Ellas pisan fuerte y flotan en la política líquida del siglo XXI

septiembre 27, 2016 en Miradas invitadas

aitorAitor Guenaga (@Topocorleone), Licenciado en Periodismo por la Universidad del País Vasco en 1988, ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional en Diario El País. Desde 2010, fue asesor de la portavoz del Gobierno vasco, Idoia Mendia, y responsable de la política de comunicación del Departamento de Justicia y Administración Pública del Ejecutivo vasco hasta diciembre de 2012. En 2013, se incorporó al equipo de eldiarionorte.es y es director desde el 7 de junio de 2015. Además, es analista político en Radio Euskadi (Ganbara) y colaborador habitual en programas de ETB.

 

No tengo presbicia. Y a mi edad, y con esta mala costumbre que he cogido en los últimos años de estar más pegado a la pantalla que a la realidad, es casi una noticia. Pero hace años que me puse unas gafas imbatibles. Para ver bien de cerca, pero sobre todo de lejos, con perspectiva, la que nos da el siglo XXI.
Algunas me dicen –y yo las creo a pies juntillas, pese a mi ateísmo irreconciliable (thanks, León Davidovitch)- que a los chicos nos favorecen. Siempre. Son las gafas de la igualdad edo Berdintasunaren betaurrekoak.

Cuando escuché por primera vez la frase “ponerse las gafas de la igualdad” recuerdo con claridad que fue en boca de una mujer. Y confieso que fue de la mano de una política de relumbrón y… de izquierdas. Fue en los estertores del siglo XX. Enseguida compré el concepto. Me pareció una idea de futuro.
En plena campaña electoral de estas autonómicas varias periodistas tuvimos la suerte de reunirnos -gracias a la Asociación Vasca de Periodista, que dirige Txuskan Coterón, y Emakunde, con Izaskun Landaida a la cabeza- con mujeres metidas a políticas profesionales de todos los partidos. Algunas de ellas habían roto el techo de cristal que aún pesa sobre las cabezas de las que representan más del 50% de la población mundial.

La idea era debatir sobre cómo se cubren las campañas electorales desde un punto de vista de género. En la jornada, compartieron espacio políticas en activo y periodistas. Y la iniciativa tuvo, además, un interesante corolario: la presentación de un interesantísimo estudio coordinado por Ainara Canto, licenciada en Sociología por la Universidad de Deusto, y elaborado junto a Zuriñe Romeo, licenciada en Ciencias Políticas y Sociología por la UPV/EHU sobre cómo se cubrió la campaña a las europeas de 2014 en los medios que se editan en Euskadi. Sí aquella en la que el exministro Miguel Arias Cañete le ‘insultó’ a la candidata del PSOE, Elena Valenciano, con unos comentarios machistas. De vergüenza.

Lo increíble es que graciaunnameds (o por desgracia) a ese comentario, el estudio revelaba que la discusión sobre la igualdad entre hombres y mujeres había alcanzado un 13% de repercusión en los textos informativos de cobertura de la campaña europea. Hasta entonces era prácticamente residual.
Hoy, mal que les pese a mis ojos, veo en la pantalla de mi ordenador que las mujeres han vuelto a hacer historia. También en Euskadi: el próximo Parlamento vasco tendrá mayoría de mujeres: 40 de las 75 personas electas, diez veces más que tras las primeras elecciones hace 36 años.

En esta política líquida que se ha hecho más que un sitio en el siglo XXI, las mujeres van ganando terreno. Y sería bueno que los hombres nos fuéramos echando a un lado –cuanto antes mejor- para que las féminas conquisten cuanto antes esas parcelas públicas que ya no pueden estar reservadas por más tiempo mayoritariamente a los hombres.

Algunas dicen –y no les falta razón- que la cosa va demasiado lenta. Yo recuerdo que EE UU, un país con una tradición democrática que hunde sus raíces en la historia, tardó varios centenares de años en colocar a un negro en la Casa Blanca.

Y su ciudadanía puede estar acariciando otra vuelta de tuerca en materia de igualdad: sentar a la candidata demócrata Hillary Clinton en el despacho oval. Algo que ya han hecho en Brasil, por ejemplo, o en Alemania o, mucho antes, en Gran Bretaña. En Myamnar (antes llamada Birmania) la letra pequeña de la Constitución ha cerrado el paso a la Premio Nobel de la Paz en 1991, Aung San suu Kyi, a la presidencia del país, pese a ganarles la partida electoral a los machos alfa del estamento militar del país asiático.

Todo es cuestión de que los hombres, sobre todo los hombres, nos pongamos las gafas de la igualdad esas. Sientan bien, oiga. Pero no es una cuestión estética o de andar por casa; es una necesidad me atrevería a decir inaplazable en el ámbito de lo público. Cuando uno se sube a la ola a tiempo es mucho más fácil y agradable surfear con los demás.
Al tiempo.

Mi hijo, el novio de tu hija

septiembre 20, 2016 en Doce Miradas

Hace un año aproximadamente que escribí sobre la parte de mi experiencia como madre que más me ocupa y preocupa, la de acompañar y apoyar a mis hijos en su crecmiento humano. w704Hoy vuelvo a compartir esas reflexiones a la luz de esta excelente y necesaria publicación de este verano:

LIBRO: Guía Enróllate con igualdad : para romper tópicos sexistas identificar las actitudes abusivas y prevenir la violencia de género desde la juventud.

Hace un año, leí un post de  Flor de Torres Porras, Fiscal Delegada de la Comunidad Autónoma de Andalucía de Violencia a la mujer y contra la Discriminación sexual y Fiscal Decana de Málaga, titulado «El novio de mi hija». Ella aludía a otra guía, esta titulada: «Guía de  madres y padres para hijas que sufren violencia de genero con el elocuente título: ‘El novio de mi hija la maltrata. ¿Qué podemos hacer?‘». Torres Porras hace un potente llamamiento a la educación de las y los jóvenes y reivindica la erradicación de la violencia de género de raíz, mediante la educación, la detección, la denuncia y por supuesto el desmantelamiento de los roles patriarcales dominantes. La guía se dirige fundamentalmente al objeto de la violencia, las hijas.

Pero yo necesito una guía complementaria, que vaya unida a esta, que sea su guía compañera, porque yo solo tengo hijos.

Un día, uno de ellos, que tiene ya sobrada edad de raciocinio, me dijo (tímidamente) algo así como, «¡Jo, Mamá, todo el día con el feminismo!». Le tuve que responder que estar «todo la vida con el feminismo» era la única manera de protegerles contra el patriarcado, ya que el enemigo me supera por todos los flancos. Creo que me entendió.

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Sed justos, la mitad para cada uno; por lo menos hasta que seáis mayores, entonces Mickey recibirá más que tu, sin ninguna justificación. Ilustración de Jacky Fleming: http://www.jackyfleming.co.uk/

Como todas las madres y padres, trato de criar a mis tres hijos varones, para que sean, como mínimo, buenos, felices, sanos, críticos, curiosos, justos, sinceros, inteligentes, conscientes, y en lo que puedo, igualitarios. No es fácil, como todo el mundo sabe, formar a personas íntegras y amorosas. Y eso a pesar de que tengo ayuda, pues puedo decir que, más o menos, las estructuras socializadoras también quieren personas buenas, justas, inteligentes etc. En esas cosas (por lo general) nadamos a favor de corriente. Bueno, menos para lo último, lo de igualitarios, para eso, estoy casi sola, a contracorriente, agotada.

Le respondí a mi hijo que a veces no me dan las dos manos, con todos sus dedos, para tapar las vías por donde entra el agua de la socialización de género que intenta desestabilizar nuestra barca (en nuestro caso, la masculinidad hegemónica ). Nos ahogamos de socialización patriarcal. Nos inundamos de cuentos donde los protagonistas son de su mismo sexo (salvo cuando no, y entonces se sabe que como esas protagonistas, generalmente princesas, no hay que ser); y novelas, y libros de texto, (y eso que mi familia se ha librado de ese gran libro socializador patriarcal: la Biblia) y programas de la tele, y «hombres mujeres y vice-versa», y películas, y superhéroes; y líderes políticos, y empresarios, y científicos, y deportistas, y escritores, aventureros y espías. Todos, sí «os», son de su mismo sexo, salvo que haya una excepción, que generalmente sirve para confirmar la regla: ellos valen más que ellas.

Y para que eso sea así hay un código social que manda que ellos son (por «naturaleza») y deben ser (bajo amenaza de traicionar su mismísima identidad individual y colectiva) todo lo que ellas no son: fuertes, decididos, listos, competitivos, capaces de superarlo todo, sin vulnerabilidades, que únicamente expresan emociones nobles, que saben reprimir todo lo demás, incluido el dolor físico. A cambio, recibirán una corona de espinas, que si son capaces de llevarla, dominarán el mundo, «como tiene que ser».

h20A veces, no, a menudo me canso. Porque mi labor (no sé si de Sísifo, o de Penélope) se renueva cada día. A diario tengo que reponer los ladrillos que por X o Y experiencia con los amigos, en clase, en el deporte, se han venido abajo.

No puedo contra el océano y paso por alto «cosas». ¡Yo misma reproduzco los patrones de vida que intento evitar!

Tengo que elegir las batallas, para conservar energía, cual estratega de larga campaña. A menudo me conformo con ganar el pequeño terreno que pueda. De vez en cuando encuentro alguna «lección» desde fuera, e intento darle protagonismo, pero con poco éxito sostenido:

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«Mira, cariño, sabías que Serena Williams es la mejor deportista de Estados Unidos de la historia, incluso más que Michael Jordan! Ah; que no van a retransmitir la final femenina de Wimbledon…. que pena, pero sí, hijo, lo que yo te digo sigue siendo verdad. Ah, que dan el Tour de Francia, mira hijo como utilizan a las mujeres cómo caramelos para los ojos, premios del guerrero, qué horror. No, hijo, aunque tengas éxito en la vida, no te corresponde como premio una mujer.«

Con frecuencia utilizo todo el material que me brinda el mar patriarcal para señalar contraejemplos, provocar conversaciones, sembrar dudas. Cuando me oyen resoplar, ya saben que viene algún comentario. Pero lo negativo nos cansa, tanto a mí como a ellos.

No en vano, es más fácil, «entra mejor» aprender por modelos, arquetipos, ejemplos a los que aspirar. Y parece que el patriarcado personificado lo sabe porque todo lo que nos rodea dice lo mismo. Así que, a los ojos de mis hijos «La Sociedad» tiene razón,  la que se equivoca soy yo. Especialmente, y de esto no les culpo, si les favorece en términos jerárquicos.

La novia de mi hijo

Cuando llega el momento de las relaciones, intento e intentaré hablar con ellos del respeto mutuo, del sexo seguro, de lo que significa el consentimiento; que cada uno tiene su vida, su propio futuro que forjar; que está bien que cada uno conserve sus amistades, que no hay por qué controlar. Probablemente no la hago ni lo suficiente, ni muy bien.

Y cuando, como toda madre o padre, me imagino cómo sería la mujer que me gustaría como compañera de mis hijos (parece que somos, de momento, heterosexuales), pienso en lo normal, igual que ellos: que sea buena, feliz, sana, crítica, curiosa, justa, inteligente, sincera, consciente, y en lo que pueda, igualitaria. Y que no les pase ni una. Que ambos sepan detectar cualquier atisbo de maltrato de género y no lo justifiquen ni lo legitimen. Y que como, escribe Flor de Torres Porras, juntos rompan «en mil pedazos los roles de chicos y chicas basados en patrones patriarcales.»

Micromachismos y feminismo

septiembre 13, 2016 en Miradas invitadas

nerea gálvez perfilNerea Gálvez, @ilegorri. Mujer. 45 años. Femenina y feminista. Bilbaína de nacimiento y ciudadana del mundo. Casada y madre de una adolescente. Prehistoriadora de corazón y política por convicción. Creo en el “más allá” que está en mi interior. Emociono corazones y me apasiono con las personas.

 

Micromachismos y feminismo son dos términos que levantan pasiones.

Hace unos días pasé consulta por un pequeño problema en un pie. La traumatóloga que me revisó era una mujer de treinta y pocos que comenzó preguntándome a qué me dedicaba. Pregunta lógica si pretendía indagar sobre la actividad de mis pies.

¡Ufff!, pensé, cómo le cuento a esta buena mujer que estoy en paro, decidiendo cómo reenfocar mi vida profesional. En fin, dije en voz alta: “Últimamente estoy en casa”. Ella, sin levantar la vista de la pantalla del ordenador, resumió: “Ama de casa, entonces.”

Mis ojos se abrieron de par en par, un velo oscuro cubrió mi visión y escuché mi propia voz: “¡Ah! ¡Ni de coña! ¡Ni se te ocurra poner eso! Si acaso, pon ‘desempleada’. ¡Lo que me faltaba!”

Entonces sí levantó la vista de la pantalla para pedirme perdón.

¿Qué me había pasado? Sentí que al hombre con el que acababa de pasar consulta antes que conmigo, si hubiese contestado lo mismo, jamás se le habría ocurrido contestar “Ajá, sus labores”. No, como que no sale ese resumen. Y sentí la sutileza de los tópicos culturales que pasan inadvertidos, esas obviedades que han calado sin darnos cuenta en el ideario colectivo, según el cual asumimos cuáles son las labores propias de mujer.

Una buena amiga me confiaba recientemente en una conversación que ella era muy femenina y que estaba hasta el moño de las feministas, que lo único que hacen es atacar a los hombres, hacia quienes, sin duda, sienten un rechazo irracional. ¡Puro postureo! ¡Ya me gustaría verlas en su casa cómo les hacen la cena a sus mariditos sin rechistar!

¡Caramba! ¿Cómo hacerle entender que el feminismo no es el rechazo irracional hacia lo masculino, sino la creencia de que puede haber un mundo mejor para las personas, hombres y mujeres, porque, lo reconozco, los hombres tampoco viven en el mejor de los mundos posibles? ¿Cómo compartir con ella que, igual que existe la fraternidad, existe la sororidad , y que no tienen por qué ser términos opuestos ni excluyentes?

Cuando se propuso que el Congreso dejase de llamarse Congreso de los Diputados, porque obvia a las diputadas, la respuesta fue que no era necesario, que nos sintamos incluidas y que hay otras prioridades. Sin duda hay cosas más urgentes. Aunque, ¿qué pasa si tachamos esto de la lista ahora?

Cuando comencé a escribir este artículo, no sabía muy bien cómo enfocarlo, solo que quería compartir las sensaciones que estas acciones cotidianas me provocan. Aunque ahora también veo que estos gestos cotidianos forman parte de un espacio más amplio que reúne cuestiones más generales. Así que me voy a permitir subir un peldaño e interrogarme: ¿cuánto camino falta para abandonar la distinción hombre-mujer y llegar a tratarnos como personas? Porque ¿cuántos hombres y cuántas mujeres están cómodas con el traje de género que les toca ponerse?

Recuerdo a mi abuela. Una mujer depresiva, insatisfecha y profundamente infeliz. Vivió un rol femenino que detestaba. Se casó con un hombre con el que no compartía sueños y fue madre de diez criaturas. Estoy convencida de que de niña imaginó otra vida: viajes, grandes urbes, sin cargas infantiles… Estoy convencida de que mi abuela en su configuración personal contaba con gran cantidad de lo que Jung denominó “animus” -arquetipo de características consideradas masculinas en el ideario colectivo-. Sin embargo, los tópicos, las obviedades y la obediencia a las sagradas normas sociales la llevaron a vivir de una manera que ella no diseñó y a aceptar reglas y valores que nada tenían que ver con ella.

Y lo contrario le ocurrió a mi abuelo, que vivió un rol masculino que le ahogaba. En este caso, su fórmula vital incluía gran cantidad de lo que Carl Gustav Jung, en «Los arquetipos y lo inconsciente colectivo», denominaba “anima” -arquetipo de características consideradas femeninas en el ideario colectivo-.

Esto me lleva a preguntarme cuánto de masculino y de femenino hay en cada persona. La fórmula que configura la esencia de cada cual es la suma singular y exclusiva de distintas características, características que trascienden la categoría hombre y la categoría mujer y que tienen que ver con esa poción mágica que compone a cada individuo.

Recogiendo las palabras un buen amigo, ¿cómo cambiaría nuestra sociedad si desde la infancia se nos educara en esta idea de que mujeres y hombres tenemos una parte masculina y una femenina? Pensando en esta pregunta, trato de encontrar gestos en los que nos tratemos como personas, trascendiendo el hecho de que seamos hombres y mujeres. Así que, por una sabia recomendación, me he puesto a buscar espacios de neutralidad genérica. Reconozco que me ha costado encontrar ejemplos cotidianos en los que no sienta la dualidad genérica. Aún así, ahí va un ejemplo. Cuando compartimos gustos artísticos y nos preguntamos qué nos gusta leer, cuál es nuestro cuadro preferido o qué música escuchamos, siento que ahí nos tratamos como personas. Es decir, cuando nos permitimos ser de manera espontánea. Cuando entramos en el mundo de las emociones menos racionales y llegamos a nuestro corazón. En ese momento pasamos a reconocernos como personas.

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Fotografía de Asun Martínez Ezketa, @esaotra

Así que, ¿cómo sería de expansivo, cómo sería de liberador permitirnos actuar de manera más espontánea, trascendiendo la realidad hombre-mujer? ¿Cuántas vidas serían vividas de otra forma? ¿Cómo impactaría esto en nuestra sociedad? ¿Qué consecuencias tendría?

Conclusión: a mi me lleva a imaginar un mundo más feliz. Sin embargo, aquí en conclusiones podéis poner las respuestas que os vayan surgiendo a estas últimas preguntas. ¡Feliz día, mundo!

Give piss a chance

septiembre 6, 2016 en Desprogramando, Doce Miradas

El verano va quedando atrás. Y con él, las largas tardes que nos invitan a compartir tiempo y cervezas con nuestra gente. Y claro, tanta terracita y tanta cerveza, agua y sangría implica utilizar con mayor asiduidad el baño. El baño de cafeterías, restaurantes y bares. Yo soy de ir mucho a muchos baños.

El derecho (y privilegio) de defecar con seguridad y dignidad

Hoy me toca esperar en un baño de un bar de Bilbao. En esta laaaarga espera recuerdo la infinidad de baños, letrinas y «otros lugares» que he visitado. Y me hago cargo de que ésto también es un privilegio de unos pocos. Durante los viajes que he hecho a a la India rural, me hacía consciente del «lujo» que supone disponer de un baño. En la India un 48 por ciento de la población no dispone de baños propios y defecan fuera de sus casas; según el Banco Mundial esta cifra, asciende a nivel planetario, a mil millones de personas.  Y eso, en el caso de las mujeres va ligado a situaciones de acoso, asaltos y violaciones.   El 70 por ciento de los asaltos sexuales en el Estado de Delhi se producen cuando las mujeres van a hacer sus necesidades en la calle o en el campo. Existe una relación directa entre la igualdad de genero y la salubridad. Poder cagar y mear con dignidad y seguridad está al alcance de pocas personas. Una vez más.

Geeta Devi from Katra Shaganj village walks almost five to Six kms from her house to go to nearby fields to go for toilet everyday early morning and late evening.

Geeta Devi from Katra Shaganj village walks almost five to Six kms from her house to go to nearby fields to go for toilet everyday early morning and late evening. (Fuente: Huffington Post).

No hay decisiones visuales neutrales

Sigo esperando. Vuelvo aquí. Miro la larga cola que se extiende ante mí. Llevo veinte minutos. No voy a entrar a profundizar en las razones que llevan a muchos de estos lugares para desplegar los mismos recursos para hombres y mujeres, añado: cuando conviene. Siempre, y repito siempre, hay más cola en el baño de las mujeres. Bajar y subir  pantalones lleva más tiempo que bajar y subir la cremallera. Y a eso le sumas que los y las niñas entran mucho más con sus madres, tías y abuelas. Y sumas que en la gran abrumante mayoría el cambiador de los bebés también está en la de mujeres (me han contado que en algún caso está en la de hombres, pero yo no he visto nunca ninguno…). Pues eso. A esperar toca. Otra vez.

Diez minutos más tarde. Ahí están. Los letreros que indican «el lugar que le corresponde a cada quien». En la conferencia que acabo de estar en Washington DC, Scott McCloud nos decía: «there are no neutral visual decisions» (no hay decisiones visuales neutrales). La manera en la que mostramos y visualizamos las imágenes y los espacios define imaginarios, construye realidad y puede generar igualdad, desigualdad y a veces desconcierto (¿a cual carajo hay que entrar?). Las imágenes amplifican la identidad y los significados. Y es que la visualización de los baños públicos va más allá del derroche de creatividad de quienes deciden el icono, la imagen que define la segregación de géneros y es uno de los modos más básicos de mostrar y reforzar la dicotomía entre lo masculino y lo femenino y discriminar al colectivo de personas transgénero. Elegir la  imagen para un acto tan cotidiano como ir al baño es, además de ser una decisión estética, una decisión ideológica. Es política.

Y en esto, no es cosa de hablar… es cuestión de visibilizar . A las imágenes me remito.  Juzguen ustedes mismas, ustedes mismos…

Micromachismos cotidianos. Aquí huele a…

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el lobo y caperucitaFB_IMG_1472656891007wcCreatividad en pro de igualdad…

Moderna Musset Stockholm

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we don´t care (Canadá)

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A gender-neutral restroom sign. The White House has opened its first gender-neutral restroom. (Flickr/Creative Commons)

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Pmemeo webues eso. Que esto de ir al baño trae… cola.

Veinte minutos…Y yo sigo esperando.

 

 

 

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Nota: algunas de las imágenes que aquí os he compartido provienen del grupo de Facebook/ iconos de vater. Una iniciativa colectiva para recoger de manera espontánea la iconografía de los baños con  la que nos topamos cada día.