Transformar la rabia
10/06/2014 en Doce Miradas
Desde mi más tierna infancia siento pulular a mi alrededor una convicción que yo nunca he visto demasiado clara; por no decir que discrepo ampliamente con ella. Me refiero a aquello de que ser mujer es la pera y que ellos se lo pierden. En el entorno en el que me muevo no he encontrado ni un solo hombre que diga que si fuera posible se cambiaría por una mujer. Si preguntas a la gente de clase media si preferiría ser rica, la respuesta sospecho que sería demoledoramente unánime. Luego, no va a estar tan claro que ser mujer sea lo más. Y va a ser por algo. Sé que este planteamiento no tiene nada de científico ni puedo avalarlo con datos respetables ni porcentajes. Que nadie se me eche encima, que he empezado por decir que “siento pulular una convicción”. Cero rigor. Pero me sirve como pie para explicarme mejor.
A la mayoría de las mujeres que yo conozco y he preguntado por esto, les gusta ser mujeres. Tengo una amiga que se echa las manos a la cabeza cuando le digo que llegar con buen pie a este mundo es nacer hombre. Entonces ella, con toda su santa paciencia, me improvisa un listado de capacidades biológicas y emocionales que justificarían que la nuestra fuera una aventura fascinante. No lo veo. Me siento mujer y ejerzo y hago lo que puedo con el lote que me ha tocado, pero se me hace muy cuesta arriba. Y es que básicamente, a mí ser mujer me da rabia.
Busco “rabia” en la Wikipedia y me deriva al vocablo “ira”, que suena más fuerte, pero me vale: “La ira o rabia es una emoción que se expresa con el resentimiento, furia o irritabilidad… Algunos ven la ira como parte de la respuesta cerebral de atacar o huir de una amenaza o daño percibidos.[] La ira se vuelve el sentimiento predominante en el comportamiento, cognitivamente, y fisiológicamente cuando una persona hace la decisión consciente de tomar acción para detener inmediatamente el comportamiento amenazante de otra fuerza externa”.
Permítanme un destacado de la definición: resentimiento que provoca irritabilidad. Respuesta de atacar o huir de una amenaza o daño percibidos. Sentimiento predominante, cuando se decide actuar para detener el comportamiento amenazante. Así es como yo me siento infinidad de veces. Sospecho que muchas mujeres también. La rabia no es una emoción liberadora; al contrario, oprime y no construye, al menos en su fase explosiva. Pero yo pienso que es sumamente necesaria como motor de cambio. Si no sientes la rabia, no te mueves. A veces sintiéndola, tampoco, por aquello de “¿Qué puedo hacer yo sola?”.
La esperanza está en que rara vez se está solo. El desencanto social que han provocado la clase política, la banca… ha llevado a muchas personas a manifestar su rabia y a agruparse para hacerse oír y forzar el cambio. El nacimiento del movimiento del 15M es un ejemplo significativo de la canalización de la rabia hacia la movilización. A mí me emocionó el 15M y no puedo dejar de citarlo cuando pienso en la rabia como fuerza generadora de una revolución.
Volviendo a lo que nos atañe en Doce Miradas, en esta ginkana por la igualdad yo no me siento sola, pero sí poco acompañada. Somos muchas las mujeres que hemos dado el paso de hacernos oír, de compartir cómo nos sentimos en nuestro entorno más próximo. Las respuestas a nuestra militancia son dispares y todavía muchas establecen una gran distancia con nuestros planteamientos. Pero seguimos intentando explicar cómo lo vemos y qué queremos. Cada vez somos más las personas convencidas de que nuestra sociedad soporta aún una pesada carga de tradición machista, que no permite a las mujeres moverse ni crecer como lo están haciendo los hombres. Y entre ese nutrido grupo de personas que simpatizan con la causa de la igualdad, echo en falta la iniciativa que cabría esperar de muchos hombres que ya están de nuestro lado.
Esto que digo no pretende ser un ataque a los compañeros de viaje. Creo sinceramente que el peso de la educación recibida, de los marcos de comportamiento aún vigentes, de los estereotipos… hacen muy difícil a los hombres detectar situaciones o actitudes que, a pesar de ser indignas para las mujeres, están aceptadas socialmente. Ya hemos hablado de esto en Doce Miradas, pero yo quiero hacer hincapié, por ejemplo, en lo común que resulta entre los varones referirse al cuerpo de las mujeres como si el sentido de ser visible a sus ojos fuera meramente valorar su capacidad de provocarles la libido. Me refiero también a la habilidad de los padres para situarse, con asombrosa celeridad, en un segundo plano, en el momento en el que aparece la madre de la criatura. Y destaco la normalidad con la que los profesionales de cualquier sector aceptan la ausencia de mujeres en las mesas de decisión. Apunto a los organizadores de eventos a los que no compensa el esfuerzo de conseguir que en sus programas puedan leerse nombres de mujeres capacitadas, cuanto menos, al mismo nivel que los hombres que se dirigirán finalmente al auditorio. Quiero poner sobre la mesa, en definitiva, esa actitud tan común entre los varones de pretender estar tranquilos (sin entorpecer, pero sin excesiva implicación), mientras las mujeres nos desgastamos en reivindicar la igualdad.
Me refiero también a la tolerancia que todavía hoy -aunque de forma minoritaria-, encuentran quienes ejercen violencia machista en justificaciones como: “Era buena persona, pero ella le dejó y se volvió loco; no es un hombre violento, pero el alcohol le hace perder la cabeza; vestirse así es buscarse un problema; de dónde vendría a esas horas; los problemas económicos le hicieron perder el control…”. Recientemente hemos leído que uno de cada tres hombres se muestra tolerante con algún tipo de violencia de género. Es justo decir también que hay hombres que toman muy en serio su papel en la denuncia y sensibilización y están comprometidos y activos contra la violencia de género y la lucha por la igualdad junto a las mujeres.
Creo que en nuestra sociedad, hombres y mujeres andamos un poco escasos de sentido de la justicia. Hay situaciones que nos deberían estar provocando ya esa rabia que nos ponga en movimiento, que nos ponga a trabajar en el cambio. Si no sentimos la rabia, no podemos transformarla. Si dejamos de sentir rabia cada vez que una mujer ha sido asesinada, golpeada, humillada, vejada… convertimos a esas víctimas en meros números que sumar al cómputo anual. Si no nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos cuentan que un 10% de jóvenes estadounidenses admite haber perpetrado violencia sexual o que un 22% de las europeas ha sufrido violencia machista, la gravedad de estas informaciones morirá con el reciclaje del papel del periódico que la recogió. La rabia no es constructiva si se queda en arrebato, en malestar. Pero es potente si la compartimos, si la transformamos y le damos un objetivo claro y un compromiso reforzado y compartido en el grupo social.
Termino con este tema de Bebe que se me antoja un empoderamiento con melodía en toda regla. “Pafuera telarañas” visibiliza la rabia convertida en energía, en el hallazgo de las riendas que nos pueden permitir cabalgar. “… Hoy vas a mirar palante, que patrás ya te dolió bastante…”.
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La rabia la sentía ya de pequeña, mayor de tres hermanos y chica…Ahora soy yo la que tengo 3 y la mayor es chica, cosas que pasan, sólo espero que ella no sienta la rabia que sentía yo, sino que de sentir rabia, la sienta por conseguir lo que ella libremente quiera sin tener que llegar a ser una superwoman , espiral sin fin ( una engaño en el que hemos caído tantas……)
Hola, Blanca:
Entiendo lo que me cuentas porque yo también tengo dos niñas y mi empeño es conseguir que se sientan bien sindo lo que son: mujeres. Aún son pequeñas y no les he captado yo esa rabia de la que hablamos y espero que esta sociedad ofrezca un marco de desarrollo en igualdad para que ellas lo vivan diferente a como yo lo vivo. Como anécdota te diré que a ellas también les pregunté si preferirían ser chicos y la respuesta fue «¡Noo!». Me reconfortó. Jajaja. Tenemos que seguir trabajando para que no cambien de opinión.
Gracias por tu comentario, Blanca.
Hola Macarena!!
Hay que ver cómo nos «enganchas» con tus posts 😉
Personalmente lo de «a mí ser mujer me da rabia» lo traduzco por: me afectan las injusticias que diariamente descubro en asuntos micro/macro por el hecho de ser mujeres. Con las «gafas lilas» vemos la realidad teniendo en cuenta la perspectiva de género… y la «falta de perspectiva» de numerosas decisiones que en el ámbito público y privado tomamos diariamente favoreciendo a la población eternamente privilegiada (hombres, blancos, de poder adquisitivo) sin tener en cuenta a la diversidad de personas que componemos este mundo en el que vivimos. Afortunadamente hay muchas personas que día a día tratan de vivir y tomar decisiones para construir una familia, amistades, un barrio, una ciudad… más solidaria y justa, en clave de igualdad.
Así que ¡¡bienvenida tu rabia transformadora y constructiva!!
¡Gracias, Mentxu!
Recuerdo una escena de una película (y la pena es que no recuerdo la película) que vi siendo pequeña, en el que una niña de unos 11-12 años rezaba y le decía a Dios «Quiero ser un niño». Y recuerdo que en aquel momento pensé «Pues por mucho que reces…». Pero es verdad que empaticé con ese personaje, porque en aquellos años yo ya era consciente de que no daba igual ser chico que chica y que ser chica ya me cortaba las alas. Pero lo cierto es que esta imagen del desear ser o dejar de ser no aporta nada más que un punto de partida. Creo, como tú, que donde nos la jugamos es en la construcción a partir de lo que hay y en la deconstrucción comunitaria de lo que no debe haber. A mí me mueve la rabia, pero las hay más templadas (gracias a Dios) que han descubierto el trazo de su camino y lo siguen sin alteraciones emocionales que les desvíen de su objetivo. Bien por todas ellas. Y bien por ti y tu serena reflexión 😉
¡Gracias compañera!
Creo que sé a qué te refieres cuando hablas de rabia e ira. Lo conté en el evento que tuvimos en Laukiz y lo vuelvo a contar: yo de niña quería ser niño. Y de mayor quería ser hombre y no mujer. ¿Por qué? Porque ya me había dado cuenta de que los hombres llevaban una vida mejor, eran más libres, más poderosos, reían más. Así pasé años, odiando mi futuro y desarrollando una misoginia de la que todavía no me he librado completamente. Hasta que descubrí que se podía ser mujer y libre, poderosa, sabia y reilona. Lo descubrí gracias a un libro que cayó en mis manos cuando tendría yo catorce o quince añitos: «A favor de las niñas», de Elena Gianini Belloti. Me abrió los ojos, me hizo comprender qué me pasaba y me colocó mis primeras gafas de color lila. Empecé a transformar la energía. Besos.
Jo, Noemí! Y en todo este tiempo no me has hablado de ese libro? 😉 Me lo apunto para cuando me liquide las recomendaciones de Josune Muñoz (post de la semana pasada).
Gracias por tu comentario, porque justo lo que cuentas es lo que vivo. Lo que lamento es que llevo muchos más años que tú sintiendo que arrastro una carga pesada, porque no he sido capaz hasta la fecha de vivirlo de otra manera. Pero entre unas y otras tenemos que encontrar la manera de sentirnos libres, poderosas y sabias mujeres.
Un abrazo grande!
Hola Macarena,
Hace poco, cuando conocí este proyecto, te comenté que me parecía muy interesante. Me lo sigue pareciendo. Yo también he sentido esa rabia durante mucho tiempo y la verdad no sé cómo lo hice, pero poco a poco se fue disipando. Cuando descubrí que el campo de batalla en el que pretendía batallar, ya las reglas iban en mi contra, me di cuenta que para ganar la partida es mejor no jugar. No, al menos, con ese tablero.
Un saludo!
Natalia
¿No jugar, Natalia? No sé muy bien a qué te refieres… ¿Dejar de reivindicar, dejar pasar…? La tentación desde luego es grande… porque es muy cansado estar evidenciando la desigualdad y apelando al compromiso social por la causa. Y además, es que en el camino, nos vamos topando con situaciones que nos confrontan con nosotras mismas, con nuestras actitudes, con usos sexistas del lenguaje e incluso con nuestros mejores recuerdos!
Ayer mismo me pasó que escuché después de mucho tiempo la canción «Sufre mamón», de Hombres G; canción que marcó mi adolescencia y que me trae unas buenas sensaciones de la pera. Pero resulta que ayer escuché la canción de forma diferente: «Devuélveme a MI chica». Me dio mucha rabia, ponerle peros a esta canción. Pero recientemente, Miren Martín nos hizo un comentario sobre la expresión «le ha quitado la novia», poniendo sobre la mesa que si entendemos que la novia es de alguien, la cosifica, entiende que es de su propiedad y puede hacer con ella lo que quiera, en virtud del peligroso concepto de propiedad.
Pero a lo que voy es que aunque el camino tiene muchas piedras y en el trayecto es imposible no revolverse y reconocerse en falta, la esperanza está en que hemos activado el mecanismo de detectar para poder corregir. Y para eso tenermos que jugar, estar con nuestra ficha en el tablero proponiendo nuevas normas para que todos y todas tengamos iguales oportunidades de alcanzar la casilla de la meta que nos propongamos.
Me parece genial que hayas conseguido disipar la rabia que alguna vez sentiste. Seguro que vas más ligera y eso te hace sentir mejor.
Muchas gracias por tu comentario, Natalia. Esto es un blog colaborativo que busca apoyarnos unas en otras y cargar pilas para seguir.
¡Un abrazo!