Con-suma Violencia

septiembre 26, 2017 en Miradas invitadas

Erika Martínez Lizarraga (Gasteiz, 1985) Soy Licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas. Después de andar dando tumbos, como tanta gente de mi generación, aterricé en una cooperativa energética verde en 2015 como responsable de comunicación. Con el corazón verde y las gafas violetas siempre puestas, intento cambiar lo que no me gusta desde el activismo social y político. Soy curiosa, siempre con un libro entre manos y pocas veces digo que no a una propuesta interesante. Me gusta viajar, pero no cambio una tarde de buenas películas al calor de la chimenea por nada.

 

Este verano saltaba por enésima vez la polémica por la imagen que sobre la mujer transmite una campaña publicitaria. En realidad, han sido varias las ocasiones en las que se han denunciado anuncios por el cosificar nuestros cuerpos, utilizarlos como reclamo etc… incluso desde la publicidad institucional. También me viene a la mente la camiseta de nuestra marca nacional más internacional de ropa de cuyo nombre no quiero acordarme en la que insinuaba que ser feminista es aburrido. Hasta aquí, lamentablemente nada nuevo bajo el sol. Pero la que a mi parecer es la más significativa es la de la marca de Ropa Kling, que crea escenas en las que mujeres parecen moribundas, sin energía. Todo comenzó con este artículo publicado en The Huffington Post

Fot. Yolanda Dominguez

 

Vivimos en una sociedad cuyo slogan podría ser Con-suma Violencia; Os invito a ir a algún hipermercado y que veáis cuántos productos podéis identificar que no pertenezcan a marcas que a su vez estén dentro de gigantes de la distribución con escándalos sobre explotación laboral, uso de productos nocivos para nuestra salud, contaminación y destrucción de la naturaleza, experimentación con animales.

 

Es un sistema feroz que en todas sus fases y en todos los sectores productivos se encarga de explotarnos, de impedirnos avanzar, de invisibilizarnos. Al igual que a la naturaleza, a las mujeres se nos somete y se nos utiliza para que soportemos el peso del capitalismo, que de otro modo no podría subsistir. Es lo que parece soportar la chica de la imagen.

Consume Violencia Mujer! Daña tu pelo con tintes, usa maquillaje con químicos que además no dejan respirar tu piel, usa tacones aunque te causen problemas de espalda, broncéate sin importarte poner en riesgo tu salud, haz mil dietas para la operación bikini y luego cómprate carísimos tratamientos inútiles porque las estrías son antiestéticas. Mención aparte merece la depilación: seguro que habéis visto en televisión ese spot en el que una chica no puede acudir a una fiesta en la playa porque no está depilada y en cambio a los hombres se les anima a probar la depilación para “estar más fresquitos”.

Pero mujer, no te olvides del hogar. También tienes que ser esa que busca lo mejor para su familia. Los mejores productos, excelente cocinera, costurera y encuentra-solución para todo. Mientras los unos hacen caja, nosotras nos sentimos cada vez más frustradas por no poder llegar a ser esas súper mujeres; más violencia.

Con-suma violencia: mensaje subliminal ( ¿o no tanto?) transmitido por la publicidad a través de los grandes medios. Ese último eslabón tras el que el capitalismo se enmascara vendiéndonos felicidad, pero que es a mi parecer, la parte más mezquina de este engranaje, y una de las más importantes.

Por cierto, ¿qué es la publicidad? Aquí va una definición muy acertada de la Wikipedia:

“ una forma de comunicación que intenta incrementar el consumo de un producto o servicio, insertar una nueva marca o producto dentro del mercado de consumo, mejorar la imagen de una marca o reposicionar un producto o marca en la mente de un consumidor. A través de la investigación, el análisis y estudio de numerosas disciplinas, tales como la psicología, la neuroanatomía, la sociología, la antropología, la estadística, y la economía, que son halladas en el estudio de mercado, se podrá, desde el punto de vista del vendedor, desarrollar un mensaje adecuado para una porción del público de un medio”.

Mi reflexión es la siguiente: Cuando veo a esa mujer tirada sobre la roca, me veo a mi en muchas ocasiones tras un largo día cuando llega la hora de acostarme. Pero no me gusta verme así. Una visión extremista y radical frente a la imagen de super-woman. Ambas igual de dañinas.

Si esta marca se ha decantado por esta línea comunicativa quiere decir que algunos de sus estudios de mercado han identificado que su público objetivo, (yo misma he sido compradora) acepta de buen grado esta visión sobre sí mismo. Es decir, “me voy a comprar esta ropa porque a una chica que parece enferma le queda sensacional y me quiero parecer a ella”.

¿En serio?¿O tal vez sea un nuevo giro para que nosotras mismas nos volvamos a ver así, asumamos que ese es nuestro papel frente a otro tipo de roles que poco a poco hemos asumido y que pueden inquietar a quien ostenta el poder?

Como no podía ser de otra manera, el equipo creativo se defendió diciendo, entre otras cosas que “ésta no es una campaña que quiera dañar la imagen de la mujer ni machista, porque está diseñada por un equipo de mujeres”. Sobra todo comentario frente a este tipo de argumentos retorcidos y perversos.

Alternativamente, se crean poco a poco redes que promueven una manera distinta producir, de transmitir, de tratar a las personas y a nuestro entorno. Seamos impulsoras y protagonistas de este cambio hacia un consumo transformador y recordemos el poder que como consumidoras tenemos.

Ni putas ni sumisas

septiembre 19, 2017 en Doce Miradas

A comienzos de la década de 1990 se degradaron notablemente las condiciones de vida de las jóvenes de las barriadas obreras de Francia con numerosa presencia de población de origen magrebí. Simplificando mucho, podríamos decir que desde dentro del barrio a las mujeres jóvenes se las percibía como putas y desde fuera, como sumisas. Ambas cosas eran falsas.

El momento crítico se alcanzó el 4 de octubre de 2002: Sohane, una joven de diecisiete años, fue asesinada en el sótano de un barrio obrero de las afueras de París. Este crimen fue el detonante de la fundación del movimiento Ni Putas Ni Sumisas (NPNS), pero antes habían sucedido otras muchas cosas que lo fueron cimentando. Nos lo cuenta todo Fadela Amara, una de las fundadoras y dirigentes del movimiento,  en un libro que se titula también “Ni putas ni sumisas”. Amara, entre otros cargos, fue Secretaria de Estado de Políticas Urbanas durante la presidencia de Nicolas Sarkozy.

 

Todo empeoró hacia 1990

La autora de este libro, publicado por Cátedra en 2004 con traducción de Magalí Martínez Solimán, nos cuenta en la primera parte del volumen que también ella es una chica de barrio nacida en 1964 en Clermont-Ferrand, una ciudad obrera del centro de Francia donde todo giraba alrededor de la fábrica de Michelin, y que creció en la típica familia magrebí con otros  seis hermanos y tres hermanas.

Amara trabajaba en la Maison des Potes de Clermont-Ferrand, una asociación para la mejora de las condiciones de vida de los barrios, auspiciada por SOS Racismo, cuando empezó a detectar los primeros indicios de degradación en la situación de las jóvenes, que coincidió con la entrada en escena de los hermanos mayores. Las jóvenes debieron sumar a las presiones que recibían de parte de su familia y su tradición (menor autonomía para entrar y salir, normas de vestimenta y, en algunos casos, confiscación del sueldo completo), las obligaciones que empezaron a imponerles los chicos.

Esto coincidió con una época de grave crisis económica para la clase obrera francesa. Los inmigrantes fueron los primeros afectados por los despidos de la reestructuración industrial  y los padres de familia se encontraron sin trabajo, sin estatus social. Esto invirtió los papeles en las familias y acabó con la autoridad paterna. Hasta entonces los padres eran la autoridad familiar, establecían las reglas de la vida común y arbitraban los conflictos entre hermanos. El desempleo les hizo perder estas prerrogativas, que pasaron al hermano mayor.

Asumida la autoridad en la familia, los chicos pasaron a ejercerla también en el barrio. Su misión era proteger a las hermanas de los “depredadores” y mantener su virginidad hasta que se casaran. Esto al principio solo afectaba a las hermanas, pero luego pasó a afectar a toda la barriada. Así perdieron las jóvenes buena parte de las libertades conquistadas durante las décadas de 1970 y 1980.

Esta presión se acentuó y se hizo opresión. Se instauró un auténtico control sobre la vida de las chicas, sobre sus idas y venidas. Las salidas se redujeron; se les imponía una hora de regreso y la obligación de ir siempre acompañadas. Se instauró un control estricto de sus amistades masculinas y proseguir los estudios se convirtió para ellas en una auténtica batalla.

En una etapa siguiente, la misión de vigilar a las hermanas no recaló unicamente en el hermano mayor, sino en todos los chicos del barrio. Así, chicos sin trabajo apostados en la calle, con el pretexto de controlar a las chicas, ejercían contra ellas la violencia verbal, las insultaban. Cuando las encontraban en la calle, les decían que volvieran a casa o le contarían a su hermano dónde las habían visto y con quién.

En otra etapa ulterior, los chicos pasaron a la intervención directa, a molestar a las chicas. A partir aproximadamente de 1995, la violencia se extendió por los barrios de la mano de la descomposición social. Las chicas tenían prohibido maquillarse o vestirse a su antojo. Se acabaron los vaqueros y las camisetas. Las trangresoras eran directamente “putas”. En una fecha que Fadela Amara no precisa, comenzaron a aumentar alarmantemente las violaciones en grupo y los asesinatos.

¿Cómo reaccionaron las chicas?

Pues, como era de esperar, de manera diversa. Unas interiorizaron este control y regresaron a las tradiciones patriarcales.

Otras optaron por parecerse a los chicos, imponerse para que las respetaran y adoptar sus herramientas y armas. Así, apareceron en los barrios pandillas solo formadas por chicas, vestidas con chándal para no asumir su feminidad, que utilizaban la violencia como forma de expresión.

Una tercera modalidad de comportamiento es la que Amara llama “convertirse en fantasma”, ser transparente, invisible, pasar desapercibida y hacer todo lo posible por salir del barrio.

En el capítulo dedicado a la reacción de las muchachas ante el machismo y la violencia crecientes, Amara se detiene a hablar de las niñas sacadas tempranamente de la escuela, los matrimonios forzosos y, sobre todo, el velo islámico, que tanto revuelo mediático y no solo mediático ha levantado en Francia y no solo en Francia. Al velo y a lo que representa para las musulmanas, que en esto son muy diversas, dedica Amara páginas y páginas, así que, a modo de resumen, os diré que no es en absoluto partidaria y lo considera un símbolo de la opresión femenina.

Foto: «La muralla china», bloques de viviendas sociales en Clermont-Ferrand
De ThomasInTheSky, en Wikipédia

 

Manos a la obra

Ya en 1989 en la Maison des Potes de Clermont-Ferrand habían creado una Comisión de Mujeres para hacer frente a la violencia que en adelante no hizo sino crecer: secuestros, repatriaciones, matrimonios forzosos e incluso asesinatos de hijas “descarriadas”.

En junio del año 2000 organizaron un seminario de formación en feminismo que fue un gran éxito y, así, se animaron a preparar durante 2001 los Estados Generales de las Mujeres de los Barrios. El primer paso lo constituyeron los Estados Generales locales, que se celebraron en ciudades grandes del país, con el objetivo fundamental de que las chicas supieran que lo que les sucedía no era algo aislado, sino que esa misma situación se repetía en los suburbios de Estrasburgo, Burdeos o Marsella. También se trataba de alertar a la opinión pública y, por supuestos, a los poderes públicos también.

Con el fin de que las jóvenes tomaran la palabra, rompieran la omertà, la ley del silencio,  y le plantaran cara al “sistema de los hermanos”, difundieron entre ellas un cuestionario con preguntas sobre violencia, sexualidad, tradiciones o religión y recibieron más de cinco mil respuestas. Con ellas elaboró la socióloga Hélène Orain el Libro blanco de las mujeres de los barrios, que dibujaba un preocupante panorama de violencia, desestructuración social, guetización, discriminación étnica y sexista y regreso forzoso a las tradiciones, con resurgimiento de prácticas como la poligamia.

Así llegaron el 26 y el 27 de enero de 2002 los Estados Generales de las Mujeres de los Barrios, que se celebraron en la Sorbona. Participaron más de trescientas mujeres, solo mujeres; se decidió así porque durante los anteriores encuentros locales, muchas chicas habían manifestado que les resultaba difícil hablar cuando tenían hombres delante. Trataron cuatro grandes bloques temáticos: sexualidad, tradiciones, religión y formación y empleo.

Dos meses después, en marzo, publicaron un manifiesto, que titularon Ni putas ni sumisas. Buscaban un lema incisivo, escandaloso y eficaz y partieron de la expresión “todas putas menos mi madre”, porque les parecía que ilustraba la manera en que los hombres consideraban a las mujeres en las barriadas. Enviaron este texto a todos los candidatos a las elecciones presidenciales de abril de 2002 y apenas obtuvieron respuesta.

Entonces se les ocurrió la idea de organizar una marcha pacífica, inspirada en las de Gandhi o Martin Luther King, protagonizada por chicas y esta vez también chicos de los barrios obreros. Se bautizó con un nombre largo: Marcha de las mujeres de los barrios por la igualdad y contra el gueto.

Entre tanto, en noviembre de 2002, Sohane, de diecisiete años, fue asesinada por un muchacho en Vitry-sur-Seine y fue una conmoción. En su recuerdo, la marcha comenzó en esa misma localidad el 1 de febrero de 2013 y durante cinco semanas recorrió veintitrés etapas.

En palabras de la propia Amara, el mayor éxito de la marcha fue convencer a las chicas más renuentes a reconocer la opresión en la que vivían, ya que algunas lo negaban rotundamente y afirmaban que a ellas no les pasaba nada de lo que la marcha denunciaba. Estas chicas habían asmilado las normas sexistas sin ser conscientes; las habían integrado tan bien que pensaban que las habían escrito ellas mismas. Una de ellas le confesó a Amara: “Este año he hecho tantas tonterías que en verano me van a casar en Argelia”.

Por supuesto que también tuvieron detractores. Era de esperar que, al haber obligado a la sociedad a abrir los ojos ante una realidad que no quería ver, se encontraran, por ejemplo, con grupos de chicos agresivos que irrumpían en los debates. En alguna ocasión tuvieron cara a cara a muchachos que habían participado en violaciones colectivas y no entendían qué les reprochaban ni por qué cuestionaban y denunciaban sus actos. Tuvieron que explicar una y mil veces que la marcha no iba contra padres ni hermanos, ni contra el Islam; que pretendía salir de aquella espiral de violencia que destrozaba a todo el mundo en el barrio.

El final de la marcha se hizo coincidir con el 8 de marzo de 2003 y en abril del mismo año
NPNS se convirtió en movimiento, en asociación. No había transcurrido esa misma primavera cuando se creó también la asociación Ni Machos ni Proxos (proxo en francés es abreviatura coloquial de ‘proxeneta’) para oponerse a su movimiento y negar la realidad que describía. Miembros de Ni Machos ni Proxos se acercaron a un encuentro celebrado en Asnières con la sana intención de sabotearlo. Dejaron claro que no estaban allí  para participar ni escuchar, sino para socavar el trabajo de NPNS.

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Fadela Amara dedica los últimos capitulos de su libro a hablar de las acciones que el movimiento ha emprendido desde entonces, que han sido muchas y variadas. Si tenéis curiosidad, también podéis echar un vistazo a su web: www.npns.fr. Salud, hermanas.

Resistencias , diversidad y cambio en el trabajo con hombres

septiembre 12, 2017 en Miradas invitadas

Josetxu Riviere Aranda. Mondragón ( 1962)

Soy diplomado en Magisterio y Master en Igualdad de Mujeres y Hombres de la UPV/EHU. Trabajé en la Asociación Hikaateneo Elkartea de Vitoria (2001-2007). A lo largo de mi vida he participado en diversos movimientos sociales y políticos y a partir de 2007 me dedico a trabajar los temas relacionados con la igualdad y las masculinidades. Trabajo actualmente en Berdintasun Proiektuak Coop. y fundamentalmente me dedico a la Secretaria Técnica de la Iniciativa Gizonduz de Emakunde (2008-2017)

 

Me gustaría aportar algunas preocupaciones e ideas sobre el trabajo con hombres y la masculinidad .[1] Son fruto del trabajo en programas de igualdad dirigidos a hombres en los que he participado en estos años. No son ideas cerradas sino aportaciones a algunos de los debates que tenemos abiertos.

Seguimos viviendo en una sociedad que, aunque ha realizado profundos cambios legales y sociales, se organiza en muchos aspectos basándose en la desigualdad de mujeres y hombres.

Pienso que el trabajo a favor de la igualdad tiene que incluir el cuestionamiento de las identidades masculinas y femeninas como categorías fijas y cerradas. No tiene mucho sentido seguir sosteniendo una sociedad binaria en torno a las identidades de género y pretender generar practicas igualitarias. Es necesario alterarlas o eliminarlas y reconocer, generar y legitimar, de forma abierta y flexible una mayor diversidad identitaria.

El aprendizaje de la masculinidad sigue estando vinculado al ejercicio del poder y, aunque no todas las expresiones de la masculinidad gozan del mismo rango ni entre los propios hombres ni en la sociedad, tener el poder en todas sus expresiones (sociales, individuales , económicas, etc.) es una de la características mas importantes en la construcción de las identidades masculinas. Cuestionar la masculinidad pasa por cuestionar los mecanismos de poder y es desde las ideas feministas desde donde podemos seguir analizándola y proponiendo alternativas.

Para conseguir una sociedad igualitaria necesitamos potenciar la participación y el cambio en los hombres. Resulta difícil conseguirla solo con la aportación y el trabajo de las mujeres y, por tanto, son necesarios programas específicos dirigidos a ellos, que acompañen y colaboren con los programas de empoderamiento de las mujeres y que tengan como objetivo impulsar el cambio en los valores y actitudes de los hombres. Dedicar recursos a trabajar con los hombres es dedicarlos a favorecer la igualdad.

En mi experiencia como formador me encuentro con diversas resistencias al cambio por parte de muchos hombres, pues con el discurso se está de acuerdo pero con los cambios concretos no tanto. La igualdad es un tema que involucra poco a los hombres. Es notorio el desequilibrio en el número de mujeres y hombres en las actividades relacionadas con la igualdad, salvo quizás en los últimos tiempos en las respuestas publicas y sociales a la violencia machista. Creo que conseguir implicar a los hombres pasa muchas veces por generar espacios “obligatorios” de aprendizaje y debate, entre otros, por ejemplo en el trabajo para promocionarse, en la crianza o en los estudios.

Por otro lado, muchos piensan que ya vivimos en una sociedad igualitaria, que en todo caso las diferencias de mujeres y hombres dependen de decisiones personales y, en consecuencia, no las consideran un problema colectivo que les interpela.

De forma persistente se defiende que no existen privilegios en nuestra sociedad por ser hombres. En una sociedad donde los recortes sociales y la precariedad han alcanzado a grandes capas de población, muchos no perciben que tengan privilegios por ser hombres. En mi opinión, una de las tareas más importantes que tenemos pendiente es poner en relieve y analizar esas ventajas, cuáles son sus causas profundas, cómo están evolucionando y en qué forma participamos en ellas. Por ejemplo, muchos hombres son contrarios a la violencia contra las mujeres, pero no perciben que esa violencia les genera ventajas frente a ellas a la hora de ocupar el espacio publico con una mayor libertad o tampoco ven que las diferencias en la dedicación al trabajo domestico y de cuidados les otorga más facilidades para ocupar puestos de responsabilidad.

Me parece importante hacer hincapié en las responsabilidades individuales y colectivas que sostienen la desigualdad, y mas que de culpabilidades prefiero hablar de responsabilidades. Es necesario ponderar qué hacemos en lo concreto que genera desigualdad. Aunque sean fundamentales los cambios estructurales, no hace falta esperar a ellos para, por ejemplo, asumir el cuidado y el trabajo domestico en equidad o para valorar y reconocer los méritos de las mujeres o dejar de ocupar de forma tan mayoritaria los espacios públicos en muchos ámbitos. Abandonar espacios y privilegios por nuestra parte forma parte del camino hacia la igualdad.

Para trabajar con los hombre me parece interesante tener en cuenta no solo lo que les hace iguales sino también su diversidad.

Son diversos sus compromisos individuales con la igualdad. No se trata de hablar de algunos hombres buenos magnificando sus comportamientos. No debemos caer en sobre-representar nuestro papel. Creo que debemos analizar la diversidad en los comportamiento sexistas de los hombres para poder intervenir y trabajar a favor de la igualdad de una forma más eficaz.

Analizar el sexismo en los hombres de una forma plana y de tono grueso (“los hombres son …”) me parece que impide que aprendamos de los avances, por pequeños y tímidos que nos parezcan, que se han producido y que nos indican por dónde deberemos seguir trabajando para que esos avances sean mayores.

Se me hace difícil meter en la misma categoría a los hombres que participan en los alardes igualitarios de Irún y Hondarribia y a los que siguen manteniendo los alardes sexistas y discriminatorios o a quienes utilizan excedencias para el cuidado y a los que no.

Creo que tenemos que tener en cuenta la diversidad de expresiones de la masculinidad que existe, pues no todas ellas tienen el mismo rango de poder y legitimidad entre los hombres. Las que se alejan del modelo mayoritario son atacadas y marginadas y perseguir el ideal de la masculinidad tradicional también genera tensiones, violencia y desigualdad entre los propios hombres.

También existe diversidad en relación al lugar que ocupan en la sociedad, creo que no podemos trabajar igual con un grupo de hombres en situación de vulnerabilidad social que con aquellos hombres que tienen capacidad de decisión política, económica o cultural. Sus responsabilidades son diferentes, y nuestras estrategias en la intervención también deben serlo. Nos atraviesan más circunstancias además de ser hombres o mujeres, nuestra posición social, etnia, cultura, lengua, etc.

Por todo esto creo que las metodologías con las que intervenimos con los hombres deben ser múltiples, complementarias y diversas. Y que con el objetivo de generar espacios que potencien cambios reales y efectivos debemos utilizar cualquier recurso posible para aprender, confrontar, formar, incomodar, cuestionar, exigir, siempre de una forma adaptada a cada realidad específica donde intervenimos.

 

[1] En el artículo utilizaré “hombres” y “mujeres” incluyendo a quien se identifique con el termino. Soy consciente de que, afortunadamente, ese binomio ya no recoge la totalidad de identidades que hoy existen y entre ellas hay movimientos y diversidad.

 

Mariana

septiembre 5, 2017 en Doce Miradas

Mariana no sonríe. Nunca. Fue un proceso paulatino, y tocó techo la noche en la que Manuel llegó borracho de la cantina, y le rompió los dientes de un sonoro puñetazo cuando ella rechazó sus manos y sus besos, arrinconándose en la litera que comparten.
Poco quedaba ya de la pasión juvenil que, de la noche a la mañana, hizo que dejase su aldea para unirse al grupo de rebeldes que marchaba hacia la selva. Mariana es guerrillera accidental, y desde entonces también es la compañera de Manuel, la única mujer de la tropilla, un trabajo a tiempo completo: lava para él y sus compañeros, cocina, recolecta o roba lo que necesitan para comer. Porque es guerrillera, sí, pero ante todo es compañera y mujer. Hace unos años sumó a sus tareas la de ser la puta del destacamento: sus compañeros (ellos) lo acordaron en democrática decisión, como vía de desfogue tras semanas de caminatas y luchas. Alegaron que, además, así estaría mejor preparada para no delatarse en los encuentros con los paramilitares, que acostumbran a violar a las mujeres, bien como entretenimiento, bien como parte del escarmiento general.
La mañana siguiente a romperle la boca y la sonrisa, Manuel preguntó a Mariana qué había pasado. “Esta vida de mierda”, le dijo en una torpe disculpa. Dice que no consigue recordar esa noche. Mariana, sin embargo, no logra olvidarla.

 

Quería escribir sobre las mujeres en los conflictos armados, pero la historia de las Marianas de la guerra se me ha quedado atragantada entre los dedos. Me la contaron hace unos días, y no he logrado que salga de mi cabeza.
Sobra decir que no se llama así. Y que Mariana no es de un lugar concreto. No la busques en una guerrilla, en singular, ni en un lugar en particular. Esta Mariana concreta no existe, pero es, a la vez, miles de mujeres. Ocurre lo mismo con tantas y tantas historias del infierno que se van perdiendo para siempre, porque sus protagonistas, ellas, no son reconocidas como voces autorizadas para relatar sus propias vivencias. ¡Qué despropósito!
Mariana es tan solo una de las miles de mujeres víctimas directas de los conflictos armados. Nada nuevo, nada diferente a lo que puedas estar imaginando: el cuerpo de las mujeres ha sido siempre un campo de batalla, tanto más en la guerra y en sus diferentes vertientes.

Quería escribir sobre la situación de las mujeres en los lugares del mundo donde la guerra y sus demonios son el pan suyo de cada día. Y quería hacerlo porque, en mi ignorancia, he sabido que es relativamente novedosa la intervención de los poderes públicos internacionales en esta realidad (conocida o intuida, pero ignorada de forma sistemática). El 19 de junio del 2015, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la resolución por la que se declara esta fecha como Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Sexual en los Conflictos.

Un año después, en marzo de 2016 un tribunal íntegramente femenino de la Corte Penal Internacional dictó su primera condena por delitos sexuales y de género cometidos por el exvicepresidente congoleño Jean-Pierre Bemba.

 

La dominación sobre las mujeres es el único régimen de poder que ha sobrevivido a todas las fórmulas a lo largo de la Historia, así, con mayúsculas. Por siglos y siglos, los seres humanos hemos experimentado todo tipo de maneras de control y dominación sobre nuestros semejantes: hemos tenido regímenes teocráticos, imperios, democracias más o menos avanzadas. Hemos tenido reinos, repúblicas, asociaciones libres de comunidades. Hemos tenido ejércitos y sociedades desmilitarizadas (pocas…). Reyes, presidentes, parlamentos, senados, tribus de ancianos, asambleas de notables. La única forma de poder que no ha languidecido en todo el tiempo que habitamos este planeta es la que somete a las mujeres. La que las considera inferiores, la que las explota como meros instrumentos de reproducción, la que las domina como aviso a navegantes, la que las cosifica como herramientas del placer sexual de los hombres. Las mutaciones que este sistema ha ido experimentando son notables, qué duda cabe, pero si te atreves a mirar a la Historia con gafas de ver de lejos, enseguida reconoces los rasgos comunes, las mismas estrategias que convierten al patriarcado y al machismo en la ideología más resistente, la más duradera, la más difícil de destruir.

Quería escribir sobre la guerra, pero Mariana me ha recordado que usamos los conceptos amplios para esconder, consciente o inconscientemente, las realidades sobre los que se construyen. Que no es posible entender, en su extensa dimensión, la situación actual de las mujeres sin situarla en el contexto de la ideología del poder.

Las agresiones sexuales son ataques de poder.

La violencia de género es poder.

Incomodar a las mujeres en la calle con frases soeces es poder.

Alimentar los estereotipos de género y arrinconar a las niñas en los roles femeninos es poder.

Interrumpir a las mujeres por el hecho de serlo es poder.

 

Son formas de entender el poder que se nos han metido hasta el tuétano, bien por la costumbre, por la educación, por los modelos que perpetúan los medios de socialización, o bien por el miedo y los consejos bienintencionados que han hecho tan resistente este modelo de poder.

No he podido escribir sobre la guerra, sólo sobre la guerra, porque también los conflictos forman parte de esta realidad. Son la cara amarga de la pobreza, de la dominación, de la rabia, del dolor común y del privado. Y hay tantas guerras como hombres y mujeres, niños y niñas, que las viven. Aunque cuando nos cuentan qué está ocurriendo las crónicas suelen limitarse a una sucesión de hechos, avances, datos y análisis políticos o económicos, convendría tener en mente que es imposible hacerse a la idea de su verdadera dimensión sin reconocer la pobreza, la dominación, la rabia y el dolor de las Marianas que la sufren.

 

Mariana ha empezado a desaparecer. Y no podremos conocer su historia mientras las verdades de tantas mujeres permanecen escondidas. Otra Mariana explicaba hace unos meses cómo logró sobrevivir a sus infiernos, a los de la guerra externa y también a los de la guerra inacabable que las mujeres siguen librando. “Si parpadeas seguido, las lágrimas no caerán”.

 

Bonus track

Quería escribir sobre la guerra y las mujeres, pero con una historia enredada no resulta sencillo. Para encontrar las claves, te invito a que consultes las fuentes de ONU Mujeres, sus propuestas para la paz y la seguridad de las mujeres. Y si quieres profundizar aún más, aquí te dejo un estudio de Valentín Bou Franch sobre los crímenes sexuales en la jurisprudencia internacional. Y también el acceso a este completo estudio, «Como la cigarra. Notas sobre violencia sexual, jurisprudencia y Derechos Humanos» de Violeta Cánaves.

Y si todavía tienes algo de tiempo para un buen libro, puedes buscar “La guerra no tiene rostro de mujer”, de Svetlana Alexiévich, una obra en la que rescata la historia de las miles de mujeres, casi un millón, que combatieron en el Ejército Rojo durante la segunda guerra mundial, una historia de la que, tal vez, no hayas oído hablar; no parece que sea casualidad. Por cierto, Alexiévich ganó el Nobel de Literatura en 2015.