“Calling-out” vs. “Calling-in”: Cuando la cultura de la fulgurante denuncia retórica se convierte en falso activismo

junio 30, 2020 en Doce Miradas

Call – OUT

Quiero referirme a un fenómeno, que, como tantos otros, tiene un nombre en inglés para el que no encuentro un buen equivalente en castellano. Creo que enseguida lo reconoceréis.

En inglés se llama  “call-out culture” a esa práctica de denunciar de manera acusatoria, pública y personal una expresión (o un hecho) de machismo, racismo, homofobia, transfobia, (xenofobia, clasismo, habilismo etc etc… la lista es tan larga como las opresiones que existen). Este fenómeno abunda especialmente en las redes sociales, lugar virtual poco dado a la reflexión y más bien limitado a conseguir shares y likes. Es especialmente delicioso cuando se trata de tumbar a las personas famosas, incluso por un tweet de hace 10 años. También es observable y extrapolable a nivel de calle, en según qué conversaciones, asambleas, jornadas, y demás ocasiones donde demostrar nuestra pureza ideológica necesita del montaje de un juicio público sobre la pureza del otro, con su consiguiente castigo popular – y, a ser posible, con el máximo brío retórico de un buen “zasca”.

Y, sí, en general esta cultura, esencialmente performativa, viene del mundo progre. Sí, con frecuencia viene de nuestras propias filas.

Pero antes de continuar, una advertencia:

La práctica (que no la performance) de la denuncia desde sectores realmente oprimidos ha de protegerse.  Ni se puede silenciar, ni se puede exigir que module el “tono” para que no incomode.  A la rabia, la impotencia, el agotamiento y la opresión no se le pueden exigir “modales” para ser escuchados. La posición condescendiente de “te escucho, pero dímelo bien” no es más que otra táctica paternalista de demostración de poder, de dejar las posiciones bien claras antes de hablar y así dominar la conversación.

Consecuencias a tener en cuenta del calling-out excesivo y sin reflexión

1. Agotamiento de la práctica. Cuanto más abunda el fenómeno, menos impacto tiene. Considera reservar tus ansias con el fin de proteger la práctica del call-out para quien realmente la necesita como herramienta.

2. No estás siendo necesariamente una aliada/o. Gente privilegiada denunciando a otra gente privilegiada no es siempre la mejor manera de ser aliada cuando se hace de manera agresiva, superflua y retórica — ver punto 3. Para eso hay otras estrategias de comunicación entre “pares” donde tu voz servirá mejor a tu objetivo (ver abajo opción calling-in)

3. Corte tajante del diálogo. Después de un call-out, ya no hay excusas ni disculpas que valgan. Y si las hay, serán nuevamente analizadas con lupa por si pueden merecer un recall-out. Fin de la discusión. Por tanto, se pierde una oportunidad de aprendizaje, tanto de quien ha “perpetrado” el error, como para el público. Pero hablemos con franqueza, el objetivo de un contundente call-out no suele ser provocar a la reflexión (y consiguiente concienciación sobre el asunto,  incluso reparación del daño), sino, como ya he dicho, para humillar al receptor/a y quedar como super aliado/a chachi. La “víctima” se marchará con la cola entre las piernas, muy probablemente más machista, racista, LGTBiQfóbica etc que antes.

3.  Alienación del receptor/a. De manera similar al punto anterior, calling out significa que tu estás “in” (dentro) y la otra persona está “out” (fuera). A veces, entre grupos de activismo y justicia social, se erige una competencia interna por demostrar el dominio de las temáticas, por polemizar más que analizar. No creo que esa sea la forma de cuidarnos en la lucha que, ya de por sí, desgasta a todas.  Al contrario, no avanzaremos como colectivo si no nos permitimos explorar nuestros puntos de vista junt@s, dialogando y reflexionando.  Todavía recuerdo la frustración de las profesoras del Máster en estudios de género ante el silencio generalizado cuando planteaban debates en clase. Nadie se atrevía a hablar por miedo a ser acusada de alguna “barbaridad” y acabar “out” – fuera del grupo, indigna del “carnet” de feminista.

4. Idealización de posturas reaccionarias. Desvalorizado el pensamiento crítico, se alza el valor fascista y reaccionario, disfrazando así el verdadero machismo, LGBTQi-fobia, racismo de “valentía” ante las “guerras culturales de la izquierda sensiblera”.   “Digo las cosas como son, aunque sea políticamente incorrecto”. Esta estrategia está diseñada para provocar notoriedad, clicks, y escándalo — y a la vez arengar y unir a las clases privilegiadas alrededor de una supuesta superioridad anti-intelectual.


Traducción propia de la cuenta de Twitter de @anne_theriault




Call-IN

¿Queremos reproducir actitudes punitivistas, patriarcales, y maniqueas desde el feminismo? ¿Impunidad y castigo son las únicas dos alternativas?

A cualquiera nos viene muy bien un buen jarro de agua fría de vez en cuando, pero para que nos haga pensar y, en última instancia, cambiar nuestra actitud. No para silenciarnos.

Calling-in puede ser una alternativa para abordar el asunto de manera privada, sin espectáculo público, con intención de mejorar. Cada una podemos valorar cómo. Con empatía, humor, creatividad y cuidado. Podemos hacer una reflexión interna, reconociendo que tod@s estamos sujetos a prejuicios, estereotipos y rumores, y que no somos mejores. No argumentar desde la condescendencia.

Es una manera de reconocer que las personas no somos unidimensionales en lo individual ni los colectivos monolíticos en su totalidad. Sabemos que existen múltiples experiencias en el tiempo y en los contextos. Agradezco que lo que pienso hoy no es lo mismo que hace diez años, y espero que, en otros diez (o mañana mismo) también cambie mis opiniones. Las organizaciones, los movimientos por la justicia social, también están en constante análisis, descubrimiento, y cambio. Ese es el reto del pensamiento crítico.

Calling in no siempre será posible, especialmente para las personas oprimidas, que suficiente desgaste tienen con el día a día y no tienen la responsabilidad por defecto de “educarnos”. Si lo hacen, será un gesto “extra” que deberemos valorar.

Os dejo un ejemplo: El obispo de Mallorca se reúne con Sonia Vivas por la polémica sobre Juníper Serra

… y una cita* de Angela Davis:

“Hay que ir por otros derroteros, contextualizar de dónde vienen las violencias y tener claro a dónde llevan las dinámicas punitivistas”

*Del artículo Pensar juntas para definir la justicia feminista, de Ter García en Pikara Magazine, cuya lectura recomiendo para que, salvando las distancias, podamos aplicar una actitud similar al asunto del calling-out punitivo

Una humilde mirada desde Mundaka. Emprender la vida sin tiempo a tener miedo

junio 23, 2020 en Miradas invitadas

Soy Ziortza Olano Astigarraga, @olanoziortza. Soy muy de pueblo, con una raíz muy bien marcada a mi entorno. Ello me ha permitido crecer, soñar y darme cuenta de que, si quiero, puedo; eso sí, siempre con esfuerzo. Mi experiencia profesional está relacionada con la Dirección y Gestión de equipos en entidades de Economía Social: formación; innovación social y desarrollo de personas. Actualmente soy parte del equipo de Team Coaches en Mondragon Team Academy y colaboro con entidades varias, impulsando proyectos que provoquen cambios. Me mueven la curiosidad, la búsqueda y la participación en proyectos que puedan contribuir y mejorar nuestro entorno más cercano.  Cambiar el mundo a través de pequeños o grandes proyectos.

En primer lugar, quiero dar las gracias a Doce Miradas por dejarme aportar otra mirada que no pretende ser más que la mía, desde un pequeño pueblo abierto al mundo: Mundaka, anteiglesia de tradición marinera, una comunidad a la que la mar ha ayudado emprender, desde la pesca al surf. Tantas cosas nos ha dado la mar que hoy quería rendir homenaje a todas aquellas mujeres que, desde la sombra o, incluso tras la sombra (la verdad, es difícil decir desde dónde), marcaron tanto nuestra esencia y nuestra forma de afrontar la vida como mujer: rederas, sardineras, amamas, amumas, amas, hermanas, tías…

Nadie puede hacerte sentir inferior sin consentimiento.

Eleanor Roosvelt


Emprender la vida sin tiempo a pensar en el miedo

Mujeres luchadoras, nacidas en casas muy humildes, que, tras haber vivido una guerra y una posguerra, tuvieron que afrontar la vida y emprenderla con las posibilidades que la vida les ofrecía. Todo ello adaptándose constantemente a las nuevas circunstancias y trabajando siempre desde el servicio a la comunidad; creando interconexión entre diferentes miembros de la familia y liderando siempre desde el servicio.

Mundaka en 1955. Fotograma de la película «Tormenta», estrenada en 1956.
Embarcación El Gran Amor. Mundaka, 1970.

Quería destacar la fuerza de dichas mujeres y el poderío con el que se enfrentaban a todo lo que les sucedía, además de subrayar tres de las competencias con las que hacían frente a todo ello. La primera es la resiliencia, la capacidad de afrontar la adversidad, de superar algo y salir fortalecida. La segunda, el sacrificio, la capacidad de superar las dificultades con esfuerzo para alcanzar un beneficio mayor, venciendo los propios gustos, intereses y comodidad. Y la tercera es la adaptación, la capacidad de vivir y trabajar sin bloquearse ante el cambio, encontrando siempre el mejor camino entre las circunstancias del momento.

El miedo no las paralizaba; el miedo les daba la fuerza suficiente para seguir adelante siempre con humildad y sin perder el humor necesario para disfrutar de la vida.

¿Y ahora yo qué?

El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños.

Eleanor Roosvelt

Ahora desde la coordinación de Bilbao Berrikuntza Faktoria (BBF), apoyando a jóvenes emprendedores-as y a empresas jóvenes, echo la vista atrás con la intención de no perder nunca de vista el legado que todas esas mujeres han dejado en mí: valores, competencias y formas de hacer que me acompañan en este viaje del emprendimiento. Emprender un proyecto de vida o profesional con personas diversas y en equipo; aprender a ser la protagonista de mi vida y, en caso de ser necesario, reinventarme sin miedo a cambiar, sin miedo a soñar. Siempre con mente abierta y global teniendo en cuenta nuestro entorno más cercano.

¡Qué suerte la mía, poder soñar y crear! He de honrar el sacrificio de todas aquellas mujeres que no tuvieron la suerte de poder elegir y que con su lucha consiguieron que yo sí pueda decidir. Mantengo viva la llama de aquellas que impregnaron en mí la fuerza de una mujer de costa.

¡Qué orgullo haber tenido ese tipo de mujeres cerca! Gracias a ellas soy quien soy; gracias a ellas asumo ser protagonista; gracias a ellas elijo coger el timón de mi vida.

Asumo que, si yo no lo hago, nadie lo va a hacer por mí.

Quería terminar este artículo con fuerza y he elegido una frase de Rigoberta Menchú, líder indígena guatemalteca, que nos ayudará a terminar soñando y visualizando todo aquello que aún está por crear. Tenemos la responsabilidad de hacerlo con ilusión; yo al menos así lo haré. Va por aquellas que, aun siendo desconocidas, con humildad y mente abierta lo supieron hacer.

Una mujer con imaginación es una mujer que no solo sabe proyectar la vida de una familia, la de una sociedad, sino también el futuro de un milenio.

Rigoberta Menchú

Puedes leer este artículo también en euskera y en inglés.

La traducción al inglés es de Nerea Olano Astigarraga.

Miradas compartidas desde el confinamiento

junio 16, 2020 en Miradas invitadas

Somos Pepa Bojó Ballester, Leticia Eizaguirre Altuna, Miren Elejondo Aguirregomezcorta, María Feijoo González, Begoña Garcés Vidador, Cristina Giménez García y Helena Ayerbe Gartxotenea, un grupo de mujeres que queremos compartir nuestro punto de vista sobre el modo en el que los distintos poderes están conduciendo el recorrido de la crisis sanitaria provocada por la covid-19 y sobre algunas medidas que han contribuido, en nuestra opinión, a acrecentar el malestar y la preocupación por el tipo de sociedad a la que nos pueden dirigir.

Nuestro objetivo no es ofrecer una visión negativa de la gestión, sino aportar ideas críticas al debate para construir una sociedad civil madura y autónoma que nos permita avanzar hacia una organización social, dinámica y participativa de la democracia.

Hay aspectos sobre los que se debe reflexionar de manera crítica y constructiva para poder así diseñar estrategias adecuadas que sirvan para fortalecer a la sociedad.

En esta grave crisis sanitaría, muy difícil de afrontar dado lo imprevisible y desconocido de esta pandemia, nos encontramos con la verdadera situación del sistema sanitario y con errores que no deberían repetirse.

Ilustración de Vir Palmera

Se ha puesto al descubierto un modelo de gestión sociosanitaria en el que priman los intereses económicos sobre el bienestar de las personas y el sostenimiento de la vida de calidad. Como ejemplos lamentables, podemos destacar la falta de recursos para la protección del personal sanitario o la gestión de las residencias de mayores, sobre todo las privadas. 

Nuestra reflexión gira también en torno a la gestión del conflicto y las medidas de confinamiento que cuestionan la calidad democrática de nuestro Estado: las estrategias que se han seguido para el control de la población, la innecesaria presencia fáctica del ejército y su blanqueamiento social contribuyen a dejar en mínimos la responsabilidad civil e individual.

Se ha infantilizado a la sociedad, nos hemos sentido tratadas como menores de edad, con un modelo de control autoritario y una gestión basada en la vigilancia y el castigo que, paradójicamente, apela continuamente a la responsabilidad personal y ciudadana. 

No se han admitido iniciativas que habrían supuesto una mayor implicación de la ciudadanía en la superación de esta crisis. En algunos municipios incluso se ha rechazado la colaboración de chicas y chicos, jóvenes voluntarios que se ofrecieron para asistir a las personas más vulnerables.

Un modelo de poder autoritario es totalmente incompatible con el desarrollo de la responsabilidad, ya que esta exige autonomía, capacidad de pensamiento crítico, conocimiento y sobre todo confianza y se basa en el uso de la pedagogía. Esta estrategia por la que apostamos ayuda a generar una sociedad más responsable, autónoma y madura.

En ese sentido, consideramos que el papel de las fuerzas del orden debería ser el de informar, asesorar, acompañar e incluso escuchar, ya que una parte importante de la gente que ha sido multada tenía una razón para estar en la calle, pues no no todas las personas poseen las mismas condiciones de vida (algunas carecen hasta de “techo”) ni los mismos recursos para gestionar la angustia o la soledad. 

No debemos admitir una estrategia basada en infundir y potenciar el miedo, ya que este nos colapsa e impide pensar y es la herramienta sobre la que se basa el control social. Con el miedo las personas anhelamos seguridad, incluso a veces a cambio de perder derechos y libertad, pero la seguridad total es un espejismo, no existe en términos absolutos y, a su vez, la pérdida de derechos y libertades es una realidad que también provoca enfermedad.

No podemos aplaudir las actuaciones de vigilancia vecinal. Es lamentable que desde las ventanas se controle, grite, insulte e incluso denuncie a vecinas y vecinos, sin conocer su realidad ni sus motivos, y que este hecho se identifique como un acto de solidaridad, cuando la solidaridad se basa en la empatía y la ayuda. Qué decir de los vergonzoso aplausos a los abusos policiales desde muchos balcones.

Nos gustaría que en las mesas de gestión de la crisis, además de personas expertas (en este caso, en salud y epidemiología), se sentaran también personas conocedoras de la realidad de diferentes ámbitos sociales y de colectivos con necesidades específicas con riesgo de vulnerabilidad, ya que es imprescindible conocer la realidad de dichos colectivos para elaborar protocolos adecuados.

Sin embargo, las duras medidas de confinamiento no han tenido en cuenta el impacto que podían tener en diferentes grupos más vulnerables, en niñas y niños pequeños, gente mayor, personas con problemas de salud mental,  trastornos conductuales o pluridiscapacidades, colectivos de personas refugiadas, sin techo, familias con muchas dificultades y falta de recursos y mujeres, niñas y niños con riesgo de sufrir maltrato o abusos de todo tipo, entre otros. Las consecuencias para su salud y sus propias vidas son más graves y las estamos conociendo ahora.

Pensamos que estas medidas deberían revisarse, flesibilizarse y adaptarse a estos colectivos y también a las características de las poblaciones y al número de habitantes. Entendemos que en un primer momento es normal no saber y tomar decisiones drásticas y generales para todo el territorio y todos los colectivos, pero también hemos visto modelos de confinamiento menos estrictos en los países vecinos que, creemos, se podrían valorar.  

Efectivamente ahora hay mucho que hacer, vamos a ver las consecuencias del confinamiento, nos vamos a enfrentar a una crisis económica y laboral, pero también a una crisis del modelo de cuidados que ahora va a ser crucial resolver. Realmente vamos a retomar la realidad, dado que la sociedad ya estaba en crisis: el modelo de crecimiento ilimitado ya no puede sostenerse.

Nos preocupa que, una vez más, los colectivos más vulnerables, los que ocupan los puestos de trabajo más precarizados, pierdan más derechos y capacidad de autonomía y autogestión.

Por todo ello queremos contribuir a la reflexión proponiendo una gestión de las consecuencias de esta crisis con una mirada global y social que ponga el cuidado de la vida y la sostenibilidad en el centro, una gestión encauzada a generar una sociedad más igualitaria, justa socialmente, que genere mayor bienestar para toda la ciudadanía, deseando también que la sociedad civil sea verdaderamente agente de interlocución y motor del necesario cambio social. 

El teletrabajo: el trabajo a domicilio, viejo –y actual– conocido de las mujeres

junio 9, 2020 en Doce Miradas

El trabajo a domicilio, con tal denominación, ha sido bien conocido en nuestro entorno socioeconómico en tiempos pasados y se ha utilizado con frecuencia para prestar servicios, notablemente por las mujeres. De esta manera se cubrían varias finalidades, que muchas recordamos por haberlo así escuchado a nuestras madres, tías o abuelas: la empresa recibía el trabajo, la persona trabajadora percibía una remuneración –más bien escasa, ciertamente–, siendo mujer, no tenía que salir de su hogar ni quedar “expuesta”, por tanto, a los “peligros” del mundo exterior y, en un porcentaje relevante, evitaba también la “deshonra” de trabajar por cuenta ajena en un taller o fábrica.

No sabría decir desde cuándo se conoce esta modalidad de trabajo, pero en este país lo cierto es que ya se regulaba en la vieja y franquista Ley de Contrato de Trabajo de 1942, que le dedicaba un título entero. Ahora, el vigente Estatuto de los Trabajadores, en la redacción dada por la reforma laboral de 2012, solo le dedica su artículo 13, que además es muy escueto. Seguramente esta escasa regulación tiene que ver con la poca utilización de esta forma de trabajo en los últimos tiempos.

Ahora bien, es claro que su presencia se ha ido incrementando poco a poco, a medida que lo iban permitiendo los avances tecnológicos, y que muchos trabajos podían prestarse desde el domicilio –o desde donde la persona trabajadora lo quiera– utilizando los medios telemáticos cada vez más presentes, siendo el “teletrabajo” este trabajo “a distancia” con la utilización de tales medios tecnológicos. Y, con tal proliferación, ya se echaba de menos una regulación más completa de sus peculiaridades, que no son pocas, tanto en la ley como en los convenios colectivos.

Y no es baladí pretender una más detallada regulación, teniendo en cuenta que, como luego veremos, este tipo de trabajo concierne mayormente a las mujeres y que, ya cuando en 2012 se reformó este tema, en el Preámbulo de la norma se apelaba, entre otras razones, al deseo de “incrementar las oportunidades de empleo y optimizar la relación entre tiempo de trabajo y vida personal y familiar”. Loable finalidad, desde luego, pero muy errada si no se utiliza en igual medida por los hombres.

Y en estas estábamos, teletrabajando más bien poco, la verdad –pese a ser un medio interesante para conciliar vida familiar y laboral de todas las personas–, cuando se produjo la situación de alerta sanitaria y la declaración del estado de alarma y consiguiente confinamiento general de la población. Y el teletrabajo se ha erigido en una vía de solución que ha permitido a muchísimas personas prestar sus servicios desde su domicilio y, sobre todo, a muchas empresas recibirlos. ¡El gran descubrimiento! Resulta que podíamos trabajar sin movernos de casa.

Claro que no se puede negar que el trabajo a distancia es un instrumento útil en aras de aquel fin de la conciliación de la vida familiar y laboral, pero, ojo, pues su generalización definitiva –no solo en situación de emergencia– precisará una normativa clara de mínimos para una protección suficiente y eficaz de las personas que presten así sus servicios, lo que la normativa española actual no garantiza.

Sin olvidar –y esto es lo que más me interesa reseñar– que en gran parte del mundo el trabajo a domicilio sigue siendo lo que era: un espacio difícil para la igualdad, la libertad y la plenitud de derecho. Sin olvidar tampoco que no todo el trabajo a domicilio es “teletrabajo” o trabajo telemático, sino que, en muchas ocasiones –las más, en el planeta– se trata de servicios manuales reservados a las personas más vulnerables.

En tal sentido, hemos de recordar que el pasado 11 de marzo, la Oficina Internacional del Trabajo de la OIT hizo público el Informe de la Comisión de Expertos en Aplicación de Convenios y Recomendaciones –CEACR–, en el que, entre otras muchas y trascendentales cuestiones, se abordaba también el trabajo a domicilio. Hemos de recordar que en esta materia la OIT ha dictado su Convenio número 177, del año 1996, con entrada en vigor el 22 de abril de 2000 –desde entonces han cambiado mucho las circunstancias– y la Recomendación número 184, si bien muy lamentablemente el convenio en cuestión solo ha sido ratificado por diez de los 187 Estados miembros, siendo España uno de los que no lo ha hecho.

De este recentísimo Informe de la CEACR son de destacar ahora las siguientes consideraciones: la constatación de que, si bien el trabajo a domicilio se ha considerado durante mucho tiempo una forma “anticuada y preindustrial de trabajo”, actualmente se defiende “como sinónimo de nuevos modelos de negocio y de espíritu empresarial”, en el que tendría cabida el trabajo on line en plataformas digitales”; que esta modalidad de prestación laboral es la principal fuente de un gran número de trabajadores de todo el mundo y que es, en gran parte de los casos, un trabajo “informal” e “invisible”, ya que se presta por colectivos especialmente vulnerables como migrantes y personas –mujeres– con responsabilidades familiares o con discapacidad. En pocas palabras, la idea “moderna” del teletrabajo no debe hacernos olvidar en ningún momento “los difíciles asuntos y problemas planteados por las formas de trabajo a domicilio más conocidas y tradicionales”, que aún perviven en muchas partes del planeta.

Muy especialmente, el Informe reseñado expresa que no debe olvidarse la importancia del trabajo femenino en este ámbito, “una dimensión de género muy marcada” , pues “la mayoría de los trabajadores a domicilio son mujeres, muchas de las cuales no han podido acceder a un empleo regular debido a sus responsabilidades familiares o a la falta de competencias, o han optado por trabajar desde su domicilio debido a normas culturales y sociales. El trabajo a domicilio se concentra en la economía informal, donde también prevalecen las mujeres”.

Y en este plano no debe tampoco olvidarse que, pese a los aspectos positivos del trabajo a domicilio desde el punto de vista empresarial –reducción de costes y mejora de la productividad, entre otros–, existe una enorme inseguridad jurídica para muchas personas trabajadoras del planeta y que el Convenio de la OIT antes mencionado, con ese tan bajo número de ratificaciones, no obtuvo el apoyo de los empresarios ni de muchos gobiernos, que entendieron que someter este tipo de trabajo a una estricta regulación afectaría a la “flexibilidad” buscada.

Y es que esta “flexibilidad” no resultaría compatible, en los términos pretendidos por algunos, con algunos elementos trascendentales: de un lado, con la auténtica naturaleza jurídica del trabajo a domicilio –auténtico trabajo por cuenta ajena cuando se produzca con todas las características que para tal calificación se dan en el trabajo “a presencia”–; de otro lado, con la garantía de salario mínimo también para el trabajo a domicilio; de otro, con la aplicación de “los mismos derechos, garantizados por la legislación y los convenios colectivos aplicables que los trabajadores comparables que trabajan en los locales de la empresa”, incluida la limitación de la carga de trabajo; con el reconocimiento del derecho al respeto por parte del empleador de la vida privada de la persona trabajadora; con la necesidad de adoptar medidas para garantizar plenitud de derechos a las personas que presten su trabajo a distancia, entre las que se hallan las necesarias para prevenir y evitar el aislamiento de la persona que así preste sus servicios y asegurar el mantenimiento de las relaciones con el resto de la plantilla y el acceso a la información de la empresa.

Volviendo al inicio –que es como se termina todo siempre o casi siempre–: ha regresado el trabajo a domicilio y lo ha hecho con fuerza –al menos en estos concretos momentos en nuestro entorno–, en tanto que se mantiene como siempre en muchos lugares del planeta, lo que exige subrayar una vez más tanto las ventajas como los graves problemas de esta modalidad de prestación del trabajo. De un lado, es, ciertamente, una muy buena alternativa en la práctica para personas con dificultades de movilidad y desplazamiento hasta un centro de trabajo –personas trabajadoras de edad, con discapacidad y aisladas que viven en zonas rurales, por ejemplo–. Pero, de otro lado, quienes trabajan a domicilio carecen, en muchos casos, de reconocimiento y de visibilidad, tratándose de un trabajo sumamente feminizado, particularmente en el sector manufacturero. Y muchas trabajadoras están en situación de gran vulnerabilidad debido a su situación migratoria, sus responsabilidades familiares o la discriminación, razones por las que optan por trabajar a domicilio, por tratarse de un trabajo invisible y, en gran parte, en la economía “informal”, a lo que se añade la falta de contacto con otros colegas, pues rara vez están sindicadas y casi siempre tienen extraordinarias dificultades para canalizar sus pretensiones y luchar por sus derechos.

Covid-19, mujeres madres y trabajo a distancia

junio 2, 2020 en Miradas invitadas

Me llamo Edurne Terradillos Ormaetxea e imparto Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social en la Facultad de Derecho de la Universidad del País Vasco. Esta asignatura es muy sensible a la mirada de discriminaciones directas e indirectas que por razón de género se producen en el ámbito laboral y de las prestaciones sociales. Pero, como madre de dos adolescentes, puedo asegurar que, en mi caso, fue la maternidad la que repercutió en mi formación y promoción profesional.

Una de las primeras medidas que adoptó el Gobierno de España tras la declaración del estado de alarma fue la promoción del trabajo a distancia, que tendrá carácter preferente ante la cesación temporal o reducción de la actividad. En este contexto, el Real Decreto-Ley 15/2020 estableció una prórroga de dos meses del carácter preferente del trabajo a distancia. El “último” Real Decreto Ley 15/2020 vuelve a establecer otra prórroga.

Sin embargo, en este post deseo referirme a la posible consolidación del trabajo a distancia en general, o en masa; incluidas, por tanto, las personas que tengan menores a su cargo de entre 12 y 18 años, por ejemplo, quienes no cuentan con las facilidades que procura la legislación laboral, modificada en 2019. El objeto de estas líneas es adelantarnos a uno de los posibles cambios de diversa índole que puede traer consigo este estado de alarma pero, sobre todo, calibrar las ventajas –o desventajas– que podría suponer para la mujer que trabaja fuera de casa. Porque parto de la hipótesis de que, de consolidarse el teletrabajo en aquellos lugares donde sea posible, serán más mujeres que hombres las que soliciten esta medida.

Con la pretensión de hacer hincapié en qué ha cambiado con el estado de alarma, hay que destacar que en un lapso de tiempo muy breve varios millones de trabajadores y trabajadoras y, por tanto, de trabajos, han cambiado de los lugares habituales a los domicilios particulares. La importancia de la presencialidad en Euskadi y en España ha desplazado tradicionalmente el trabajo a distancia al mero anecdotario. El perfil sociológico del país, donde las relaciones personales se estrechan en el ámbito laboral, tradicionalmente ha acudido en detrimento del “quédese cada uno en su casa”. Sin embargo, la fuerte limitación del derecho a la libre circulación de personas en este estado de alarma ha demostrado que tanto las empresas privadas como las Administraciones Públicas estaban suficientemente preparadas para afrontar este reto. La digitalización rampante que hemos vivido en estos años, los kilómetros “construidos” de fibra óptica, las operaciones telemáticas que pueden realizarse con la Administración y su perfeccionamiento se han demostrado inversiones acertadas para que el trabajo a distancia se convierta en una realidad dominante y eficaz.

No puede obviarse que el desafío impuesto por las circunstancias de la covid-19 se está superando con creces, pero ¿es este un cambio que se consolidará tras la superación de esta enfermedad? Antes de responder a la pregunta de si la forma de la prestación laboral habrá cambiado de código, creemos que hay que atender a los siguientes lugares comunes:

– El trabajo a distancia se erige en una herramienta favorable a la conciliación entre la vida familiar, laboral y personal.

– El tipo de dirección que se ejerce actualmente en la empresa se ha alejado, aunque no por completo, de los cánones de la empresa vertical. Este cambio de actitud ha repercutido favorablemente en la gestión de la conciliación familiar.

– Diversos estudios coinciden en otros efectos que desencadena el trabajo a distancia como, por ejemplo, el ahorro de costes (energético telecomunicaciones, mantenimiento del espacio), la constatada mayor productividad (el trabajador se convierte, en parte, en su propio jefe, con una mayor responsabilidad individualmente asumida), la reducción del absentismo laboral o la disminución de los accidentes de trabajo en el lugar o “in itinere”.

– El trabajo a distancia mejoraría la emisión de gases contaminantes a la atmósfera.

Sin embargo, el trabajo a distancia que se acuerde en un medio plazo no tiene por qué ser obligatoriamente a distancia todo el tiempo: la modalidad semipresencial también es posible, si bien, antes que combinar el trabajo presencial con el trabajo a distancia el mismo día, por franjas horarias, entiendo que sería más interesante concentrar los días de presencialidad.

Si el teletrabajo ha funcionado –con sus contras– con estos mimbres, a más relajación de la situación, más posibilidades de que las y los trabajadores aprecien sus ventajas. A lo anterior debe añadirse que en estos momentos los domicilios no son solo nuestra oficina o despacho, sino que pueden haberse convertido también en el colegio o instituto de nuestros hijos e hijas, el parque del barrio o la oficina de nuestras parejas. Está comprobado, por ejemplo, que durante el confinamiento muchas mujeres académicas han enviado menos artículos de investigación a revistas científicas y que, en algunas ocasiones, nos vemos también compelidas a realizar más labores del hogar, en tanto que hay más gente comiendo en casa y quizás menos empleadas domésticas en el desempeño de su actividad. Por eso entiendo que las facilidades del trabajo a distancia –y sus pros– pueden crecer cuando retornemos a la “nueva normalidad”, de modo que seguramente las jornadas de trabajo serán más ordenadas y la gestión del tiempo individual más efectiva.

Sin embargo, los riesgos de que el trabajo a distancia acentúen la invisibilidad de la mujer en la actividad sociolaboral están latentes. Es más difícil que se cuente con una persona cuando no está siempre “a mano”, por lo menos en países como el nuestro donde el trato y el contacto siguen dominando como paradigmas del modo de trabajar. Por eso, este ensayo clínico del trabajo a distancia debería ser la prueba del algodón para que el hombre se convenza de que es él el que puede quedarse en casa. Por lo anterior, también sería interesante que ambos miembros de la pareja probaran el esquema ensayado en países más avanzados que este, esquema que pasa por la distribución de los días laborales entre presenciales y a distancia.

El alejamiento voluntario de nuestros congéneres puede ser un tiempo añadido al ensayo clínico que está suponiendo el teletrabajo en masa y que quizás nos lleve a convencernos de los beneficios de este modo de prestación del trabajo. En cualquier caso, será necesaria una reflexión en frío, cuando las aguas vuelvan a su cauce, dado que, al encontrarnos muchas personas teletrabajando, los riesgos que apuntaba más arriba –invisibilidad y ostracismo– no han podido aflorar como sin duda lo harán en circunstancias normales.