Navajas de doble filo

enero 28, 2014 en Doce Miradas

Hoy empieza para mí la “segunda ronda”. Segundo post en #DoceMiradas: una vuelta completa a las manecillas de este reloj. Sumo lo que he aprendido, lo que me he reído, lo mucho que esta aventura me ha hecho pensar, leer y escribir, y todo me sale en positivo. Lenguaje inclusivo, “postureo” machista y feminista, igualdad en el ámbito laboral y de la empresa, tecnología, cine, televisión, literatura, ciencia, medios de comunicación, periodismo de conflictos, conciliación… Techos de cristal y suelos resbaladizos. Hemos recorrido a través de las miradas propias y de las ajenas, con las gafas ultravioletas puestas, muchos de los barrios que circundan las metrópolis que habitamos hombres y mujeres preocupadas por todo lo que nos queda por hacer. Muchos hilos que se van entrelazando con muchísimos comentarios, tanto aquí mismo, como en el resto de los huecos  digitales en los que hemos ido construyendo espacios para el debate y la reflexión.

Vine para hacerme preguntas en voz alta, y me he encontrado con un montón de incógnitas nuevas. Una de ellas está revoloteando continuamente en mi cabeza, y quiero compartirla hoy, como siempre, para buscar vuestras respuestas.

A saber. Coincidimos en gran medida en los diagnósticos; con matices, por supuesto. Coincidimos en pensar que el pasado nos ha dejado una herencia envenenada que ha echado raíces en todos los ámbitos de las relaciones humanas, es decir, de nuestras vidas. De aquellos hábitos, estas culturas, y de esas culturas, todas las desigualdades que sufrimos, algunas sutiles y otras sencillamente insoportables. ¿Qué nos impide avanzar del plano formal hasta una igualdad real, de los dichos a los hechos?

Leí el otro día un interesante artículo sobre por qué los gobiernos “no hacen las cosas bien”, firmado por Jesús Fernández Villaverde. Es bueno leer de todo un poco. Viene al caso. De esta lectura me quedo con una fórmula sencilla que os propongo aplicar.

Sostiene el autor, y yo coincido, que las posibles razones por las que no se hacen las cosas (bien) pueden resumirse en tres: primera, porque no sabemos hacerlo mejor; segunda, porque no podemos hacerlo de otra manera; y tercera, porque no queremos hacerlo. Saber, poder y querer. Y añado de mi cosecha una más: generalmente existe una cuarta, la suma de las tres anteriores.

En un ejercicio sencillo de descarte, elimino la primera, porque es una coartada que cae por su propio peso: existe un inmenso conocimiento público y publicado sobre políticas y medidas de corrección de todo tipo de desigualdades. Sabemos cómo mejorar el índice de participación de las mujeres en los centros de decisión de las empresas, y sabemos que sería beneficioso. Sabemos qué teclas tocar para mejorar la educación formal en los centros escolares, qué prácticas ayudan a la convivencia entre niños y niñas en las aulas y en los patios. Sabemos que, a pesar de ser controvertidas, ciertas medidas como las cuotas contribuyen a garantizar la visibilidad de las mujeres en ámbitos asociados a competencias tradicionalmente masculinas, y nos consta que la visibilidad está en los cimientos del reconocimiento. Sabemos de programas que mejoran la implicación igualitaria en la crianza, y que desactivan hábitos nocivos en los ámbitos individuales y colectivos.

La primera hipótesis, por lo tanto, no nos sirve: sabemos hacer las cosas de otra manera.

Vayamos a la segunda. ¿Podemos? Evidentemente sí. ¿Qué o quién lo impide? Nadie, porque más allá de nosotros y nosotras no hay nada. Incluso las empresas más recalcitrantes están formadas de personas. Y los gobiernos más reaccionarios pueden cambiarse. Y las ideologías más machistas terminarán por desaparecer si las personas que las sustentan las desactivan. No hay más. Ningún ser superior ha dictado las normas de convivencia para el fin de los tiempos. Como todas las culturas precedentes, también la nuestra terminará por cambiar para permitirnos adaptarnos a las nuevas condiciones del entorno. Desde el punto de vista de la Historia, con mayúsculas, somos una anécdota insignificante, y usos y costumbres que nos parecen inherentes a nuestra condición son, simplemente, el resultado imperfecto de una cultura efímera y caduca.

No será sencillo, y sin duda, llegará tarde. Porque una generación entera habrá desperdiciado una parte importantísima de su potencial por falta de sensibilidad o coraje para articular medidas eficaces que garanticen la igualdad de oportunidades, responsabilidades, derechos, obligaciones y aspiraciones. Estos tiempos de recortes de derechos, bienestar e ilusiones nos están dejando una herencia envenenada, es verdad. Pero creo que todavía podemos aspirar a hacer pequeñas y grandes transformaciones. No se me ocurre mejor momento que éste, en el que muchas de las verdades que se nos vendieron como absolutas están cayendo como piezas de dominó.

¿Podemos? Sí, por supuesto, pero no será a base de discursos políticamente correctos, ni de grandes pactos entre iguales. Para empezar, habrá que poner el foco y acordar que la igualdad entre hombres y mujeres es una factura cuyo pago no podemos posponer por más tiempo. Por muchas razones, las de la justicia, las de los valores, y también las económicas, dicho sea de paso. Tengo una duda, creo que razonable, sobre la prioridad que el gap del género tiene en la agenda social en la actualidad. Ha pasado de moda, me temo. Algo tendremos que hacer para que vuelva a ser una reivindicación y sobre todo, una marea de acciones compartida. Se admiten sugerencias.

Es cuestión de prioridades. La actual situación de crisis económica, de valores y de sueños es una excelente excusa para volver a lanzar unos puestos atrás este tema, pero no es una razón suficiente.

Si sabemos qué acciones concretas podemos poner en marcha, si podemos hacerlo, ¿qué nos impide avanzar? Y llego a la tercera hipótesis: ¿queremos realmente solucionar la secular desigualdad entre mujeres y hombres? En unas lejanas clases de filosofía aprendí que «en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta». Se le llama, creo recordar, Principio de Parsimonia. Igual os suena más como la “Navaja de Guillermo de Ockham” . Debería concluir, entonces, que simplemente no queremos cambiarnos. Que más allá de flagelarnos y enredarnos en los diagnósticos, nos falta la determinación necesaria para activarnos e ir unos pasos más allá. Que el problema somos nosotros y nosotras.  Y también la solución.

Tres opciones. Tres posibles explicaciones para una cuestión terriblemente compleja. No está en mi ánimo simplificarla. Me conformo con compartir mis dudas, y mis esperanzas de que cada día seamos más quienes respondamos de forma afirmativa a la tercera pregunta, con palabras y sobre todo, con acciones, empezando por nosotras mismas.

NO ESPERES LISBOA

¿Cuál sería tu propia hoja de ruta para conseguirlo? ¿Por dónde empezarías, qué cosas cambiarías desde mañana mismo? Sin excusas. Sin coartadas. Del autoanálisis a la práctica: “planes de igualdad individuales”, el tuyo, el mío. Ya sabes: objetivos, diagnóstico, recursos a emplear, acciones a corto y medio plazo, calendario para hacerlo y evaluación posterior, por ejemplo, en la próxima “vuelta”.

Porque existe una versión alternativa a la primera navaja, la formulada por Leibniz: “Todo lo que sea posible que ocurra, ocurrirá”. Es el principio de Plenitud, y me gusta mucho más. Las navajas, ya se sabe, son de doble filo.

¿Dónde están mis alumnas?

enero 21, 2014 en Miradas invitadas

Mikel Ortiz de EtxebarriaMikel Ortiz de Etxebarria, @eztabai, es un bilbaino antimilitarista, profesor de Ciencias en la enseñanza pública, troll en Internet y polemista por devoción. Geek a tiempo completo, siempre está dispuesto a perder una y otra batalla hasta la victoria final.

 

Se acaban de cumplir mis primeros 25 años en la enseñanza pública, siempre enseñando Ciencias Naturales o asignaturas asociadas (?) como Matemáticas, Física, ­Química o Informática.  Más o menos cien personas por curso durante este tiempo suponen más de mil chicas y más de mil chicos que me han sufrido como profesor, y he de decir que hasta a mí me asustan estos números. Durante este periplo educativo casi siempre han sido mayoría las chicas en mis clases, mayoría y mejores alumnas en cuanto a rendimiento académico, que todo hay que decirlo, pero dada la dedicación de las féminas a esas edades de la Educación Secundaria, es más o menos lo normal. Muchos alumnos han aprendido de ellas que trabajando se pueden suplir muchas carencias de atención, y ellas han aprendido de ellos que también hay que participar en clase para obtener los preciados puntos que no dan los exámenes, así que un apoyo a la educación no segregada (¡escucha Wert!).

De mis clases, y a pesar de mí, seguro, han salido excelentes estudiantes que después han cursado carreras de Ciencias. Pasado el tiempo han coincidido conmigo en algunos de los saraos científicos o tecnológicos que frecuento, algunos de divulgación, otros de formación y aún otros de frikis totales, pues bien, el porcentaje claramente favorable a las chicas en mis clases se vuelve en su contra pasados los años. Las chicas apenas aparecen, no ya como ponentes, que parece misión imposible, sino hasta como aficionadas. Así como muchas veces me he topado con ex­alumnos en estas movidas, las ex­alumnas parecen haber desaparecido y, preguntados ellos sobre ellas, siempre me comentan que les fue bien, que están trabajando, pero que apenas tienen presencia pública. Los chicos, hombres ya, hablan de las “excusas” de las chicas, de la familia (que ellos también tienen), del reparto de tareas (ahí está el quid de la cuestión), de lo poco atractivo de asistir a eventos donde hay “demasiados” hombres; en fin, que es la pescadilla que se muerde la cola. No sé cómo será la cosa en la universidad, en los cargos directivos, en la empresa, así que solo hablo de lo que vivo en el día a día, que quede claro.

La situación me duele especialmente: años trabajando en coeducación, sesiones preparadas para despertar el interés sin importar el género (en clase no solo se habla de científicos, sino también del papel que las mujeres han tenido y tienen en la Ciencia), pero resulta que luego perdemos al  sector femenino. He preguntado también a unas cuantas de mis ex­alumnas, porque conservo sus emails y algunas me cuentan que eligieron carreras de Humanidades porque se veían más en esos estudios que en los técnicos, o bien, entre las que eligieron Ciencias, que no ven la necesidad de mostrarse como científicas, que son buenas en lo suyo y punto. Apretando un poco más las tuercas, vuelve a salir el fantasma del reparto de tareas, un fantasma corpóreo, sin duda.

Ahora vienen las cuestiones. Me pregunto: ¿el porcentaje de mujeres en los eventos públicos en los que se habla de Ciencia es un   reflejo de la sociedad? Me respondo: sí. O no.

Me pregunto: ¿son tan poco atractivas la Ciencia y la Tecnología para que estén tan marcadas por el género? Me respondo: igual es que no las sabemos impartir y desde siempre las hemos mostrado como un asunto masculino y para gente rarita.

Me pregunto: ¿los roles clásicos de lo masculino y lo femenino marcan tanto la elección de estudios? Me respondo: pues va a ser que sí, al menos por lo que nos dicen las estadísticas de los institutos.

Concluyendo. Igual creéis que es una frustración que arrastro por ser profesor de Ciencias, pero necesito (!), repito, necesito ver y sentir más chicas en lo científico, que tengan más presencia como ponentes y como público en esas conferencias, en los eventos de divulgación y en los medios de comunicación. Para que todo esto mejore habrá que poner de ambas partes, de los   organizadores o comunicadores, que han de demostrar más sensibilidad a la hora de convocar según a quién, y de las mujeres, que se tienen que hacer más presentes. Hay matemáticas,  astrónomas, médicas, geólogas, físicas, biólogas, químicas, informáticas, ingenieras y tecnólogas que tienen mucho que enseñar y además lo hacen desde otra óptica. Lo he comprobado en clase: ellas ven cosas en las ciencias que nosotros, los machitos, no vemos, y lo demuestran día a día en sus preguntas, en sus dudas y, sobre todo y ante todo, en sus certezas. La Ciencia os necesita como toda la humanidad necesita a la Ciencia.

PS. Ya que soy biólogo, me gustaría que le pusierais un ojo a un post de mi querido profesor de prácticas de citología, Eduardo Angulo, en su blog La biología estupenda. Id y luego comentamos. Gracias.

Foto: Lycée des Jeunes Filles (commons.wikimedia.org)

Lycée des Jeunes Filles (commons.wikimedia.org)

«Las empresas con más mujeres en sus juntas directivas son más rentables»

enero 14, 2014 en Doce Miradas

Covadonga Aldamiz-echevarría (Foto: A. Erostarbe)

Covadonga Aldamiz-echevarría

Esto es lo que afirma Covadonga Aldamiz-echevarría, Dra. en CC.SS. Económicas y Empresariales y profesora titular de la Universidad del País Vasco en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Aldamiz-echevarría, investigadora en el ámbito del marketing no lucrativo, la Responsabilidad Social, el género y la sucesión en la empresa familiar, es conocida además por la difusión de los resultados de sus investigaciones, tanto en el marco de congresos nacionales e internacionales como a través de la publicación de artículos y libros.

Tras su reciente estancia de un año como visiting fellow en la Universidad de Cambridge (GB), donde ha participado en grupos de investigación, cursos y conferencias en torno a cuestiones económicas y estudios de género, la evolución de su perspectiva sobre las cuestiones que nos preocupan en Doce Miradas era, desde mi punto de vista, particularmente interesante. Por este motivo, hace unas semanas me planteé la posibilidad de romper con el tradicional artículo que venimos publicando en este blog, para plantear una entrevista. He aquí sus resultados.

Covadonga admite al inicio de nuestra conversación que nuestras empresas han mejorado sensiblemente en cuestión de igualdad de género, aunque añade a continuación que todavía queda mucho camino por delante. Desde su clara vocación pedagógica, comienza recordando que la Responsabilidad Social (RS) es la integración voluntaria, por parte de las empresas, de las preocupaciones sociales y medioambientales en sus operaciones comerciales y sus relaciones con sus interlocutores”, tal y como recoge el Libro Verde de la Comisión Europea. Cuando, dentro de las preocupaciones sociales, se incluye la igualdad de oportunidades para mujeres y hombres, la RS se convierte en Responsabilidad Social de Género.

¿Cuál es la importancia de la Responsabilidad Social de Género?
Una empresa que considere la igualdad de oportunidades uno de sus valores y, por tanto, una de sus preocupaciones sociales, se comprometerá con la igualdad en todos los procesos de su gestión de personas, como la selección y contratación, retribución, promoción, formación y labores encaminadas a facilitar la conciliación. En este sentido, es muy importante ser conscientes de que la conciliación no es algo exclusivamente femenino; hombres y mujeres tenemos que conciliar y debemos hacerlo como ejercicio de corresponsabilidad. Si consideramos los asuntos familiares exclusivamente como algo de mujeres, nunca vamos a conseguir una verdadera igualdad.

Sin embargo, queda mucho por hacer y se progresa muy lentamente. ¿Por qué cuesta tanto avanzar?
Porque aún hay muchos prejuicios acerca de lo que la gente cree que las mujeres somos capaces de hacer o no, lo que la sociedad “nos permite” hacer y lo que está bien o mal visto. Si un hombre se queda en casa para cuidar a sus hijos frecuentemente se le critica por no trabajar. De la misma forma, si una mujer trabaja teniendo niños pequeños, en ciertos ambientes se la critica porque se considera que no quiere suficiente a su familia.

De acuerdo con los estudios en materia de igualdad en las empresas que ha realizado, ¿cómo diría se comportan en general las empresas?
A las empresas les cuesta reconocer que discriminan. Tienden a decir que se trata por igual a mujeres y hombres, pero cuando se analizan, en muchas de ellas se ve que las mujeres se quedan en cierto tipo de puestos, que no promocionan, que cobran menos… Y no es porque seamos menos capaces, sino porque no tenemos las mismas oportunidades, porque existen prejuicios acerca de lo que podemos hacer y de lo que no. A veces, incluso, las propias empresas no son plenamente conscientes de que discriminan y cuando analizan sus acciones con un prisma de género se dan cuenta de que existe una gran diferencia entre lo que dicen que hacen y lo que realmente ocurre.

Hay algunas empresas que sí creen, por el contrario, en la igualdad de oportunidades para mujeres y hombres, y que están incorporando la Responsabilidad Social de Género dentro de sus valores. Sin embargo, también es cierto, y lo he constatado en un estudio que he realizado en Inglaterra sobre este tema, muchas de las organizaciones que tienen entre sus valores el de la igualdad de oportunidades, a la hora de la verdad, no realizan ninguna actuación que ponga en práctica lo que aparentemente es tan importante para ellas. Es decir, una cosa es la política y otra cosa es la práctica, motivo por el que a veces no quieren publicar lo que dicen que hacen para evitar así posibles problemas legales derivados de una falta de coincidencia con la realidad.

Todo esto se traduce en una peor situación laboral de la mujer actualmente.
Efectivamente, más de 50 años después de la firma del Tratado de Roma que afirmaba que, a igual trabajo, igual sueldo para mujeres y hombres, las mujeres en la UE ganan todavía hoy un 17,5% menos de media que los hombres y además, esta diferencia entre salarios no se ha visto reducida en los últimos años.

¿Debemos recordar que, además de una cuestión de justicia, la igualdad efectiva reporta más beneficios a la empresa?
¡Yo creo que sí! Si hay un desequilibrio de género en la composición de los niveles profesionales de mayor responsabilidad, se deberían realizar esfuerzos para equilibrar esa situación, no sólo por una razón de justicia, sino porque —además— reporta grandes beneficios a la empresa, como demuestran los informes de Catalyst y Mckinsey, entre otros. Así, el informe de Catalyst, constató que las empresas con más mujeres en sus juntas directivas generaban un 42% más de beneficios sobre ventas y un 66% sobre capital invertido. Si es cierto que tener a más mujeres es económicamente rentable, y los datos lo ratifican, ¿por qué no contarlo?

Hay gente a la que le molesta este argumento porque dice “¿y si no fuera más rentable, no habría que contratar a mujeres?”. En ese caso, el argumento sólo podría ser el de justicia social, que es muy válido pero no para todo el mundo y, especialmente, no lo es, para quienes están siendo evaluadas por los resultados de su gestión. A este grupo vamos a darles el razonamiento económico porque es el que consideran más relevante. En un futuro, se verá como algo tan natural como ahora es ver a mujeres en las aulas universitarias, pero, hasta ese momento, habrá que utilizar todos los argumentos posibles para facilitar la incorporación o promoción de mujeres a puestos de responsabilidad.

¿Cómo debemos avanzar, entonces, ante este panorama de ralentización y discriminación?
Como la realidad está siendo que si no se nos obliga, no cambiamos, parece que hay que actuar a nivel legal. Los principales hitos que se han alcanzado en los últimos años en materia de igualdad en Europa han venido derivados de cambios en la normativa legal. Así, por ejemplo, las mujeres miembros de consejos de administración de empresas que cotizan en bolsa dentro de la UE (27) suponen un 16,6% del total. Aun estando claramente infrarrepresentadas con respecto a los hombres, esta cifra supone un notable incremento con respecto a la situación de septiembre de 2010, cuando tan sólo el 11,8% de los miembros de los consejos de administración de estas empresas eran mujeres. No obstante, el incremento no ha sido uniforme en toda la Unión Europea, sino que se ha producido especialmente en países como Francia, Holanda e Italia en los que la legislación ha obligado a las empresas a tomar medidas en este sentido. Por su parte, en el Reino Unido y Alemania, el debate público que se ha generado en los medios de comunicación ha impulsado a las empresas a actuar en este sentido.

Gráfico 1

Gráfico 2

Pero llegamos a las controvertidas cuotas. Si se percibe imposición, se produce un rechazo inmediato.
El tema de las cuotas es, en efecto, muy controvertido. Claramente, lo ideal sería que se dejara libertad a las empresas para que contrataran a quien quisieran. Sin embargo, la inercia de contratar a varones para puestos de responsabilidad hace que sea necesario que se fuerce a que se valore la posibilidad de contratar a mujeres. Tenemos a mujeres sobradamente preparadas que no están llegando en suficiente medida a esos puestos de responsabilidad, por lo que se ha visto la necesidad —aunque sólo sea temporalmente— de legislar para romper esa inercia y que así, en poco tiempo, no sean necesarias cuotas ni leyes de igualdad.

¿Y si pasamos a la acción?

enero 7, 2014 en Miradas invitadas

PMaru SarasolaMaru Sarasola, @MaruSarasola es consultora independiente en igualdad de oportunidades de mujeres y hombres y en coaching y desarrollo de liderazgo. En sus más de 20 años de trayectoria profesional ha participado en la elaboración de estrategias de género para Emakunde, Diputación de Bizkaia o el Colegio Vasco de Economistas, entre otras. Además, dirige programas formativos y procesos de coaching personal, ejecutivo y de equipos en distintas organizaciones.

 

Tengo la sensación de que, a día de hoy y a nivel social, se comparte un acuerdo “blando” sobre la  necesidad de eliminar las discriminaciones y garantizar la igualdad de trato y oportunidades de mujeres y hombres y un interés difuso en que esto acontezca. Interés difuso porque en muchas ocasiones la corrección política marca la opinión, aunque por debajo existan prejuicios y creencias que van en contra de lo que se expresa, y porque también indica que ni siquiera se aceptará la posibilidad de la reflexión al respecto. Difuso porque la discriminación siempre está en otra parte y a nadie nos gusta reconocer que tenemos prejuicios y creencias que generan opiniones, actitudes o comportamientos que son nocivos para otras personas o colectivos. Así que, siendo víctimas de nuestro propio buenismo acabamos, en muchos casos, siendo parte activa en la discriminación de otros seres humanos.

Es un acuerdo blando porque parece que no implica ni pide acciones para cambiar una situación que se valora como no deseable; acciones colectivas, pero también personales, individuales, a las que cada ser humano tenemos acceso y con las que podemos contribuir al logro de un bien social deseable. Simplemente se coloca la responsabilidad en otras instancias. Las más habituales son: – la educación (pobres profesionales de la educación que les caen todas); – la cultura o la sociedad (más sencillo, porque estas dos últimas parecen ser entes autónomos con los que poco tenemos que ver, olvidándonos de que la cultura la recreamos y mantenemos todos los días y la sociedad está formada por todos y todas). En este estado de cosas, parece que la igualdad de género es un acontecimiento que ocurrirá (o no) independientemente de cómo actuemos en nuestros entornos cotidianos. Sobrevendrá sin cambios sustanciales que alteren nuestras formas de vida.

Así que hacemos diagnósticos finos y acertados, identificamos discriminaciones y desigualdades, hablamos sobre la necesidad de eliminarlas, incluso sabemos el cómo… y, a continuación, señalamos la gran dificultad de identificar y cambiar estereotipos, creencias, roles, actitudes y hábitos profundamente arraigados en nuestra cultura. Pareciera como si constatar este estado de cosas fuera suficiente y así nos vamos instalando en la queja, que también suele tener la función de mantener el statu quo.

¿Se puede hacer algo más? Me parece que sí y creo que nos compete tanto a mujeres como a hombres porque la igualdad y las relaciones de género no son sólo asunto de mujeres. Ambas partes tenemos que cambiar, soltar algunas cosas y adentrarnos en nuevos territorios. En este caso, no quiero hablar de las políticas institucionales, de las responsabilidades del Estado para garantizar una sociedad igualitaria y sostenible, de los medios de comunicación o de la férrea impermeabilidad de determinados sectores de la economía y de la política a la entrada de las mujeres. Me interesa más hablar de nosotras y nosotros, de la ciudadanía de a pie, de cómo podemos contribuir  al logro de la igualdad desde nuestros entornos más próximos, de lo que podemos hacer,  porque siempre tenemos un margen para la acción.

¿Cómo sería relacionarse entre seres humanos adultos de igual valor? (y recalco de igual valor porque ni las mujeres entre nosotras somos iguales ni tampoco los hombres entre ellos. La experiencia de ser mujer u hombre, de moverse en el continuum de los géneros o de transgredirlos, es mucho más rica y diversa, sin olvidar que como humanos hay muchas más cosas que nos unen a mujeres y hombres que las que nos separan). Romper la división de roles que dicotomiza las potencialidades humanas y preguntarnos qué necesitamos desarrollar para ser seres humanos completos, cómo apoyamos en las empresas y organizaciones en las que trabajamos la co-creación de una cultura igualitaria, y para incluir en la organización del trabajo y en la gestión de las organizaciones todo lo que quedó excluido en el modelo de industrialización anterior, a partir de la centralidad del trabajo productivo para los hombres, a costa del trabajo reproductivo gratuito de las mujeres.

Se me ocurre que en este camino para construir relaciones más igualitarias, los hombres tendrán que asumir la desigualdad como asunto propio, renunciar a sus privilegios, hacerse cargo de la parte que les toca en la esfera doméstica y romper el corporativismo masculino, que muchas veces cierra el acceso a las mujeres a diferentes espacios públicos  y profesionales, especialmente a la toma de decisiones, y les impide (a los hombres) expresar opiniones, peticiones y acuerdos que rompe la tradicional identidad de su grupo de pares. Puede ser enormemente interesante llegar a ver en las organizaciones cómo cada vez más hombres reclaman la eliminación de la discriminación salarial o una valoración equitativa de los puestos de trabajo, se posicionan contra el acoso sexista o reclaman una organización del trabajo que permita compatibilizar los distintos ámbitos de nuestra vida, entre otras cosas.

He can do it. Maru sarasolaA las mujeres nos toca soltar  algunos ámbitos que consideramos como propios, especialmente en  los cuidados e intendencia doméstica,  asumir en mayor medida nuestro propio poder personal, la capacidad de diseñar y liderar nuestra vida, de ponernos los estereotipos por montera, de poner límites, de pedir o reclamar lo que creemos que nos corresponde y defender nuestro territorio como personas. Y no olvidarnos de que también nosotras nos hemos socializado en la misma cultura patriarcal y que el hecho de ser mujeres no nos salva de su impacto en la construcción de nuestra identidad. Así, también viene bien estar atentas a nuestras propias creencias y misoginias, que muchas veces utilizamos para controlar las salidas del tiesto de nuestras compañeras, hijas o madres. En numerosas ocasiones he oído aquello de que “las mujeres somos nuestras peores enemigas” dicho por mujeres como justificación. Caray, ¡!pues no seamos!!.

Efectivamente, nadie dijo que el cambio iba a ser fácil. Identificar y cambiar hábitos de pensamiento, actitudes, creencias o comportamientos  profundamente arraigados, abrirse al aprendizaje de nuevas competencias y aceptar nuevos retos no es sencillo, pero sí posible. De hecho, lo venimos haciendo en mayor o menor medida  en éste y otros ámbitos de nuestra vida. Requiere un estar consciente y también ser capaces de gestionar el miedo al cambio porque hasta el más pequeño, aunque sea para bien, nos saca del territorio conocido y nos asusta. Pero la constatación  de la dificultad no nos puede servir de justificación para mantenernos en el mismo lugar.

Si se trata de cambiar las relaciones de género e implicarnos hombres y mujeres, y no parece que hay otra forma, quizá el primer paso sea romper la dinámica de víctimas y culpables desde la que a veces nos relacionamos cuando  aflora este tema.  Las mujeres como víctimas de siglos de discriminación y los hombres culpables corporativos de lo que pasó en generaciones anteriores. Tendremos que decidir que nadie es responsable del pasado no vivido, pero sí de nuestro aquí y ahora, de lo que hagamos o dejemos de hacer en nuestro presente, y que las mujeres tenemos muchas razones para quejarnos y también capacidad para establecer pactos y alianzas entre nosotras  y  reclamar lo que nos corresponde. Me da la sensación de que ya en el siglo XXI no es tiempo de la tan traída y llevada guerra de sexos, sino de llegar a acuerdos de partida sobre el futuro que deseamos, de vernos como seres humanos, de la escucha, del diálogo generativo de otras realidades, y de solución de conflictos de manera constructiva, que nos permita desarrollarnos como seres humanos.

Esta reflexión  me trae a la mente una frase, creo que de Gandhi:  “sé el cambio  que quieres ver en el mundo”. Y ésta sí es nuestra responsabilidad, de hombres y de mujeres aquí y ahora. Pasar de los deseos y las buenas palabras a la acción para cambiar individualmente y hacer del cambio colectivo una realidad.

Como me ha escrito hoy una amiga, en tiempos de gran complejidad se abren espacios para la transformación y el cambio personal y colectivo. Aprovechemos 2014 para explorarlos porque cada persona somos  agentes de cambio. ¡!!Urte berri  on ¡!!!!!

Manifestación contra la ley del aborto 2013. Bilbao.

 

Posdata: no me puedo resistir a mencionar que el pasado 21 de Diciembre se celebró en Bilbao una manifestación en contra de la propuesta de reforma de la ley del aborto. Terminó en frente del edificio de Diputación y allí nos encontramos unas cuantas mujeres compañeras del movimiento feminista desde hace muchos años. Todas con el mismo comentario: “hace casi 30 años estábamos aquí mismo reivindicando lo mismo. Para que luego digan que la igualdad es una cuestión de evolución cultural y que hay cosas que no tienen marcha atrás”.  Parece que sí. ¿Lo vamos a consentir?