Se llamaba Manuel

enero 30, 2018 en Doce Miradas

Yo no era la Amanda que le esperaba a la salida de la fábrica, como imaginó Víctor Jara. Esta historia no tiene nada que ver con aquella.

Se llamaba Manuel, y tendría no más de 15 años, porque era repetidor y estaba en el curso inferior, y yo a punto de  aventurarme en el inescrutable mundo del bachillerato. Se llamaba Manuel, y de entre todos los alumnos y alumnas de aquella época, recuerdo su nombre, porque cada mañana se me acercaba, confiado, de frente, me miraba y acompañado del coro de risas de sus compañeros, me llamaba puta. Cada mañana. Manuel.

Buscando mis respuestas

Me llevó un tiempo responderme a las dos preguntas clave: ¿Por qué a mí? ¿Por qué “puta”?

Aunque ahora resulte obvio, aunque nuestra capacidad de entender nos devuelva inmediatamente la respuesta, no fue fácil. Durante tiempo quise comprender, y resolver, los motivos que desencadenaron la especial inquina contra mí, para salir de aquello, para no merecerlo. Sin ser capaz de entenderlo, la lección fue otra bien distinta: entendí claramente que me convenía evitar a Manuel en los pasillos, y aprendí a llegar a clase antes que él, o después; a esperar hasta que él salía al patio para ir hacia otro lugar, a mirar siempre antes de entrar o de salir.

Aprendí a tener miedo a alguien que simplemente quiso experimentar su capacidad de dominar. Contra mí.

Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que llegué a entender que aquello fue aleatorio, que me tocó a mí, pero que le podría haber sido (tal vez así ocurrió) a cualquier otra.

Si queremos entender la dominación, hay que buscar las claves en los verdugos, no en las víctimas.

Lo de “puta” me llevó todavía más tiempo. De hecho, acabo de entenderlo, como quien dice. Leyendo “La creación del Patriarcado”, de Gerda Lerner, empiezo a ver a qué responde esa obsesión por todo lo sexual. Y entiendo mejor a qué se refería Freud cuando dijo que “el destino de las mujeres es su biología”.

El uso y el control físico y simbólico de la sexualidad de las mujeres es uno de los renglones torcidos en los que se ha escrito la Historia de la Humanidad, que tantas veces se asimila, erróneamente, con la Historia de los Hombres. “La sexualidad de las mujeres, es decir, sus capacidades y servicios sexuales y reproductivos, se convirtió en una mercancía necesaria, un recurso para afianzar o debilitar el poder de las comunidades”, dice Lerner.

Ellos comerciaron con la sexualidad, la catalogaron como decente o indecente en función de sus intereses; nos colocaron a un lado o al otro de la línea, pero siempre sobre la misma base: si nuestro cuerpo es lo que nos da valor social, ese cuerpo y su uso nos definen, y ellos lo convierten en nuestra identidad.

“Puta” es un insulto en boca de los abusadores, y es también la reminiscencia del pensamiento que, durante siglos, ha establecido lo correcto y lo incorrecto, siempre sobre la base de los servicios sexuales que las mujeres estamos llamadas a prestar. Será decente (y gratis) dentro de la unidad de la familia y con el objetivo de procrear. Y será marginal (y bajo precio) en el resto de los casos.

Llevado al extremo, no parece tan absurda la distopía de Margaret Atwood, The Handmaid’s Tale, ¿verdad? Un sistema social, político y económico organizado sobre el mercadeo reproductivo: ellas criadas al servicio de la procreación, ellos al mando.

Ni el propio Manuel lo sabía, pero siglos de dominación brotaba de su boca cada mañana.

Las mujeres, decía Simone de Beauvoir, no tenemos Historia. Tal vez si la conociésemos más y mejor seríamos capaces de enfrentarnos a la inercia que hace que se repita una y otra vez.

Lección aprendida

Las mujeres aprendemos a tener miedo como aprendemos a caminar: al principio sin saber bien qué hacer con esa sensación de vértigo, y al poco tiempo, casi de forma automática, a paso ligero a través de nuestros terrores.

Aprendemos cuando súbitamente, un verano, nos colocan una pieza superior en el bikini porque “los chicos nos miran”; una no entiende nada, salvo que ese cuerpo que aún ni ha descubierto es un territorio aparentemente peligroso.

Perfeccionamos ese miedo cada vez que tenemos que decidir qué calle tomar para regresar a casa. Cada vez que pedimos a un amigo que se quede esperando hasta que entremos al portal, a salvo (aparentemente).

Cada vez que nos toca organizarnos para volver a casa, y lo hacemos como quien se prepara para el desembarco de Normandía, estudiando posibles vías de ataque y alternativas para la huida.

Ese miedo es imperceptible para muchos hombres. Muchos han tomado conciencia de él, y aun a riesgo de generalizar, y ser injusta, diría que lo han hecho gracias a las mujeres próximas, a sus amigas, hermanas, parejas, compañeras. Que no se han puesto las gafas: se las hemos ido colocando nosotras, con el discurso constante que tantas veces tanto les incomoda.

Hace unos días encontré esta reflexión en Twitter; creo que ilustra bastante bien a qué me refiero.

 

 

 

 

 

 

 

 

Me gustaría saber qué ha sido de Manuel. Imagino a veces lo previsible, pero quiero pensar que los caminos que se trazan en la vida avanzan hacia cruces, y que es posible cambiar la dirección.

Es posible que él también quiera saber de mí. Que le interese saber si continué siendo tan cobarde, o si depuré mis tácticas de escape; si, en definitiva, aquello me hizo aprender.

Si por casualidad lees esto, Manuel (vale, es harto improbable que un joven así acabe en un blog feminista, pero quién sabe) te gustará saber que, en efecto, aprendí a tener miedo.

Punto para ti.

Pero no te envalentones: no fue mérito exclusivo tuyo. Llevamos siglos sintiendo miedo, aprendiendo a volar con un ala menos, caminando por la mitad de la calle, durante la mitad de las horas, con la mitad de las fuerzas que se necesitan para soñar.
Los Manueles de nuestras vidas tienen nombre, pero hay otros muchos anónimos.
Los que recordamos son solo la punta del iceberg de un aprendizaje cuasi universal.

Bonnus Track.

Esta cuestión del abuso entre las y los jóvenes no es una preocupación nueva, y está escalando posiciones en todas las agendas educativas. Afortunadamente. Como todos los fenómenos sociales y culturales, es necesario enfocarlo también desde la perspectiva de género, porque solo mirándolo (también) con las gafas lilas podremos llegar a entender, y atacar, su dimensión real.
Por dejar una nota positiva, diría que, entre otros motivos a raíz de la popular serie “13 Reasons Why” de Netflix, y gracias sobre todo a su éxito entre las y los adolescentes, las implicaciones del Bullying escolar desde la perspectiva de género están incorporándose en los programas de sensibilización y formación para hacer frente al abuso en los centros escolares.
Punto para el resto, Manuel.

Se buscan hombres de verdad

enero 23, 2018 en Miradas invitadas

Nuria Coronado (@NuriaCSopena). Soy periodista, editora, asesora en comunicación y autora de Hombres por la Igualdad (Ed. LoQueNoExiste). Cursé los Másteres de Producción Radiofónica (RNE), Biblioteconomía y Documentación (Universidad Complutense) así como Mujer y Liderazgo (Escuela Aliter). Fui becaria Erasmus y Leonardo en Roma. He desarrollado mi carrera desde hace 25 años a caballo entre el periodismo (colaboro con El Español, 20 minutos, Diario 16, Público y AgoraNews, entre otros medios), la comunicación (soy responsable de Comunicación y RR.PP. de Juan Merodio), y la organización y  presentación de eventos. Tengo dos hijos, creo a pies juntillas en el feminismo y en el activismo como única forma de defender nuestros derechos.

Cada día siento más la certeza absoluta de que el feminismo es una revolución imparable con todas la de ganar. Serán muchos los pasos que tengamos que seguir dando pero el fin del patriarcado descarnado y absolutista que hoy nos reina y pisotea está más cerca que nunca. Y lo está porque hemos decidido dar volumen al silencio y hemos roto el miedo a hablar y a denunciar.

Las mujeres hemos dicho ¡basta ya! y lo hemos hecho en manada, con toda la fuerza que nos da la naturaleza que nos pare y nos une. Las mujeres ya no bajamos la cabeza. Las mujeres denunciamos. Las mujeres sentimos más que nunca, tal y como decía Simone de Beauvoir, que nada puede sujetarnos o encarcelarnos porque “la libertad es nuestra única y propia sustancia”.

Ese alzar la voz no es ni fácil ni gratuito, tiene consecuencias muy dolorosas. Pero aun así merece la pena. “A las mujeres nos matan más porque ahora nos atrevemos a denunciar. Porque hemos decidido dejar de callar”, tal y como siempre recuerda una gran mujer que como Marina Marroquí un día dijo basta a quien la humillaba y maltrataba. Y así, acelerando cada vez más el paso, es como nos hemos convertido en ese movimiento de sororidad, que tan bien define la fiscal Inés Herreros, y que ella llama  Mujeres Tormenta “es esa alianza entre hermanas que dentro de este contexto patriarcal en el que vivimos, evidencia que no es cuestión de fuerza vencer la tormenta, sino que somos nosotras la misma tormenta. Una tormenta de paz”, recalca. 

A esa tormenta necesitamos sumar otra más. La que parte del otro sexo. Requerimos para ya mismo de la complicidad de los hombres sensibles que procesan como nosotras la igualdad. Hombres que, como bien describe Miguel Lorente en el prólogo de mi libro Hombres por la Igualdad, dejen de mirar para otro lado y también dejen de callar. “La sociedad está cambiando y la inexpugnable cultura del machismo ya muestra importantes fisuras y trozos de muralla caídos, pero ese cambio en verdad es una transformación asimétrica de la realidad, puesto que está siendo protagonizado y liderado por las mujeres. Los hombres, en su gran mayoría, están ausentes, muchos de ellos en una posición de aparente neutralidad, algo que forma parte de las trampas de la cultura, y otros, demasiados, incluso son seducidos por los nuevos planteamientos del machismo y su posmachismo, para de esa forma perpetuarse en los privilegios”, dice.

Unas impunidades que entre unas y otros tenemos que derrocar con algo tan simple y efectivo como es el señalamiento público. Porque es urgente, tal y como arenga  Octavio Salazar no solo visibilizar las víctimas de las múltiples violencias machistas, sino también a los sujetos que las provocan y las alimentan. “Para señalarlos con el dedo, para deslegitimarlos, para en su caso aplicarles las consecuencias sancionadoras de las leyes, pero sobre todo para que socialmente sean catalogados como malos ciudadanos, como sujetos que deberían ser expulsados del pacto. Y ahí los hombres tenemos mucho que hacer y qué decir con respecto a los comportamientos y actitudes de nuestros iguales. Por eso deberíamos incluso superar el discurso a veces en exceso victimista que se adopta en estos temas, que puede dar la sensación incluso de un cierto paternalismo sobre las mujeres, y poner el énfasis en las responsabilidades masculinas”, subraya.

Necesitamos de esos hombres tormenta a los que ni les importe ni les de miedo someterse a la autocrítica de su masculinidad y la de sus iguales tan bien aprendida durante siglos. Hombres, que como nosotras, superen los silencios. Hombres que dejen de ser cómplices de una estructura brutal y despótica. Hombres aliados en lugar de encubridores. “Activos militantes que no se limiten a la tarea de mirarse en el espejo si no a la de deconstruirse”, que tan bien describe Salazar.

Con ellos a nuestro lado se escribirá la historia de verdad porque será la historia que nos represente a tod@s. Mientras que eso no llegue, las mujeres seguiremos batallando, lloviendo feminismo, para que el resto del mundo se empape de él. Y por más paraguas que algunos saquen, no les va a valer de nada. Palabrita de mujer.

Tres mujeres ‘solitas’ tomando café

enero 16, 2018 en Doce Miradas

El otro día, mientras tomaba café con dos compañeras de trabajo, como hacemos habitualmente a media mañana, se nos acercó otro compañero y nos dijo: “¿¡Qué hacéis aquí tan solitas las tres!?”. Cuando se marchó, les comenté a mis compañeras que nosotras no estábamos ‘solitas’, no fuera a ser que se lo hubiesen creído. ¿Desde cuándo tres mujeres juntas están solas? A ellas les sorprendió mi comentario y al principio no entendían a qué me refería y eso que están acostumbradas a mi escrutinio de gafas violetas. Lo cierto es que yo también tardé un rato en reaccionar. De hecho, no lo hice. Para qué. Como hemos comentado tantas veces en este blog, hay que elegir las batallas y no te puedes vaciar con cada comentario machista que escuches. En este caso, además, no había mala intención, tan ‘solo’ ese machismo que vive agazapado en casi todas las personas y del que muchas veces ni siquiera somos conscientes. Como remate, cuando el compañero regresó a su mesa, me fijé en que estaba con otros dos hombres. ¿Estaban también ellos tres solitos?

No, ellos nunca están solitos. A nadie se le ocurriría. Las mujeres en cambio sí lo estamos, al parecer. ¿Qué cambiaría nuestra circunstancia? ¿Añadir un hombre a nuestro grupo o bastaría con sustituir? Así, dos mujeres y un hombre ya no serían considerados ‘solitos’. A una mujer con un hombre,  tampoco. Todo tan mínimo, tan sutil y sin embargo, ahí está ese grumo enorme en la leche del café: la desigualdad. Porque el mensaje es que la presencia de un hombre, lo cambia todo. Para mejor. Su presencia o ausencia modificaría la naturaleza de nuestro grupo hasta tal punto.

Ya metidas en cafeína, llegamos a otra gran cuestión prima hermana de esta: una mujer sola en un bar. Temazo. A estas alturas parecería un asunto superado y, sin embargo, persiste en el siglo XXI, grande y on the rocks. Me disgusta reconocerlo, pero sigue sin ser muy frecuente ver a una mujer sola en un bar. Vale, hay algunas excepciones:

  • El bar o cafetería en donde te tomas a diario un café en la pausa del trabajo, en donde ya te conocen y hasta te ponen tu consumición sin pedirla.
  • Cuando has quedado en un bar y llegas la primera. Incluso así, es muy habitual en las mujeres esperar fuera. Y si te encuentras con alguna persona conocida te apresuras a justificarte enseguida: “es que he quedado con unos amigos y se retrasan, etc”. No vayan a pensar que ando por los bares sola.
  • Cuando estás sola en una ciudad que no es la tuya, por lo general por motivos de trabajo, y entonces toca muchas veces desayunar sola, comer sola, cenar sola.

Exceptuando estos casos, y despejando de la ecuación el café, la comida y material de trabajo + portátil sobre la mesa, parapetos que aportan una ‘coartada digna’, una mujer sola en un bar por la tarde o la noche, tomándose un caña o un gin-tonic, entraría casi en la categoría de Stranger things. Pensando, pensando, me acordé de las degustaciones de otros tiempos. ¿No se inventaron para eso? La ‘degus’ era ese lugar respetable al que podían acudir las mujeres solas sin ser mal vistas.  O acompañadas de otras mujeres. Era frecuente, en los 70 y 80, que las amas de casa fuesen a la degustación después de llevar a su prole a la parada del cole. Pero, ¿servían alcohol o solo café y refrescos? ¿Alguien se acuerda?

Foto: Karramarro.

Foto: Karramarro.

 

Porque ¿qué pinta una mujer sola en un bar cuando se acerca la hora bruja? De ella se piensa que va buscando algo. Y por algo se entiende un hombre. Que tampoco tendría nada de malo, pero a lo mejor solo quiere beberse un vino, tranquila, sin que nadie la aborde, sumida en sus pensamientos, observando a la gente y viendo la vida pasar. Si se le acerca alguno preguntando  “¿Qué haces aquí tan solita?, no podrá quejarse. Quién le manda ir sola a un bar. Si después, a esa mujer le sucediese lo peor, como una violación, su ‘desaparición’ o su asesinato, en las pesquisas y juicio posteriores saldría a relucir que momentos antes había estado sola en un bar. Pero no como un dato circunstancial más. No como si hubiera estado visitando la última exposición del Bellas Artes, sino como un dato que arroja una sombra de sospecha sobre ella. Descrédito y reputación en entredicho. Pero… un momento. ¿Cómo es posible? Estábamos en un bar, tomando una cerveza tan a gusto, y acto seguido estamos hablando de crímenes. Por qué será.  ¿Tal vez porque lo que estamos viviendo en los últimos tiempos nos afecta? El tratamiento a la víctima en el juicio de ‘la manada’, los comentarios injuriosos sobre Diana Quer…

Los móviles hoy en día ayudan mucho, comentaban mis compañeras de café. Y es cierto. Consultas cualquier cosa en tu pantalla y parece que estás ocupada y menos sola. Menos expuesta. Sin embargo, cuando observo a hombres solos en los bares, les veo cómodos. En su hábitat. Se manejan con una libertad envidiable. Los bares son para mí un lugar de encuentro con amigas y amigos, con familia, un espacio para socializar. No tengo un particular afán por ir sola. Pero parece que existe una barrera invisible para que una mujer vaya sola a un bar. Un impedimento no escrito, tácito. Y no me gusta. Aparquemos de momento  la luna y el planeta rojo porque tenemos una misión aquí, en el bar. EL BAR. Un pequeño paso para la mujer y un gran paso para la humanidad. La NASA no lo sabe, pero a las mujeres nos quedan muchos espacios por conquistar aquí abajo. ¿Qué tal un ejercicio práctico como deberes de empoderamiento femenino? Entrar solas en un bar, pasadas las siete de la tarde, y tomar una cerveza. Chin-chin. Perdón, en este caso, solo ‘chin’.

Esplotazioaren B aldea

enero 9, 2018 en Miradas invitadas

Xabier LandabideaXabier Landabidea Urresti (@txerren). Ikus-entzunezko Komunikazioan eta Administrazio eta Politika Zientzietan lizentziatua, Aisia eta Giza Potentzialean doktorea eta Deustuko Unibertsitateko Euskal Gaien Institutuko ikertzailea da. Komunikazioaren teknologiaren eta komunikazioaren gizarte praktiken esparruan gertatzen ari diren aldaketak aztertzen dihardu Euskal Herrian eta nazioartean euskararekin eta hizkuntza gutxituekin harremanean.

Egia esan behar dizuet: zalantza handiak ditut hau idazten ari naizelarik. Ez dakit gaiari buruz esateko zerbait dudan, eta izatekotan ere ezer esan beharko ote nukeen hemen eta orain. Gainera gero eta sarriago pentsatzen dut isildu eta entzuteko garaia bizi dugula; gehiegi idazten ari garela irakurtzen dugunerako, gehiegi hitzegiten dugula entzutera ausartzen garenerako, eta abar. Zer esanik ez gizonezkook feminismoaz iritzia emateari buruz ari bagara.

Zalantzak hor jarraitzen du, baina gonbidatu egin nautenez (mila esker, Lorena) ausartu egingo naiz ditudan zalantza intimo batzuk ordenatu eta zuekin konpartitzera, gizarte patriarkal honen gizonezkoon bizipenak kapital feministaren parte direnaren hipotesia eta horrek sortzen dizkidan ezbai batzuk mahai gainera ekartzeko.

Pernandoren egia batekin hasi nahi nuke: arras esperientzia diferentea da goikoena eta behekoena, dominatzailearena eta dominatuarena, esplotatuarena eta esplotatzailearena, baina biek dute esplotazioaren esperientzia.

Gizarte honek emakumeak mila eratara esplotatzen ditu. Har dezagun lan mundua, adibidez: gutxiago kobratzen dute lan bera egiteagatik, lan asko inolako diru-saririk gabe egitera behartzen ditu, goi mailako erabaki esparruetatik kanpo kokatzen ditu… Baina, nire ustez garrantzitsuena ez da zenbat esplotazio ezberdin eragiten duen, baizik eta gizarte patriarkalak guzti hau naturala dela esaten digula. Despolitizatu, desproblematizatu egiten du, esan behar ez den “gauzak horrela dira” ilun, oker, bihurri baina boteretsu horrekin.

Nik horrela irudikatzen dut patriarkatua: “gauzak horrela dira” errepikatzen duen mantra oro-ahaltsu bat, forma ezberdinak hartu ditzakeena, moldatzen dakiena, ikasten duena, beti ere “gauzak horrela dira” hori ezartzeko. Ordena biolento, hiltzaile, zapaltzaile baina ikusezin horrek amorratzen nau gehien. Gela erdian dugun elefanteak.

Iturria: Elizabet Suaso

Gizonezkoon patriarkatuaren esperientzia feminismoen kapital politikoaren parte dela proposatzen dut ez emakumeon ikuspegia ordezkatzeko ahaleginik legitimatzeko, baizik eta gela erdian dugun elefantea ikusgarriago, bisibleago egin dezakeela uste dudalako. Gizonezkoon genero bereizkeriaren eguneroko esperientziak uste baino gehiago dira eta emakumeen esperientziaren B alde bat eskaini dezakete, gizarte ordenaren irakurketa osagarriak, patriarkatuaren helduleku gehiago eskainiz. Agian.

Esplotazio sistema honek, gizarte patriarkal honek gizonok emakumeen gainetik jartzen gaitu, eta pribilegio konkretuak eskaintzen dizkigu, baina horrek ez du esan nahi sistema horrek on egiten digunik. Mesede bai, baina onik ez. Alderantziz, estrukturalki bortxatzen, hiltzen eta lansaririk gabeko zaintza lanetara nahitaez kondenatzen ez gaituen arren, nire iritziz patriarkatuak mutilok ere mutilatzen gaitu binarismo sexual batean oinarritutako genero rolen banaketa bidegabe horrekin.

Nire genitalen konfigurazioan oinarrituta gizarte honek erakutsi dit, adibidez, harreman sexual asko izatea (eta lagunei kontatzea) ona dela, azkenetarikoa izango naizela bai amomari ipurdia garbitzen zein familiara jaio berria eskuetan hartzen, ezin dudala lasai negarrik egin (ezta, 36 urtetara iritsita, bakarrik egonda ere), ospea intimitatea baino inportanteagoa dela, edo nor-ago naizela bizitza publikoan bizitza pribatuan baino. Zenbat eta zenbat gauza, naturaltzat eman ditugunak, natural egin ditugunak, “gauzak horrela dira” amaigabe eta zentzugabe horretan.

Uste dut -uste dudalako susmoa dut- zuriak, gazteak, lanpostudunak eta heterosexualak izan arren, orduan ere, patriarkatua gure haragian sentitzen dugula gizonok, ahazten, pasatzen uzten ikasi dugun arren. Pribilegiodunak izanda ere sentitzen ditugula ordena patriarkalaren haginak gure okelan. Edo ez ditugula sentitzen, naturaltzat dauzkagulako. hor izan ditugulako hasieratik… gabezia horiek gure abiapuntuak bailiran hartzen ditugulako. Naturalki.

Eta noski, horrek ez du esan nahi emakumeak esplotatzeari uzten diogunik. Bizardun batek aspaldi utzi zuen idatzita langilerik zapalduenak ere emaztea zapal dezakeela. Esplotatzaileak gara. Zuek esplotatzen jarraitzen dugu, jarraituko dugu egunero eta orduro. Baina aldi berean esplotazio sistema horren biktima ere bagara, borrero izateak horixe bihurtzen baikaitu: borrero.

Finean esan nahi dudana zera da: gizartearen, ezagutzaren, boterearen konpartimentalizazio genitalak denok zauritzen gaituela. Gu ere zapaltzen gaitu bereizkeria sexualak. Zuek zapaltzen zaituztegunero (hau da, uneoro) zapaltzen gaitu. Eta zapalketa bikoitz (eragindako eta jasandako) horren mina ez dugu adierazten ikasi, prezisoki sistema honek perpetuatzen duen “gauzak horrela dira” horren katekesian heziak izan garelako, ordena sinboliko horretan hartu dugulako gizon forma.

Aurrekoan ere lankideekin bazkalordu batean komentatzen genuen zein garrantzitsua den gizonok gure genero pribilegioak identifikatu eta haiei uko egitea, adibidez gure ibilbide profesionalean: gure bizitza publikoan beti baietz esan beharrean noiz behinka “eskerrik asko, baina ez” esateko, uko egiteko, beste norbaiti lekua uzteko. Geroz eta argiago dugula uste dut bizitza publiko eta profesionaleko espazioetan gizonezkooi pausuak atzera eta alboetara egitea tokatzen zaigula une honetan, baina genero bereizkeriak sortutako beste asimetria etxekoago, pribatuago, intimoagoetan egin beharrekoez zalantza gehiago ditut.

Urrun gaude, noski, gizonezkoon pribilegioei uko egin eta atzera eta albora pausu bat emateko perspektiba hori gure gizartean unibertsala izatetik (eta hortik aurretik aipatutako zalantzak: heldu al da hitz egiteko unea ala isiltzea hobe litzateke?), baina are urrunago gaude oraindik gizartearen ordena sexista honek eragiten dituen beste asimetria kezkagarri eta kaltegarri batzuk zalantzan jartzetik.

Batzuek pausu bat aurrera eman dezaten beste batzuek pausu bat atzera eman behar al dute hemen ere bai? Eskema berak balio al digu? “Kaleko” espazioak sariak ote dira eta “etxeko” espazioak zigor? Jendarteko lanak ez al dira zaintza lanak, eta zaintza lanak jendarte lanak? Genero rolen birbanaketa hutsean dago klabea ala birkontzeptualizazio integral eta ausartagoak behar ditugu lana/aisia, zaintza/boterea ardatzetan?

Zalantza handiak ditut, eta horiek lerro hauetara ekartzen saiatu naiz, zinez eskertuko nukeelako zuen iritzia.

Si estirem tots, ella caurà
i molt de temps no pot durar

Deseos para este 2018

enero 4, 2018 en Doce Miradas

Desde Doce Miradas deseamos que este 2018 sea diferente.
Estos son nuestros deseos:

  • Que no tengamos que usar nuestro logo en negro nunca más.
  • Qué no permita que ellos tengan todos los días a estrenar y a nosotras nos falten las horas. ¡Que no falte ninguna!
  • Que cada vez que un hombre grita puta, zorra, fea, gorda o inútil un rayo de cómic lo borre del cuento.
  • Que el machismo sea considerado una enfermedad peligrosa por la OMS y se invente la vacuna
  • Que los chistes machistas provoquen graciosas caries a quienes los cuentan
  • Que todas las personas seamos feministas (y así nos ahorramos todo lo anterior).

¿Qué más añadirías tú?