La feminización de la pobreza
18/11/2014 en Miradas invitadas
Pilar Barrientos. Aunque de formación técnica ITA, no he ejercido nunca, por motivos «casamentales». Mi compromiso y mi currícula comienza en el año 86, cuando vuelvo a Extremadura y fundamos entre nueve mujeres la Asociación de Mujeres Separadas Divorciadas y Maltratadas, para posteriormente pasar a denominarse Agustina de Aragón. Durante esa etapa, hasta 1993, fui presidenta de la misma. En el año 93, fui nombrada Directora General de la Mujer de la Junta de Extremadura hasta el 96. Después de muchas vicisitudes me instalé como «autónoma» (emprendedora). Actualmente, desde hace 2 años, acudo puntualmente a «la cena de empresa» del Servicio Publico Extremeño de Empleo (SEXPE).
Hablar de feminización de la pobreza nos lleva a hablar de diferencias entre mujeres. En términos de ingresos estas diferencias son mayores que entre los hombres y están aumentando de una manera espectacular. De esta heterogeneidad del colectivo femenino se desprende una conclusión política fundamental. Hemos de cuestionar los intentos de igualar a mujeres y hombres mediante la integración de ellas en una estructura jerárquica como son los mercados. En un contexto donde el empleo se precariza, intentar que las mujeres se inserten en la estructura laboral sin cambiarla, es un objetivo imposible de lograr. Para todo el colectivo femenino y para toda la sociedad. Pero además, es una vía errónea porque refuerza las estructuras en si discriminatorias y empeora la situación de los grupos de mujeres menos favorecidos y refuerza un sistema basado en la acumulación de capitales que no tiene en cuenta la satisfacción de necesidades humanas causa última de la pobreza.
En un primer momento se vio la feminización de la pobreza como consecuencia de la desestructuración familiar, como un fenómeno característico de los hogares monomarentales. Cada vez había más unidades domesticas con la presencia de un solo adulto, la mujer. Dadas las mayores dificultades de las mujeres para lograr un empleo o estabilidad laboral. Es decir, dadas las numerosas discriminaciones de género que vivían las mujeres en el mercado laboral, unidas a la falta de ayudas públicas, su capacidad para acceder a recursos económicos suficientes era mucho menor que los hogares encabezados por un hombre. Por tanto, la pobreza sobrevenía con la desestructuración familiar y la traslación de la responsabilidad de ganar el pan a la mujer.
Si tradicionalmente la pobreza se ha asociado a las personas desempleadas o inactivas, cada vez es más frecuente que, a estos colectivos, se una el caso de quienes viven en la pobreza a pesar de cobrar salarios, no estar paradas ni inactivas, o de haberlos cobrado, es decir de haber contribuido y por tanto tener derecho a prestaciones. Dentro de los/as nuevos/as pobres la mayoría son mujeres y esta realidad creciente y global es lo que se ha denominado feminización de la pobreza.
La feminización de la pobreza va mucho más allá de la problemática específica de los hogares monomarentales o de mujeres solas. Pone al descubierto una organización social en torno a los mercados, donde la primera preocupación es la generación de rentas y no la satisfacción de necesidades humanas, que descarga la responsabilidad de la reproducción social en los hogares, que no da cobertura pública a quienes trabajan en actividades que se han invisibilizado. La solución a la pobreza no puede provenir de mejorar la inserción de determinados colectivos, entre ellos, las mujeres, en el mercado laboral, sino de un cambio profundo de las estructuras básicas del actual sistema socioeconómico.
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