Praxis feminista

enero 26, 2016 en Miradas invitadas

Beatriz Sevilla (Tres Cantos, 1993). Estudio Física en Madrid y estoy de Erasmus en Copenhague, donde soy secretaria de BLUS (asociación LGBT de estudiantes de Copenhague). En 2010 empecé a leer sobre género y política, y nunca pude parar. A veces doy charlas sobre mujeres en ciencia (Naukas Bilbao 2014 y 2015, EBE 2015).

 

Internet está lleno de artículos sobre los diversos aspectos del feminismo: historia, causas, explicaciones sobre por qué se prefiere una cosa u otra, análisis de ficción audiovisual o libros, y un largo etcétera. Abundan también los artículos sobre praxis feminista para hombres; con instrucciones más o menos detalladas sobre cómo ser un mejor aliado para el feminismo, cómo escuchar las experiencias de las mujeres en vez de opinar muy alto todo el tiempo o, en general, cómo actuar en según qué situaciones.

Sin embargo, no hay prácticamente artículos sobre praxis feminista para mujeres, al menos de manera general. No hay artículos que digan “así es como creo yo que deberíamos hacer feminismo las mujeres”. Sí corren ríos de tinta sobre cosas concretas que han hecho mujeres que nos parecen bien y muy feministas o, más a menudo, mal y poco feministas. Esto no está mal de por sí, y es comprensible: si el feminismo lo hacemos nosotras para nosotras, habrá que discutir y estar en desacuerdo sobre cómo actuar “de forma feminista”.

Con todo, no deja de extrañarme esa dinámica. El feminismo es un movimiento político y social, una ideología, que analiza la sociedad pasada y actual, resalta la injusticia relacionada con el género, y pretende solucionarla de unas formas u otras, dependiendo de la corriente dentro del mismo. En otras ideologías de características parecidas no se ve tantos juicios dentro del propio movimiento: la gente que critica a los comunistas por tener iPhones no son otros comunistas. Pero sí que hay muchas mujeres (y hombres también, claro) que critican a otras por no ser lo suficientemente feministas, o por no serlo de la manera correcta; no hay más que ver a Emma Watson hablando de Beyoncé.

Esto no quiere decir que el peor enemigo del feminismo sean las Emma Watsons que critican a las Beyoncés. Ni tampoco las Miley Cyruses que “buscan la mirada masculina”, como opinan otras personas. El peor enemigo del feminismo es el machismo, el status quo. Centrarse en que las mujeres no son lo bastante feministas desvía el foco de atención de donde tendría que estar: en el sistema patriarcal y la gente que lo mantiene. En la gente que perpetúa el machismo, que está en el poder, que tiene más voz social, y a la que se escucha más, que son, en su mayoría, hombres.

Por todo esto, he hecho una lista de las cosas que hago y no hago yo; mi propia praxis feminista.

1. Criticar poco a otras mujeres por su feminismo (o falta de). ¿No tenemos ya suficiente crítica fuera? ¿No hace cada una lo que puede y ve correcto? Yo creo que sí. Tampoco quiere decir que haya que callarse todo el rato: critico a Emma Watson porque me sirve de ejemplo de cómo no hacer eso mismo, por ejemplo.

2. En vez de criticar, hacer análisis. A mucha gente no le gusta que las mujeres dediquen tiempo a cumplir estándares de belleza o de feminidad con los que no están de acuerdo. Se me ocurre que quizás es más constructivo preguntarse por qué. ¿Por qué se maquilla alguien que está en contra de que exista la obligación social de maquillarse? Quizás no le merezca la pena incumplir la obligación social. ¿Hasta qué punto tenemos los demás derecho a decirle a alguien que traiciona sus propios principios?

3. Sentirse menos culpable al dejar algo pasar. Hace unos meses le dije a un chico de mi clase que me oriento fatal, y me contestó que era “cosa de mujeres”. Hace un par de años quizás se lo habría discutido, pero le dije que quizás y seguí con mi vida. Creo que ninguna de las dos opciones es mejor que la otra. Se puede decidir que no te merece la pena saltar todas las veces, y elegir las batallas. También se puede decidir saltar todas las veces, claro, pero acaba cansando.

4. Hablar con otras mujeres. Saber qué opinan las otras mujeres de mi entorno sobre el feminismo es lo que más enriquecedor me ha resultado. Sobre todo las mujeres que lo tienen más difícil que yo: las que no son blancas, las migrantes, las pobres, las trans. Una mujer que trabaja turnos de diez horas a lo mejor no tiene tiempo de leer a Simone de Beauvoir, pero tiene una opinión esclarecedora sobre conciliación laboral.

Al final lo que he aprendido es que el feminismo es una lucha de fondo. Que a veces escuchando y comprendiendo se avanza igual que discutiendo y criticando, que son complementarios y no opuestos; y se pueden dejar pasar algunas cosas para no quemarse, y no significa renunciar a tus principios.

No callamos

enero 19, 2016 en Doce Miradas

Ya han pasado casi tres semanas desde la Nochevieja del año pasado, tiempo insuficiente para que la justicia alemana haya esclarecido del todo lo que realmente pasó en Colonia y en otras ciudades alemanas, donde decenas de mujeres fueron violentadas y agredidas sexualmente por cerca de un millar de hombres.

Pero sí ha pasado el tiempo suficiente para que personas del mundo de la política y de los medios de comunicación hayan puesto el grito en el cielo y se hayan vertido ríos de tinta sobre estas agresiones, para destacar fundamentalmente el hecho de que los responsables de esta aberración son cerca de un millar de inmigrantes, concretamente “varones árabes y norteafricanos”, como afirmaba un artículo del diario La Gaceta, del grupo Intereconomía, cuyo titular me pareció uno de los más lamentables y tendenciosos que recuerdo:

el feminismo calla

Noticia publicada en la Gaceta.es

abusos sexuales

Noticia publicada en el Mundo.es

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿El feminismo calla? Curiosa forma de decir que el movimiento feminista no está utilizando estos lamentables hechos para poner el foco en la procedencia de los asaltantes. Ese es el interés que está moviendo a algunos medios y poderes públicos a denunciar estas agresiones, y no la voluntad de hacer visible una realidad que otras muchas veces obvian: están agrediendo a mujeres.

Es oportunismo, o “purplewashing” (lavado púrpura), término que muy acertadamente ha utilizado Brigitte Vasallo en su reciente post para Pikara Magazine, titulado “Vienen a violar a nuestras mujeres”. Quiere Vasallo denunciar el mensaje de que los inmigrantes, y más concretamente un colectivo que está “de moda” como los refugiados, vienen a agredirnos.

1000refugiados acosan

Noticia publicada en Negocios.com

Y yo me pregunto: ¿realmente creemos que a cualquiera de las mujeres agredidas sexualmente el pasado fin de año en Colonia le importaba algo el lugar de nacimiento o la religión de quien la estaba violentando y asaltando física y sexualmente? ¿Realmente hay personas tan ingenuas que pueden creerse que lo realmente significativo y sustantivo de ese hecho, la agresión, era si esos hombres eran o no nacionales, europeos, blancos, negros, judíos, cristianos o musulmanes, si eran rubios o morenos, si gordos o delgados, si altos o bajos, si refugiados o empadronados en su mismo distrito? ¡¡NO!! Rotundamente no. El hecho es que ellas estaban siendo usadas y abusadas por unos hombres que se sentían totalmente legitimados para asaltarlas y atacarlas.

Tras estos lamentables hechos, Alemania ya ha anunciado que quieren acelerar las deportaciones de extranjeros que delinquen, para regocijo de la ultraderecha germana, que ya se está frotando las manos e instrumentalizando la situación para elevar sus reivindicaciones de corte racista. ¿Realmente les importan las agresiones a mujeres, o que hayan sido extranjeros los agresores? Y si hubieran sido alemanes, ¿habrían condenado estos hechos con igual fuerza?

Y me sigo preguntando: ¿acaso algún político europeo se ha planteado que la petición de endurecimiento de las políticas migratorias y de acogida de refugiados no responde al castigo del hecho acontecido? Quiero pensar que sí, pero ¡qué bien viene para parar estos movimientos migratorios masivos que se les iban de las manos y no están sabiendo gestionar en ninguno de los países europeos!

alemania acelera deportaciones

Noticia publicada en 20minutos.es

Pienso en esas mujeres acorraladas, violentadas en sus más profundas intimidades, pienso en ese punto de violencia física y directa que aquellos hombres ejercían sobre ellas y necesariamente me digo que no, que aquí hay más. Toda esa masa de hombres, diversos entre sí, no se pone de acuerdo una noche como la de fin de año para atacar indiscriminadamente a una centena de mujeres. ¿O sí? ¿Qué hay detrás? Me viene a mi cabeza el triángulo de la violencia de Galtung y me cobra mucho sentido.

Es mi deseo, por si todavía no lo hecho explícitamente, poner el foco en la propia agresión y en la víctima, así como en el agresor, sin adjetivarlo como inmigrante, refugiado ni alemán. Cuando adjetivamos el sustantivo, pierde fuerza; es un agresor, un asesino, un violador, no importa su origen ni condición.

La violencia estructural y cultural que cimenta la agresión sexual

El sistema capitalista y patriarcal se protege a sí mismo. Aprovecha un hecho tan punible y deplorable como la agresión sexual a una mujer para poner el foco en la adjetivación del agresor. No es un agresor, ya que el foco está puesto en su condición de inmigrante ¡y encima refugiado! Hombre al fin. Hombre criado en una cultura patriarcal, tanto la alemana o europea como la siria, asiática o africana, cristiana, judía o musulmana. Está educado para usar y abusar de la mujer. Para cosificarla. No importa que sea agresor. La agresión a estas mujeres se ha usado, cosificado, para tener un buen pretexto, una buena excusa para arremeter contra el diferente (raza, nacionalidad, religión…) que viene a desestabilizar el sistema capitalista.

El patriarcado los une: a los unos, para sentirse con legítimo derecho de agredir sexualmente a las mujeres; a otros, para levantarse como salvadores de unas pobrecitas mujeres agredidas. Lo que menos importa es que hayan sido agredidas, ni que sean mujeres; lo importante y sustantivo es que el que agrede no es de casa y que esas mujeres son «las suyas». Propiedad, pertenencia y cosificación de nuevo.

Otra mirada

Vamos a mirarlo desde otro punto de vista: mujer  extranjera, inmigrante o refugiada, agredida sexualmente por hombres de la tierra. No digo que sea este caso concreto, pero ¿pensáis que la respuesta institucional sería la misma? ¿Pienso yo solamente que algunos de estos medios o instituciones silenciarían estos casos? ¿No lo están haciendo ya?

Las mujeres son diariamente asesinadas por sus parejas en sus propios hogares, en lo que se ha convertido en un lento y agónico feminicidio, sin que ningún medio de información mundial le dedique más que las líneas justas para simplemente levantar acta (y a veces ni eso, ya que se interpreta el hecho) de que una mujer ha sido asesinada, cuando no “fallecida” o “muerta” en su domicilio.

No queremos callarnos

Y sigo pensando en el titular al que aludía al comienzo del post, que ha sido la chispa que me ha encendido y llevado a escribir estas líneas. ¿Que el feminismo calla? ¿Pero de qué árbol se han caído? ¿Quieren inflar aún más el globo del racismo y la xenofobia e intentan provocar a sectores estratégicos?

No seré yo quien hable en nombre del feminismo, pero yo no me callo. Denuncio estas agresiones a las mujeres, como tantas otras, pero tampoco me callo en señalar la instrumentalización que se está haciendo de este caso. Cuando asesinan, violan o agreden física o verbalmente a una mujer tampoco me callo, pero me pasa igual ante las agresiones racistas o xenófobas. ¿Será patológico? Me lo tengo que mirar.

Cuidado con derechos y Derecho a cuidar

enero 12, 2016 en Miradas invitadas

Miguel GonzálezMiguel González Martín (@miguelutxo), de Bilbao, 1972. Me interesa cómo se encuentran e interactúan el cambio personal, organizativo y social. También me interesa el rock, que parece menos profundo, pero no te creas. La palabra “acompañar” me sigue haciendo vibrar, pese a que quizá hemos abusado un poco de ella. Me he movido en el terreno de las políticas sociales, la gestión de la diversidad, la inmigración y la cooperación internacional. En el lado de las organizaciones sociales, y también en el del gobierno. Ahora me toca caminar con la Fundación Social Ignacio Ellacuria.

El mes de abril de 2013 comenzó y concluyó con dos hechos muy significativos en mi biografía. Aunque de distinta densidad existencial, entre ambos se trazaba una nítida conexión, como si los extremos del mes crearan en su abrazo el cuenco donde la vida deposita un aprendizaje.

El día 1 empecé a trabajar en la Fundación Ellacuria. El día 30 nació mi tercer hijo. Lo primero me ha ofrecido la oportunidad de caminar junto a un grupo de mujeres que han venido a buscar un futuro mejor. Para ello, cuidan. De personas mayores, de personas con enfermedad o con alta dependencia. También de niñas y niños, desde bebés hasta preadolescentes. Lo segundo – el nacimiento- entre otras muchas cosas, me ha vuelto a colocar de un empujón frente al espejo de mi rol como cuidador, proyectando un reflejo con luces y sombras. Siento que los cableados de lo sociopolítico y de lo personal se vuelven a entreverar (¿acaso alguna vez discurrieron por canaletas separadas?). En este caso, son los cuidados la corriente que galopa por ellos.

Cambiar pañales y cambiar el mundo están más cerca de lo que solía pensar. Se suele hablar de la “crisis de los cuidados” para describir cómo la forma actual de organización económica y política impide que podamos responder adecuadamente, como individuos y como sociedades, a la necesidad de cuidados. Sin ellos, la vida se desmorona. Nuestro sistema de producción y la forma en que nos organizamos políticamente se erigen sobre una urdimbre relacional de atenciones que se da por supuesta. Parafraseando a Monterroso, cuando el capitalismo y la democracia liberal despiertan, los cuidados ya están allí. Esta invisibilización no sale gratis. La pagan, primero, las mujeres y, segundo, las mujeres pobres. La distribución de la responsabilidad de cuidar no solo está atravesada por la desigualdad de género y de clase social, sino que además las retroalimenta.

Las respuestas que hasta la fecha nos hemos dado a esta situación son muy insuficientes, cuando no refuerzan la desigualdad de las mujeres. Las políticas de conciliación nos sitúan ante el Escila de reducir jornada ganando menos y el Caribdis de cuidar sin contar con ingresos. El resultado: dobles jornadas, fundamentalmente para las mujeres. Muchas veces, al “pastel” de la carga de trabajo le añadimos la “guinda” de los sentimientos de culpa y frustración, macerada en la cultura patriarcal que aún respiramos. Solo hay que prestar un poco de atención para percibir la huella de todo ese sufrimiento en los rostros y los cuerpos de las mujeres.

Otra manera de afrontar la crisis ha sido, expresado en términos de intercambio comercial, la importación masiva y a bajo coste de cuidadoras provenientes de países del Sur. La OIT estima en cerca de 12 millones – mayoría mujeres- las migrantes que trabajan en servicio doméstico. Esto es como si todo un país como Bélgica o Grecia se vaciara y mandara a su gente a atender niños y ancianas por todo el mundo.

Unas pocas de estas mujeres son las que he tenido en suerte encontrar en mi camino. Con ellas he puesto rostro y nombre a lo que la academia especializada llama “cadenas globales de cuidados y afectos”: mujeres que dejan a sus hijos/padres a cargo de otras mujeres (abuelas, tías, hermanas mayores, cuidadoras remuneradas…) para venir a cuidar a los hijos/padres de otras mujeres…y hombres. Me tiemblan las piernas al imaginar la separación. Agacho la cabeza con reverencia y humildad al ser testigo de la grandeza de su lucha cotidiana, del apoyo recíproco que se brindan y de cómo alzan su voz clamando por sus derechos. Se me expande el corazón cuando me contagian el afán por celebrar, llenas de agradecimiento, cuánto detalle o regalo trae la vida.  Y, por supuesto, me arde el pecho al conocer las condiciones indignas de trabajo que se ven abocadas a aceptar. Algo que, por cierto, no les ahorra ni los jirones de humanidad que dejan con cada persona que cuidan, ni experimentar el vértigo del vacío, ni transitar el recorrido del duelo cuando la muerte reclama a algún anciano a su cargo. Exprimidas allá donde se cruza lo peor de la legislación laboral y del régimen de extranjería, hace apenas tres meses, la trágica muerte de Verónica nos puso delante de los ojos esta amarga realidad a la que preferimos no mirar.

derecho a cuidarAsí pues, cuidamos – ellas cuidan, vosotras cuidáis – sin apenas derechos. Y a la vez, vemos  que el acceso a nuestro derecho a cuidar-cuidarnos se alcanza a altísimo coste. Hablar del derecho a cuidar conlleva traer a la conversación también su contraparte: el deber y la obligación de hacerlo. Si, como decimos, los cuidados son un bien socialmente necesario para la reproducción y el sostenimiento de la vida, “todas las personas, hombres y mujeres, tenemos la responsabilidad y la obligación de cuidar unos de otros. Y con ella, el deber de construir un marco social en el que poder cuidarnos, en el que poder repartir y compartir esos cuidados”. Así lo resume brillantemente Carolina del Olmo en su inspirador trabajo “¿Dónde está mi tribu?” (cuya reseña habéis encontrado enlazada más arriba).

¿Quién se está – nos estamos- haciendo cargo de ese deber muy por debajo de lo que correspondería? Fundamentalmente, los hombres, que estamos llamados a asumir la parte que nos toca. Quizá, además, descubramos en esa senda una forma de desplegar nuestra condición humana en toda su plenitud. Ahora bien, considero que revisar las prácticas individuales sin vincularlas al contexto social y cultural que las incentiva o desincentiva, las hace plausibles o invivibles, puede ser un ejercicio sano, pero quizá solo estetizante. Aquello que decía Ulrich Beck de buscar “respuestas biográficas a problemas estructurales”. A la vez, siento que sin el humus de un cambio de conciencia, de hábitos del corazón, de los horizontes de expectativas y sueños personales y colectivos, de las narraciones que nos dan sentido…no es fácil que arraiguen las necesarias reformas políticas y económicas.

Tal vez el carbón que alimenta la caldera de la cultura patriarcal – que no solo emponzoña la relación entre hombres y mujeres, también la relación con la naturaleza-  sea la negación de nuestra interdependencia, fragilidad y vulnerabilidad radicales. No querer reconocer que es precisamente eso lo que nos define como humanos, y no tanto el afán de dominación o el “Hybris”. Como dice Marina Garcés en Un mundo común, “no dejamos nunca de vivir en manos de los demás (…) se trata de sacar la interdependencia de la oscuridad de las casas, de la condena de lo doméstico, y ponerla como suelo de nuestra vida común, de nuestra mutua protección y de nuestra experiencia del nosotros”.

¿Cómo sería edificar un orden social fundado en la asunción de nuestra frágil condición y mutua dependencia, más que en el mito de que somos adultos – varones- autosuficientes sellando un contrato de convivencia?

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Vuelvo a mirarme: hombre, de país rico, sano, con educación. Rodeado de vínculos amorosos. El espejo me devuelve muchas preguntas. ¿A qué privilegios puedo y debo renunciar para asumir mi parte (yo, que también me veo necesitado de contratar servicios de cuidados, en un campo de negociación favorable)? ¿Qué me estoy perdiendo? ¿Cómo hacer del cuidado de mi gente un acto personal y político a la vez? ¿Cómo de igualitario soy en mis relaciones familiares?

PD: Si lees en euskera, no dejes de hacerte estas preguntas que plantea Amelia Barquín, en un blog que no te puedes perder.