Mariana
05/09/2017 en Doce Miradas
Mariana no sonríe. Nunca. Fue un proceso paulatino, y tocó techo la noche en la que Manuel llegó borracho de la cantina, y le rompió los dientes de un sonoro puñetazo cuando ella rechazó sus manos y sus besos, arrinconándose en la litera que comparten.
Poco quedaba ya de la pasión juvenil que, de la noche a la mañana, hizo que dejase su aldea para unirse al grupo de rebeldes que marchaba hacia la selva. Mariana es guerrillera accidental, y desde entonces también es la compañera de Manuel, la única mujer de la tropilla, un trabajo a tiempo completo: lava para él y sus compañeros, cocina, recolecta o roba lo que necesitan para comer. Porque es guerrillera, sí, pero ante todo es compañera y mujer. Hace unos años sumó a sus tareas la de ser la puta del destacamento: sus compañeros (ellos) lo acordaron en democrática decisión, como vía de desfogue tras semanas de caminatas y luchas. Alegaron que, además, así estaría mejor preparada para no delatarse en los encuentros con los paramilitares, que acostumbran a violar a las mujeres, bien como entretenimiento, bien como parte del escarmiento general.
La mañana siguiente a romperle la boca y la sonrisa, Manuel preguntó a Mariana qué había pasado. “Esta vida de mierda”, le dijo en una torpe disculpa. Dice que no consigue recordar esa noche. Mariana, sin embargo, no logra olvidarla.
Quería escribir sobre las mujeres en los conflictos armados, pero la historia de las Marianas de la guerra se me ha quedado atragantada entre los dedos. Me la contaron hace unos días, y no he logrado que salga de mi cabeza.
Sobra decir que no se llama así. Y que Mariana no es de un lugar concreto. No la busques en una guerrilla, en singular, ni en un lugar en particular. Esta Mariana concreta no existe, pero es, a la vez, miles de mujeres. Ocurre lo mismo con tantas y tantas historias del infierno que se van perdiendo para siempre, porque sus protagonistas, ellas, no son reconocidas como voces autorizadas para relatar sus propias vivencias. ¡Qué despropósito!
Mariana es tan solo una de las miles de mujeres víctimas directas de los conflictos armados. Nada nuevo, nada diferente a lo que puedas estar imaginando: el cuerpo de las mujeres ha sido siempre un campo de batalla, tanto más en la guerra y en sus diferentes vertientes.
Quería escribir sobre la situación de las mujeres en los lugares del mundo donde la guerra y sus demonios son el pan suyo de cada día. Y quería hacerlo porque, en mi ignorancia, he sabido que es relativamente novedosa la intervención de los poderes públicos internacionales en esta realidad (conocida o intuida, pero ignorada de forma sistemática). El 19 de junio del 2015, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la resolución por la que se declara esta fecha como Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Sexual en los Conflictos.
Un año después, en marzo de 2016 un tribunal íntegramente femenino de la Corte Penal Internacional dictó su primera condena por delitos sexuales y de género cometidos por el exvicepresidente congoleño Jean-Pierre Bemba.
La dominación sobre las mujeres es el único régimen de poder que ha sobrevivido a todas las fórmulas a lo largo de la Historia, así, con mayúsculas. Por siglos y siglos, los seres humanos hemos experimentado todo tipo de maneras de control y dominación sobre nuestros semejantes: hemos tenido regímenes teocráticos, imperios, democracias más o menos avanzadas. Hemos tenido reinos, repúblicas, asociaciones libres de comunidades. Hemos tenido ejércitos y sociedades desmilitarizadas (pocas…). Reyes, presidentes, parlamentos, senados, tribus de ancianos, asambleas de notables. La única forma de poder que no ha languidecido en todo el tiempo que habitamos este planeta es la que somete a las mujeres. La que las considera inferiores, la que las explota como meros instrumentos de reproducción, la que las domina como aviso a navegantes, la que las cosifica como herramientas del placer sexual de los hombres. Las mutaciones que este sistema ha ido experimentando son notables, qué duda cabe, pero si te atreves a mirar a la Historia con gafas de ver de lejos, enseguida reconoces los rasgos comunes, las mismas estrategias que convierten al patriarcado y al machismo en la ideología más resistente, la más duradera, la más difícil de destruir.
Quería escribir sobre la guerra, pero Mariana me ha recordado que usamos los conceptos amplios para esconder, consciente o inconscientemente, las realidades sobre los que se construyen. Que no es posible entender, en su extensa dimensión, la situación actual de las mujeres sin situarla en el contexto de la ideología del poder.
Las agresiones sexuales son ataques de poder.
La violencia de género es poder.
Incomodar a las mujeres en la calle con frases soeces es poder.
Alimentar los estereotipos de género y arrinconar a las niñas en los roles femeninos es poder.
Interrumpir a las mujeres por el hecho de serlo es poder.
Son formas de entender el poder que se nos han metido hasta el tuétano, bien por la costumbre, por la educación, por los modelos que perpetúan los medios de socialización, o bien por el miedo y los consejos bienintencionados que han hecho tan resistente este modelo de poder.
No he podido escribir sobre la guerra, sólo sobre la guerra, porque también los conflictos forman parte de esta realidad. Son la cara amarga de la pobreza, de la dominación, de la rabia, del dolor común y del privado. Y hay tantas guerras como hombres y mujeres, niños y niñas, que las viven. Aunque cuando nos cuentan qué está ocurriendo las crónicas suelen limitarse a una sucesión de hechos, avances, datos y análisis políticos o económicos, convendría tener en mente que es imposible hacerse a la idea de su verdadera dimensión sin reconocer la pobreza, la dominación, la rabia y el dolor de las Marianas que la sufren.
Mariana ha empezado a desaparecer. Y no podremos conocer su historia mientras las verdades de tantas mujeres permanecen escondidas. Otra Mariana explicaba hace unos meses cómo logró sobrevivir a sus infiernos, a los de la guerra externa y también a los de la guerra inacabable que las mujeres siguen librando. “Si parpadeas seguido, las lágrimas no caerán”.
Bonus track
Quería escribir sobre la guerra y las mujeres, pero con una historia enredada no resulta sencillo. Para encontrar las claves, te invito a que consultes las fuentes de ONU Mujeres, sus propuestas para la paz y la seguridad de las mujeres. Y si quieres profundizar aún más, aquí te dejo un estudio de Valentín Bou Franch sobre los crímenes sexuales en la jurisprudencia internacional. Y también el acceso a este completo estudio, «Como la cigarra. Notas sobre violencia sexual, jurisprudencia y Derechos Humanos» de Violeta Cánaves.
Y si todavía tienes algo de tiempo para un buen libro, puedes buscar “La guerra no tiene rostro de mujer”, de Svetlana Alexiévich, una obra en la que rescata la historia de las miles de mujeres, casi un millón, que combatieron en el Ejército Rojo durante la segunda guerra mundial, una historia de la que, tal vez, no hayas oído hablar; no parece que sea casualidad. Por cierto, Alexiévich ganó el Nobel de Literatura en 2015.
Pilar Kaltzada
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Excelente análisis Pilar. Añadiría al cocido de poder, las consecuencias de la no-presencia de las mujeres en «la paz», y cómo, tras la guerra, cuando se regcogen los trozos y se «reconstruyen» las sociendades, se firman los tratados, se vuelven a repartir las riquezas, se vuelven a enriquecer los bandos, se vuelve a escribir la historia, se escriben nuevas leyes, normas y constituciones… allí no están las mujeres. La resolucion 1325 de la ONU (2000) «impulsa» este derecho de las mujeres http://www.un.org/es/peacekeeping/issues/women/wps.shtml
Gracias Christina. Es un cocido con tantos ingredientes que se nos atraganta. Tienes toda la razón. No es suficiente con la radiografía del conflicto, y es muy importante, tal vez lo más inspirador, imaginar qué diferente sería la construcción de una paz duradera en tantos lugares si las mujeres participaran en igualdad.
Hace unos días una amiga reportera internacional me decía: «las guerras ya no son lo que eran». Se refería a los conflictos de cuyos comienzos y previsibles finales nadie es capaz de aventurar una hipótesis. ¿Cuándo acabará la guerra en Siria? ¿Cuando una parte se declare derrotada? ¿Cuando los niños y niñas que están sufriendo todo tipo de dolencias del cuerpo y del alma recuperen su infancia? ¿Cuando las mujeres violadas por el bando contrario (en ocasiones, el vecino de la casa de enfrente) superen ese trauma? Es decir, ¿esa guerra no terminará jamás?
Las Marianas son víctimas de la guerra, porque ya eran víctimas antes de que empezase la guerra. Reconocerlo y aceptarlo sería un primer paso. ¡Gracias por conversar!