Mi hijo, el novio de tu hija
20/09/2016 en Doce Miradas
Hace un año aproximadamente que escribí sobre la parte de mi experiencia como madre que más me ocupa y preocupa, la de acompañar y apoyar a mis hijos en su crecmiento humano. Hoy vuelvo a compartir esas reflexiones a la luz de esta excelente y necesaria publicación de este verano:
LIBRO: Guía Enróllate con igualdad : para romper tópicos sexistas identificar las actitudes abusivas y prevenir la violencia de género desde la juventud.
Hace un año, leí un post de Flor de Torres Porras, Fiscal Delegada de la Comunidad Autónoma de Andalucía de Violencia a la mujer y contra la Discriminación sexual y Fiscal Decana de Málaga, titulado «El novio de mi hija». Ella aludía a otra guía, esta titulada: «Guía de madres y padres para hijas que sufren violencia de genero con el elocuente título: ‘El novio de mi hija la maltrata. ¿Qué podemos hacer?‘». Torres Porras hace un potente llamamiento a la educación de las y los jóvenes y reivindica la erradicación de la violencia de género de raíz, mediante la educación, la detección, la denuncia y por supuesto el desmantelamiento de los roles patriarcales dominantes. La guía se dirige fundamentalmente al objeto de la violencia, las hijas.
Pero yo necesito una guía complementaria, que vaya unida a esta, que sea su guía compañera, porque yo solo tengo hijos.
Un día, uno de ellos, que tiene ya sobrada edad de raciocinio, me dijo (tímidamente) algo así como, «¡Jo, Mamá, todo el día con el feminismo!». Le tuve que responder que estar «todo la vida con el feminismo» era la única manera de protegerles contra el patriarcado, ya que el enemigo me supera por todos los flancos. Creo que me entendió.
Como todas las madres y padres, trato de criar a mis tres hijos varones, para que sean, como mínimo, buenos, felices, sanos, críticos, curiosos, justos, sinceros, inteligentes, conscientes, y en lo que puedo, igualitarios. No es fácil, como todo el mundo sabe, formar a personas íntegras y amorosas. Y eso a pesar de que tengo ayuda, pues puedo decir que, más o menos, las estructuras socializadoras también quieren personas buenas, justas, inteligentes etc. En esas cosas (por lo general) nadamos a favor de corriente. Bueno, menos para lo último, lo de igualitarios, para eso, estoy casi sola, a contracorriente, agotada.
Le respondí a mi hijo que a veces no me dan las dos manos, con todos sus dedos, para tapar las vías por donde entra el agua de la socialización de género que intenta desestabilizar nuestra barca (en nuestro caso, la masculinidad hegemónica ). Nos ahogamos de socialización patriarcal. Nos inundamos de cuentos donde los protagonistas son de su mismo sexo (salvo cuando no, y entonces se sabe que como esas protagonistas, generalmente princesas, no hay que ser); y novelas, y libros de texto, (y eso que mi familia se ha librado de ese gran libro socializador patriarcal: la Biblia) y programas de la tele, y «hombres mujeres y vice-versa», y películas, y superhéroes; y líderes políticos, y empresarios, y científicos, y deportistas, y escritores, aventureros y espías. Todos, sí «os», son de su mismo sexo, salvo que haya una excepción, que generalmente sirve para confirmar la regla: ellos valen más que ellas.
Y para que eso sea así hay un código social que manda que ellos son (por «naturaleza») y deben ser (bajo amenaza de traicionar su mismísima identidad individual y colectiva) todo lo que ellas no son: fuertes, decididos, listos, competitivos, capaces de superarlo todo, sin vulnerabilidades, que únicamente expresan emociones nobles, que saben reprimir todo lo demás, incluido el dolor físico. A cambio, recibirán una corona de espinas, que si son capaces de llevarla, dominarán el mundo, «como tiene que ser».
A veces, no, a menudo me canso. Porque mi labor (no sé si de Sísifo, o de Penélope) se renueva cada día. A diario tengo que reponer los ladrillos que por X o Y experiencia con los amigos, en clase, en el deporte, se han venido abajo.
No puedo contra el océano y paso por alto «cosas». ¡Yo misma reproduzco los patrones de vida que intento evitar!
Tengo que elegir las batallas, para conservar energía, cual estratega de larga campaña. A menudo me conformo con ganar el pequeño terreno que pueda. De vez en cuando encuentro alguna «lección» desde fuera, e intento darle protagonismo, pero con poco éxito sostenido:
«Mira, cariño, sabías que Serena Williams es la mejor deportista de Estados Unidos de la historia, incluso más que Michael Jordan! Ah; que no van a retransmitir la final femenina de Wimbledon…. que pena, pero sí, hijo, lo que yo te digo sigue siendo verdad. Ah, que dan el Tour de Francia, mira hijo como utilizan a las mujeres cómo caramelos para los ojos, premios del guerrero, qué horror. No, hijo, aunque tengas éxito en la vida, no te corresponde como premio una mujer.«
Con frecuencia utilizo todo el material que me brinda el mar patriarcal para señalar contraejemplos, provocar conversaciones, sembrar dudas. Cuando me oyen resoplar, ya saben que viene algún comentario. Pero lo negativo nos cansa, tanto a mí como a ellos.
No en vano, es más fácil, «entra mejor» aprender por modelos, arquetipos, ejemplos a los que aspirar. Y parece que el patriarcado personificado lo sabe porque todo lo que nos rodea dice lo mismo. Así que, a los ojos de mis hijos «La Sociedad» tiene razón, la que se equivoca soy yo. Especialmente, y de esto no les culpo, si les favorece en términos jerárquicos.
La novia de mi hijo
Cuando llega el momento de las relaciones, intento e intentaré hablar con ellos del respeto mutuo, del sexo seguro, de lo que significa el consentimiento; que cada uno tiene su vida, su propio futuro que forjar; que está bien que cada uno conserve sus amistades, que no hay por qué controlar. Probablemente no la hago ni lo suficiente, ni muy bien.
Y cuando, como toda madre o padre, me imagino cómo sería la mujer que me gustaría como compañera de mis hijos (parece que somos, de momento, heterosexuales), pienso en lo normal, igual que ellos: que sea buena, feliz, sana, crítica, curiosa, justa, inteligente, sincera, consciente, y en lo que pueda, igualitaria. Y que no les pase ni una. Que ambos sepan detectar cualquier atisbo de maltrato de género y no lo justifiquen ni lo legitimen. Y que como, escribe Flor de Torres Porras, juntos rompan «en mil pedazos los roles de chicos y chicas basados en patrones patriarcales.»
Zorionak Christina. No puedo sentirme más identificado. Tengo 3 hijos y también me canso a diario en la pelea que compartes. No soy el mejor padre, ni Nerea y yo somos el mejor tándem, pero sí siento que no sembramos en terreno baldío. La semana pasada, mi hijo pequeño estaban en un comercio que ofrece todo tipo de regalos, baratijas, cachivaches,… Entró una niña de unos 8 años y preguntó di tenían llaveros de niñas. El esbozó una ligera sonriso y le dijo a Nerea: – ama, hay llaveros para niñas?
Y Nerea, orgullosa, le dirigió una mirada cómplice.
No es una victoria, no es para decir que todo está hecho, pero sí para confirmar que en nuestra familia, en nuestro entorno, la consciencia de lo que somos como personas, como hombres y mujeres, nos empuja hacia horizontes más humanos, más justos, más igualitarios.
Me uno a ti en este camino y subrayo la necesidad de dirigir más esfuerzos a la liberación del condicionamiento sexista de los chicos y de los hombres.
Besarkada.
Edu.
Gracias Compañero, seguimos y cada vez se nos unen más. Esos momentos como el que cuentas de Nerea son un chute verdadero, yo a veces también los tengo. buah!
Un beso
Fantástico!. Nuestros hijos tienen mucho por hacer. Confío en que la educación que les estamos dando sea un gran antídoto contra la toxicidad de muchos mensajes que persisten en la sociedad y la industria del consumo. Seguro que apuestan por relaciones más igualitarias.
Gracias Elena! Hay que seguir porque solo puede ser para bien.
Un abrazo