Antenas moradas

julio 28, 2015 en Doce Miradas

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Hace ya varios meses tuve el honor de ser invitada a formar parte de Doce Miradas. Para mí fue todo un motivo de “orgullo y satisfacción”, como diría .. .vaya, ahora no recuerdo quién decía eso..

Desde que nació el proyecto, allá por mayo de 2013, este grupo de mujeres era una referencia para mí, seguía con mucho interés este blog. Cuando recibí la invitación para ser una de las 12, dudé..pero lo justo.

Yo no me había mostrado nunca públicamente como una defensora de la igualdad entre mujeres y hombres, aunque sí que había hecho mis pinitos en el ámbito del deporte. Mi entorno más cercano sabe de mis quejas constantes por la discriminación que sufrimos las mujeres en todas las disciplinas. No sería la primera vez que pataleaba por esto mismo también en el ámbito laboral, y más concretamente ante alguna situación desagradable en el terreno profesional. Por suerte, estas situaciones en mi vida laboral han sido pocas y no quiero mencionarlas, pero sacaron de mis adentros una crispación algo inusitada.

Así pues,  ya sea por mi carácter de “echada pa’lante” o porque quería explorar esta temática que un poco de runrún ya me hacía, no dudé en aceptar esa propuesta que un gran día me hizo llegar mi compañera Lorena Fernández.

Lo reconozco. No tenía gafas moradas. En ocasiones veía discriminación por género en situaciones cotidianas de mi entorno, pero callaba y asumía o adoptaba una postura de resignación, naturalidad  o conformismo. O me daba pereza señalar con el dedo, como acertadamente proponía en su post Arantxa Sainz de Murieta.

Desde que este grupo y el aura que se genera a su alrededor me invitaron a ponerme estas gafas ¡creo que me han salido hasta antenas moradas!. Ahora estoy en una fase de regulación, porque tengo la sospecha de que veo hasta lo que no es. Veo, leo, escucho… y a todo le veo su lado machista. Me paso la mitad del día crispada por ello. Muchas gracias, chicas 😉

No. Ahora en serio: las gafas moradas me han abierto miras. Estoy descubriendo un mundo en el que me siento muy cómoda, señalando y denunciando la desigualdad, sintiendo que estamos haciendo algo grande.

Por eso hoy quiero poner mi mirada en un asunto que me ocupa y me preocupa especialmente y que detecto especialmente en la gente joven. No sé si llamarlo falta de personalidad, de consciencia o lavado de cerebro.

Tengo una hija de veinte meses. Es una edad preciosa, en la que disfrutamos mucho de algo tan sencillo y cotidiano como que repita las palabras que le decimos. Seguramente lo hace porque está experimentando y porque se da cuenta de que a las personas adultas nos hace mucha gracia, pero no es consciente de lo que dice, no comprende su significado.

Esto mismo que nos resulta tan gracioso ya no lo es tanto si es, por ejemplo, una niña de dieciséis años la que repite frases como “Si es verdad que tú eres guapa, yo te voy a poner gozar. Tú tienes la boca grande. Dale, ponte a jugar”.

Esta letra corresponde a la archiconocida canción de Pitbull “I know you want me (Calle 8)”, cuyo estribillo es cantado por millones de adolescentes (sí, chicas también). El videoclip es aún peor y más denigrante todavía para las mujeres; a pesar de ello, es de los más vistos en la Red.

Ejemplos como el de Pitbull hay muchos que nos dejan lindezas como las letras de Alejando FernándezAsfíxialas con besos y dulzura, mátalas con una sobredosis de ternura” en su canción “Mátalas”, o las de Romeo Santos, toda una figura musical que actuó incluso ante Obama en la Casa Blanca, con su conocida canción “Eres mía”, cuyo estribillo vomita lo siguiente:

No te asombres

Si una noche

Entro a tu cuarto y nuevamente te hago mía

Bien conoces

Mis errores

El egoísmo de ser dueño de tu vida

Eres mía (mía mía)

No te hagas la loca eso muy bien ya lo sabias

 

Si tú te casas

El día de tu boda

Le digo a tu esposo con risas

Que solo es prestada

La mujer que ama

Porque sigues siendo mía (mía)

 

Pero lo que hoy quiero señalar con el dedo expresamente es la actitud de gran parte de la sociedad, sobre todo en edad adolescente, que baila, canta y repite sin cesar estos estribillos y no se para ni un segundo a pensar en lo que verdaderamente está diciendo. Porque si fuera consciente del contenido de estas letras, quizás se lo pensaría dos veces antes de hacerlo. Valga como ejemplo este vídeo que muestra las reacciones de algunas y algunos jóvenes al prestar atención a las letras de su reguetón sin música:

 

https://www.youtube.com/watch?v=PlxFb-aCKJs

 

Entiendo (o no) el contexto de fiesta o celebración en el que suenan estas canciones, el momento de abstracción y pasotismo de las y los jóvenes cuando se encuentran en su burbuja. Y es que les estamos pidiendo que en sus momentos “Kit-kat” procesen estos mensajes que les llegan y reproducen como autómatas. Y yo me pregunto: ¿vamos a pinchar esta burbuja?

Hace poco más de un mes, en el segundo aniversario de Doce Miradas, tuvimos la suerte de contar con María Silvestre, socióloga y profesora de la Universidad de Deusto y ex directora de Emakunde.

En este encuentro, en un ambiente agradable y distendido, formé parte de la mesa de juventud, cuyo sugerente título (Juventud: ¿cantera de Igualdad?) dio pie a tratar de los valores que adquieren y disponen las nuevas generaciones.

En este contexto, la propia María Silvestre respondía rotundamente con un «No» sonoro a la pregunta del título: en su opinión, la juventud actual, a pesar de contar con abundantes recursos y oportunidades, no puede considerarse cantera de igualdad. Estoy de acuerdo con ella que para esta generación, la vida es un espejismo de igualdad,  se cree parte de una sociedad paritaria y palabras como el feminismo provocan temor, pues lo asocian a reivindicaciones del pasado. Los chicos, además, siguen pensado que es un “problema de mujeres”.

No quería centrarme exclusivamente en la juventud, ya que comportamientos como el que estoy denunciando hoy aquí abarcan un amplio espectro de edades. Pero sí es verdad que este consumismo y repetición inconsciente de mensajes que no se procesan aparentemente se da más en adolescentes. Parece que son los y las adolescentes quienes “compran” mayoritariamente estos mensajes.

He hablado de la música, pero estaréis de acuerdo conmigo en que semejantes contenidos se transmiten también por otros medios como la televisión, el cine o los videojuegos. En nuestro blog de Doce Miradas hay excelentes artículos sobre estos temas. Los estereotipos de siempre (mujer objeto, hombre dominador, mujer arpía, hombre ingenioso, mujer sumisa, hombre controlador, etc.) se repiten en versiones modernas y, si me lo permitís, de una forma más sutil e implícita. A veces necesitamos de las gafas moradas para verlos, pero “haberlos, haylos”. Voy a pasar de puntillas por la última gran apuesta del cine mundial, “50 Sombras de Grey”. Si me paro ahí, igual no terminamos nunca.

Me gustaría percibir pronto un cambio en esta situación. No quiero que mi hija crezca en una sociedad que recibe estos mensajes; mucho menos quiero que no se los cuestione y los repita como una autómata, sin pensar qué está diciendo, sin procesarlo. Parece evidente que toda la sociedad debe implicarse, desde la clase política hasta el o la publicista de turno, pasando por la educación en los colegios y, por supuesto, por  las personas que generan estos contenidos sexistas o no igualitarios.

¿Qué podemos hacer? Quiero pensar que hay soluciones más allá de la demagogia tan frecuente. Soy de las que piensa que los pequeños gestos cotidianos permitirán el cambio. Doy por bueno el conocido eslogan “Think Global, Act Local” (Piensa en global, actúa en local). Una frase, un no, un gesto de desaprobación en el momento adecuado, o levantar el dedo acusador al que se sumen más personas como en este inspirador vídeo que os pongo a continuación:

Queridas lectoras y lectores que habéis llegado al final de este post: ¿se os ocurre algo que alimente mi esperanza? ¿quizás esté cayendo yo también en la misma demagogia que me espanta?

Bueno, sí, se me ocurre que nosotras, las mujeres de mi edad (y no digamos las más mayores) también hemos mamado todo esto. También hemos cantado y bailado con letrillas infames, llorado con películas que hacían un canto a la sumisión y reído con tebeos denigrantes y violentos. Pero un día nos pusimos las gafas moradas y lo vimos todo de otro color. Igual les puede suceder a nuestras chicas y chicos; puede que a ellas y a ellos también les crezcan unas bonitas antenas moradas.

Del “tiquismiquismo» al cambio organizacional

julio 21, 2015 en Miradas invitadas

MaiderGorostidi_DoceMiradasMaider Gorostidi (@Maidergoros). Profesión, variada. Vocación, autodescubridora. Mis 42 veranos me regalan un proyecto propio, Funts Project, donde comparto pasiones en buena compañía. El campo a trabajar, acompañar a personas y empresas en el cambio; el método, mirar con las gafas del desarrollo organizacional. Cómo abordarlo y cómo contarlo es el reto.

 

Es una noche de verano, una de estas deliciosas noches de verano. Alrededor de una mesa tres hombres y dos mujeres nos preparamos para disfrutar de una magnífica velada. Uno de los hombres preside; a un lado su mujer, al otro yo. Apostados a nuestros lados, los otros dos hombres.

Las presentaciones oficiales están hechas y ahora la conversación fluye tranquila mientras esperamos los platos. En poco tiempo la temática laboral cobra protagonismo en la mesa. En menos tiempo aún, el triángulo masculino liderado por el hombre que preside, se hace cargo de la misma dejando en el más algodonado de los olvidos a las dos mujeres, también trabajadoras.

Un esfuerzo consecutivo, liderado por cada uno de los otros dos hombres, intenta integrarnos en la conversación pero acaba cayendo en saco roto. Es más, quien preside, cuando se nos invita a entrar en debate, echa su cuerpo inconscientemente hacia atrás en la silla para reincorporarse pocos segundos después  y retomar enérgico el relato a tres.

Este análisis, a posteriori, de la situación no empaña la dulce cena veraniega ni tampoco el buen humor de quienes la disfrutamos. Es más, si nos hubiesen mirado desde fuera, dirían que las cinco personas estábamos encantadas del momento y la compañía mutua.

En el desayuno del día siguiente, y ya en “petit comité”, mis dos amigos y yo recordábamos lo simpática que era la pareja y lo mucho que disfrutamos las cinco personas.

Mujer-invisible

Aprovecho la pausa tras un sorbo de café para subrayar el detalle que me llamó la atención la noche anterior: la nula integración de las mujeres en la conversación. “Es más”, añado, “parecíamos invisibles”. “Eso sí”, matizo, “seguro que él no lo hizo a propósito”.

Sylvain me escucha y se ríe; afirma con la cabeza y comenta: “si cualquiera de mis conocidos suecos hombres y mujeres hubiesen estado sentados ayer a la mesa, no hubiesen tardado ni diez minutos en levantarse y denunciar públicamente una falta de respeto ante la omisión de voces femeninas en la conversación”. Añade: “y de la misma, se hubiesen marchado”.

Hoy, un año después, al recrear la historia pienso que ante mi explícita protesta de no haber facilitado la entrada en el debate a las mujeres podríamos escuchar comentarios como “qué “tiquismiquis, por favor” o “qué exageración” o “si tampoco es para tanto” o incluso “bueno, se ofende quien desee ofenderse pero desde luego que esta tontería no es ninguna ofensa”. Seguro que esta reacción nos resulta más conocida y aceptada que la narrada sobre la sociedad nórdica.

Ahondando en la experiencia yo sigo convencida de que ni el hombre que presidía la mesa, ni probablemente su mujer, eran conscientes de lo que estaba pasando.

Así, esta es una historia más, una de tantas otras, una que aprovecho para contar ya que la he vivido en primera persona. Y de esta historia saco que nuestro comportamiento inconsciente tiene un magnífico poder a la hora de enterrar la equidad de género.

Porque ¿cómo vamos a cambiar algo en este mundo si ni siquiera somos conscientes de nuestro comportamiento?

Y ahora traslado este ejemplo a la organización, que es el campo que me gusta, y me sigo preguntando:

¿Cómo va a cambiar una organización sus desigualdades de género si éstas no afloran al plano consciente; si están inmersas en su cultura de empresa y se ocultan bien en las entretelas estructurales de la organización; si no se hace una apuesta REAL por detectar situaciones de desigualdad, por intentar entenderlas, por contar con todas las miradas para revisarlas, comprender y aprender de ellas?

Hace unos meses tuve el placer de escuchar a Reina Ruiz Bobes hablar de “Procesos de Cambio Organizacional Pro Equidad”. Me cautivó la idea de oír, por fin, una postura firme y decidida que lucha contra el lifting organizacional que suponen los planes de igualdad hechos a destajo y por prescripción legal; que combate contra la búsqueda desesperada de indicadores de género que prueben lo improbable (una política imaginaria de igualdad) en la redacción de solicitudes o justificaciones de proyectos públicamente financiados; que trabaja contra la afirmación de que “en nuestra organización no tenemos problemas con la perspectiva de género porque el 80% de las trabajadoras somos mujeres”; o que lucha contra el argumento de que “primero es lo urgente y luego lo importante” para dejar así de lado un tema complejo de abordar.

Ya vale.

Es evidente, y me incluyo entre las personas receptoras del tirón de orejas, que operamos en modelos mentales arraigados en nuestro subconsciente. Es evidente que debemos hacer un esfuerzo enorme (todavía hoy) por aflorarlas al consciente (creo que esta es la parte más compleja de la historia). Es evidente que si esto nos pasa a las personas, las organizaciones (que no dejan de ser personas organizadas) actúan bajo el mismo patrón. Y es evidente, para mí, claro, que si realmente queremos hacer algo porque este hecho no sea así debemos tomárnoslo en serio y debe haber una APUESTA organizacional clara.

En este sentido, el enfoque metodológico del Cambio Organizacional por Equidad del que nos habló Reina y que lleva años trabajando Natalia Navarro me parece magnífico. Pero, claro está, este enfoque supone entrar de lleno en la “aventura del cambio” organizacional; y, como recoge la propia Natalia, “en el hecho de confiar que la organización, y el status de poder reinante en ellas, va a apostar por una transformación que necesariamente implicará la consideración de nuevas prioridades organizacionales y, vinculada a ellas, nuevas pautas de distribución de poder y recursos tanto a lo interno de la organización como en lo referente a sus actuaciones”.

Además supone una oportunidad para que las personas que participan de la organización identifiquen sus propias experiencias y las trabajen desde la plena consciencia para avanzar también ellas en el cambio. Si queremos que las personas hagan suyos los productos en las organizaciones, tenemos que dejarles que desarrollen el proceso; si no es así, no servirá de nada, todo les será ajeno e impuesto. Y, en consecuencia, no habrá cambio.

Así que, si este verano repito velada magnífica en situación similar yo también seré protagonista e impulsora de mi propio cambio.

La bruja que llevo dentro

julio 14, 2015 en Doce Miradas

“Si eres mujer y te atreves a mirar dentro de ti, eres bruja”

Después de dos años en Doce Miradas ya digo sin complejos, alto y claro, que soy feminista. Segura de que con ello hago justicia a todas las mujeres que han luchado desde hace tanto tiempo por nuestro reconocimiento como iguales, con derechos y oportunidades que conquistar.

Y cuando digo tanto tiempo, digo mucho, mucho tiempo. Aunque los señores que han escrito y divulgado nuestra historia nos hayan querido despistar cuando han contado a su manera y en su propio interés.

¿Qué sabemos de las brujas? A mí siempre me han fascinado. Incluso cuando no sabía que era feminista ☺ Ellas, precisamente, fueron las pioneras; las hermanas que dieron sentido al concepto sororidad, que tanto utilizamos hoy. La historia oculta de la liberación de las mujeres dio comienzo con las brujas, primeras en rebelarse contra la opresión y la sumisión pretendida por los hombres y el control sobre sus cuerpos y su sexualidad.

Pagaron cara la osadía, porque la respuesta a su empoderamiento se tradujo en persecución de millones de mujeres inocentes acusadas de brujería; un estigma que las señalaba peligrosamente por cometer acciones –herejías- que iban desde volar por los aires o provocar tormentas quitándose las medias, hasta amamantar sapos, fabricar ungüentos con entrañas de recién nacido, pasar por el ojo de una cerradura o copular con el demonio.

Por estos hechos, las sumergieron en aceite hirviendo, les arrancaron los pechos o las quemaron vivas. La gran mayoría eran sanadoras al margen de la fe religiosa, curanderas, acusadas de ejercer su sexualidad sin fines reproductivos, de estar organizadas y de poseer conocimientos médicos y ginecológicos.

El poder combatió con furia las diferentes herejías de estas rebeldes e inició así una contrarrevolución, que se tradujo en la expulsión de las mujeres de los espacios públicos y la consideración de que representaban un peligro para el nuevo orden social. Las consecuencias de esta misoginia manifiesta supusieron la degradación de las mujeres, su “domesticación”, la redefinición de conceptos como masculinidad y feminidad y un ataque brutal a la autoestima de las mujeres.

La quema de brujas fue el feminicidio institucionalizado más grande de la historia. Este lamentable y largo episodio tuvo una gran importancia a la hora de entender el papel de la mujer en la sociedad actual. Las brujas fueron mujeres que dieron un paso al frente por su liberación, alejándose del modelo establecido y desafiando la estructura de poder patriarcal.

Aquellas valientes aportaron, además de su coraje, un valor incalculable al feminismo: la hermandad; la convicción de que para ser fuertes es necesario tejer redes con otras mujeres. Ése es el secreto para resistir y avanzar. Las brujas eran poderosas, transgresoras, dueñas de su vida y creencias; buscaban la sabiduría dentro de sí mismas y la compartían con sus hermanas.

brujas

Aunque la definición de bruja lleva, aún hoy, incorporado el estigma de “mala mujer”, somos muchas las mujeres que reivindicamos la trascendencia de las brujas y su determinación en la lucha por el cambio social.

Recuperar a las brujas

Contra la extendida creencia de que la caza de brujas tuvo lugar en la Edad Media, lo cierto es que ésta se produjo fundamentalmente durante los siglos XVI y XVII, mientras se asienta el capitalismo y da comienzo la Edad Moderna. En la represión orquestada por el nuevo sistema económico capitalista y patriarcal participaron activamente la Iglesia y los poderes civiles. Silvia Federici, escritora y activista feminista, afirma en su libro “Calibán y la bruja”, que la caza de brujas fue un elemento fundacional del capitalismo que supuso el nacimiento de la mujer sumisa. El cambio de modelo social y económico impuso la división sexual del trabajo y, con ello, una concepción devaluada de la posición social de las mujeres, ahora en subordinación al hombre.

En la pretensión cómplice de Iglesia y Estado de contener la fuerza de las mujeres unidas, la persecución, tortura y ejecución de millones de mujeres fue minimizada en el relato de la historia y recogida como algo folclórico, producto de la ignorancia y de supersticiones rurales.

No se prestó mayor atención a la masacre de la caza de brujas hasta los años 70, cuando el Movimiento de Liberación de la Mujer rescató del ninguneo este importante capítulo de nuestra historia. El movimiento feminista abanderó la causa de las brujas y la identificación con aquellas mujeres que se alzaron contra el poder patriarcal.

Son los años en los que surgieron en Estados Unidos guerrillas feministas que defendían una completa revisión de la historia de las mujeres. Fueron pioneras las W.I.T.C.H. (Conspiración Terrorista Internacional de las Mujeres del Infierno. Nueva York, 1968): mujeres que asumieron la estética de las brujas urbanas y el arte feminista y fueron las primeras en atacar a los partidos de izquierda, por pretender un nuevo modelo de sociedad sin tener en cuenta el feminismo y conformarse con pequeñas concesiones a las mujeres.

El radicalismo de las W.I.T.C.H. se propagó a través de una intensa actividad: boicots de eventos, hechizos, aquelarres y lectura de comunicados. La editorial Felguera ha reeditado recientemente todos sus textos, comunicados y hechizos en castellano, dándonos así la oportunidad de recuperar su legado ideológico y descubrir algunas de sus consignas: “Cuando te enfrentas a una de nosotras, ¡te enfrentas a todas! Pasa la palabra, hermana».

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Muy pronto prendió la mecha de las guerrillas feministas en otras ciudades americanas convirtiéndose en uno de los ejemplos más fascinantes del activismo de los años 70, por la radicalidad de sus acciones provocadoras, combativas y sobrecogedoras.

“Radical” proviene del latín y significa “perteneciente o relativo a la raíz”. El objetivo del movimiento radical feminista es ir a la raíz misma de la opresión y contribuir a visibilizar muchos problemas de las mujeres que, a finales de los años 60, se consideraban privados, personales o naturales: el derecho al aborto, al placer y la diversidad sexual, la información sobre anticoncepción o la violencia machista.

La feminista Robin Morgan creó, también en el 68, Bruja. Un grupo que utilizaba público de teatro de calle para llamar la atención sobre el sexismo. Fue Morgan quien acuño el término herstory para reinterpretar el significado de la palabra historia y dar nombre a una nueva historia escrita desde una perspectiva feminista.

Las brujas en nuestros días

Las W.I.T.C.H. son precursoras de las Guerrilla Girls, las Femen o las Pussy Riot. Estas células posteriores asumieron su estrategia de subversión sirviéndose también de conjuros y hechizos mágicos, el arte feminista y la acción directa.

Las Guerrilla Girls (Nueva York, 1985) expandieron su activismo a lo largo de los años a la industria del cine, la cultura popular y la corrupción en el mundo del arte. Denunciaron con posters en las calles de Nueva York el desequilibrio de género y racial de los artistas representados en galerías y museos. Las integrantes del grupo originario siempre llevaban máscara de gorila. Se distinguieron por su ejercicio del feminismo en clave de humor descarado y divertido.

Las Femen (Kiev (Ucrania), 2008) son un grupo de protesta cuyas activistas realizan acciones con el torso descubierto y garabateado con denuncias o consignas. Atacan a las dictaduras, a la Iglesia, la prostitución y la trata, y enarbolan la bandera de la desobediencia civil para encararse frente a las leyes que consideran injustas.

La mayoría de sus acciones terminan con detenciones policiales. No siempre son comprendidas y a menudo reciben reprobación social por su osadía e irreverencia. Pero, desde mi punto de vista, es justo reconocer a las Femen su valentía por la forma en la que se exponen para dar visibilidad a reivindicaciones feministas; independientemente de que se pueda estar más o menos de acuerdo con las formas, los lugares o las denuncias que visibilizan utilizando sus cuerpos como pancartas.

El programa En la Caja, de Cuatro, dedicó uno de sus capítulos, el pasado mes de septiembre, a poner al publicista Risto Mejide -crítico y polémico donde los haya- frente al ejército de jóvenes mujeres de Femen en España. Sin duda, una oportunidad para forjarse una opinión, buena o mala, pero fundamentada, tras el acercamiento a sus protagonistas y al propio movimiento Femen.

En el mismo año 2008, un colectivo feminista madrileño organizó un aquelarre en la noche de San Juan, inspirándose en las acciones de las hermanas W.I.T.C.H. Se hicieron llamar El Grito de las Brujas y llevaron a cabo un ritual en torno a la hoguera para que “arda el heteropatriarcado”:

“Por el poder que nos hemos auto conferido, invocamos a todas nuestras hermanas brujas, las primeras guerrilleras y luchadoras de la resistencia, a través de todos los tiempos y reivindicamos: la sabiduría femenina, la maldad femenina, la fealdad, la rareza, la extravagancia, el bizarrismo, la hipertrofia y la multiformidad (…) Reivindicamos nuestro derecho a quemarlo todo, a crearlo todo, a ser las mujeres que nos dé la gana, a inventarnos y reinventarnos una y otra vez. Reivindicamos nuestro derecho a no sentir miedo, a provocar miedo, a subvertir, transgredir, desordenar, desbaratar. Reivindicamos nuestro derecho a desobedecer. Reivindicamos nuestro derecho a equivocarnos, a garabatear nuestro deseo cómo y las veces que nos dé la gana (…) Reivindicamos ser antipáticas, el ser amorosas, ser duras como las piedras o blandas como los mocos, firmes como una verga erecta, suaves y resbaladizas como la sangre menstrual. Porque la brujería es rebelión, porque la brujería es poder, porque la brujería es nuestra historia. ¡Porque brujas somos todas!”.

Las activistas del grupo punk ruso Pussy Riot pasaron en prisión casi dos años, por escenificar en febrero de 2012 una plegaria punk en la catedral de Cristo Salvador de Moscú, en la que rezaban a la Virgen María para que echara a Putin del Kremlin.


Comparten con las W.I.T.C.H. el uso del disfraz, las performances y la importancia ritual de la palabra. Como las brujas, las Pussy Riot reivindican una feminidad fuerte, porque una cosa es ser femenina y otra ser feminista, sin que sea incompatible una cosa con la otra.

Hace un par de años, en 2013, surgió en Brooklyn, Moon Church; colectivo que bebe también de las W.I.T.C.H. en la concepción de la hermandad como marco imprescindible para el encuentro con otras mujeres, la vulnerabilidad, la sanación colectiva y el empoderamiento femenino. El grupo creció con rapidez y hoy en día se encuentra también en Los Ángeles.

“Si eres mujer y te atreves a mirar dentro de ti, eres bruja”

Esta frase puede encontrarse en un manifiesto de las W.I.T.C.H. que invita a todo tipo de mujeres a unirse al movimiento. Comparto este enunciado y animo a esa mirada hacia el interior de nosotras mismas que nos permita descubrir nuestra esencia bruja: rebelde, libre, poderosa.

Me siento en deuda con todas aquellas pioneras del movimiento feminista; mi compromiso por la igualdad vuela en escoba y se crece en el encuentro con otras.

Hay una bruja en mí y la reivindico. Estoy agradecida a mis hermanas, a todas. También a aquellas con las que no comparto formas ni lenguaje y, a veces, ni siquiera mensaje. Las admiro por su determinación y valentía; porque se alzaron –y se alzan- contra quienes no quisieron mirarlas en toda su potencialidad y -por qué no- en toda su magia; porque supieron ver la fuerza en la suma de mujeres que comparten historia, objetivos y destino.

«¡Pasa la palabra, hermana!»

 

El diseño de las miradas 

julio 7, 2015 en Miradas invitadas

Foto_UR_bnUnai Robredo (@urgrafica). Nací en Bilbao hace 43 años. No me gusta decir que soy diseñador gráfico, porque sí soy padre o corredor, y el diseño no tiene ese rango, no me define. Tampoco me gusta decir que trabajo como diseñador gráfico, porque a veces es un trabajo, y me da de comer, y otras no, y me alimenta el alma. Me gusta pensar que el diseño es como un sombrero elegante; creo que me da un aire distinguido, pero realmente sólo me protege de la lluvia. 

 

Cuando desde Doce Miradas contactaron conmigo para que les hiciera una propuesta de logotipo, acepté con entusiasmo. Tomar parte en aquel proyecto de doce mujeres dispuestas a compartir sus miradas para cambiar la forma de mirar de los demás, me llenó de orgullo y responsabilidad. El tema en sí mismo era interesante, sin duda, pero lo que me atrajo fue la posibilidad de que mi propia mirada quedara plasmada y, de alguna manera, también contada a través de mi trabajo. Pero fue esto mismo lo que me supuso el mayor quebradero de cabeza en el desarrollo de la propuesta; mi propia mirada, precisamente.

Todo empezó de la manera más sencilla. En esa fase primigenia del proceso de desarrollo de una marca, en la que me esfuerzo por “ser”, de una manera lejana e impostada, aquel al que voy a representar. Durante mi carrera como diseñador he sido fabricante de válvulas, actor, peluquero, constructor o bailarín… incluso he sido alcalde. Y en esta ecléctica trayectoria como sosia impreciso, el género había sido un aspecto irrelevante o cuando menos, secundario. Así, nunca había tenido que ser mujer. Es cierto que, como diseñador con cierta experiencia, manejo códigos de comunicación gráfica, herramientas formales con una base teórica fundamentada en la experiencia previa de miles de diseñadores y analistas, recursos gráficos y estilísticos, a través de los que podría representar a cualquier emisor y alcanzar a cualquier receptor. En teoría.

Nada más empezar a trabajar en la marca de Doce Miradas me hice una pregunta que, si bien acabó por hacer el proyecto más rico e interesante de lo que ya era, me llenó de dudas e inseguridad: ¿no debería ser una mujer la que hiciera este trabajo? Lo que me llevó a cuestionarme la propia mirada: ¿en qué medida sería la de mujer una mirada más ajustada a la naturaleza del encargo? ¿Existe realmente una sensibilidad diferente, distinguible a través del análisis del observador, entre el diseño producido por mujeres y el producido por hombres?

Desde el principio sabía que el logotipo debía estar formado por una estructura modular que permitiera reconocer doce piezas que lo compusieran, en la que todas fueran imprescindibles; extraer una de las piezas haría incomprensible el conjunto.

También sabía que el concepto «mirada», mirar, debía estar claramente representado. El elemento más sintético para remitirme a ello era un ojo. Y además, contenía en sí mismo el carácter personal; el ojo es del que mira. Así que tendría que ser un ojo compuesto por doce partes, o doce partes que construyeran un ojo.

Y mujer. Miradas de mujeres. El logotipo tendría que trasmitir este mensaje con claridad. Hablaría de un conjunto formado por partes, hablaría de miradas y hablaría de mujeres. Y tendría que ser desde la mirada de un hombre.

El diseñador neoyorquino Milton Glaser, en su “Diseñador/Ciudadano”, cita al poeta romano Horacio en un pasaje del ensayo en el que trata de iluminar los oscuros límites que separan el diseño del arte. “La función del arte es instruir y deleitar”, dice Horacio. Glaser contrapone el concepto de persuasión al de instrucción para diferenciar diseño de arte. «Cuando alguien se instruye, se fortalece», asegura, para matizar después que la persuasión no garantiza los mismos resultados. Persuadir y deleitar podría ser la función del diseño. Persuadir deleitando, quizá. El deleite, es la parte no cuantificable, la que se correspondería con la belleza, no valorable desde un punto de vista lógico, pero donde reside la auténtica potencia del mensaje. Y es en la forma en que se trasmite y se percibe la belleza, donde está -en mi opinión- la diferencia entre un diseñador y otro, entre diseñadoras y diseñadores.

Herencia cultural, genética, educación… Es inútil que intente mirar con los ojos de otro, de otra. Podré comprender sus miradas, la forma en que perciben las cosas, pero jamás podré mirar con sus ojos. En ningún momento fui realmente fabricante de válvulas o alcalde. Fui yo mismo intentando comprender su forma de mirar.

Decidí que representaría el concepto de mujer a través de una metáfora en apariencia tópica, la clásica visión masculina sobre la mujer, pero que contuviera un fondo, un alma, mucho más auténtica y primaria, sólo revelada a quien supiera mirar. Elegí una flor. Para quien mira sin profundidad no es más que algo bonito, pero en el fondo es la representación esencial de la propia vida, con toda su fuerza, su condición efímera y su capacidad para generar nueva vida.

El logotipo de Doce Miradas está construido a partir precisamente de eso, de la mirada. Es fruto del esfuerzo por mirar de otra manera, y apela a la capacidad que tenemos todos de comprender la forma de mirar de los otros, de las otras. Tal y como hacen las mujeres de Doce Miradas.

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