Serena
23/10/2018 en Miradas invitadas
Itziar Mínguez Arnáiz. Barakaldo (1972). Me licencié en Derecho por la Universidad de Deusto, pero no he ejercido como abogada. Soy escritora. Hasta el momento tengo diez libros de poesía publicados. El undécimo está a punto de salir. He recibido el Premio Internacional Surcos, el Nicanor Parra y soy finalista del Premio Euskadi de Literatura. También he participado en una veintena de antologías donde se recogen una muestra de mi obra. Alterno mi actividad como escritora, ponente y colaboradora en algunos medios digitales con mi profesión de guionista de televisión que ejerzo desde hace casi veinte años.
Habría que estar en la piel de Serena Williams para saber por qué la tenista con más Grand Slam de la historia del tenis mundial femenino perdió los nervios en la pasada final del US Open después de que el juez la amonestara por haber recibido indicaciones de su entrenador.
La tenista se encaró al juez con estas palabras: “Yo no hago trampas para ganar. Preferiría perder. Sólo te lo digo. Me has robado, me debes una disculpa, no he hecho trampas en mi vida, tengo una hija y sólo hago lo que es correcto. Eres un ladrón y un mentiroso. Me debes una disculpa”. Sus palabras le valieron una amonestación y la pérdida de un juego que sería fundamental para la derrota de la estadounidense frente a una jovencísima y extraordinaria rival, Osaka, casi veinte años más joven que ella. “¿Me váis a quitar esto porque soy una mujer?”, preguntó la tenista, impotente. Su estallido de furia dio la vuelta al mundo pero es su pregunta lo que me lleva a una reflexión que pretende ir mucho más allá de lo anecdótico de la situación porque -probablemente- si esta circunstancia la hubiera vivido un hombre se habría hablado de ello en otros términos y desde otra perspectiva.
La sanción consistió en dos advertencias del juez, la pérdida de un punto por romper su raqueta y la pérdida de un juego por el enfrentamiento verbal que tuvo con el juez de silla. Pero en realidad la penalización fue mucho más allá de las consecuencias a las que tuvo que enfretarse Serena Williams en la pista, la sanción más dolorosa y grave para la tenista fue el escarnio público y el intento, una vez más, de poner el énfasis en cuestiones relacionadas con su personalidad más que con lo estrictamente deportivo. Es un hecho que el carácter en las mujeres deportistas de élite se penaliza; lo que en un hombre es un valor en una mujer es motivo de polémica, mofa y escarnio. Tener personalidad en una cancha o en un campo o sobre una pista de atletismo es tener que pelear contra la imagen que se da de ti fuera de lo deportivo. Habría que ponerse en la piel de Williams, sí, porque no es la primera vez que la tenista tiene que bregar con la imagen que proyectan de ella. Y más en un deporte como el tenis que tan bien representa la corrección en lo deportivo. Tal vez Serena Williams es molesta precisamente porque se sale de la norma y porque no está dispuesta a callar mientras los demás hablan de ella.
En todos los ámbitos de la vida una mujer competitiva está peor vista que un hombre competitivo, sin contar con que se le exige mucho más para llegar a puestos de responsabilidad. El deporte no iba a ser la excepción. Hay un doble rasero para medir la actitud competitiva de los deportistas de élite según se trate de hombres o mujeres. Una brecha más a la que unir la brecha salarial y la referente al distinto tratamiento en cuanto a visibilidad que recibe el deporte femenino en comparación con el masculino.
No es la primera vez que Serena Williams genera polémica. También dio mucho que hablar su aparición en Roland Garros (unos meses después de ser madre) con un mono ajustado de lycra totalmente negro, diseñado por Nike, para evitar la formación de coágulos de sangre pues la tenista había sufrido algunos problemas de salud. El torneo rechazó su indumentaria. André Agassi o Rafael Nadal, sin ir más lejos, han marcado tendencia dentro de las pistas con indumentarias que no se ajustaban del todo a la normativa de los torneos pero nunca corrió tanta tinta por ese motivo ni se dieron actitudes tan hostiles como las que tuvo que aguantar la tenista. Lo que en Serena se toma como una provocación en los tenistas se consideraba una peculiaridad. Por no hablar de las raquetas que vimos romper en directo a McEnroe, reacciones que no siempre eran penalizadas por los jueces y que incluso protagonizaron un conocido spot porque, visto está, sus estallidos de cólera hacían gracia.
El problema se acrecienta cuando se trata, como es el caso de Serena Williams, de una mujer de fuerte temperamento. Tal vez sea este hecho, en realidad, lo que coloca a la tenista constantemente en el punto de mira. El carácter, el temperamento, están bien vistos sólo si lo aplicamos a esquemas de comportamiento masculino, de una mujer se espera otro tipo de actitud, más sumisa, más “elegante”, menos contestataria. La cuestión no se queda ahí. Llega hasta la celebración de los tantos. Carolina Marín -tres veces campeona mundial de bádminton entre otros reconocimientos- es más conocida por la euforia con que celebra sus tantos y la rabia que exterioriza cuando se le escapan que por su extraordinario palmarés. Después de hacerse con la medalla de oro en los juegos olímpicos de Río de Janeiro, los medios hablaron más de su fuerte carácter que de su triunfo. Al parecer no importa cuando un jugador de fútbol celebra un tanto o hay una trifulca en el césped pero si se trata de una mujer se mira cada una de sus reacciones con lupa como si no quisieran o pretendieran opacar los éxitos conseguidos por las féminas.
Había mucha rabia en la reacción de Serena Williams, mucha impotencia, seguramente por no saber aceptar la derrota ante una rival que fue superior a ella y que confiesa con humildad que su sueño era jugar una final con Serena. No debe de ser sencillo ceder el cetro ni siquiera a alguien que te admira. Pero en ese estallido de ira había mucho más que el dolor de ceder un partido, un reinado, en esas palabras estaba condensada la impotencia y desesperación de años de pelea para ser juzgada no por ser mujer, no por ser negra, no por tener carácter, sólo por ser tenista. La mejor del mundo.
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