Micromachismos y feminismo
13/09/2016 en Miradas invitadas
Nerea Gálvez, @ilegorri. Mujer. 45 años. Femenina y feminista. Bilbaína de nacimiento y ciudadana del mundo. Casada y madre de una adolescente. Prehistoriadora de corazón y política por convicción. Creo en el “más allá” que está en mi interior. Emociono corazones y me apasiono con las personas.
Micromachismos y feminismo son dos términos que levantan pasiones.
Hace unos días pasé consulta por un pequeño problema en un pie. La traumatóloga que me revisó era una mujer de treinta y pocos que comenzó preguntándome a qué me dedicaba. Pregunta lógica si pretendía indagar sobre la actividad de mis pies.
¡Ufff!, pensé, cómo le cuento a esta buena mujer que estoy en paro, decidiendo cómo reenfocar mi vida profesional. En fin, dije en voz alta: “Últimamente estoy en casa”. Ella, sin levantar la vista de la pantalla del ordenador, resumió: “Ama de casa, entonces.”
Mis ojos se abrieron de par en par, un velo oscuro cubrió mi visión y escuché mi propia voz: “¡Ah! ¡Ni de coña! ¡Ni se te ocurra poner eso! Si acaso, pon ‘desempleada’. ¡Lo que me faltaba!”
Entonces sí levantó la vista de la pantalla para pedirme perdón.
¿Qué me había pasado? Sentí que al hombre con el que acababa de pasar consulta antes que conmigo, si hubiese contestado lo mismo, jamás se le habría ocurrido contestar “Ajá, sus labores”. No, como que no sale ese resumen. Y sentí la sutileza de los tópicos culturales que pasan inadvertidos, esas obviedades que han calado sin darnos cuenta en el ideario colectivo, según el cual asumimos cuáles son las labores propias de mujer.
Una buena amiga me confiaba recientemente en una conversación que ella era muy femenina y que estaba hasta el moño de las feministas, que lo único que hacen es atacar a los hombres, hacia quienes, sin duda, sienten un rechazo irracional. ¡Puro postureo! ¡Ya me gustaría verlas en su casa cómo les hacen la cena a sus mariditos sin rechistar!
¡Caramba! ¿Cómo hacerle entender que el feminismo no es el rechazo irracional hacia lo masculino, sino la creencia de que puede haber un mundo mejor para las personas, hombres y mujeres, porque, lo reconozco, los hombres tampoco viven en el mejor de los mundos posibles? ¿Cómo compartir con ella que, igual que existe la fraternidad, existe la sororidad , y que no tienen por qué ser términos opuestos ni excluyentes?
Cuando se propuso que el Congreso dejase de llamarse Congreso de los Diputados, porque obvia a las diputadas, la respuesta fue que no era necesario, que nos sintamos incluidas y que hay otras prioridades. Sin duda hay cosas más urgentes. Aunque, ¿qué pasa si tachamos esto de la lista ahora?
Cuando comencé a escribir este artículo, no sabía muy bien cómo enfocarlo, solo que quería compartir las sensaciones que estas acciones cotidianas me provocan. Aunque ahora también veo que estos gestos cotidianos forman parte de un espacio más amplio que reúne cuestiones más generales. Así que me voy a permitir subir un peldaño e interrogarme: ¿cuánto camino falta para abandonar la distinción hombre-mujer y llegar a tratarnos como personas? Porque ¿cuántos hombres y cuántas mujeres están cómodas con el traje de género que les toca ponerse?
Recuerdo a mi abuela. Una mujer depresiva, insatisfecha y profundamente infeliz. Vivió un rol femenino que detestaba. Se casó con un hombre con el que no compartía sueños y fue madre de diez criaturas. Estoy convencida de que de niña imaginó otra vida: viajes, grandes urbes, sin cargas infantiles… Estoy convencida de que mi abuela en su configuración personal contaba con gran cantidad de lo que Jung denominó “animus” -arquetipo de características consideradas masculinas en el ideario colectivo-. Sin embargo, los tópicos, las obviedades y la obediencia a las sagradas normas sociales la llevaron a vivir de una manera que ella no diseñó y a aceptar reglas y valores que nada tenían que ver con ella.
Y lo contrario le ocurrió a mi abuelo, que vivió un rol masculino que le ahogaba. En este caso, su fórmula vital incluía gran cantidad de lo que Carl Gustav Jung, en «Los arquetipos y lo inconsciente colectivo», denominaba “anima” -arquetipo de características consideradas femeninas en el ideario colectivo-.
Esto me lleva a preguntarme cuánto de masculino y de femenino hay en cada persona. La fórmula que configura la esencia de cada cual es la suma singular y exclusiva de distintas características, características que trascienden la categoría hombre y la categoría mujer y que tienen que ver con esa poción mágica que compone a cada individuo.
Recogiendo las palabras un buen amigo, ¿cómo cambiaría nuestra sociedad si desde la infancia se nos educara en esta idea de que mujeres y hombres tenemos una parte masculina y una femenina? Pensando en esta pregunta, trato de encontrar gestos en los que nos tratemos como personas, trascendiendo el hecho de que seamos hombres y mujeres. Así que, por una sabia recomendación, me he puesto a buscar espacios de neutralidad genérica. Reconozco que me ha costado encontrar ejemplos cotidianos en los que no sienta la dualidad genérica. Aún así, ahí va un ejemplo. Cuando compartimos gustos artísticos y nos preguntamos qué nos gusta leer, cuál es nuestro cuadro preferido o qué música escuchamos, siento que ahí nos tratamos como personas. Es decir, cuando nos permitimos ser de manera espontánea. Cuando entramos en el mundo de las emociones menos racionales y llegamos a nuestro corazón. En ese momento pasamos a reconocernos como personas.
Fotografía de Asun Martínez Ezketa, @esaotra
Así que, ¿cómo sería de expansivo, cómo sería de liberador permitirnos actuar de manera más espontánea, trascendiendo la realidad hombre-mujer? ¿Cuántas vidas serían vividas de otra forma? ¿Cómo impactaría esto en nuestra sociedad? ¿Qué consecuencias tendría?
Conclusión: a mi me lleva a imaginar un mundo más feliz. Sin embargo, aquí en conclusiones podéis poner las respuestas que os vayan surgiendo a estas últimas preguntas. ¡Feliz día, mundo!
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Me ha encantado esta parte:
«La fórmula que configura la esencia de cada cual es la suma singular y exclusiva de distintas características, características que trascienden la categoría hombre y la categoría mujer y que tienen que ver con esa poción mágica que compone a cada individuo.»
Debemos educar, tanto a los jóvenes como al resto de la sociedad, que cada uno de nosotros somos lo que sentimos que queremos ser, no lo que un estereotipo basado en la genitalidad nos diga que somos. Cuando se rompen esos estereotipos es cuando realmente nos sentimos libres y realizados.
Eskerrik asko artikuluagatik!