¡Tenemos un notición!

octubre 30, 2018 en Doce Miradas

Doce MiradasDespués de cinco años y medio de observar la vida actual y pasada bajo el  filtro violeta, y de soñar con un futuro de igualdad, la Asociación Vasca de Periodistas y el Colegio Vasco de Periodistas se han fijado en nosotras. Doce Miradas ha recibido el Premio Periodismo Vasco 2018 en la modalidad de Periodismo Digital y estamos felices con el reconocimiento.

Parece que fue ayer

En 2012, en una sala de la Universidad de Deusto, doce mujeres unidas por la causa común de la igualdad de género, emocionadas, pulsaban ‘ENTER’ y publicaban el primer post del blog. Parecía que lanzásemos un cohete a la luna, a juzgar por lo trascendentes que nos pusimos, pese a las risas nerviosas y la ilusión que nos embargaba a todas. Y no era para menos. Enviábamos nuestro primer mensaje con afán transformador. Aspirábamos a remover conciencias, despertar dudas, aprender juntas, impactar en las mentes y los corazones de quienes quisieran leernos.

Y las primeras impactadas fuimos nosotras. No somos las mismas de entonces. La transformación social que ambicionábamos, que ambicionamos, es un propósito enorme, de largo recorrido y luces largas. Queda mucho camino para eso. Pero la transformación personal, no menos importante, llegó por sorpresa, sin buscarla.

El origen

Doce Miradas surge de la necesidad de levantar la voz para hacernos oír, reivindicar, corregir o destruir estructuras que oprimen, teniendo muy presente que no podemos –ni queremos- hacerlo solas. Doce Miradas nace con el deseo de sumar en las etapas del camino personas con las que construir un modelo justo de desarrollo personal y oportunidades. La justicia social y la igualdad entre hombres y mujeres es una responsabilidad de todos y todas.

Nosotras contamos

En Doce Miradas contamos: contamos a través de nuestro blog semanalmente. Contamos las corbatas en los congresos y en las fotos. Y por supuesto, contamos porque somos importantes, contamos como mujeres en la sociedad.

Durante este tiempo, semana tras semana, hemos publicado en nuestro blog más de 230 artículos. Son reflexiones personales que animan, directa o indirectamente, a la participación, como lo demuestran los casi 2.000 comentarios registrados. Nos han acompañado alrededor de 100 miradas invitadas, mujeres y hombres del mundo del periodismo, consultoría, judicatura, coaching, economía, cultura, igualdad, política, literatura, diseño, marketing, comunicación, sociología, educación e investigación, entre otros.

Dada la diversísima procedencia de las firmas, los temas abordados -siempre en torno a la igualdad, la perspectiva de género y el feminismo-, han sido también variados: participación pública, corresponsabilidad, medicina, publicidad, medios, música, literatura, lenguaje inclusivo, tecnología, historia del feminismo, cine, educación, infancia, empoderamiento, violencia, prostitución, justicia, acoso, historia de las mujeres y techo de cristal.

Estos artículos comparten, sin embargo, su sencillez y la ausencia de tecnicismos o grandes ambiciones teóricas o académicas. Están, por el contrario, cargados de vivencias y enfoques individuales, que, creemos, han favorecido la conexión con mujeres y hombres de todo tipo, no directamente próximas al “activismo” feminista en inicio.

Qué hemos hecho

Doce Miradas ha contribuido, a nuestro de modo de ver, a trasladar una idea diversificada del feminismo: no hay una sola manera de ser feminista, sino muchas. No deberíamos, de hecho, hablar ya en singular del movimiento feminista, sino de los movimientos feministas. Entendemos que los feminismos son variados, diversos, incluso contradictorios, porque están vivos y eso supone que evolucionan, se transmutan, se transforman.

El premio

Una de las mejores noticias que hemos recibido en estos cinco años es la concesión de este premio, que no es el primero, pues en 2016 recibimos el Aire Saria de Getxo Blog. Los premios siempre llegan en buen momento. Este nos ha llegado recién entradas en la madurez, cuando llevamos cinco años y medio, que, en “años blog” ya es una edad respetable.

Desde el principio fue un proyecto colaborativo y esa es la mejor de sus esencias. Este premio, como el Gordo de Navidad, está muy repartido, y es que los premios colectivos son los mejores. Está repartido entre las dieciocho mujeres que han sido y son miradas; entre las más de cien que han colaborado con el blog; entre las miles que nos siguen en las redes sociales y entre todas las personas que han confiado en este proyecto y se han sumado a él.

No queremos dejar escapar la ocasión de recordar por qué y por quién estamos aquí, en este punto del camino. Estamos aquí porque somos de cielo abierto y no nos gustan los techos de cristal ni los suelos pegajosos. Porque el mercado laboral no ha creído en nosotras ni en nuestras capacidades. Porque queremos hacernos visibles y dejar de vivir en la sombra. Porque me too, sí, a mí también me ha pasado, a nosotras también, a vosotras también os ha pasado y no tenemos por qué callarlo; caiga quien caiga. Porque nos seguimos poniendo de negro cuando los números sangran y todavía hay violencia extrema, letal, contra las mujeres aquí cerquita, a nuestro alrededor.

Y, finalmente, porque queremos cambiar las cosas y solo hay una manera de hacerlo: las cosas solo se cambian cambiándolas.

Eskerrik asko. Danke schön. Merci beaucoup. Thank you very much. Gracias.

Serena

octubre 23, 2018 en Miradas invitadas

Foto: Esteban Antolín

Foto: Esteban Antolín.

Itziar Mínguez Arnáiz. Barakaldo (1972). Me licencié en Derecho por la Universidad de Deusto, pero no he ejercido como abogada. Soy escritora. Hasta el momento tengo diez libros de poesía publicados. El undécimo está a punto de salir. He recibido el Premio Internacional Surcos, el Nicanor Parra y soy finalista del Premio Euskadi de Literatura. También he participado en una veintena de antologías donde se recogen una muestra de mi obra. Alterno mi actividad como escritora, ponente y colaboradora en algunos medios digitales con mi profesión de guionista de televisión que ejerzo desde hace casi veinte años.

 

Habría que estar en la piel de Serena Williams para saber por qué la tenista con más Grand Slam de la historia del tenis mundial femenino perdió los nervios en la pasada final del US Open después de que el juez la amonestara por haber recibido indicaciones de su entrenador.

La tenista se encaró al juez con estas palabras: Yo no hago trampas para ganar. Preferiría perder. Sólo te lo digo. Me has robado, me debes una disculpa, no he hecho trampas en mi vida, tengo una hija y sólo hago lo que es correcto. Eres un ladrón y un mentiroso. Me debes una disculpa”. Sus palabras le valieron una amonestación y la pérdida de un juego que sería fundamental para la derrota de la estadounidense frente a una jovencísima y extraordinaria rival, Osaka, casi veinte años más joven que ella. “¿Me váis a quitar esto porque soy una mujer?”, preguntó la tenista, impotente. Su estallido de furia dio la vuelta al mundo pero es su pregunta lo que me lleva a una reflexión que pretende ir mucho más allá de lo anecdótico de la situación porque -probablemente- si esta circunstancia la hubiera vivido un hombre se habría hablado de ello en otros términos y desde otra perspectiva.

Foto: mirsasha. https://goo.gl/XHLQCv

Foto: mirsasha. https://goo.gl/XHLQCv

La sanción consistió en dos advertencias del juez, la pérdida de un punto por romper su raqueta y la pérdida de un juego por el enfrentamiento verbal que tuvo con el juez de silla. Pero en realidad la penalización fue mucho más allá de las consecuencias a las que tuvo que enfretarse Serena Williams en la pista, la sanción más dolorosa y grave para la tenista fue el escarnio público y el intento, una vez más, de poner el énfasis en cuestiones relacionadas con su personalidad más que con lo estrictamente deportivo. Es un hecho que el carácter en las mujeres deportistas de élite se penaliza; lo que en un hombre es un valor en una mujer es motivo de polémica, mofa y escarnio. Tener personalidad en una cancha o en un campo o sobre una pista de atletismo es tener que pelear contra la imagen que se da de ti fuera de lo deportivo. Habría que ponerse en la piel de Williams, sí, porque no es la primera vez que la tenista tiene que bregar con la imagen que proyectan de ella. Y más en un deporte como el tenis que tan bien representa la corrección en lo deportivo. Tal vez Serena Williams es molesta precisamente porque se sale de la norma y porque no está dispuesta a callar mientras los demás hablan de ella.

En todos los ámbitos de la vida una mujer competitiva está peor vista que un hombre competitivo, sin contar con que se le exige mucho más para llegar a puestos de responsabilidad. El deporte no iba a ser la excepción. Hay un doble rasero para medir la actitud competitiva de los deportistas de élite según se trate de hombres o mujeres. Una brecha más a la que unir la brecha salarial y la referente al distinto tratamiento en cuanto a visibilidad que recibe el deporte femenino en comparación con el masculino.

No es la primera vez que Serena Williams genera polémica. También dio mucho que hablar su aparición en Roland Garros (unos meses después de ser madre) con un mono ajustado de lycra totalmente negro, diseñado por Nike, para evitar la formación de coágulos de sangre pues la tenista había sufrido algunos problemas de salud. El torneo rechazó su indumentaria. André Agassi o Rafael Nadal, sin ir más lejos, han marcado tendencia dentro de las pistas con indumentarias que no se ajustaban del todo a la normativa de los torneos pero nunca corrió tanta tinta por ese motivo ni se dieron actitudes tan hostiles como las que tuvo que aguantar la tenista. Lo que en Serena se toma como una provocación en los tenistas se consideraba una peculiaridad. Por no hablar de las raquetas que vimos romper en directo a McEnroe, reacciones que no siempre eran penalizadas por los jueces y que incluso protagonizaron un conocido spot porque, visto está, sus estallidos de cólera hacían gracia.

El problema se acrecienta cuando se trata, como es el caso de Serena Williams, de una mujer de fuerte temperamento. Tal vez sea este hecho, en realidad, lo que coloca a la tenista constantemente en el punto de mira. El carácter, el temperamento, están bien vistos sólo si lo aplicamos a esquemas de comportamiento masculino, de una mujer se espera otro tipo de actitud, más sumisa, más “elegante”, menos contestataria. La cuestión no se queda ahí. Llega hasta la celebración de los tantos. Carolina Marín -tres veces campeona mundial de bádminton entre otros reconocimientos- es más conocida por la euforia con que celebra sus tantos y la rabia que exterioriza cuando se le escapan que por su extraordinario palmarés. Después de hacerse con la medalla de oro en los juegos olímpicos de Río de Janeiro, los medios hablaron más de su fuerte carácter que de su triunfo. Al parecer no importa cuando un jugador de fútbol celebra un tanto o hay una trifulca en el césped pero si se trata de una mujer se mira cada una de sus reacciones con lupa como si no quisieran o pretendieran opacar los éxitos conseguidos por las féminas.

Había mucha rabia en la reacción de Serena Williams, mucha impotencia, seguramente por no saber aceptar la derrota ante una rival que fue superior a ella y que confiesa con humildad que su sueño era jugar una final con Serena. No debe de ser sencillo ceder el cetro ni siquiera a alguien que te admira. Pero en ese estallido de ira había mucho más que el dolor de ceder un partido, un reinado, en esas palabras estaba condensada la impotencia y desesperación de años de pelea para ser juzgada no por ser mujer, no por ser negra, no por tener carácter, sólo por ser tenista. La mejor del mundo.

El síndrome de la impostora llama a tu puerta

octubre 16, 2018 en Doce Miradas

Hace ya unos años, una campaña publicitaria grabó a fuego en mi mente el ya famoso slogan de «Hola. Tú no me conoces. Soy tu menstruación. Y no me voy a perder ninguna de tus fiestas». Esa misma escena se recrea en mi mente con bastante asiduidad, pero con otro protagonista: Toc, toc. ¿Lo oyes? Aquí está. Cuando la visibilidad llama a tu puerta, el síndrome de la impostora va de la mano y tampoco se pierde ninguna de tus fiestas.

Si no sabes de qué hablo quizás sea porque eres una persona afortunada o porque no le has puesto aun nombre a algo relativamente común que consiste en asumir que tus triunfos son cuestión de suerte, que se deben a factores externos, que no eres tan capaz como todo el mundo cree, que no estás a la altura, que pasabas por allí cuando se repartían los éxitos… en definitiva: que eres una IMPOSTORA. Un auténtico FRAUDE. Así, con mayúsculas.

Un síndrome que no nos entró un día de sopetón, sino que se ha ido gestando durante mucho tiempo cual virus que necesita de su periodo de incubación. Y aunque este virus ataca tanto a hombres como a mujeres, nosotras somos más propensas a “pillarlo” porque desde pequeñas llevamos recibiendo mensajes velados (algunos no tanto) que van atacando al sistema inmunológico de nuestra confianza. Del “no seas mandona” que nuestras niñas escuchan al “tiene dotes de liderazgo” que escuchan ellos; del “qué guapa eres” al “qué listo eres”; del “eres muy trabajadora” al “eres brillante”. Y la cosa no para ahí. Cuando crecemos, sentimos que tenemos que demostrar nuestra valía una y otra vez (a nosotras mismas y a los demás), algo que llamamos el sesgo de «demuestra tu valía de nuevo». También descubrimos que hay menos comportamientos aceptables para mujeres que para hombres (sesgo de la cuerda floja), como por ejemplo, ser asertivas, momento en el que somos tildadas como más difíciles y menos amables. Lo nuestro es permanecer sutiles, amables, dulces… o sufrir las consecuencias. Por ejemplo, en este estudio de Harvard y CMU en el que hombres y mujeres negociaron una oferta de trabajo leyendo el mismo guion, ellas fueron percibidas negativamente por negociar mientras que ellos no.

Los síntomas para el diagnóstico suelen ser claros y cumplen hasta un ciclo, que arranca cuando una nueva oportunidad se presenta ante nosotras:

  • Tras la emoción inicial, el miedo empieza a apoderarse de nuestro cuerpo y nuestra mente, generando un discurso de que no seremos capaces. Queremos pilotar por debajo del radar. Volvernos invisibles para no sufrir con los comentarios sobre lo que hacemos. Nos cuesta ser las primeras en coger el micrófono en el turno de preguntas de una conferencia, expresar nuestra opinión en público o aceptar que nos han ofrecido una oportunidad por nuestra valía y no por la cuota de ser mujer. Aplicamos aquello de “en comunidad no muestres habilidad” pero de manera constante, considerando que es más rentable socialmente no destacar por nuestro talento.
  • Convencidas de que somos una farsa, nos da por procrastinar y/o trabajar más y más para alejar el fantasma del fracaso. Resultado: sobresfuerzo y un perfeccionismo enfermizo donde “lo mejor” mata a “lo bueno”.
  • Tras esto, suele llegar el éxito, pero es efímero y dura menos que la caducidad de un yogurt. No nos da ni tiempo a disfrutarlo como se merece. Siempre hay un “pero”, por pequeño que sea, que proyecta su larga sombra y ensombrece todo.
  • Así que el siguiente paso es inevitable: negación del éxito y otra vez empezamos en la casilla de salida.

Pero tranquilas, que aquí vengo yo con aquello de que “consejos vendo, que para mí no tengo”:

  • Como en muchas ocasiones sucede, el primer paso es reconocer el problema. Darnos cuenta de lo que nos pasa. Para ello toca trabajar mucho la interioridad para autorreconocernos y autolegitimarnos. Dicho más sencillo, ganarnos la confianza de nuestra rival más dura e implacable: nosotras mismas.
  • Practicar la sororidad y contrastar con otras personas nuestra sensación. Alguien que lo vea desde fuera. Seleccionar esa persona es clave porque si no, te puede pasar como a mí: cuando me invitaron hace unos meses a dar una conferencia en el Parlamento Europeo, llamé a mi madre para contárselo. Su respuesta: “Hija, ¿no será un poco mucho para ti?”. Justo las palabras de ánimo que estaba necesitando… Obviamente ella no me lo decía desde una falta de convicción de mis capacidades, sino por evitarme el sufrimiento de los nervios y el propio ciclo de la impostora fustigándome (esto de evitar sufrimientos en niñas, jóvenes y mujeres adultas requiere de otro post…). Por suerte, hice otra llamada que me ayudó a acallar al síndrome y dar el paso (millones de gracias, Esti 😉 ). Necesitamos personas que nos empujen hacia arriba, porque hacia abajo las circunstancias ya nos están empujando todos los días.
  • Asociado a esto último, tú también puedes contribuir a paliar el síndrome de impostora de otras mujeres, ayudándolas a brillar y no apagando luces.
  • No pierdas por adelantado. Primero juega el partido. Hasta de las peores derrotas se aprende.
  • Lo dicho antes: ¿nada nunca es suficientemente bueno si lo haces tú? Baja el pistón de tu perfeccionismo.
  • Date el permiso de disfrutar de los éxitos más de cinco minutos y acepta las felicitaciones y los elogios. Ya va siendo hora de abandonar la modestia mal entendida.

Y a ti, ¿cuántas veces te ha tocado en la puerta el síndrome de la impostora? La próxima vez, cántale por Pimpinela:

¿Quién es?
Soy yo
¿Qué vienes a buscar?
A ti
Ya es tarde
¿Por qué?
Porque ahora soy yo la que quiere estar sin ti.

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Las cuotas de la Vicepresidenta vistas desde Ginebra y otras historias

octubre 9, 2018 en Miradas invitadas

Mikel Mancisidor, @MMancisidor1970, doctor por la Geneva School of Diplomacy, es miembro del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU desde 2013. Enseña Derecho Internacional de los Derechos Humanos en el Washington College of Law (American University, Washington) y en el Instituto Internacional de Derechos Humanos René Cassin de Estrasburgo. Actualmente trabaja por el desarrollo y actualización del Derecho a la Ciencia. Le gusta el monte, el mar, la literatura, la historia, la divulgación científica y, sobre todo, viajar, jugar y aprender con sus hijos: Lea y Javier. Tiene su propio blog en mikelmancisidor.blogspot.com.

 

Escribo este post desde Ginebra, donde estoy participando en el 64 periodo de sesiones del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU, del que soy miembro desde el año 2013. Durante este período de sesiones estamos estudiando los casos de Alemania, Mali, Argentina, Turkmenistán, Sudáfrica y Cabo Verde. Como veis la disparidad geográfica, económica y cultural no puede ser mayor.

Pero, en concreto, ¿qué hace este Comité por la igualdad, por la equidad, por la no discriminación, y por la promoción y el disfrute de los derechos económicos, sociales y culturales de las mujeres, sea en Alemania o en Cabo Verde?, ¿cómo tratamos esta cuestión, con qué fundamento jurídico y, si fuera posible saberlo, con qué logros?

El mandato del Comité se basa en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC), de 1966. Mucho han cambiado las cosas en este ya más de medio siglo, pero a mi juicio este Tratado todavía es joven y tiene aún mucho que aportar también en relación a los derechos de la mujer (13 años después, en 1979, fue aprobado otro más específico sobre derechos de la mujer: la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer).

El artículo 2 del PIDESC contiene una clara cláusula genérica de no discriminación, más o menos directamente fundada en el Art. 1.3 de la Carta de la ONU (1945) y el Art. 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), que dice así:

 

Por discriminación por motivos de sexo entendemos, como dice la citada Convención del 79, “toda distinción, exclusión o restricción basada en el sexo que tenga por objeto o resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente de su estado civil, sobre la base de la igualdad del hombre y la mujer, de los derechos humanos y las libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural y civil o en cualquier otra esfera”.

Como dice el Comentario General N.º 16 del Comité DESC (del que tomaré en adelante ideas, citas y expresiones) la discriminación a la que nos referimos puede ser directa, por ejemplo, cuando se limita el acceso de la mujer, por el hecho de serlo, al disfrute de determinado derecho. Y puede ser también indirecta, cuando una norma o política no tiene apariencia discriminatoria pero su aplicación genera discriminación: una norma o plan aparentemente neutros pueden sostener y profundizar la discriminación cuando se aplican a realidades que son de salida diferentes.

Pero ya en 1966 los redactores del PIDESC sabían que una lectura estrecha y limitada del principio de no discriminación no sería suficiente si lo que buscamos es la igualdad real. Por eso motivo, con notable visión para su tiempo, decidieron añadir un nuevo artículo 3 que iba mucho más lejos en su ambición. No sólo se trata de asegurar que no habrá discriminación basada en el sexo, se trata de asegurar el igual disfrute de los derechos, en la práctica, por hombres y mujeres:

Esto significa que la igualdad debe ser formal (de iure) pero también real o sustantiva (de facto) y esta igualdad, dice el Comité, “no se logrará sólo con la promulgación de leyes o la adopción de principios que sean a primera vista indiferentes al género (…) las leyes, los principios y la practica pueden perpetuar (la desigualdad) si no tienen en cuenta las desigualdades económicas, sociales y culturales existentes.” (El Comité volvería a explicar las categorías de discriminación formal y sustantiva, y discriminación directa e indirecta en un nuevo Comentario General , n.º 20, de 2009)

Los principios formales de igualdad y no discriminación no siempre garantizan, por sí solos, la auténtica igualdad. Por eso el Comité anima a los estados a tomar medidas que llama “especiales y provisionales”, medidas, normas y políticas que favorezcan, cuando resulte necesario, a la mujer, medidas que son convenientes en muchas ocasiones para rectificar una situación de desigualdad de facto y que deberían abandonarse cuando esta situación se hubiera corregido (de ahí su carácter idealmente provisional).

Estos días la Vicepresidenta del gobierno de España y Ministra de Igualdad, Carmen Calvo, ha propuesto la introducción obligatoria de cuotas en los Consejos de Administración. Hemos tenido que leer en algunos medios que este tipo de medidas son discriminatorias y por tanto contrarias al principio de igualdad. Debo dejar bien claro que la ONU en general, y los órganos de tratados de la ONU en particular, no sólo aceptan estas medidas como no discriminatorias, sino que en muchas ocasiones recomiendan activa y explícitamente su adopción por ser medidas que, lejos de vulnerar el principio de igualdad, resultan agentes de igualdad.

Hubo otro asunto en que los redactores del PIDESC se adelantaron a su tiempo, cuando en relación a los derechos laborales no se conformaron con el principio de “salario igual por igual trabajo” (insuficiente para afrontar la discriminación salarial cuando se aplicada no por persona sino por tipo o modalidad de trabajo tradicionalmente asociados a hombres o a mujeres). Buscaron el más complejo y rico principio de “igual salario por trabajo de igual valor”. También trabajamos con los estados para avanzar en ese camino.

En nuestro trabajo nos encontramos con discriminaciones criminales como matrimonios forzados o infantiles; violencia de género o violación en el matrimonio no penalizadas; prohibiciones directas de acceso a servicios de salud o educativos; prisión por sexo extramatrimonial sólo para mujeres; crímenes de honor legalizados; criminalización de las denunciantes de abusos… y mil formas más de horroroso sometimiento.

Es importante tener espacios en la comunidad internacional para discutir estos horrores con sus respectivos gobiernos con el fin de ir resquebrajando sus resistencias al cambio y desmontando sus escusas y prejuicios. La participación de la sociedad civil (ONGs y otros) en estos sistemas de la ONU es absolutamente clave para lograr avances. A veces se dan pasos que luego implican cambios en la realidad, como cuando se extrae de un gobierno el compromiso de adelantar los plazos de erradicación de la mutilación genital femenina o de derogar una norma discriminatoria o de aumentar el acceso de las niñas a la educación secundaria o de mejorar los protocolos de protección y asistencia de las mujeres denunciantes o de proteger a defensoras de los derechos de la mujer. A veces son compromisos públicos, otras veces se alcanzan ciertos avances de forma discreta.

Aquella noche llovió

octubre 2, 2018 en Doce Miradas

Una noche de agosto en una ciudad en fiestas. Concierto junto a la playa. Con 16 años recién cumplidos, ¿qué más se puede pedir? Tocaba Vendetta y llovió, pero no es eso lo que recuerdo: lo que viene a mi memoria es la alegría de sus caras cuando las vi llegar, a la hora acordada, ya de madrugada. Yo esperaba algo inquieta, lo reconozco. Ellas, adolescentes, brillaban algo cansadas, claro,  pero felices.
Una joven de la misma edad, esa misma noche, una chica que podría haber sido cualquiera, no llegó a casa ni de esa manera ni a esas horas: pasó la noche en la comisaría, y es posible que haya olvidado la lluvia y la música. Casi puedo asegurar, sin embargo, que no olvidará nunca la noche en la que la violaron.
Supimos de lo ocurrido a la mañana siguiente. No hace falta que describa qué sentí, cómo me sentí. Ni cómo se sintieron ellas, mis hijas y sus amigas, que esa misma noche esquivaron esa bala atascada en el tambor de la violencia machista. Cada día, cada noche, se juega la macabra ruleta rusa.

Han pasado ya casi dos meses, y apuesto que aquella joven no leerá este escrito. Y, sin embargo, aquí estoy yo, pensando en ella, en esa chica que imaginaba el verano que estaba por llegar con la ilusión desbordada y ahora encara el otoño con heridas abiertas, a la deriva. Y no dejo de pensar en él, también joven, que una noche de agosto se convirtió en agresor sexual; que violó a esa chica, simplemente porque podía hacerlo.

Y también pienso en los otros jóvenes que lo intentaron, y en todas las mujeres que este año se han librado, quién sabe hasta cuándo.

Ellos y ellas son menores de edad; según los últimos datos, el 42% de las víctimas de la violencia sexual que ocurre fuera del domicilio lo son.

Ha sido el verano de las negaciones: “No es No”, grito unánime. Una de las jóvenes con las que compartí acto de protesta me decía: “ver tanta gente aquí nos da fuerza, pero esta noche volveremos a tener miedo al volver a casa”. El posicionamiento social es condición necesaria, pero no suficiente, como lamentablemente hemos podido comprobar.
Por la relevancia de los casos, las agresiones a mujeres menores de edad perpetradas también por menores han cobrado una enorme relevancia, y nos han llevado a cuestionarnos si la violencia entre jóvenes y adolescentes responde a razones ocultas que no hemos sabido interpretar.
Y nos preocupa, y nos revuelve, porque, demonios, no debería ser así.

Comprendo la impotencia de mujeres comprometidas desde siempre con el feminismo, que se revelan contra el amargo sentimiento de que tanto camino recorrido no haya servido para nada. Se miran incrédulas sujetando las viejas pancartas en las calles nuevas. Y se preguntan: ¿cómo ha podido ocurrir?
Intento, siempre que es posible, acercarme a la gente joven con vocación de entender. Hablamos y, sobre todo, escucho sobre las vivencias propias, que a veces me parecen contradictorias y otras tremendamente lúcidas.
Son las jóvenes que se auto-organizan en grupos de defensa en los institutos; las que salen a la calle, levantan la voz y se juegan la armonía (en casa, en sus cuadrillas, con sus parejas). Y también son las jóvenes que reproducen modelos de conducta antiguos, que se miran y se buscan en las tallas 34, que consumen novelas rosas (por mucho que sean en formato instagram stories, y escuchan música que denigra, ofende y agrede el sentido común y sus valores.
¿Son contradictorias? Por supuesto. Pero, ¿no lo somos el resto?

El dedo que señala la luna

No tengo una conclusión clara, menos aún una solución, pero en cada charla me reafirmo en un convencimiento: nos equivocaremos si cargamos sobre la juventud la responsabilidad que nos compete a todos y todas, como sociedad.
No es la juventud la que se resiste a avanzar, más bien al contrario. Es la sociedad en su conjunto la que todavía no ha logrado los cambios permanentes y duraderos que harán posible la transformación que necesitamos. Mientras esto no ocurra, seguiremos analizando datos que parecen, a primera vista contradictorios.

Cada cuatro años, el Observatorio de la Juventud de Euskadi realiza un estudio sobre, entre otras cuestiones, la percepción y valores en cuanto a la violencia contra las mujeres. Pues bien, hemos visto evolucionar la valoración de las y los jóvenes vascos desde 1997 y el avance ha sido enorme. En Euskadi la juventud muestra una posición radicalmente opuesta a cualquier uso de violencia contra las mujeres, y a día de hoy se acercan a valores absolutos quienes rechazan en un 100% prácticas como los insultos, no dejar decidir cosas, amenazar, prohibir salir de casa, obligar a mantener relaciones sexuales contra su voluntad o hacer desprecios. Si te interesa, puedes consultar las conclusiones de este estudio.

En el otro lado de la moneda, las estadísticas nos dicen que la violencia sexual fuera del ámbito familiar afecta cada vez a más jóvenes que no superan los 18 años de edad y, en la actualidad, como ya se ha señalado, el 42% de las víctimas son menores. Lo ha documentado en su informe anual Emakunde, y puedes ver el detalle a través de su página.

Ni el estudio estadístico ni el registro de las denuncias están equivocados: las señales que apuntan en direcciones apuestas, todas ellas, aciertan. Avanza la conciencia, pero los hábitos sociales en los que se inserta la violencia son aún demasiado poderosos.
Son las y los jóvenes quienes en mayor proporción ocupan el espacio público de ocio. Y el incremento en el número de denuncias no indica, necesariamente, que estemos padeciendo más agresiones, sino que las víctimas denuncian en más ocasiones.
La población joven y adolescente reproduce los roles sexistas que se transmiten a través de todos los medios en los que nos socializamos. El estereotipo nos atraviesa en todas las edades; entre jóvenes es todavía más acusado, porque a esa edad le corresponde construir sus referencias.
Antes de levantar el dedo acusador contra la juventud, seamos honestas. ¿Qué les estamos ofreciendo como referencia? Mantenemos los mismos prejuicios sobre qué es ser mujer y qué es ser hombre; los mismos patrones de modelo de relaciones basadas en el poder, el control y la dominación como capital social para ellos, y el sometimiento y la falta de libertad para ellas. La juventud normaliza la violencia y aprende a convivir con ella porque la sociedad, en su conjunto, lo hace.

Es tiempo de cuestionarnos todo

No caigamos en la impotencia; las cartas están marcadas, como recordaba María Puente el otro día, pero podemos cambiar las normas del juego. La violencia contra las mujeres es una construcción social, y como tal, puede revertirse, pero no será posible si no cuestionamos el trasfondo que perpetúa la desigualdad estructural.

  • Empecemos por qué concepto de seguridad queremos para nuestras calles, y pensemos si es deseable asumir que la libertad de las mujeres debe limitarse sin atacar simultáneamente los modelos de relación que fomentan la violencia. No podemos condenarnos a tener miedo las unas de los otros. No queremos ser valientes, ni que nos protejan o aíslen: queremos ser libres.
  • Analicemos el reparto de roles en todos los ámbitos, desde la infancia hasta el hogar, pasando por la representación social de qué significa ser mujer y ser hombre. Solo creando nuevos modelos de hombres y mujeres podremos cambiar nuestras relaciones.
  • Revisemos los currículos escolares, hablemos abiertamente de educación sexual, de diversidad, de autonomía y empoderamientos personales. Hablemos de los valores del respeto, del auto-cuidado, de la auto-responsabilidad y del buen-trato. La educación para la igualdad es el único antídoto contra la violencia.
  • Analicemos, y hagámoslo cuanto antes, las bases jurídicas sobre las que se definen los delitos sexuales. La Justicia solo merecerá este nombre cuando sea justa también para las mujeres. No nos faltan propuestas bien fundadas: necesitamos determinación para aplicarlas.

El tiempo de hacerlo es ahora. No cabe esperar más.

No podemos permitirnos ni una sola mujer más atemorizada, vejada o violada.

Ni una noche más de miedo. Quiero que mis hijas vuelvan a casa mojadas por la lluvia, no por las lágrimas.