¿De qué hablamos los chicos?

noviembre 26, 2013 en Miradas invitadas

Asier Amezaga

Asier Amezaga, @asieramezaga. Pacifista, antimilitarista y apasionado de la revolución noviolenta, ha participado en diferentes movimientos sociales. Consultor informático de profesión, cuenta con una dilatada experiencia en el terreno empresarial.

 

No es tarea fácil hablar sobre hombres en un espacio creado por mujeres; tampoco lo es responder a una pregunta tan genérica como la del título que, además, genera cierta curiosidad. Aún así, lo voy a intentar.

Quiero pedirte que hagas una pausa mientras imaginas una escena en la que aparezca un grupo de hombres charlando: ¿de qué están hablando? ¿Dónde se produce la conversación? Es muy probable que en tu escena aparezcan hombres charlando sobre fútbol o trabajo, situados en las cercanías de un bar o en un espacio de trabajo. ¿Sí?

Pareja a esta escena, nos encontramos con el hombre-sofá, el que pregunta a su mujer qué ropa ha de vestir, el portador de la autoridad ante las hijas e hijos. En fín, todo un repertorio de tópicos y estereotipos que definen la hombría o, dicho de otro modo, “el imaginario social destinado al hombre”.

Lejos del estereotipo, descubrimos otro tipo de hombre, ese al que El Fary define como “el hombre blandengue”:

Una gran parte de los hombres que conozco se identifican más con “el hombre blandengue” que con el modelo “tradicional” o del imaginario social. Por lo tanto, nos enfrentamos a una contradicción entre el lugar en el que debemos estar y en el que queremos estar.

Retomando el tema de las conversaciones, en el modelo “tradicional” -ese del que todos nos distanciamos- la construcción de la masculinidad está ligada en buena parte al trabajo, la fuerza física, la ausencia del hogar o la dureza. Como consecuencia, las conversaciones girarán en torno a dichas cuestiones y no tanto en torno a la familia y el hogar. Tampoco mostraremos nuestras debilidades, ya que nos consideramos fuertes; en consecuencia, evitaremos los sentimientos que nos pongan en cuestión y, de paso, el resto de sentimientos hasta llegar a la desconexión emocional.

Por contra, nuestro “hombre blandengue” ya liberado, debería ser capaz de hablar sobre todo el espectro de cuestiones descritas hasta ahora. Y en este punto, surgen las contradicciones porque, en lo que tiene que ver con sentimientos y cuidados, veo que a muchos “liberados” nos falta un buen trecho para llegar al nivel conversacional de nuestras compañeras. Todavía nos vemos más cómodos hablando de cuestiones que tengan que ver con el trabajo y grandes proyectos.

Criados bajo un imaginario machista hemos tomado conciencia y procurado distanciarnos de nuestra educación. Desaprender lo aprendido desde la infancia es una tarea enorme, equivalente a desmontar uno por uno los ladrillos de una casa, llegar hasta los cimientos y comenzar la construcción de nuevo. En este recorrido, por una cuestión de justicia hacia la mujer, asumimos las reivindicaciones feministas pero aún no hemos plantado cara a las injusticias que nos ha tocado padecer como hombres, no de mano de las mujeres, sino por parte de un sistema social alimentado por nosotros mismos. En este capítulo, la reflexión de cómo los hombres construimos nuestra identidad en base al trabajo, da para otro post, pero no puedo evitar dejar este video de Proccc para explicar de qué estoy hablando.

En definitiva, al igual que al resto de la humanidad, los chicos hablamos de lo que nos ocupa y preocupa, de nuestras ilusiones, proyecciones y decepciones. A muchos nos cuesta hablar de los sentimientos, incluso tenemos grandes dificultades para conectarnos con ellos porque a lo largo de nuestra vida los hemos asociado a ese ser “blandengue” con el que nos identificamos de forma extraña.

El espectro de conversación de hombres y mujeres crecerá en la medida en que crezcan todos los aspectos de nuestra personalidad. En el momento histórico que nos toca vivir, muchos modelos se modifican y sustituyen y, tal vez, pueda ocurrir que el modelo de roles que hemos padecido se altere. Por ello, es necesario que los hombres hablemos entre nosotros sin sentirnos débiles ni culpables.

Mujeres en política y política de mujeres

noviembre 18, 2013 en Doce Miradas

Mujeres políticas

Aintzane Ezenarro, Cristina Fernández de Kirchner, Angela Merkel y Arantza Quiroga.
Fotos: Erikenea.net, fotocancunpendulo.tv, jornadadiaria.com y José María López.

Andaba estos días dándole vueltas al asunto de por qué en tantas historias que se organizan hay una infinita mayor presencia de hombres que de mujeres y por qué a algunos les molesta tanto que se reclame una representación femenina en ellas, al menos en un porcentaje similar al que existe en la sociedad, cuando me di cuenta de que de nuevo habíamos caído en una trampa: nos sentíamos unas agustinas de Aragón enarbolando la bandera de la justicia y pidiendo lo que para nosotras parecía evidente, cuando en realidad no se trata de una mera reivindicación sino de una denuncia sobre una auténtica ilegalidad, porque no se está cumpliendo la ley. Y es que en realidad, se trata de eso: de un absoluto y completo incumplimiento de la legislación vigente, incluso, denunciable ante los tribunales. Así que estas acciones de denuncia que llevamos a cabo un «hatajo de mujeres histéricas, exageradas, mediocres, que no tenemos otra cosa que hacer y a las que nos gusta tocar las narices al personal» (y lo pongo entre comillas porque así es como nos siente una parte de la sociedad, sobre todo masculina pero en algunos casos  también femenina), lo que en realidad hacen es denunciar ilegalidades y, quizás si nos ponemos un tanto exquisitas, hasta delitos. Porque eso es lo que hace alguien cuando se salta la ley: que comete un delito.

Así que vamos a liberarnos de esa trampa en la que nosotras mismas hemos caído pensando que hacemos algo con tintes que podríamos definir incluso de «románticos», pongamos los pies en el suelo y seamos conscientes de que estamos exigiendo que se cumpla una ley que hizo un gobierno y aprobó un parlamento: la Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres. De ella ha trascendido sobre todo el tema de la paridad, tanto en la composición de las listas electorales como en las de los consejos de administración de las empresas. Pero en realidad consta de 8 títulos, 11 capítulos, 78 artículos, 31 disposiciones adicionales, 11 disposiciones transitorias y 8 disposiciones finales, haciendo referencia a cuestiones que abarcan desde el acoso sexual, la educación, principio de presencia equilibrada, el desarrollo rural, políticas urbanas, medios de comunicación (tanto públicos como privados), conciliación, empleo, fuerzas armadas, vacaciones, responsabilidad social de las empresas o los criterios de actuación de los poderes públicos, entre otras cuestiones.

Esta Ley ha cumplido ya 6 años y si bien en un principio todo fueron aplausos, palmaditas en la espalda y felicitaciones, porque suponía un importante avance en políticas de igualdad, y es que en realidad el papel todo lo sostiene, lo cierto es que su desarrollo deja mucho que desear. Por poner un ejemplo, la Ley indicaba  que las empresas tenían un plazo de 8 años para «incluir en su Consejo de Administración un número de mujeres que permita alcanzar una presencia equilibrada de mujeres y hombres» a la vez que estipulaba que, las organizaciones con más de 250 empleados, tenían que elaborar un Plan de Igualdad. Pues bien. A día de hoy sólo el 10,57% de las empresas obligadas al Plan de Igualdad cuentan con más de un 40% de mujeres en sus Consejos de Administración. En las empresas del Ibex asciende al 12,10% y en las que tienen participación del Estado al 32,56%, según informa.es.

Y de todo esto, lo que más alarma es que sea precisamente el Estado el que esté pasándose por el arco de triunfo su propia legislación. Que sea el primero en no cumplir, por lo que poca legitimidad tiene para exigir. Pero ni lo hace el Estado ni tampoco los diferentes partidos políticos. El texto obliga a estos a que sus listas electorales sean paritarias, es decir, a que el número de personas de cada sexo no sea superior al 60% ni inferior al 40%. Y hasta ahí vamos bien, si a ir bien se le considera que siempre se busca que la presencia femenina no sea inferior al 40%, dándose por sentado que nunca se dará el caso de que sea superior al 60. El problema se da -y el truco, claro, y la discriminación, evidentemente- en el puesto de las listas en el que se coloca a hombres y mujeres. Ellos a las primeras filas y ellas, una vez cumplida la ley en los primeros escaños, a las siguientes. ¿Consecuencia? Que de los 350 diputados que se sientan en el Congreso, 226 son hombres y 124 mujeres, dándose la paradoja de que en el año 2004, último proceso electoral en el que no se aplicó la Ley de Igualdad, el número de féminas que ocuparon escaño fue de 125. ¿Se avanzó con esta Ley? A todas luces no. ¿Que la evolución ha sido notable en las últimas 11 legislaturas de la democracia? Evidentemente, sí. Pero ¿es suficiente el avance? Pues claramente no. Y yo no soy de las que doy un sí claro a las políticas de discriminación positiva, ni mucho menos. Pero en este caso no se trata de discriminación. Ni positiva ni negativa. Se trata de igualdad. Y no hay nada más que ver cómo ha evolucionado la presencia de las mujeres en el Congreso de los Diputados para ver lo que se ha hecho y realizar una lectura crítica para saber lo que aún falta por hacer.

Las mujeres en el Congreso

Porque la historia tiene su miga. Un decreto de mayo de 1931 reconocía a las mujeres el estatus de «elegibles» por lo que Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken fueron las tres primeras parlamentarias españolas. Y lo consiguieron en plena República cuando aún las mujeres no podían votar (ni tan siquiera a sí mismas) ya que fue la propia Campoamor quien, nada más hacerse con su escaño, llevó el debate al Congreso aprobándose el derecho al voto de la mujer en España en octubre de 1931, con 161 votos a favor y 121 en contra, haciéndose efectivo en las generales de noviembre de 1933.

Mirando hacia atrás parece que todo queda muy lejos y que el camino recorrido ha sido provechoso. Sin embargo, aunque el contexto social evidentemente no es el mismo, toca hacer, como señalaba anteriormente, una lectura crítica. ¿Toma con normalidad la sociedad que haya más hombres que mujeres en política? Sí, sin ningún género de dudas. ¿Se comprende que se hagan políticas que favorezcan la presencia de la mujer en estos foros? Muchas veces no. Quién no ha oído el comentario de «está ahí por ser mujer porque no tiene preparación para ello» sin plantearse que a muchos hombres les ocurre exactamente lo mismo.  Que no tienen formación. Yo, que he a lo largo de mi vida profesional como periodista he tenido que sufrir muchas horas de contacto con el mundo político, he visto a mujeres que no sabían por dónde les daba el aire pero también a muchos hombres que difícilmente sabían hacer la o con un canuto. De estos últimos más, sencillamente porque hay más personal del género masculino. Me ahorro, como comprenderéis dar nombres aunque la lista es larga. Ellas estaban en esos puestos en la política por eso, por ser mujeres, y ellos precisamente por lo contrario: por no serlo. Pero si es el señor el que no tiene ni idea de qué va el tema, casi ni se comenta. Pero si es la señora, el ataque es feroz. A ella y de rebote a su todo su género. Cómo no. El hombre es poco válido individualmente. La mujer lo es de forma colectiva. En éste y en otros muchos ámbitos de la vida. Atribuyen una frase a José Luis Sampedro en la que decía que se llegará a la auténtica igualdad cuando mujeres mediocres ocupen puestos de responsabilidad. Es decir, ni más ni menos que lo que ocurre y ha ocurrido a lo largo de la historia con el género masculino.

Hablaba hace 2 semanas Ana Erostarbe de mujeres y medios de comunicación y yo no me resisto aquí a engancharme a ese hilo. Porque cuando las mujeres llegan a la política, el análisis que se hace de muchas de ellas tiene más que ver con lo físico y superficial que con sus capacidades intelectuales y la habilidad que tengan para desempeñar su trabajo. Todos hemos leído crónicas en las que se habla de su forma de vestir, de su peinado, de si están gordas o delgadas y hasta de partes muy concretas de su anatomía. Descripciones que vemos todos los días en los medios de comunicación: he leído un reportaje de dos páginas en un dominical de un periódico que se tiene por serio, sobre las chaquetas de Ángela Merkel. En el mismo diario se hablaba de las operaciones de estética, de los presuntos amantes y de las «calzas» de Cristina Kirchner. Se han visto crónicas serias en las que se mencionaba el color y tipo de ropa que llevaba una parlamentaria en un debate sobre política en Euskadi,  se trataba sobre los tacones y zapatillas de alguna concejala de cultura, de los  sombreros que llevó una temporada Rosa Díez cuando fue parlamentaria vasca o del físico agradecido de Aintzane Ecenarro. Incluso asistí atónita a una conversación sobre el vestido que llevaba Arantxa Quiroga el día de su nombramiento como Presidenta del Parlamento Vasco cuando jamás había oído, y creo que no lo oiré salvo que se vista de mimo, de ningún otro político hombre vasco. Y creo, de verdad que lo creo, que Clara Campoamor y otras como ella, no se dejaron la piel en el camino para estupideces como éstas, si se me permite la expresión.

Pero por otro lado, me sorprende también mucho que existiendo ya mujeres en puestos de responsabilidad en política, no realicen ni el más mínimo trabajo y esfuerzo en favor de la igualdad. No debaten, ni mucho menos proponen, medidas para la conciliación familiar, para la no discriminación salarial, para la paridad en consejos de administración, en eventos, en conferencias, seminarios y jornadas, para evitar que la pobreza siga teniendo nombre de mujer, para promover políticas activas para la igualdad en la educación, para evitar que siga habiendo tantas muertas por la violencia de género. Para la supresión de imaginarios, para el acercamiento de las mujeres a espacios que hasta ahora teníamos vetados socialmente y que ahora nos prohibimos nosotras mismas. Para tantas y tantas cosas que podrían llevar a cabo y de las que no se preocupan porque, probablemente, les llevarían al enfrentamiento con sus compañeros y, quizás, a perder puesto, trabajo y sillón. En temas de gran trascendencia, como el aborto, siguen la doctrina marca por el partido, como si ellas no fueran mujeres, y poco más. Y es una actitud que me indigna. Profundamente.

Creo, simplemente creo, que las reivindicaciones sobre los derechos no tienen que correr a cargo únicamente del sector que se encuentra desfavorecido. La igualdad la tienen que defender tanto hombres como mujeres. Pero si nosotras mismas no batallamos para que se cumplan las leyes que nos equiparan en tantos y tantos ámbitos de la vida, difícilmente conseguiremos implicar a quienes les roza por la tangente. Hay mujeres políticas que están trabajando para eliminar desigualdades. ¡Claro que las hay! Pero bajo mi humilde punto de vista, es mucho mayor el número de  las que lo obvian: por dejadez, porque nos las tachen de, por falta de concienciación o por otras muchas razones. Señoras, el camino se recorre andándolo. Léanse la Ley de Igualdad. Tienen dos años por delante para ponerse, y poner, las pilas. Mientras tanto, y si no les importa, algunas seguiremos batallando.

¿Hace falta repensar el modelo de sociedad?

noviembre 12, 2013 en Miradas invitadas

Cristina Juesas

Cristina Juesas, @Maripuchi, trabaja como responsable de comunicación en Euskampus Fundazioa, es cofundadora, directora de contenido y editora en el blog unadocenade, ganador del Bitácoras 2012 al mejor blog cultural. Organiza eInnobar cada mes, colabora con SER Vitoria y es delegada territorial de AERCO-PSM en Álava. Un culo inquieto en toda regla.

 

Tenemos un modelo social que está pensado en otro tiempo y que ya no funciona. Es un modelo en el que las mujeres nos encargamos del cuidado de hijos y tareas del hogar.

Cuando digo tareas del hogar no me refiero a cocinar o limpiar o planchar… me refiero también a la intendencia, a la organización de todo lo que en un hogar sucede: compras, elaboración de menús, planificación de extraescolares y un montón de cosas más.

La Sociedad no está preparada para que ambos miembros de una pareja trabajen a jornada completa o tengan vidas profesionales satisfactorias. No está preparada para que las vidas profesionales sean compatibles con las vidas personales cuando en estas hay hijos.

Porque sí, hay personas que tenemos hijos y vidas profesionales satisfactorias y no queremos renunciar a nada. ¿Hay que hacerlo?

Ama

 

Es cierto que si las 8 horas de trabajo estuvieran algo mejor distribuidas y los horarios estuvieran racionalizados dispondríamos de jornadas más lógicas y adaptadas a la «vida moderna» pero también es cierto que hay veces que el trabajo exige viajes, formación, asistencia a jornadas y otras cosas que prolongan este más allá de las 8 horas de rigor. Es en estas ocasiones cuando la maternidad y paternidad se ven en confrontación absoluta con la vida profesional. Voy a poner sobre la mesa algunos ejemplos…

Adaptaciones escolares.
Desde que los niños se escolarizan hasta que comienzan la etapa de educación infantil (o sea, cuatro largos cursos) el mes de septiembre es un infierno para las familias. Porque no empiezan el cole y ya, como en nuestros tiempos. Ahora van un día sí y uno no… o una semana van media hora al día, la siguiente dos horas, etc

Jornadas escolares continuas.
Está bien que existan las jornadas laborales continuas pero pocas empresas las tienen. Sin embargo, en los colegios cada vez se tiende más a ellas con excusas varias…

Enfermedades
Te casas y la empresa te regala 15 días de vacaciones. Bien.
Operan a tu hijo a corazón abierto y te corresponden 2 días. No tengo más que añadir.

Vacaciones escolares
Puentes, Navidades de 15 días, Semanas Santas de otros tantos, una semana blanca, verde o amarilla en algún momento entre marzo y mayo y casi tres meses en verano. Está claro que los niños tienen que descansar pero… ¿quién les cuida?

Son cuatro ejemplos, podría haber puesto algún ejemplo más.
En todos los casos expuestos (salvo en las adaptaciones, que es un tema moderno) la que se encargó de mí cuando me tocó fue mi madre, de mi madre, mi abuela… ahora también son las abuelas que no trabajan las que se hacen cargo de estas situaciones que es más que evidente que están sin resolver. Y que, con excusas diversas como la crisis, van a tardar en resolverse, si es que alguna vez logramos cambiar el modelo social por uno más justo para todos.

Sobre la mujer en los medios de comunicación y por qué la voz importa

noviembre 5, 2013 en Doce Miradas

Sacar la foto de un día en las noticias del mundo… y ver cómo salían las mujeres reflejadas en ella. Esto fue lo que propuso, hace casi ya dos décadas, un grupo de mujeres visionarias en el marco de la Conferencia Women Empowering Communication. Nació así el germen del Global Media Monitoring Project (GMMP). Una investigación quinquenal que el 18 de enero de 1995, analizaba por primera vez las noticias que ofrecían la prensa, radio y televisión de 71 países. ¿Y qué fue lo más llamativo de aquella primera foto simultánea? La notoria sub-representación de la mujer en los medios y la aplastante uniformidad de los datos recogidos. En todos los medios, en todo el mundo… Inevitable preguntarse ahora qué dicen los datos de hoy. ¿Habrá mejorado la cosa? ¿Qué hay del presente?

Las mujeres como protagonistas de las noticias. Según el informe GMMP de 2010, realizado esta vez en 108 países, la información en prensa, radio y televisión es esencialmente masculina, con sólo un 24% de noticias sobre mujeres (en el caso de Internet, 23%). Tienen las mujeres, sin embargo, el doble de posibilidades de que se mencione su edad y más del triple de que se cite su estado civil. ¿No tiene bemoles la cosa? Sólo una de cada cuatro protagonistas en los espacios informativos es, por tanto, mujer. Y si cerramos el foco, los matices son jugosos. Encontramos que el 90% de los científicos presentados son hombres, al igual que lo son el 83% de los profesionales del derecho o el 69% de los educadores y profesionales de la salud. Cabe preguntarse ahora, quizá, cuántas mujeres de ciencia conocemos, cuántas abogadas, doctoras, profesoras… Eso sí, señalar que las mujeres superan a los varones en dos de las veinticinco categorías registradas en la investigación. Atención damas y caballeros: amas de casa (72%) y estudiantes (54%). ¿Alguien ha oído hablar de los estereotipos?

Las mujeres como fuentes consultadas. ¿Qué sucede en lo que respecta a las consultas que realizan los medios? Pues bien, el 80% de los profesionales consultados son hombres. En España el dato se eleva al 91%. ¿Y cómo son esas mujeres a quienes los medios reclaman? Expertas que fundamentalmente hablan sobre cuestiones sociales y de salud; ambas secundarias en las prioridades informativas (frente a política, economía o deportes). Ellas son, por consiguiente, menos consultadas y lo son sobre asuntos relegados en la agenda informativa.

Y ahora un dato curioso, ¿qué sucede cuando los medios de comunicación buscan testigos oculares? Pues que, incidiendo en la pauta, de nuevo parecen fiarse más de los hombres: 7 de cada 10 testimonios. Conclusión: se fían más de los hombres o éstos siempre están donde surge la noticia. Que todo puede ser.

Mujeres reporteras

Jean Arthur interpreta a una reportera en «Mr. Deeds Goes to Town» (Columbia, 1936).

Las mujeres elaborando y presentando las noticias. Según datos del mismo estudio, el 37% de las noticias de radio y televisión fue elaborado por reporteras. Aunque si vamos al detalle, encontramos que de nuevo son los hombres quienes mayoritariamente informan sobre las cuestiones prioritarias: política (67%) o economía (60%).

Si nos fijamos en cambio en quiénes presentan las noticias, nos acercamos por primera vez a cifras paritarias: las mujeres presentaron el 52% de las noticias de televisión y el 45% de las de radio. Significativo que sea en la presentación de las noticias televisivas donde se las prefiere a ellas. Dan bien a cámara o, después de todo, son tan buenas transmisoras de información como sus compañeros. Y de ahí la importancia de denuncias como la realizada recientemente a la BBC británica, donde, de cada cinco presentadores mayores de 50 años, sólo una resulta ser mujer. Vaya por Dios.

Las mujeres en el gobierno de las empresas de comunicación. Según un informe del Instituto Europeo de Género (EIGE), “Mejorando la igualdad de género en la toma de decisiones de las organizaciones mediáticas”, realizado en la Europa de los 27 y Croacia, el 35% de los cargos ejecutivos en medios públicos es ostentado por mujeres; en los privados la cifra es del 29%, situándose la media en el 32%. El dato correspondiente a España está, sin embargo, por debajo: 25%. En cuanto al porcentaje de mujeres en los Consejos de Administración de las empresas de comunicación europeas, un cuarto exacto de la tarta es para ellas.

Concluyendo al respecto. ¿La conclusión más evidente de esta desproporción? Que el mundo nos transmite día tras día una visión esencialmente androcéntrica, y que esa visión no favorece ni el avance de las mujeres ni la forma en que éstas son proyectadas y percibidas. Son los hombres quienes mayoritariamente gobiernan y lideran, y son sus voces, ideas y opiniones, las que mayor resonancia y cabida tienen. ¿Cuánto tendrá que ver uno con lo otro? ¿Poder y voz? Pensar en Italia y Berlusconi… Porque las noticias que ofrecen los medios constituyen la principal fuente informativa de nuestra sociedad, pero, sobre todo, conforman la principal fuente de opinión y de ideas circulantes. Ahí es nada.

En plena crisis existencial, son muchas las preocupaciones e incertidumbres de los medios de comunicación de todo el mundo hoy día. Que todo va muy rápido en una profesión que siempre fue demasiado veloz. Se me ocurre que para superar el bache, deberá hacerse algo parecido a lo que requiere superar una crisis personal: bajar a los cimientos, hacer un reconocimiento con nuevos ojos, poner algunos refuerzos… Renacer conlleva regresar al punto en el que todo empezó. Y el periodismo necesita adaptarse con celeridad a las nuevas realidades, pero también rememorar su razón de ser. Jim Boumelha, Presidente de la Federación Internacional de Periodistas (FIP), lo dijo mejor: “el acto periodístico como bien público no sobrevivirá en ninguna plataforma sin un compromiso con la ética”. Y Aidan White, Secretario General de la misma organización, apuntaló el pensamiento afirmando: “una presentación justa de los asuntos de género es una aspiración ética y profesional similar al respeto de la exactitud, la justicia y la honradez”.

Sea como sea, e independientemente de cómo resuelvan sus incógnitas, los medios deben necesariamente dar respuesta a su responsabilidad pública y social. No sólo condicionar el debate público sobre la discriminación de géneros para influir en las agendas políticas, sino también, desde dentro y en su día a día, contribuir a que esta sociedad sea más igualitaria. Cada voz experta, cada testigo ocular, cada mención al estado civil de una mujer protagonista, cuenta… Cada pieza informativa perpetúa o diluye estereotipos, y hay manuales específicos que pueden ayudar en su desempeño a los profesionales que quieran mejorar. Es sabido que el inmenso poder de los medios radica tanto en lo que cuentan como en lo que silencian, y en lo que respecta a las mujeres, las noticias deben dejar de callar y de acallar. Porque las mujeres son la mitad. No un tercio, ni un cuarto. Porque es su derecho que su visión del mundo sea proyectada. Que lo sean sus voces, ideas y opiniones. Porque es lo ético y porque es lo que tiene que ser. Es muß sein.

Y para terminar, si te interesan estos temas, creo que te gustará este reportaje.