Yo también soy feminista
20/11/2018 en Miradas invisibles
Mikel Díez Sarasola (Donostia/San Sebastián, 1975). Pensé que a estas alturas de la vida disfrutaría de una visión satisfactoria del mundo que nos ha tocado vivir. Me equivoqué. Después de cursar Derecho, un postgrado en Berkeley (beca Fulbright), doctorado en Asuntos Internacionales y ahora mismo, filosofía por la UNED, sigo preguntándome cuestiones existenciales básicas. Mi evolución intelectual me conduce hacia posiciones políticas y personales comprometidas con la verdad y la justicia social; desconfío de construcciones sociales de identidad colectiva (nacional, de género o clase), a menudo, constituyen pretextos para legitimar el ejercicio del poder de unos pocos sobre el resto. @Mikel10sarasola
EL FEMINISMO EN LA CENTRALIDAD DE LA REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA GLOBAL
Tengo que comenzar estas líneas haciendo una confesión: hasta hace bien poco, el feminismo no era para mí más que un movimiento parcial y exclusivo del colectivo femenino, es decir, una ideología originada a finales de los sesenta por y para mujeres, que tenía por objetivo legítimo el de romper la jaula de cristal en que se había convertido la imposición de roles femeninos en la modernidad. De esta manera, el feminismo –así lo concebía- pasaba a engrosar el largo listado de “los otros”, de todos aquellos colectivos que cuestionaban y desafiaban el status quo del sujeto moderno que resultó ser hombre, occidental, blanco, heterosexual y de clase media. La celebrada foto de Gillian Wearing ilustra muy bien las amenazas que se cernían sobre el actor hegemónico y único de la modernidad.
En este sentido, y desde mi entendimiento de la política como la aspiración universal de lograr la libertad y dignidad de todos los seres humanos, miraba con recelo todos los discursos que llevaran el adjetivo de “feminista”; teoría jurídica feminista, visión feminista de las relaciones internacionales, sociología feminista etc., por considerar que partían de unas premisas y se dirigían a un público limitado, el de las mujeres, un sector que, aunque fundamental en la reformulación política pendiente de la postmodernidad, no daba respuestas adecuadas –pensaba yo- ni integrales a la necesaria regeneración política y democrática de nuestras sociedades que ofreciera una alternativa política viable a la mundialización economicista (capitalista) hegemónica de nuestros tiempos.
Hoy me doy cuenta que me equivocaba profundamente; varios sucesos sociales y personales de los últimos tiempos me han hecho cambiar mi concepción sobre el feminismo y, a mirarlo con verdadera esperanza como la ideología de progreso para todos. Este proceso de descubrimiento e ilusión con el feminismo es precisamente lo que os quiero contar hoy. En efecto, en estos tiempos de transición donde nos invade una profunda crisis ideológica global y, donde la gente parece resignada e incapacitada para oponer resistencia y arbitrar unos nuevos consensos que pongan al ser humano y su bienestar en el centro de las decisiones colectivas, el feminismo se ha erigido como la única fuerza transformadora capaz de hacer frente a los malos augurios acerca de nuestro futuro y, de recuperar así el mito de la revolución francesa y de la promesa ilustrada de devolver la centralidad al ser humano haciéndole dueño consciente de su destino.
A este respecto, y frente a los movimientos de índole reaccionaria que atraviesan el universo político de las democracias occidentales (Farage, Trump, Salvini, Bolsonaro etc.) y, que amenazan las bases de la convivencia que han caracterizado nuestras sociedades desde la segunda guerra mundial, el movimiento feminista se ha mostrado como la única alternativa que ha logrado aglutinar a nivel global los diversos actores y fuerzas progresistas que buscan y reivindican un mundo más inclusivo, más justo y humano frente a una globalización deshumanizada que nadie parece controlar y, que se nos presenta como inevitable.
Especialmente ilustrativo de lo que acabo de mencionar fue la marcha de las mujeres que se celebró el 21 de enero de 2017 a nivel mundial, justo un día después de la jura del cargo como presidente de Estados Unidos por parte de Donald Trump. Esta manifestación espontánea fue mucho más que un alegato en defensa de las mujeres; esta movilización pacífica ha supuesto el momento en que las mujeres han adoptado la responsabilidad histórica de vehicular el cambio social desde unas premisas y con unas pretensiones de alcance universal. El discurso que la activista afroamericana Angela Davis dirigió durante la histórica jornada cristaliza mejor que ningún otro lo que he tratado de explicar y, que me permito transcribir en inglés:
«At a challenging moment in our history, let us remind ourselves that we the hundreds of thousands, the millions of women, trans-people, men and youth who are here at the Women’s March, we represent the powerful forces of change that are determined to prevent the dying cultures of racism, hetero-patriarchy from rising again. […]The struggle to save the planet, to stop climate change […] The struggle to save our flora and fauna, to save the air—this is ground zero of the struggle for social justice. […] We dedicate ourselves to collective resistance. Resistance to the billionaire mortgage profiteers and gentrifiers. Resistance to the health care privateers. Resistance to the attacks on Muslims and on immigrants. Resistance to attacks on disabled people. Resistance to state violence perpetrated by the police and through the prison industrial complex. Resistance to institutional and intimate gender violence, especially against trans women of color […]”
A este respecto, no deja de ser paradójico que sea precisamente el feminismo el llamado a salvar los vestigios de esos valores ilustrados que han inspirado la idea de progreso en nuestras sociedades y, que han propiciado los grandes cambios políticos hasta nuestros recientes estados de bienestar. Y digo paradójico porque esos grandes consensos que ahora están en crisis, se han realizado de espaldas a las mujeres, unas mujeres que se han limitado a ocupar una posición subalterna, una condición de ciudadano pasivo sin capacidad de participar en los procesos decisorios del ámbito público. La mujer de esta manera ha dejado de ser un mero individuo para pasar a ser un sujeto, un sujeto que decide y que tiene la responsabilidad de liderar un nuevo rumbo para las personas, un mundo que de nuevo sea capaz de depositar su esperanza en los valores de libertad, igualdad y fraternidad.
Para terminar este post quiero volver al título del mismo; creo sin lugar a dudas que el feminismo se ha convertido en la única propuesta ideológica capaz de materializar hoy en día la promesa de emancipación individual y colectiva de todos los seres humanos, una conclusión, la mía, que me permite afirmar sin miedo a equivocarme que yo también soy feminista.
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