El orden de los factores sí altera el producto
15/05/2018 en Doce Miradas
En Matemáticas, la propiedad conmutativa es una propiedad fundamental que tienen algunas operaciones, según la cual el resultado de operar dos elementos no depende del orden en que se toman. Esto es, el orden de los sumandos no altera la suma o, como nos enseñaron a repetir cansinamente en el colegio, el orden de los factores no altera el producto. O eso creíamos.
La ley 40/1999, de 5 de noviembre, posibilitó la elección del orden de transmisión de los apellidos. Si bien hasta la reforma de la ley del Registro Civil, de 2011, de no especificar lo contrario, la fuerza de la costumbre hacía que se impusiera el apellido paterno, apellido que también prevalecía en caso de desacuerdo. Desde 2011, sin embargo, padre y madre deben acordar antes y de forma obligatoria en qué orden dispondrán los apellidos de su descendencia.
Mi hija nació en 2012, un año después de esta reforma. Con esta inocencia conmutativa flotando sobre nuestras cabezas, mi marido y yo le pusimos primero mi apellido. Cada vez que surgía la cuestión durante el embarazo, quedaba claro que a ambos nos ilusionaba que la niña llevara nuestro apellido en primer lugar y no acabábamos de tomar la decisión definitiva. Días después del nacimiento, él vino del Registro Civil diciendo que finalmente le había puesto primero mi apellido. “Qué menos”, dijo. Nueve meses de embarazo y un parto habían desequilibrado aquella ilusión equivalente. Aquel fue un gesto precioso, un momento íntimo de nuestra recién estrenada familia. Fue un regalo de maternidad y yo me sentí agradecida por su reconocimiento.
Fue solo con el paso del tiempo cuando empecé a recibir opiniones y contraste no buscado en relación con la cuestión de los apellidos. Me encontré respondiendo a la misma pregunta una y otra vez. “¿Por qué?”, me preguntaban. “¿Por qué le has puesto tu apellido primero?”. En este tiempo, de hecho, los más osados me han llegado a preguntar también si soy madre soltera o si estoy divorciada.
El nombre que nos dan al nacer y los apellidos que recibimos forman parte de nuestra vida, y contribuyen a la creación de nuestra identidad y nuestra propia historia. Nos vinculan con nuestros progenitores y líneas genealógicas y son, en definitiva, parte de nuestro patrimonio personal. Es por eso que identidad y persona sitúan esta cuestión en un terreno muy privado. Quizá, por ello, en su momento me sorprendía tanto aquella pregunta abierta e incansable: ¿Por qué?”. Y quizá por ello yo no devolvía la pregunta: “¿Y tú por qué no le has puesto primero el apellido materno?”. Mi respuesta era, en su lugar, algo sencillo: “¿Y por qué no?”
A medida que la noticia se extendió más allá de mi circulo personal, tuve ocasión de toparme con gente que no solo preguntaba con abierto descaro, sino que añadía a la suma un lenguaje no verbal en el que se podía entrever un halo que me cuesta definir con precisión. Una mezcla de reproche, desconfianza, o incomodidad, quizá. Estas madres modernas de hoy…
En otro orden de cosas, pero no alejado del objeto de este post, cuando la niña nació decidimos no ponerle pendientes. Decisión que también generó preguntas. Sin ahondar en la cuestión de la construcción cultural ni de los estereotipos, a mi modo de ver, la estética, el credo o la ideología de mis hijos, son y serán cosa suya. Por muy hijos míos que sean. Soy madre con mis errores y aciertos. Acompaño, doy ejemplo, aun sin querer, y tengo una gigantesca responsabilidad, pero los pendientes…, los pendientes son y serán cosa suya.
De la misma manera que una aprende a ser madre con la experiencia, aprende a ser feminista con vivencias cotidianas como éstas. De forma que lo que en su día fue un momento privado en una a habitación de hospital, ha ido ganando progresivamente en importancia, conciencia y activismo, hasta convertirse en un gesto de valor público.
Hoy día, me siento afortunada de que la decisión que tomamos en su momento, del nivel de cohesión con mi pareja que la hizo posible, del ejemplo que con ello damos a nuestra hija e hijo. Porque mientras construimos esa sociedad igualitaria, ellos crecen en una familia igualitaria. O eso intentamos.
Las mujeres debemos hacer uso de nuestros derechos y recorrer convencidas este camino. Cierto que son muchos los frentes abiertos, pero, por fortuna, algunos de ellos están en nuestra mano. Como dice Noemí Pastor sobre las resistencias al lenguaje feminista “si quiero trabajar por la igualdad, tendré que hacerlo también en mi terreno, también en mi casa”.
De modo que, el orden de los factores, a veces sí altera el producto. Y mucho. Porque alterar el orden de ciertas cosas, altera algunas miradas. Y solo con nuevas miradas, podremos llegar a nuevos lugares.
Eunate Encinas
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Enhorabuena, Eunate! Bienvenida a Doce Miradas. Me ha gustado mucho tu post de estreno en el blog. Del asunto de los apellidos escribió en su día Toño Fraguas, mirada invitada de lujo. Pero tu artículo tiene un enfoque diferente y contiene una vivencia personal. Y aunque deberíamos estar curadas de espanto me sorprenden las reacciones que vuestra decisión provocan a vuestro alrededor. No imaginaba que la gente reaccionara con reproches, miradas raras o aspavientos. Es verdad que tu ejemplo no ha cundido mucho por ahora, al menos yo no conozco casos, pero siempre he pensado que era porque muchas parejas temen abrir la caja de los truenos, entrar en discusiones sin fin, más que por estar decididamente en contra de que el apellido de la madre vaya primero. Así que enhorabuena por haber sido valientes para afrontar ese debate en pareja. ¡Viva la pequeña Encinas!
¡Gracias María por tus palabras! Me ha motivado mucho este estreno. Tan nerviosa como contenta.
Leí ese artículo de Toño Fraguas y coincidía con él en su planteamiento de que al fin y al cabo las mujeres llevamos siempre el apellido de un hombre debido al sistema de filiación patrilineal. Así que al fin y al cabo, estamos jugando todo el rato con el mismo legado. Pero eso verdad que lo que tiene lógica a un nivel antropológico, sigue teniendo otro peso en el terreno de lo social. Al menos hoy en día. Paso a paso vamos reconstruyendo otro orden de cosas.
¡Emocionadísima de estar aquí!
Bienvenida compañera! Me ha encantado tu enfoque, en el que me reconozco plenamente, pues mi caso es el mismo. Hasta tal punto que mi marido ha tenido que llevar el libro de familia cuando viajaba solo con mis hijos cuando eran menores de edad porque al ver el apellido paterno en segundo lugar, no se acababan de creer que eran suyos!
Ya s
¡Gracias Christina! Así que tu familia también recibe esa mirada que oscila entre el desconcierto y la desconfianza… ¡Bravo por vosotros!
De alguna manera acaban fortaleciendo el convencimiento de que se puede funcionar de otra manera. De que se puede cambiar el orden de los factores.
Juntas en el recorrido. Un abrazo a todas las Miradas.
Eunate , me ha gustado tu articulo, sois valientes y asi se hacen los cambios con pequeños gestos de progreso.Tienes una familia algo diferente pero es lo que nos hace mas ricos y autenticos,.Esa mirada femenina es la que nos une a todas , de la teoria a la practicaes el modo de hacernos mas visibles, un aplauso para ti y tu pareja.
¡Gracias Fátima!tal y como dices, pequeños gestos de progreso cambian las cosas. Y sobre todo si se hace sobre la base del consenso, el clima de cariño y apreciando esa riqueza que señalas y que nos hace auténticas. ¡Gracias por tu apoyo!
Olé a tu valentía por intentar vivir de forma consecuente a tus ideas aunque a algunos les resulte tan raro… ¡¡¡Raro debería ser el no intentarlo!!!
Quizás el orden de los apellidos no va a condicionar la manera de ser de «pitinta» pero seguro que sí la actitud valiente de sus padres y su esfuerzo por vivir con coherencia.
Amiga mía, bien sabes tú de coherencia y valentía. Eres un ejemplo en estas y tantas cuestiones..suerte tenerte cerca. Un beso tan grande como nuestra amistad.
Felicitaciones, mi hija tiene 29 años y mi hijo 27. No llegué a tiempo de poder elegir en su día sus apellidos, a pesar de esto, mi hija firma con el de su madre desde muy jovencita. Se puso los pendientes cuando quiso, con 7 u 8 años.
La importancia de lo que has hecho es, podemos cambiar las leyes pero aún más importante es tomar parte en los avances conseguidos. Muchas gracias.
Saludos
Genial post. En este tema de los apellidos, es de agradecer que cada pareja pueda elegir legalmente de acuerdo a un principio de igualdad, en mi momento de padre era algo que ni nos planteamos. Ahora tengo más claras mis consideraciones:
1) Todos los países deberían regular, como en España, que se pueda elegir el orden de los apellidos y no obligar al del padre primero.
2) Todas las personas deberíamos animarnos a usar SIEMPRE los dos apellidos cuando nos identifiquemos. Por mucho que vaya contra la economía del lenguaje y la comunicación.
3) En esa línea, todos los países deberían regular que el uso de dos apellidos sea lo habitual. Que se elimine por defecto el segundo apellido me parece una aberración (sea cual sea el primer apellido que se elija) -muchas/os sabréis los problemas que hay a veces cuando usamos los dos apellidos en un contexto donde se supone que hay doble nombre y solo un apellido-. (La norma de que los apellidos compuestos y los nombres compuestos se separen con guión me gusta porque elimina muchas ambigüedades)
4) Mis mayores dudas son en el cómo madre y padre hacen la elección (y cómo resolver los conflictos). No me atrevo a sugerir ninguna manera «única». La mía, la que yo elegiría hoy si tuviera hijas/os ahora, es poner primero el apellido de la madre si es niña, y primero el del padre si es niño. Pero este tema sigue en elaboración en mi cabeza… y seguramente, no lo tendré ya que llevar a la práctica. Aunque… quién sabe… 🙂