Sororidad: ¿Hace cuánto que no compruebas tus privilegios?

17/02/2015 en Miradas invitadas

cwlChristina Werckmeister Lacarra (Los Ángeles, 1966) (@cwerckmeister). Licenciada en Filología Clásica, mi trabajo como co-fundadora y directora del Itinerario Muralístico de Vitoria-Gasteiz me permitió desarrollar mi marcada visión social. Uno de nuestros mayores objetivos es utilizar la producción de arte urbano monumental, creado de forma comunitaria y libre de estigmas elitistas, como herramienta de concienciación y crítica. Varios proyectos se han centrado en la equidad de género de manera explícita. Ahora, tras más de 20 años en el mundo laboral, he decidido volver a la esfera académica, estudiando por la rama de políticas públicas un Máster de Mujeres y Ciudadanía en la Universidad de Barcelona.

 

¡Hola Docemiradas! Y gracias por la invitación. Es un honor participar en esta gran plaza pública. ¡Qué importante para el feminismo es esta posibilidad tecnológica de intercambio de ideas, críticas y propuestas! Es como una recreación virtual de aquellas asambleas y grupos de debate donde confrontábamos conceptos, el primero de ellos incluso nuestro propio sexismo, para armar nuevas estructuras y andamios sobre los que elevarnos entre todas.

Acabo de releer (¡y recomiendo!) a la gran  Bell Hooks, El feminismo es para todos. Nos pide que no perdamos esas ganas de debatir dentro del propio feminismo, porque es la base de la verdadera sororidad. Ella recuerda los 60 y 70 donde se fueron forjando los feminismos de la Segunda Ola:

En vez de abandonar su visión de sororidad ante la imposibilidad de alcanzar una utopía,
crearon un verdadera sororidad, que tuvo en cuenta las necesidades de todas.
Éste era el duro trabajo de solidaridad feminista entre mujeres.

Pero Hooks nos advierte:

La sororidad nunca hubiese sido posible cruzando las fronteras de raza y clase 
si algunas mujeres individualmente no hubiesen estado dispuestas 
a ceder su poder de dominar y explotar a grupos subordinados. 

 

Por ello es importante comprobar constantemente nuestros propios privilegios de poder.

Observo una insidiosa tendencia en mí misma: con frecuencia olvido mis privilegios de clase, etnia, capacidad funcional, sexualidad (etc). Pero no soy la única. Como feministas, hablamos, pensamos y escribimos sobre diferentes tipos de subordinación y cómo operan «interseccionalmente«.  Género, clase, etnia, capacidad funcional, sexualidad, religión, edad (¡y más!) crean un sistema social de opresiones y privilegios que funcionan simultáneamente, aunque no todas con la misma intensidad. Sin embargo, nos resulta más fácil, y a menudo más urgente, ver las opresiones que los privilegios, especialmente si son los nuestros.

Claro está, el género atraviesa toda esta diversidad, y eso nos une. Pero lo que tenemos en común tampoco borra las diferencias ni las desigualdades entre nosotras. Y de la misma manera que criticamos el pensamiento androcéntrico que toma el concepto hombre por toda la humanidad, por eso también debemos hablar de mujeres y no de la mujer. Por eso decimos feminismos y no feminismo. Sabemos además que hay un feminismo occidental, blanco y heterosexual y de clase burguesa cuya hegemonía hemos de cuestionar las que «nos criamos» en él. Aquí tenéis un interesante debate donde ganó la moción «El Feminismo ha sido secuestrado por mujeres blancas de clase media» que propuso Myriam Francois-Cerrah.

¿Recordáis esa secuencia de la película La Vida de Brian de Monty Python donde se reúnen el «Frente Judaico de Popular» en el anfiteatro romano? Judith empieza la discusión declarando: «Yo creo, Ned, que un grupo anti-imperialista como el nuestro debe reflejar las divergencias de las bases.» Cada uno de los pomposos pronunciamientos androcéntricos tipo «Es el derecho inalienable de todo hombre…» , es interrumpido machaconamente por Stan con un «y mujer«. Casi que podríamos sustituir las palabras «grupo anti-imperialista» por «grupo feminista» y recordar machaconamente que cada vez que nombramos nuestras opresiones debemos nombrar también nuestros privilegios.

No es que los privilegios sean lo opuesto a las opresiones, pero en este «sistema» definitivamente tienen una relación que no se puede obviar. Gozar de ciertos privilegios no te convierte necesariamente en opresora (aunque puede que también) pero sí te beneficias. Y si te beneficias injustamente de la estructura social, también es tu responsabilidad cambiarla.  Algunas personas, o no se dan cuenta, o directamente lo niegan

¿Por qué algunas personas se empiezan a poner nerviosas cuando hablamos de sus privilegios? Parece que les invade un sentimiento de negación tal vez enraizado en un sentimiento de culpa. ¿Cuántas veces hemos oído?: «Espera un momento, yo no he tenido ningún privilegio. Todo lo que yo tengo, todo lo que soy me lo he ganado yo. A mí nadie me ha dado nada gratis«. Bueno, sabemos que eso no es verdad. Aquí tenéis un buen artículo de Jamie Utt  sobre cómo hablar de privilegio con alguien que no sabe lo que es. Parafraseando a Utt, una definición de «privilegio de identidad» sería: Cualquier beneficio o ventaja que recibes en la sociedad solamente por tu identidad de etnia, religión, género, sexualidad, clase-riqueza, habilidad funcional o estatus migratorio.

Yo, como mujer cis-género, blanca, occidental, sin diversidad funcional, heterosexual, de clase media y formada en el feminismo hegemónico, cada mañana cuando salgo por la puerta sé que no tengo que gastar ni una neurona en:

  1. Planificar mis movimientos para evitar barreras urbanas, arquitectónicas, ni preocuparme de que me tomen en serio y me respeten como persona adulta.
  2. Mostrarme afectiva con mi pareja en público.
  3. Llevar un pañuelo en la cabeza cuando subo a un transporte público.
  4. Acudir a cualquier centro de salud si me encuentro mal.
  5. Sentirme estigmatizada por mi profesión; todo lo contrario se me tendrá por una mujer digna de respeto por «proteger» mi sexualidad.

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Y así muchas cosas más. Como no tengo que gastar neuronas, es fácil que se me lleguen a olvidar. Y de ahí rápidamente a racionalizar que todo lo que tengo me lo he ganado, o lo que es peor, que soy mejor, más avanzada, más libre, más lista; cosa que simplemente no es verdad. Según Shankar Vedantam, «Los que viajan con la corriente siempre pensarán que son buenos nadadores«.

El feminismo de la interseccionalidad nos explica y nos expone estas estructuras vivas y por dónde hay que atacarlas. Pero a la vez que nos abre los ojos, nos obliga a volver la mirada sobre nosotras mismas, comprobando continuamente nuestros privilegios. El espíritu crítico feminista para revisar y corregir el pensamiento androcéntrico, también nos lo debemos aplicar para evitar un feminismo hegemónico.

Quiero esforzarme en escuchar y aprender de todos los feminismos. Quiero resistir la tentación de buscar elegantes teorías que lo explican todo. En cambio, quiero «confrontar» y revisar continuamente diferentes perspectivas, prioridades y necesidades. Quiero apoyar las decisiones que tomen otras mujeres aunque yo no siempre las comparta para mí misma. Quiero tratar de ceder mis privilegios y descolonizar mi mirada. Es la promesa fundamental de emancipación que contiene el feminismo.

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Fotografía: Deia, 2013

 
 
Mural Giltza Bat
(por Verónica y Christina Werckmeister Lacarra)
 
Diálogo entre mujeres:
colores atravesando sus cabezas y corazones,
sobre un fundo de encaje de nudos
que ilustra la complejidad de su relación.
Más información, aquí.

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