijas, hermanas o amigas. Pero también por un simple sentimiento de empatía. Sin embargo, solamente fueron tres o cuatro hombres los que comentaron y dieron al “Me gusta”, siendo la mayoría abrumadoramente femenina. Me dio la impresión de que, en este tema, como ocurre en tantos otros, seguimos luchando solas. Unidas unas a otras, sí, de forma colectiva, pero sin el apoyo de los hombres. Son compañeros de vida (padres, hijos, hermanos, amigos, pareja), y nos sirve su opinión. A mí, al menos, me interesa.
Decía que esta avalancha de comentarios relatando duras experiencias de agresiones sexuales me provocó sensaciones encontradas. Si la primera fue de satisfacción por el debate que se abrió y la empatía que se palpaba, la otra fue de desolación absoluta. Era sobrecogedor leer uno, tres, siete y más testimonios de mujeres que un día vieron cómo se les atacaba en su libertad, no solo sexual sino personal, es decir, a todos los niveles.

Agredida sexualmente
Yo misma fui protagonista de una agresión sexual en forma de intento de violación a manos de dos desgraciados indeseables. Tenía 18 años y trabajaba en la radio, en la cadena SER como locutora. Era muy temprano cuando me encaminaba hacia la emisora por una calle desierta -aunque daba a la avenida principal de la ciudad- y todavía estaba oscuro. Dos tíos repugnantes me atacaron por detrás y me agarraron de las muñecas mientras uno de ellos me desabrochó el pantalón y empezó a bajármelo junto con la ropa interior. El otro, mientras, me obligó a ponerle mi mano sobre sus genitales que estallaban por debajo de su vaquero. El siguiente paso, obviamente, hubiera sido la violación de no ser porque, a pesar de que el pánico me atenazaba, logré sacar fuerzas de no sé aún dónde -la adrenalina es lo que tiene- y pegué un alarido horripilante, horrísono. El terror, el espanto, se me escapaba en esos momentos por la boca. Y debí hacerlo de maravilla, porque aquellos dos cerdos salieron pitando por un callejón adyacente. No conseguí verles el rostro, ni la ropa, ni prácticamente pude fijarme en su complexión. Solamente recuerdo que uno de ellos era rubio, o al menos, así me lo pareció. Sé que eran jóvenes, poco más. Eso pasó a las ocho menos cuarto de la mañana y eran las dos de la tarde y aún tenía las señales en las muñecas y el horror instalado en mi cuerpo. Porque eso sí, tiré hacia adelante y seguí hacia la emisora, donde cumplí con mi jornada laboral. Cometí un error tremendo que ahora no hubiera repetido. La inexperiencia de mis por aquel entonces 18 años hizo que, como no había posibilidad de identificarlos, desechara la idea de la denuncia. Craso error. Por pocos datos que hubiera dado, considero imprescindible no callarse, denunciar, primero por la posibilidad de poder atrapar a esta gentuza, pero además porque así ayudas a otras mujeres y evitas futuras agresiones. Jamás sabré si volvieron a atacar a alguna otra chica. Espero que no.
El contar mi caso en Facebook, al hilo de las declaraciones del alcalde de Valladolid en el que a las mujeres nos tacha poco menos de incitadoras de agresiones sexuales -reales o inventadas-, provocó una avalancha de comentarios y testimonios, algunos de ellos realmente estremecedores. Uno de los contertulios masculinos me impactó con su comentario, que venía a decir que no podía imaginarse que hubieran tantos casos de agresiones sexuales en su entorno, que tenía conocimientos de estos casos a través de los medios de comunicación, pero que no se figuraba que tantas mujeres hubieran sufrido esta desgraciada situación y que no se conocieran sus historias.

Mi catarata de reflexiones sobre el tema
Mujer, denuncia tu violación.Esto provocó en mí varias reflexiones: ¿por qué callan las mujeres ante este tipo de ataques? ¿O realmente no callan pero los medios no se hacen tanto eco como debieran e invisibilizan estas situaciones en la medida que les es posible? ¿Cuándo dejarán algunas mentes -no ya retrógradas, sino cavernícolas- de acusar a la víctima y no al violador? Porque no he contado un “pequeño” detalle: lo primero que me preguntó mi novio fue que qué ropa llevaba puesta. Lo miré con asombro y le dije: “Unos pantalones vaqueros y una camisa ancha de manga corta”. Creo que jamás debí contestarle, sino mirarle con desprecio, darme media vuelta y decirle adiós para siempre. Quizá lo hice porque tenía 18 años. Ahora, con 47, afirmo que no me volvería a pasar. Las víctimas no somos culpables de nuestras violaciones, que les quede claro a los y las que piensan así. Sí, por desgracia también hay mujeres que lo creen. Aunque parezca inaudito.

Feminismo y empoderamiento de las mujeres

julio 29, 2014 en Miradas invitadas

EloMayoElo Mayo es experta en políticas de Igualdad de mujeres y hombres, mediadora intercultural y trabajadora social. «Pero ante todo -dice-, me siento Feminista desde que allá por los años 80 entré a formar parte de este movimiento». Durante el periodo 2007-2011, fue directora de Promoción Social en la Diputación Foral de Álava, como responsable de las Políticas de Igualdad, Inmigración y Cooperación al Desarrollo. En la actualidad, además de otras iniciativas, coordina la Escuela para la Igualdad y el Empoderamiento de las Mujeres, dependiente del Servicio de Igualdad del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz.

Doce Miradas os definís como “mujeres con sueños que imaginan una sociedad diferente y reclaman un espacio común para mujeres y hombres en un mundo más justo e igualitario”.
Ha sido vuestra presentación, lo que me ha motivado para escribir mis reflexiones en torno a dos conceptos importantes para mí: El feminismo y el empoderamiento de las mujeres.
Porque si tengo que definirme de alguna forma, lo tengo claro. Soy feminista. Una palabra que resume mi forma de sentir, y que recorre conmigo mi trayectoria vital, tanto en el ámbito personal, como laboral y social. Me considero partícipe de un feminismo en constante cambio y movimiento, ajeno al inmovilismo. Un feminismo con dudas e incertidumbres y que se plantea preguntas continuamente, para conformar un pensamiento crítico que resulta tan necesario en nuestros días.

Considero al feminismo como un movimiento cuyo objetivo es acabar con un sistema opresivo y discriminatorio, y con las conductas no igualitarias que lo sustentan. Por tanto, el objetivo del feminismo que yo reivindico, es conseguir una sociedad en la que las personas seamos iguales, con relaciones respetuosas, felices, de calidad y de buen trato entre mujeres y hombres.

Uno de los objetivos del feminismo, es conseguir que las mujeres seamos seres autónomos, capaces de decidir e independientes. En definitiva: empoderarnos como mujeres. Y ese, es otro concepto que quiero reivindicar.
III Jornadas feministas Euskadi

El empoderamiento. Esa palabra tan “rara” que a algunas mujeres les suena tan mal, mientras que a otras, poco a poco, comienza a sonarles como algo familiar. ¿Pero qué significa? Empoderamiento es un concepto que se ha ido introduciendo en el lenguaje político, quizá debido más a la sonoridad de la palabra, que a su significado. Pero el término se ha ido generalizando con el tiempo, y como todas las palabras, adquiere distintos significados según quién y cómo lo diga, según en qué contexto, qué se quiera decir y a quién, según qué persona lo escuche y, por tanto, se sienta o no incluida en él. Lo mismo ocurre con otros muchos términos, como “democracia”, o “participación”. Incluso con “feminismo”. Cada persona le otorga un significado diferente. Y tal vez no pueda ser de otra manera.

De ayer a hoy
Quiero hoy aprovechar este espacio, para hacer un breve recorrido por los antecedentes que están detrás del concepto. Porque es bueno conocer también la historia de las palabras y de los términos que utilizamos.

Y para ello, recordar aquí que este término que hoy nos parece tan nuevo, fue formulado hace más de dos décadas por las activistas e investigadoras feministas aglutinadas en la Red DAWN-MUDAR[1], una red de mujeres feministas del Sur constituida en 1984 en Bagalore, India. Ellas fueron quienes, analizando la situación de las mujeres se dieron cuenta de las necesidades e intereses de las mujeres pobres, e hicieron de los planteamientos feministas y de la creación de organizaciones de mujeres, los referentes principales de la estrategia para enfrentar la desigualdad de género, a la vez que planteaban la necesidad del cambio de las estructuras económicas y políticas, claves para luchar contra la pobreza y la desigualdad.

Aunque para ser justas, deberíamos reconocer que el origen del término proviene de las luchas de determinados colectivos del siglo pasado, que podemos resumir fundamentalmente en dos movimientos:
– El de los Derechos Civiles para la población afroamericana en los EEUU en los años 60, con un fuerte movimiento de la población negra reivindicando con orgullo su raza, su color, sus derechos, sus orígenes, y construyendo para ello sus propias organizaciones.
– En las aportaciones de la Teología de la Liberación de Paulo Freire, cuyo principal objetivo es partir de la constatación de la realidad de injusticia y desigualdad existente, construyendo herramientas educativas para cambiar su propia situación, siempre partiendo de la organización y participación de las propias personas afectadas.

Pero como decía, fueron las mujeres de DAWN quienes otorgaron al término “empoderamiento”, un significado específico de género. Ellas fueron quienes en 1985, en la III Conferencia Mundial de Nairobi, consiguieron por primera vez que se hablase de empoderamiento a nivel internacional, como una estrategia impulsada por mujeres del sur, con el fin de avanzar y generar un proceso de transformación social.

Y después de Nairobi llegamos a Beijing, a la IV Conferencia Internacional de la Mujer celebrada en 1995, de la que todas habremos oído hablar. Por su importancia, y por haber puesto en marcha dos estrategias claves:

• el mainstreaming de género, definido por el Grupo de expertos del Consejo de Europa como “la organización (la reorganización), la mejora, el desarrollo y la evaluación de los procesos políticos, de modo que una perspectiva de igualdad de género se incorpore en todas las políticas, a todos los niveles y en todas las etapas, por los actores normalmente involucrados en la adopción de medidas políticas.”
• y el empoderamiento de las mujeres, entendiendo “Que el empoderamiento de las mujeres y su plena participación en condiciones de igualdad en todas las esferas de la sociedad, incluyendo la participación en los procesos de toma de decisiones y el acceso al poder, son fundamentales para el logro de la igualdad, el desarrollo y la paz.”

ONU MUJERES

Después de Beijing, el empoderamiento se convierte en una estrategia a incluir en todas las políticas de igualdad, y por ello, la vemos reflejada en los diferentes Planes y Proyectos institucionales.

Pero entonces, ¿de qué estamos hablando? Estamos hablando de un

Proceso
Es un proceso individual, en la medida que supone un proceso personal de toma de conciencia de las mujeres sobre su propia situación, que se inicia a través de una evolución propia, en la que cada mujer toma conciencia de sus propios derechos, de sus fortalezas e intereses, y consolida su autonomía y poder personal. Un proceso que requiere cambio, y como todos los cambios también necesitan su tiempo. Tiempo para reflexionar, para elegir, para desarrollar habilidades, para aumentar la confianza y la autoestima en nosotras mismas, imprescindible para sobrevivir.

FotoSahara

Si alguien sabe de autoestima, ese es el movimiento feminista. Un movimiento que frente a la desvalorización social de lo femenino, puso en valor el orgullo de ser mujer, y de contagiar ese sentimiento a otras muchas mujeres, como manera de crear y fortalecer una autoestima colectiva, como base para cambiar la sociedad.

Y es de esta manera como se llega al empoderamiento colectivo. Partiendo de un proceso privado, para llegar a un proceso común, mediante el cual los intereses de las mujeres se relacionan, y se aúnan los esfuerzos y la influencia colectiva, para participar en el cambio social.

Es decir: el empoderamiento, desde un sentido feminista, no termina en lo individual. Sino que transciende al espacio colectivo, de forma que el trabajo realizado desde la individualidad y la subjetividad, le servirá a las mujeres para organizarse en torno a la lucha por sus intereses colectivos, es decir, por sus intereses de género.

Poder hacer
La raíz del término empoderamiento, la encontramos en el verbo “poder”. Verbo con el que, en general, no nos llevamos nada bien las mujeres. Porque normalmente nos hemos acercado a este concepto desde la crítica hacia quienes lo ejercen y desde el rechazo hacia aquellas personas que públicamente ostentan el “poder”. Esto llevó a que muchas mujeres, sobre todo las organizadas, reivindicasen con orgullo que “a las mujeres no nos interesa el poder”. Quizá porque si acudimos al diccionario, lo define como:
“Tener más fuerza que alguien, vencerle luchando cuerpo a cuerpo”.
“Ser más fuerte que alguien, ser capaz de vencerle”.

Pero tal vez esto suceda, porque nos saltamos sus anteriores acepciones:
“Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo”.
“Tener facilidad, tiempo o lugar de hacer algo”.

Si partimos de que el poder de “hacer” es esencial para transformar la realidad, ¿cómo es posible que a las mujeres no nos interese? A mí, al menos, sí me interesa. Y creo que nos interesa a todas. Las mujeres deberíamos querer poder. Poder para cambiar la sociedad, para mejorar la vida de las personas.
Y desde el empoderamiento feminista, reivindicamos el Poder “hacer”.

Poder para nosotras mismas (lo que se ha llamado “poder propio”), para aumentar nuestra conciencia sobre nuestras necesidades e intereses, para valorarnos y hacernos valorar, para reivindicar el lugar que nos corresponde. Poder que va unido también no sólo al poder “subjetivo”, sino al acceso a los recursos económicos. Porque sabemos que en esta sociedad la independencia económica es requisito indispensable para sostener los cambios en nuestras vidas. Para poder elegir, para poder “hacer”, para poder decidir nuestro destino.

Poder colectivo, con otras mujeres, con otros hombres. Organizarnos para construir colectivamente una conciencia crítica que vaya más allá de lo individual, y que sea capaz de aunar fuerzas en una misma dirección mediante un proceso colectivo. Y este proceso, este movimiento, debe integrar a la diversidad de mujeres, y a toda la gama de distintas formas de ser personas. Porque no hay una única forma de ser mujer, sino que a todas nos afectan otros muchos factores. La edad, la opción sexual, el lugar de residencia, el estado familiar, la condición laboral, el nivel de ingresos, la pertenencia étnica, las discapacidades, la experiencia política, las creencias religiosas… Somos infinitas mujeres.

Por ese motivo, crear una conciencia colectiva nunca debe conllevar anular la pluralidad existente, ni subordinar o poner por encima unas opresiones a otras. Por el contrario, esta creación requiere de una capacidad para reconocer, validar e integrar las experiencias particulares y de grupos específicos de mujeres, en el sistema de relaciones desiguales de género. También precisa de una voluntad política que permita diseñar estrategias de actuación alrededor de las necesidades e intereses de esos distintos colectivos.

Afianzar la conciencia colectiva, pasa por la creación de estructuras organizativas que puedan mantener en el tiempo la energía y entusiasmo femeninos. La capacidad para sostener y consolidar sus grupos, es uno de los indicadores centrales para medir el avance de este nivel de empoderamiento de las mujeres.
Y poder también para influir, para transformar las relaciones, estructuras e instituciones que nos limitan, y que perpetúan la situación de subordinación de las mujeres. Esta dimensión del empoderamiento es fundamental desde el feminismo.

Porque conlleva que las mujeres se empoderan mediante su participación activa en todos los ámbitos donde se toman decisiones relevantes para ellas y sus colectivos de pertenencia. Participación que no se reduce a “estar oyendo a otros” sino que busca dar a conocer sus intereses, y promover su propias agendas reivindicativas, poner en marcha estrategias para modificar leyes y políticas, aportar y defender sus visiones y alternativas a los problemas generales, construir liderazgos feministas fuertes y diversos… En definitiva: incidir políticamente en y desde las instituciones.

Mani Aborto-Iruña

Es necesario rescatar este significado transformador, rompedor y feminista que tiene el concepto de empoderamiento, si queremos que sea una herramienta útil para las mujeres. Para todas las mujeres. Porque si algo sabemos, es que es aún más necesario para aquellas que están en peor situación, y por tanto, quieren y necesitan hacer un proceso individual y colectivo, para mejorar su posición en el mundo. Trabajar con este enfoque, nos tiene que servir para pensar ante todo en todas las mujeres, en sus necesidades y en sus capacidades, sabiendo que todas podemos.


“Poder”
y “hacer”, no son un mismo verbo. Pero quizá deberían serlo [*].

Notas
[1] DAWN es la sigla de Development Alternatives with Women for a New Era. Alternativas de Desarrollo con Mujeres para una Nueva Era.

[*] Si os quedáis con ganas de profundizar en este tema, os recomiendo el libro “Reflexiones Feministas sobre el empoderamiento de las mujeres”, de Clara Murguialday. Y os animo también a consultar el “Dossier 05 Feminismos” de la revista Galde en el que podréis acercaros a la diversidad de enfoques teóricos e ideológicos que existen en la actualidad dentro del movimiento feminista.

Historias que aportan palabras

julio 15, 2014 en Miradas invitadas

natalia carrero 2Natalia Carrero (@lalectoracomun) es escritora. En 2008 Caballo de Troya publicó su primera novela, «Soy una caja«, por la que fue nombrada Nuevo Talento FNAC y cuya traducción al inglés ha editado Amazon Crossing. En 2011 publica «Una habitación impropia«, también en Caballo de Troya. En estas líneas, sin quitarse las gafas violeta, nos cuenta cómo ve su forma y otras formas de hacer literatura y de hacer cultura.

Hay una zona desde la que se puede escribir cómodamente, donde las líneas son rectas y la gramática no se retuerce. En ese lugar todas o muchas historias comienzan más o menos así: Oh, nostalgia, qué tiempos, qué maravilla. Abundan los algodones, las plumas de oca y los paisajes que, según el filtro fotográfico, asemejan camas infinitas en las que siempre podremos acostarnos, el placer no tardará. Otras historias, en cambio, presentan un inicio distinto, de intenciones similares: Menudo misterio, menudo viaje reflexivo, intelectual e investigador nos aguarda a lo largo y ancho de estas cuatrocientas páginas, con erotismo incluido; sigamos leyendo, no dejemos pasar la oportunidad de creer que esto es cultura, algo que siempre queda bien.

Las líneas escritas desde la comodidad representan la regularidad del bienestar y la corrección. Reflejan el mundo de la abundancia donde tuve la suerte de haber nacido. Incluso me pusieron pendientes de perlas para el bautizo, y me calificaron de mona. Ahora que lo pienso, éstas fueron las primeras violaciones de mi cuerpo; los pendientes y el agua bendita.

Esas novelas a secas y de género, o conjuntos de relatos largos y pausados, o poemarios evanescentes, tienden al arte máximo, creen darlo todo cuando ahora me parece que no dan casi nada, y quizá esto no sea del todo malo. Cada frase encanta las serpientes, los gusanillos que habitan en nuestro interior. Me pregunto si no será lo mismo que hago yo por aquí.

Esos libros cultivan cierta clase de ironía; mientras que yo aquí aparezco quizá demasiado seria.

En la zona desde la que escribo, esa ironía pierde fineza. Es inevitable.

Es como ir bajando, descendiendo metros desde la cima de alguno de los ocho mil; el aire va perdiendo pureza. La vida se va embruteciendo. La ironía va asemejándose a la realidad, hasta que de pronto ambas coinciden, chirrían e incomodan.

Desde aquí escribo, demasiado apegada al asfalto, donde no hay ironía fina ni palmadas en la espalda, sino un sentido del humor de lo más normal y corriente; tanto que la risa es cada paso que se da, cada palabra que se dice.

Cuando encuentro una alcantarilla abierta me asomo para ver las capas de tierra sobre las que hemos construido tantas ficciones que nos conforman. Tantos edificios de discursos que van de rectos y seguros, convencidos de que nada se tambalea. Todo da risa.

Somos ficciones, aunque no siempre edificantes. Estamos tratando de aprender a distinguir.

Suelo dejar sin terminar esa clase de historias que casi no me aportan. Me despido sin llegar al final de ese montón de páginas editadas sin faltas de ortografía pero con alguna que otra de educación; un producto, un reducto de un mundo que se creyó tan poderoso que hasta nos robó algo muy importante que seguramente llevábamos dentro. Abandono la novela negra sin interés por saber quién es la mano asesina o qué será del pie de la protagonista, y me vengo a la pantalla para llegar a ti, allí donde estés, y escribirte en plan retorcida que viva la literatura de alcantarilla.

El fútbol, la puerta y el caballo de Troya

julio 1, 2014 en Miradas invitadas

silvia muriel zuribeltzaSoy Silvia Muriel Gómez, @ncuentra, amatxu y del Athletic. Ejerzo de psicóloga para crear contextos laborales y sociales donde las personas puedan ser protagonistas, participar y liderar. Soy también consultora homologada por Emakunde (Instituto Vasco de la Mujer) para la asistencia técnica en materia de igualdad. Pertenezco a la Junta Directiva del Athletic Club de Bilbao.

La puerta de entrada al fútbol la ha venido abriendo, por lo general, un hombre. Para que pasase a ese mundo, por lo general, otro hombre. Así ha sido casi siempre. Y la mayoría de las veces dentro del ámbito de la familia, como se ve en esta vivencia entre un padre y un hijo, que me parece preciosa. O, como afirma el escritor Juan Villoro: “Un estadio es un buen sitio para tener un padre. El resto del mundo es un buen sitio para tener un hijo”. O, como se puede ver en estos vídeos, relatos, anuncios o documentales que se hacen pensando en la fibra emocional: “Athletic Club, bizi, sentitu” de Karlos Trijueque; “Un siglo y 90 minutos” de Unai Larrea; el anuncio que preguntaba “Papá, ¿por qué somos del Atleti?”; “Una cuestión de fe” de Enric Gonzalez; o “Mi abuela y diez más” de Ander Izagirre.

 Todo muy familiar, muy de emociones. Y muy masculino, casi siempre. Y, a veces, con tintes machistas, como tan desafortunadamente se atrevió a explicar el escritor y periodista Hernán Casciari: lee el post “Las mujeres y el fútbol” de Loretahur.

 Esta emocionalidad que se vive en compañía, esta camaradería que se genera en torno al fútbol como excusa, la valoro sobremanera. Y quizás por eso, por todo lo que me engancha ese sentimiento tan fuerte de algo compartido, me acerqué a esa puerta del fútbol, que me ha sido empujada, abierta, en mi caso también, generalmente por hombres. Varios. Y una única mujer.

 No me resisto a universalizar una sensación tan placentera como la que vivo con el fútbol. Por eso me comprometí conmigo misma hace mucho tiempo a ser una de esas aplicadas conserjes que te abre y te sujeta la puerta con amabilidad, para facilitarte el paso. Para que te asomes y que te puedas quedar, si lo de dentro te gusta. Y quisiera compartir ese compromiso mío con otras mujeres y con otros hombres. A nosotras nos dicen minoría en esto del fútbol, pero ya no sé si eso no se ha quedado en una mera leyenda urbana. Así que, siendo minoría o siendo más de las contabilizadas, no estaría de sobra tomar conciencia de qué puertas queremos dejar abiertas para otras mujeres que vengan detrás.

Varios hombres, como digo, me fueron abriendo la puerta del fútbol, la puerta de mi Club. Y una única mujer puso el pie para que no la cerrara alguna corriente de aire.

El primero, mi abuelo, con el que convivía  junto a mi padre y mi madre. Estaba casi ciego, por un glaucoma que se le fue llevando los colores y las formas. Con él pasé mi infancia y adolescencia, viendo los partidos que retransmitían por la televisión en euskera, una lengua que yo no dominaba y que él desconocía. Los sábados, pues, nos sentábamos ante la tele y yo le iba narrando lo que veía. Poníamos también la radio y entre una cosa y otra completábamos la narración y el debate.

 En sus últimos años apenas distinguía el balón. Solo era una manchita blanca que le daba pistas de por dónde iba el asunto. A veces se atrevía a decir “fuera de banda”, como si lo viera, aunque siempre sospeché que lo hacía para mantenerme la ilusión de que su vista no era tan mala.

En este tiempo empecé a ir a San Mamés; muy jovencita, con apenas trece años. Sola casi siempre, procurando engañar a algún compañero de la escuela para que se viniera conmigo. Mis amigas no querían. Pero a ellos les interesaba más arrimar cebolleta en los bailes de La Casilla, que por aquel entonces eran lo más de lo más de las fiestas sin alcohol. En el primer partido al que fui, sola, contra el Logroñés, a la salida de uno de los fondos, alguien me tocó el culo. Miré atrás: muchos hombres; no supe quién fue. Me volví a casa convencida de que, si lo contaba, no me dejarían volver a San Mamés. Por lo menos sola. Ya entonces consideré que aquel era un espacio propio, conquistado por mí, del que quería seguir formando parte, y que, de abandonarlo, sería ya para siempre. Así que nunca lo conté; ahora lo hago por primera vez.

Nunca fui una grupie ni una friki localmente enamorada. Pero como era adolescente, parecía que solo podía interesarme el fútbol por algún jugador me llevara el corazón y los demonios. Aún hoy, hace poco, he tenido que oír de una persona muy cercana al mundo del fútbol que a todas las mujeres nos lleva a este deporte el enamoramiento que sentimos de jóvenes por algún jugador, únicamente por su aspecto físico. Machismo de libro. Me dio pena oírle, porque además es bien joven, pero ¡qué le vamos a hacer!

Así que ese fue mi origen en esto que llamo “el Athletic y yo”. Mi abuelo me abrió la puerta del fútbol y la ventana de la tele y la radio. Los sábados por la tarde-noche eran nuestros, privados. Solos, los dos en casa. Y en el descanso del partido le hacía la cena. Le tapaba las piernas con una manta de cuadros en el sofá, si era invierno. Y con este calor mi abuelo se hizo del Athletic a mi ritmo, conmigo. Por mí. Y me enteré de su muerte en el tren, de regreso a casa, volviendo de un Athletic-Real Madrid.

Llega el segundo hombre, el que sujetó el portón del fútbol para mí durante más de veinte años ya, motivándome sin saberlo para seguir dentro jornada a jornada: mi compañero de asiento. Elías. Me recibió el primer día, me acogió y se convirtió en mi padre postizo por arte de magia. Ha habido gente que ha pensado, en mi tribuna, que era mi padre. ¿Cómo una chavalita iba a ir al fútbol sin su padre o su abuelo? Y de nuevo estaremos juntos en el nuevo San Mamés. Seguirá ejerciendo de padre y yo de hija cuando pueda volver a sentarme junto a él.

Y llega el tercer hombre. Muchos años después de aquella adolescencia de la que inconscientemente él también formó parte, me brindó la mejor de las oportunidades, porque la  mejor oportunidad es que alguien te permita observar una puerta que no crees que ni esté ahí, de tan inalcanzable que te parece, y que además te ofrezca traspasarla y recorrer con él un camino con principio y fin en el Athletic, mi ideal de lo que es el fútbol y lo único que ha ido perviviendo en mí a lo largo de todas las fases de mi vida. Estar a este lado de la puerta, disfrutar del fútbol desde un ángulo privilegiado y asumir su representación. Sin él, sin este hombre 6, no me imagino ninguna otra vía para llegar aquí.

Tres hombres que en mi vida han marcado, están marcando y seguirán marcando mi presencia en el mundo del fútbol. Mi presencia y la de la mujercita que viene detrás de mí. Hoy tengo una hija y la puerta a este universo ya la tiene abierta. Se la he abierto yo, el mismo día que nació. Y su abuelo, mi padre, también ejerce de cicerone, pues se ha hecho a rabiar del Athletic por su nieta. Como veis, se repite la historia de mi infancia, ahora con ella.

Entre tanta masculinidad hay una mujer importantísima: mi madre. En aquella mi típica adolescencia intensa, ella me nutría de recortes de periódicos y noticias y fotos y suplementos, para que no me perdiera nada de mi pasión. Estaba lista siempre, con el mando a distancia en la mano, para grabarme las noticias deportivas cuando yo no comía en casa. Y esos sábados por la mañana, en los que toda la familia dejaba la casa empantanada y sin recoger para llevarme ver los entrenamientos…

Las madres son las que deciden las cosas en casa. Fue ella la que decidió que yo podía ir sola a San Mamés. La que seguramente decidió que podían hacerme socia del Athletic en una casa en la que no lo era nadie antes. Ella me acompañó a Ibaigane para hacerme socia allá por los primeros 90 y, en unos tablones que recuerdo gigantes, elegimos un sitio que entonces solo era un cuadradito dibujado en un papel enorme con un sinfín de cuadraditos iguales.

Ella eligió el mejor sitio. El que he conservado hasta que una grúa me ha tirado mi campo.

Volvamos a la puerta. A esa puerta que no es una puerta, porque es un portón. Elegante, alto y ancho, pesado, de maderas nobles y herrajes viejunos. Ese portón al fútbol lo han abierto los hombres para que pasaran otros hombres y a veces algunas mujeres. ¿Y qué papel tenemos quienes hemos pasado bajo el quicio y disfrutamos con lo que vivimos? Como en Troya, desde dentro, hay que poner el tope en esa puerta para que entre, sin sesgos, quien quiera amar el fútbol como lo hacemos en este lado nosotras y nosotros. Para que lo cuide, lo respete y lo defienda.

Y acabo con un sueño: que esos vídeos e historias que protagonizan padres y abuelos, los protagonicemos madres, hermanas, tías, abuelas… En los vídeos, documentales y anuncios y también en la vida real. No se puede construir el fútbol del futuro sin vosotros y sin nosotras, en todos los ámbitos: en el campo, en la grada y en los puestos de representación. La mera presencia es imprescindible para ir ganando otras cotas todavía pendientes de alcanzar.

He aquí, pues, todo mi reconocimiento y enorme agradecimiento a estos hombres de mi vida. Sin ellos, la batalla habría estado perdida, a pesar de mi madre.