Silencio
02/04/2019 en Doce Miradas
Una conversación con mi hijo de 14 años me daba hace unas semanas la idea de este post. Cuestionaba él mi crítica a una fotografía de los Premios ABC Salud, en la que aparecían los premiados con sus respectivos galardones: todos ellos hombres. Le explicaba yo que la cosa tiene delito porque el de la Salud es un sector feminizado, con un 84% de enfermeras colegiadas y un 50,4 de médicas. Sin negar que el resultado de la imagen fuera sorprendente, planteaba él la posibilidad de que, en este caso, fuesen “ellos” quienes más merecieran haber llegado a lo alto de las instituciones premiadas.
Más de causas que de azares, yo traté de explicarle a su vez que las casualidades no existen, y que la misma falta de reconocimiento que evidenciaba la foto en particular, se reproduce a lo largo y ancho del mundo en todos los ámbitos. A las mujeres, le decía, nos cuesta infinitamente más que se reconozca nuestra opinión y nuestro trabajo. Verdad verdadera.
Cierto que siguen siendo ellos quienes presiden de manera mayoritaria consejos, comités y jurados, y que esta circunstancia explica el hábito de sustituir a hombres por hombres (tendiendo así a perpetuarse las proporciones en los órganos de poder y el sesgo de sus decisiones). Pero cierto es también que, más allá, subyace un segundo argumento que no por evidente, deja de sorprender: a las mujeres no se nos trata como iguales porque no se nos considera iguales. Al menos no igual de interesantes, originales, creíbles o replicables.
Miremos a la industria del cine, por ejemplo, que a través de historias nos cuenta nuestro tiempo presente y pasado, e imagina también el futuro (a menudo, por cierto, con enorme falta de imaginación en lo que a proyección de la mujer se refiere). Pues bien, en los 90 años que llevan otorgándose los Oscar, menos de la mitad de las “mejores películas” superaron el test de Bechdel, esta prueba que trata de evidenciar la brecha de género en el cine a través de tres reglas (ridículas de puro simple): que haya al menos dos personajes femeninos en la película (1), que mantengan alguna conversación entre sí (2) y que esta no sea sobre un hombre (3).
En este sentido, aclarar que la presencia de la mujer en el cine es hoy día menor que en la década de los 30, de modo que el argumento del tiempo (ese que hay quienes dicen que cambia las cosas por su cuenta), no aplica.
¿Y qué sucede cuando medimos cuánto hablan ellos y ellas en pantalla? Con un vistazo a la gráfica en la imagen, basta.
Con los medios de comunicación –poderosas fuerzas que determinan la manera en que vemos nuestras sociedades– sucede algo parecido. El Global Media Monitoring Project (investigación quinquenal en 114 países que desde 1995 analiza la presencia de las mujeres en los medios a lo largo de todo un día), aporta datos enormemente reveladores sobre cómo se nos ve. Dice, por ejemplo, que, de cada 10 voces expertas en los medios, solo 2 son de mujeres, que cuando se ofrece el testimonio de testigos, 6 de cada 10 son de hombres, y que solo 1 de cada 4 noticias tienen como sujeto protagonista a las mujeres. Se deduce, por tanto, los hombres son más creíbles e, igual que en el cine, en la vida real también les pasan más cosas y más interesantes.
Hay también estudios por países como este que recientemente ha analizado 700.000 horas de los medios audiovisuales en Francia, para concluir que las intervenciones de las mujeres son dos veces menores que las de los hombres.
O este otro, realizado en Estados Unidos por el Women’s Media Centre que –al hilo de esto de la credibilidad– apunta que los periodistas masculinos tienen más del doble de influencia en las redes sociales que sus colegas femeninas. Poca sorpresa hasta aquí. Especialmente llamativo es, sin embargo, confirmar que ellos retuitean hasta 3 veces más a sus colegas masculinos, y que el 92% de sus respuestas son también entre sí. Esto es, las mujeres (periodistas o no, me atrevería a decir) somos menos susceptibles de ser retuiteadas por ellos. Parece menor, pero sin duda no lo es. Porque la visibilidad y la credibilidad que se nos restan de tan inocente manera, sin duda, tampoco lo son.
Se entiende mejor así que en 109 años de historia, solo el 6% de los premios Nobel hayan sido otorgados a mujeres. Repárese en los puntitos morados de la gráfica, y repárese también en las categorías. De Economía, Física y Química, vamos más justitas, se conoce. Nada comparado con la Literatura, la Medicina y la Paz. No se entiende por qué no gobernamos el mundo, la verdad.
Y lo mismo sucede, me tocará explicarle a mi hijo, si miramos al mundo del deporte, al de la ciencia, al de la empresa e incluso, al de lo público (ese que, en esencia y por justicia, debería de representarnos con fidelidad). De 194 países en el mundo, solo 25 cuentan hoy día con una jefa de estado electa.
Sirvan, en todo caso, estos hilvanes para apuntalar una idea. El trabajo de las mujeres no obtiene el mismo reconocimiento en nuestras sociedades, porque nuestras vivencias y nuestras ideas no reciben el mismo eco. A pesar de los avances (de acción, y, sobre todo, de mucha palabra), la mirada general es androcéntrica y, salvo que actuemos, seguirá siéndolo por inercia, cuando no por resistencia.
Siempre habrá quienes no quieran o no sepan ver que, si las mujeres no llegan a estos premios, a esos puestos o a la mismísima Luna, no es casual, sino resultado de muchos palos en el camino, un tupido parche en los ojos y un silencio histórico de nuestra palabra.
Vivan, por tanto, las historias, las películas, los libros, las noticias con mujeres y de mujeres. Los premios, las voces expertas, los micrófonos y la interacción en las redes sociales. Somos la mitad, pues bien, que se nos vea y, sobre todo, que se nos oiga.
Ana Erostarbe
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Me ha encantado, Ana. Claro, conciso, bien argumentado, sin amargura y con datos.
Seguiremos en la brecha!
Ane
Qué bien, Ane. Se agradece mucho la vuelta. Soy amiga de los datos, sí. No es fácil darlos y mantener el interés, pero, al final del día, lo dicen todo… Seguiremos, como dices 😉
Mas claro no se puede hablar! Eskerrik asko Ana por tu mirada y por hacernos poner las gafas moradas para todas las ocasiones!
Eskerrik asko zuri, María. Gafas de días, de noche, de sol y de ventisca. ¡Que no sea por gafas!
Me ha gustado muchisimo tus argumentos,; los datos cuentan que las mujeres no pintamos nada en el cine, la comunicaion en la tv , redes…Y ademas lo detallas por paises, en los que se nos ningunea .Y tambien presentas graficos, lo dejas muy claro.Las mujeres tenemos que movilizarnos con mayor frecuencia que las hombres para que se mos oiga., y se nos premie.Deberiamos sacar premios para mujeres como tu con esa mente tan clara.
Me alegro mucho, Fátima. Me sonrojo 😉 Se nos tiene que oír, sí. Como bien dices, las cosas no cambian solas.
y por qué no hablar de logros conjuntos sin tener que detallar cuantos hombres y/o mujeres han destacado en los mismos. Creo que esto nos significaría la superación de bloqueos y limitaciones. También nos supondría poner el foco en andar un camino nuevo en el que ya no es tan importante cuanto destaca más una persona sobre otra, sino cuanto grande, importante e interesante hemos conseguido juntos. Sin duda cualquier logro es fruto de esa interacción entre hombres y mujeres en un marco de igualdad y realización.
Adolfina, no puedo estar más de acuerdo. Pero el ego, individual per se, como sabes seguro, dificulta lo que planteas. Liberarse de él es resultado siempre de mucho trabajo personal; algo que no todo el mundo está dispuesto a hacer (para muchas personas es, de hecho, su motor). Pero cuánto mejor nos iría si, de verdad, fuéramos capaces de hacer camino conjunto. Tal y como va el mundo, puede que llegue el día que no nos quede otro remedio. Gracias por comentar.
[…] menos, se nos ha visto menos, y se nos ha escuchado menos, como contaba hace poco Ana Erostarbe aquí. No aspiramos a que ustedes cobren menos, no se les vea o no se les oiga; simplemente, la sociedad […]
[…] es la primera vez que traigo el test de Bechdel a colación en este blog. A través de tres sencillas preguntas, este test permite determinar si […]