Interseccionalidad: agenda feminista para un patriarcado poliédrico
05/05/2020 en Miradas invitadas
Maggy Barrère Unzueta. Soy donostiarra (1957) y profesora de Filosofía del Derecho en la UPV/EHU desde los años ochenta. Empeñada en el cambio de las enseñanzas jurídicas, impulsé el Seminario “Feminismo y Derecho” en la Facultad de Derecho a inicios de los noventa; más tarde codirigí el Máster en Igualdad de Mujeres y Hombres durante quince años. Desde hace un lustro estoy enfrascada en dar vida y continuidad a una estructura universitaria cuyo nombre asusta un poco (Clínica Jurídica por la Justicia Social), pero que tiene como objetivo involucrar al alumnado universitario en la respuesta a los casos de discriminación de nuestro entorno.
Como feminista, en este post voy a compartir algunas reflexiones sobre un asunto que no es novedoso, pero que ahora, en tiempos de coronavirus, aflora de manera especialmente grave. Tiene que ver con la agenda feminista y apunta, más concretamente, a la escasa atención prestada en esa agenda a la desigualdad entre las propias mujeres. Para huir de tecnicismos, me voy a permitir comenzar tirando de anecdotario.
En mi última visita profesional a la British Library encontré apilados en la zona de merchandising un montón de ejemplares de un libro. Cuál no sería mi sorpresa cuando vi que iba de feminismo. ¡Caray! –me dije-, estos sí que son nuevos tiempos. Se trataba de una recopilación de textos que habían visto la luz un año antes (2018) y que ahora volvían a salir publicados en edición de bolsillo por Virago Press. La responsable del reading, autora también de su introducción, era June Eric-Udorie. No la conocía, pero leyendo algunas reseñas publicitarias incluidas en el propio libro supe que se trataba de una escritora y activista feminista de origen nigeriano destacada por su lucha contra la mutilación genital femenina y los matrimonios forzados, que había sido nombrada por Elle (UK) Mujer Activista del Año en 2017 y que su nombre había sido incluido también en las listas de las mujeres más influyentes e inspiradoras por la BBC, el Guardian, etc. Compré el libro, aunque lo he leído unos meses después. En la portada aparece destacado el mensaje que, a modo de interrogante, da título al volumen: “¿Podemos ser todas feministas?” (Can We All Be Feminists?); y el subtítulo se refiere al contenido: diecisiete textos de interseccionalidad escritos por otras tantas mujeres “diversas” (negras, trans, musulmanas, con discapacidades, etc.) deseosas de encontrar el camino adecuado para el feminismo (Seventeen Writers on Intersectionality, Identity and Finding the Right Way Forward for Feminism).
Traigo a colación este libro porque, obviamente, la pregunta que encabeza su título no es un simple interrogante, sino una interpelación a todas las mujeres que nos consideramos feministas, pero que respondemos a las características de lo que se entiende por mainstream feminism, es decir, un feminismo protagonizado por mujeres blancas, autóctonas, de clase media, heterosexuales, sin discapacidades, etc. Es también una llamada de atención sobre qué experiencias, intereses y necesidades han figurado en las demandas de ese feminismo erigido como principal. Se trata, en definitiva, de revisar una agenda que ha beneficiado particularmente a un grupo de mujeres, dejando a otras detrás, y, a la vez, de cursar una invitación para construir un feminismo en el que quepan las demandas antidiscriminatorias de todas las mujeres.
Unir un movimiento no significa propugnar su homogeneidad. El feminismo ha sido y será un movimiento heterogéneo, fundamentalmente porque el patriarcado es poliédrico y no funciona de la misma manera para las mujeres que tienen dinero y las que no, las que son blancas y las que no lo son, las nacionales y las no nacionales, las que tienen alguna discapacidad y las que no la tienen, las lesbianas, las trans, las intersexuales y las heterosexuales, etc. Es lógico, pues, que el movimiento feminista se nutra de visiones y reivindicaciones diversas. Es más, no sólo resulta lógico, sino también necesario, al menos si se concuerda en que el movimiento feminista ha de representar y articular las demandas de todas las mujeres que sufren el sistema patriarcal.
El pasado 5 de marzo, unos días antes de la declaración de la pandemia, la Comisión Europea lanzó su Estrategia para la Igualdad de Género durante el quinquenio 2020-2025. Por primera vez habla en ella, y varias veces, de interseccionalidad. La menciona expresamente como principio transversal para hacer efectivas las políticas de igualdad de género, pero también se refiere implícitamente a ella cuando trata del reto de los estereotipos de género, precisando que a menudo aparecen combinados con otros basados en el origen étnico o racial, la religión, la discapacidad, la edad o la orientación sexual, reforzando así sus impactos negativos.
Dada la importancia que ejerce la Unión Europea en materia de igualdad de género, se diría que con esta Estrategia parece abrirse un camino de esperanza para que la interseccionalidad se incluya en las políticas y legislaciones para la igualdad y, en definitiva, para que todas las mujeres puedan encontrar su hueco en el feminismo. Lamentablemente, sin embargo, el panorama no resulta tan idílico, pues hay situaciones especialmente sangrantes que no entran en la concepción de la discriminación interseccional a la que se refiere la Estrategia de la Comisión Europea. Me refiero a las de esas mujeres a las que afecta especialmente un factor de discriminación que se le olvida mencionar a la Comisión Europea: la clase social. No era necesario que el Covid-19 hiciera estragos para que supiéramos que la precariedad se cebaba con muchas mujeres, la mayoría de ellas inmigrantes, y en un alto porcentaje sin papeles, cuyos principales nichos laborales son el servicio doméstico, de cuidados y la prostitución.
Resulta lamentable que hayamos tenido que sufrir una pandemia para que se visibilice y valore lo que supone el trabajo de cuidados; ahora sólo falta que no se olvide y se empiece a tomar cartas en el asunto. Más difícil se presenta la situación para las mujeres en prostitución. El Covid-19 ha puesto en evidencia lo que significa vivir en los márgenes de la ley. Sin derechos laborales, presas de la economía sumergida, muchas inmigrantes, con hijos e hijas pero sin redes familiares de apoyo, algunas en situación administrativa irregular, viven en una situación de emergencia social que sólo parece importar a organizaciones que nutren su fondos de las llamadas a la solidaridad. Vivimos en una sociedad patriarcal y, salvo que hagamos como los avestruces (taparnos los ojos para no ver), sabemos que su duración no es flor de un día. Por ello, el Derecho y las políticas públicas deben dar voz y proteger a las mujeres incluso aunque se considere que sus conductas respondan a esquemas patriarcales. Si así no fuera pueden quedar sin amparo, precisamente, las mujeres más oprimidas. A este respecto, la distinción entre “intereses estratégicos” e “intereses prácticos” de las mujeres, empleada por el feminismo postcolonial y por los feminismos del sur, abrió los ojos a un feminismo maximalista. De hecho, sin reflexionar sobre ella, las mujeres que hoy en día se acogen al trabajo a tiempo parcial, a reducciones de jornada o que ejercen de cuidadoras de familiares con discapacidades porque no encuentran otra solución para vivir mejor, se habrían visto abocadas al olvido en virtud del argumento de que trabajando a tiempo parcial o en labores de cuidado reproducen los roles de género y, así, alimentan el patriarcado.
Por ello resulta también especialmente triste y penoso que en la actual coyuntura pandémica del covid-19, a la que hay que sumar la política (en la que una extrema derecha, hasta ahora agazapada, hace alarde sin ningún tipo de escrúpulo de su antifeminismo), encuentren predicamento posturas como las defendidas por el TERF —Trans-Exclusionary Radical Feminist— , que no ven con buenos ojos que las mujeres trans sean y vivan tal cual se sienten. No nos equivoquemos de frente y no ensanchemos, por acción u omisión, los efectos del sistema patriarcal sobre todas las mujeres. El feminismo y su movimiento han de prepararse para forjar alianzas, hoy más necesarias que nunca.
He comenzado este post haciendo referencia a un libro y me voy a permitir finalizarlo haciendo mención de otro. Se titula El pueblo gitano sobre el sistema-mundo. Su autora, Pastora Filigrana, se presenta en el subtítulo: Reflexiones desde una militancia feminista y anticapitalista. Sólo he podido acceder a la cubierta, pues el libro se distribuirá cuando el estado de alarma lo permita, pero el tenor de su contraportada lo erige como otro ejemplo de interseccionalidad, como un texto escrito por una mujer gitana que construye feminismo desde su otredad, así que, bienvenido sea.
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