Este es otro post colaborativo, pero este es especial. Es para decir que le damos al botón del Pause. Que estaremos ausentes por una temporada. Que nos vendrá bien el silencio externo para poder escucharnos. Porque queremos, porque lo necesitamos.
Decía Heráclito que, si hay algo permanente, es el cambio. Y si el mundo cambia, nosotras no podemos permanecer. Hay que adaptarse.
Cuando comenzamos Doce Miradas hace ya más de siete años, el mundo era un lugar diferente. Han pasado muchas cosas desde entonces; han pasado muchas cosas para las mujeres desde entonces.
Llega además un momento en el recorrido de todo colectivo en el que volver a hacerse preguntas fundamentales se convierte en una necesidad. ¿Quiénes somos? ¿Qué queremos? ¿Cómo podemos conseguirlo?
Paralelamente, estos tiempos raros de pandemia nos ofrecen ventanas que la “normalidad” había cubierto de espesos cortinajes. Te permiten preguntarte más a menudo cómo estás y contestar, con más sinceridad y valentía que nunca, precisamente eso: cómo estás.
En Doce Miradas nos lo hemos preguntado y la respuesta ha sido unánime: necesitamos una pausa.
Necesitamos una playa amplia lejos del ruido, en la que encontrarnos para descansar, para pensar, cuestionarnos… y seguir soñando. Queremos que esta reflexión fluya con la libertad con que fluye el agua. Sin cortapisas, sin miedo al resultado. Nos liberamos de toda presión y restricción para mirar al horizonte y explorar nuevas rutas.
Sea lo que sea lo que encontremos, será bueno. Y cuando estemos de vuelta, traigamos en las manos lo que traigamos, lo sabréis.
Estos tiempos obligan al cuidado. Parafraseando a Audre Lorde, cuidarse no es autoindulgencia, sino un acto político. Nosotras nos cuidaremos entre nosotras. Hasta la vuelta, vosotras, vosotros también cuidad y cuidaos.
Llega a casa agotada, sin ganas ni de tumbarse en la cama, porque sabe que, aunque el cansancio cerrará sus ojos, a media noche se despertará sobresaltada. Lleva meses así, en un sueño inquieto en el que aparece alguno de sus pacientes, cualquiera de esos ojos asustados que le miran desde el box de la sala de urgencia, buscando una explicación o un c onsuelo. Todas se encuentran igual. Les pesan las horas de trabajo, la falta de recursos y su propio miedo: después de jornadas interminables regresan a casa porque también allí tienen que cuidar, ascendientes y descendientes: son profesionales de la generación sándwich.
Ella es enfermera en el servicio de urgencias de un hospital y ya en abril estuvo ingresada porque el virus se quedó un rato en sus pulmones; todavía nota vacíos de memoria, falta de aire y una velocidad inusitada en el ritmo de su corazón. Se da la circunstancia de que es mi hermana, Lurdes, pero podría ser la médica, limpiadora, pediatra, enfermera, técnica de laboratorio, cajera, reponedora de supermercado o conductora de autobús que te has cruzado esta mañana.
Dicen que todo esto por lo que estamos pasando es completamente inédito, pero cae sobre un terreno bien poblado de desigualdades previas, y esas afectan, sobre todo, a mujeres y a niñas, sin olvidarnos, además, de que las consecuencias de esta pandemia tampoco son ajenas al resto de intersecciones de las que el feminismo lleva tanto tiempo hablando: desigualdades de género, pobreza, violencia, discriminación por origen o color de piel, etc. Las enfermedades, dicen, no distinguen entre hombres y mujeres, pero sus efectos son bien distintos. La sobrecarga del trabajo sanitario y de servicios esenciales, precarización y discriminación no aparecen entre los síntomas del coronavirus, pero no podemos dejarlos fuera del diagnóstico. El 11 de marzo, cuando todavía esperábamos una fuerte gripe, el Director General de la OMS nos recordaba que “fijarse únicamente en el número de casos y en el número de países afectados no permite ver el cuadro completo”, y para completar esta fotografía, cuando menos, deberíamos tener en cuenta esos factores de desigualdad que provocan consecuencias bien distintas.
“Son los cuidados, estúpidos”
La primera línea de resistencia en esta pandemia tiene cara de mujer: en todo el mundo, las mujeres representamos el 70% de los sectores sanitarios y sociales, al que debemos sumar limpiadoras, dependientas y cajeras de tiendas y supermercados, esas tareas que en los tiempos más duros del confinamiento definimos como “esenciales” y que están altamente feminizadas y empobrecidas.
Elaborado por el Ministerio de Igualdad del Gobierno de España, a partir de los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA)
Su trabajo no termina cuando acaba el turno: el 75% de las tareas no remuneradas vinculadas al cuidado en el ámbito personal o familiar las realizan las mujeres, a lo que dedican tres veces más tiempo que los hombres. Son las mujeres las que han cubierto los agujeros que ha dejado el sistema de cuidado organizado (colegios, centros de día, asistencia a mayores, etc.) cuando se ha visto bloqueado por el confinamiento. Son las mujeres quienes han doblado horas, buscando esa moderna quimera que llamamos conciliación. Hay más datos, todos ellos apabullantes, en este informe del Ministerio de Igualdad del Gobierno de España.
La primera huelga feminista de 2018 eligió, con buen tino, el eslogan “Si nosotras paramos, se para el mundo”. Pero cuando el mundo se ha parado (y no de forma literaria sino literal), nosotras hemos tenido que correr más y en todas las direcciones. Aún siendo la más débil, somos la pieza clave que sustenta todo el edificio social, porque la sociedad nos sigue asignando el rol cuidador: “Son los cuidados, estúpidos”.
Homus Economicus, esa gran falacia
Adam Smith, el padre de la economía liberal, escribió que no era por la benevolencia del carnicero y el panadero que podíamos cenar cada noche, sino porque su propio egoísmo y búsqueda de beneficio individual. Dijo que el ánimo de lucro hacía girar el mundo y parió al Homo economicus.
—¿Veis?— decía ufano— mi cena está sobre la mesa porque los comerciantes quieren ganar dinero.
Puedo imaginármelo sonriendo, con superioridad… mientras su madre terminaba de asear la cocina, o de remendar los pantalones del afamado economista. Porque Margaret Douglas, que no ha pasado la Historia salvo por un apunte menor en la biografía de su hijo, dedicó toda su vida a cuidar al hombre que no reparó en el valor crucial del cuidado. (Lo cuenta mucho mejor Katrine Marçal en su obra “¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?)
Las mujeres son el soporte del sostenimiento de la vida en todas las regiones del mundo: trabajo doméstico y cuidado de personas dependientes, tanto en esquemas remunerados como no. Mirad a vuestro alrededor y decidme en qué proporción han abandonado sus empleos hombres y mujeres cuando los centros escolares han estado cerrados. Por cierto, cabe recordar que estos empleos son en gran medida precarios, muy cerca de la exclusión y de la pobreza laboral, y que los sectores más afectados, como el comercio, turismo y hostelería, están altamente feminizados. La crisis económica afectará a un mercado laboral en el que las mujeres desempeñan el 74% de los empleos a tiempo parcial y en condiciones de trabajo de mayor precariedad y, dada la brecha salarial ya existente, están más expuestas a riesgo de pobreza.
Doblar la curva para corregir el futuro
Martin Luther King Jr. dijo que “El arco del universo moral es largo, pero se dobla hacia la justicia”, pero no parece que podamos darle la razón. Nuestro universo de valores se está doblando peligrosamente hacia la refamiliarización del cuidado, reforzando el esencialismo que sitúa a las mujeres al frente de una responsabilidad colectiva que se disfraza de individual. Doblegar esta curva es fundamental, porque la manera en la que resolveremos esta crisis va a fijar las bases para lo que vendrá después.
No es la primera vez que nos enfrentamos a una crisis de impacto mundial, pero la que estamos viviendo puede ser un punto y aparte en las tendencias positivas que, aunque de forma tímida, venían produciéndose. Para miles de personas, estos meses de enfermedad, miedo e incertidumbres han supuesto ya un punto de no retorno. Desde el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), han monitorizado los impactos de esta pandemia y concluyen que, por primera vez en 30 años, nos enfrentamos a un retroceso general en los indicadores que miden el Desarrollo Humano. (Puedes leer el informe aquí).
¿Cómo cambiar el curso de este arco? El periodista y tantas veces polémico ensayista Henry Louis Mencken decía que “para todo problema complejo existe una solución sencilla, simple y falsa”, y comparto esta afirmación. Conviene estar alerta, porque las recetas sencillas siempre desprenden un cierto tufillo a populismo.
La pandemia ha contribuido a visibilizar el cuidado y el autocuidado como funciones esenciales, pero de poco sirve este reconocimiento si no se acompaña de una mayor valoración de esta función.
No hay fórmulas mágicas, pero sí bases sobre las que construir de forma sólida: servicios públicos de calidad que garanticen el derecho al cuidado digno, inversión y redistribución, corresponsabilidad (de los hombres en el cuidado en las esferas privadas y de los agentes económicos en las esferas profesionales). En definitiva: más feminismo.
El homo ecomomicus nos sitúa en la competición por los recursos, no en la cooperación para el bien común o la solidaridad. El Homo economicus necesita relevo.
Una vez preguntaron a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización, y su respuesta fue: “Un fémur fracturado y sanado”. En la vida salvaje, un fémur nunca se restablece por sí mismo, porque es imprescindible que alguien cuide de la persona herida.
La banda sonora de este otoño es un ensordecedor crujir de huesos.
Soy Rosa Fernández Cerdán. Me dedico al diseño de servicios y estratégico. Y creo en el diseño como un potente catalizador de cambio para mejorar la vida de las personas y los entornos o sistemas con los que interactuamos. Adoptando diferentes roles y combinando una mirada creativa y analítica al mismo tiempo, he trabajado con organizaciones y clientes en diferentes sectores (público, privado y tercer sector) en proyectos de innovación social, salud, industrias creativas, participación ciudadana y desarrollo sostenible. Los dos últimos años he estado sofisticando los métodos con los que trabajo cursando el MA Service Design en el Royal College of Art de Londres, de donde nace este artículo.
Hace ahora tres años, en octubre de 2017, el movimiento #metoo, fundado por la activista Tarana Burke años atrás, se volvió viral después del tuit en el que la actriz Alyssa Milano animó a todas mujeres a compartir públicmente cualquier experiencia de acoso sexual con el objetivo de visualizar la magnitud del problema. En un solo día más de 12 millones de posts se lanzaron a las redes haciendo evidente lo común del acoso sexual en nuestra sociedad mundial, independientemente de la nacionalidad, raza, clase social, edad, etnia, religión o identidad sexual. Este hecho, fundado en la potencia de las redes para conectar a personas bajo una necesidad común, así como mi experiencia y corresponsabilidad como diseñadora interesada en aportar otras miradas y enfoques a temas sociales complejos, me estimularon para focalizar mi proyecto fin de máster en una de las peores pandemias: la violencia doméstica. Quería poner un reto al proceso de diseño y a la propia disciplina del diseño como tal, concretamente al diseño de servicios. Cómo diseñar “servicios que funcionan” para las usuarias, la organización que los provee y la sociedad en general. (Downe, L. Good Services, 2020).
Lo que comparto aquí no es una propuesta de diseño cerrada, sino diversos aprendizajes, percepciones, y observaciones sobre el valor del diseño para definir nuevos servicios, experiencias, políticas, estrategias o escenarios futuros para atender la violencia doméstica desde una perspectiva diferente. Igualmente abro una serie de preguntas, a modo de invitación para reflexionar desde otro ángulo a cualquier persona interesada.
Maltrato psicológico: un dolor invisibilizado que se sufre en silencio
Un proceso de diseño comienza por analizar y entender bien el problema para el que se está diseñando una solución, conocer bien a quién o quiénes afecta y cómo es el contexto. Después de una primera fase de investigación basada en métodos cuantitativos (informes, estadísticas, referencias bibliográficas, noticias…) y cualitativos (entrevistas directas, cuestionarios online, etnografía digital, cultural probes…) decidí focalizar el problema en el maltrato psicológico en las relaciones sentimentales, que implica el uso de lenguaje o acciones de una persona para controlar, dominar, intimidar o degradar a la otra persona.
Respecto a los otros tipos de maltrato o acoso como el físico, sexual, financiero o digital, el maltrato psicológico o emocional es el más común de todos y a su vez el más escondido, tanto de la sociedad como muchas veces de la propia víctima. La mayoría de personas que sufren o han sufrido maltrato psicológico por parte de su pareja sentimental no piden ayuda. De los más de 30 testimonios recogidos en mi investigación, menos de un 10 % acudió a pedir ayuda externa a través de servicios públicos locales, comunitarios o profesionales privados. Por lo general, resulta muy complicado reconocer el maltrato psicológico, especialmente cuando ocurren los primeros episodios y mucho más si deseas o amas a esa persona con la que tienes unos vínculos afectivos y emocionales difíciles de romper. Las evidencias, a diferencia de otros tipos de maltrato, son menos visibles. No deja moretones, ojos golpeados ni huesos rotos, pero sí severos daños psicológicos y mentales sobre la víctima, daños que pueden llegar a perdurar años o toda la vida, si no se trata de manera correcta. Además suele ser el comienzo de una terrible pesadilla que más adelante y según se van generando otros vínculos más allá de los emocionales (económicos, hijos/as, presiones sociales…), puede pasar a una fase de maltrato de más riesgo y en el peor de los casos, a un homicidio por parte de la persona maltratadora.
Sintetizados y destilados todos los insights de la investigación, vino la definición del “How might we question”, que consiste en reformular el problema en una pregunta, de forma que convierta el reto en oportunidades para poder diseñar soluciones (Designkit, IDEO). ¿Cómo podemos ayudar a reconocer y recuperarse del maltrato psicológico, ofreciendo soporte en las primeras fases y atendiendo a los conflictos emocionales que impiden tomar decisiones sólidas y saludables?
Claves o insights como punto de partida para diseñar nuevas propuestas
Los insights son otro elemento clave en el diseño de servicios o productos. Aunque no hay una traducción concisa del término al español, se trata de elementos extraídos del análisis e investigación que describen el contexto, patrones y pautas observadas. Formulados de forma precisa, práctica y contrastada, ayudan a que todo el equipo se prepare para pasar a la siguiente fase: la ideación y prototipado.
Apunto aquí algunos de los insights, a modo referencia y ejemplo sobre el proceso de análisis y síntesis llevado a cabo, así como algunas primeras ideas asociadas o cuestiones abiertas.
La receta de “café para todas” no ayuda a resolver el problema. Cada caso o experiencia de maltrato psicológico es única y depende de muchos factores personales, sociales, culturales y económicos, así como de los vínculos y tipo de relación sentimental que exista. Es necesario conocer las historias reales de una manera no intrusiva para entender las necesidades reales de cada caso.
Reconocer el maltrato psicológico, en primer lugar, y admitirlo, en un segundo, exige tiempo y esfuerzo por parte de la persona maltratada. Hay que distinguir las diferentes fases por las que una persona ha de pasar para dar un soporte ajustado, a tiempo real, flexible y gratificante que invite a seguir adelante con el proceso.
Quienes sufren o han sufrido maltrato psicológico no empatizan con los mensajes, lenguaje y servicios que principalmente asisten casos de medio o alto riesgo de violencia doméstica. Se necesita construir un lenguaje que ayude a reconocer el maltrato desde las primeras señales y ofrecer servicios alternativos a las líneas de atención telefónica en emergencia, los refugios o los juzgados. No todo el maltrato o violencia es “doméstica”.
Por muy sutil que sea la experiencia de maltrato, siempre hay un impacto negativo en la salud mental de la persona maltratada. Es clave trabajar la salud emocional y la autoestima, especialmente desde el lenguaje corporal y gestual.
La falta de educación, modelos o referentes de lo que son las relaciones sanas, así como ideas asociadas al amor romántico o a una feminidad o masculinidad tóxica, hacen que el maltrato psicológico sea muchas veces un tabú para quienes lo sufren y toda su comunidad de alrededor. Muchas veces el maltrato se esconde bajo “conflictos asociados a la pareja”.
El aislamiento de la víctima es la principal barrera para reconocer el maltrato. La ayuda de amistades y familiares no es a veces suficiente e incluso puede ser contraproducente por los estigmas sociales. Hay que crear conexiones entre pares y personas expertas y profesionales que empaticen con las víctimas sin juzgarlas.
Existen mitos, prejuicios y creencias acerca del maltrato psicológico y quienes lo sufren o ejercen que hacen que el problema sea más invisible y traumático. Urge adoptar una mirada sistémica y diversa al problema.
Y entonces, ¿cuál es el valor del diseño en todo esto?
El Diseño de Servicios es una nueva disciplina que surge principalmente por el cambio de una economía industrial a una focalizada en servicios. Es heredera del Design Thinking o diseño centrado en las personas usuarias, que pone el foco en las necesidades, deseos e intereses de estas ofreciéndoles una experiencia óptima en el uso del servicio. De manera interna es una oportunidad para innovar en la estructura de la organización que soporta y provee el servicio. Diseño de servicios puede ser visto como una actitud o manera de pensar, un proceso de creación, una serie de metodologías, un lenguaje común o un proceso de gestión para la innovación y creación de valor. (VVAA. This is Service Design Doing, 2018)
Que los servicios existan no quiere decir que se diseñen de manera óptima o bajo un marco como el que introduce el diseño de servicios. Podríamos hacer un buen listado de ellos que están lejos de esta metodología o, lo que es peor, de lo que las usuarias necesitan. Aquí una breve identificación de las potencialidades y oportunidades que ofrece para atender el problema del maltrato psicológico siguiendo los cinco principios del Service Design Thinking.
Centrado en las personas usuarias. Diseñar desde la mirada de una persona que sufre el maltrato, qué, cuándo, dónde y cómo podemos ofrecerle apoyo. No se trata de victimizar más a las víctimas, sino de diseñar con ellas, escucharlas antes de poner en marcha un nuevo servicio, política, ley, estrategia o intervención.
Facilitar una cultura de cocreación. Incluir a todos los agentes y organizaciones implicados en la provisión del servicio en su diseño. Identificar quiénes son y qué rol tienen. El diseño de servicios visualiza una secuencia de acciones que la usuaria realiza desde el comienzo al final, independientemente de que los proveedores sean varios. Esto exige concatenar las funciones de cada uno de ellos y abrir diferentes canales de comunicación o procesos entre ellos. Por ejemplo, desde que una persona entra en contacto con una línea de asistencia hasta el final de un programa de atención psicológica que garantice su recuperación.
Proceso iterativo para aprender de los errores lo antes posible o generar escenarios futuros disruptivos. Prototipar pequeños artefactos físicos o digitales que puedan testarse durante un tiempo antes de su lanzamiento a gran escala. Esta manera de funcionar, poco proclive en el sector público y social, que son los mayores proveedores de servicios para el maltrato, es clave cuando queremos innovar. Por ejemplo, se podría testar un nuevo programa en el que el foco no esté en la víctima, sino en el soporte a la persona maltratadora.
Comunicación visual en lugar de informes interminables de word. Gráficos, diagramas, mapas mentales, sketchs, audiovisuales, narrativas, conceptos, etc. ayudan a representar mejor la complejidad y generar una visión y lenguaje común por parte de las partes implicadas. Introducen ligereza, creatividad y tangibilidad.
Mirada holística. Cómo se relaciona ese servicio o programa con el contexto en el que surge, social, cultural, económico, educativo, político, etc. Un tema como el maltrato en particular exige una comprensión sistémica del problema desde diferentes ángulos, tanto público como privado.
Fruto de todo el proceso, en el marco que un proyecto académico permite y bajo una situación de confinamiento por el covid-19, nació la propuesta IsThisLOVE, gracias a la contribución de personas que compartieron sus testimonios y una dedicada red de profesionales del Estado y Reino Unido, como abogadas y abogados, juezas y jueces, psicólogas y psicólogos, trabajadoras y trabajadores sociales, terapeutas, asistentes de maltrato, personal médico y periodistas. IsThisLOVE es una plataforma segura que ofrece a quienes están en una relación de maltrato apoyo, ánimo para reconocerlo y ayuda para superarlo. Propone una nueva generación de servicios que combina el soporte de profesionales y de pares con una participación activa de las usuarias en su proceso de recuperación.
A pesar de que el bueno de Boccaccio dijo aquello de que “el arte es ajeno al espíritu de las mujeres”, o de generosas opiniones como la de Auguste Renoir, para quien la mujer artista era “sencillamente ridícula”, desde niñas se nos anima a escribir, a pintar, dibujar, actuar, cantar… y las convenciones sociales nos señalan discretamente las Artes como un lugar al que dedicar nuestro tiempo libre. Por entendernos, habrá quién cuestione si el hockey sobre hielo es una extraescolar conveniente para la niña, pero pocos discutirán la pertinencia de la clase de cerámica si es lo que la niña quiere.
Lo que no se nos aclara a las mujeres es que, llegado el momento, a pesar de ser mayoría en las formaciones académicas artísticas, y de ser también mayores consumidoras de cultura en todas sus categorías (música, lectura, artes escénicas,…), tampoco en este florido jardín podremos aspirar de manera natural a nuestro trocito proporcional de gloria. Salvo si es como musas, que de este modo sí, llenamos canciones, novelas y pinacotecas (a menudo, por cierto, desnudas).
No se nos aclara que, como en el resto de campos y a pesar de la aparente ventaja mencionada, también en las Artes nos tocará reclamar la atención del mundo hacia nuestro mérito. En suma, una vez más nos encontramos recordando que somos igual de buenas, y esforzándonos por ser mejores para demostrar que lo que de ninguno modo somos es… peores.
Katherine Bigelow rodando (la supermujer que ganó un Oscar a la Mejor Dirección en 2010)
Un episodio de estos días, con la sombra del racismo involuntario presente, me ha hecho regresar a esta idea de que las mujeres —como les sucede a las personas migrantes — debemos demostrar de forma continuada que nos merecemos el lugar, que estamos a la altura de la sempiterna primera opción: la del hombre blanco. El centro alrededor del que giran el sol y las decisiones.
Y es que esta no es una batalla de argumentos (una pintura de María puede ser igual de buena que una de Juan, y un servicio de Mahmoud igual que uno de Miguel), sino una batalla de percepciones.
La percepción es ese proceso mental mediante el que, a partir de la experiencia, seleccionamos, organizamos e interpretamos de manera lógica o significativa la información que nos llega. O, dicho de otro modo, es ese proceso según el que seleccionamos a partir de lo conocido, lo distorsionamos hasta adaptarlo a nuestras creencias, y nos lo guardamos en el disco duro colocando la etiqueta de “realidad”.
Y la “realidad” en las Artes parece decirnos que los hombres son mejores artistas que las mujeres. Porque la experiencia nos dice que esto es así. Mírese si no los resultados de algunos de los reconocimientos más destacados:
Los Nobel, por ejemplo, nos dicen que las mujeres somos peores en Literatura (15 galardones de 116).
Y el premio Cervantes lo corrobora (5 mujeres entre un total de 45 premiados).
Los Princesa de Asturias señalan que las mujeres tenemos amplio espacio para la mejora en las Letras (6 ediciones con nombres femeninos de un total de 40) y en la categoría de las Artes, otro tanto (5 de 40).
En Poesía, de 48 premios con dotaciones a partir de 5.000 euros entre 1923 y 2016, solo el 17% fueron para mujeres y 414 de estos concursos ni siquiera contaron con presencia femenina en sus jurados.
Los Oscar no reconocen nuestro Cine (1 mujer tras la Mejor Dirección en 92 ediciones).
Y los premios Max de las Artes Escénicas, en 22 años, solo han reconocido en 2 ocasiones a mujeres por la Mejor Dirección.
El Museo del Prado, que exhibe y guarda en torno a 8.000 obras, desde su creación hace 201 años, solo ha adquirido obra de 53 pintoras: 4 de ellas tan excelsas que se encuentran hoy día expuestas.
Y en la Música, un estudio de Ticketea (2016) desveló que el 77% de los conciertos que se celebran en España son íntegramente masculinos y que en los festivales, solo 1 de cada 6 artistas para un gran evento es mujer.
Demasiado a menudo se echa mano de la Historia o del mantra “no hay mujeres” o “esta edición no…” para explicar esta hiriente desproporción. Pero la realidad (esta vez sin comillas y libre de cualquier percepción) es que las mujeres hemos creado desde siempre, porque crear es una actividad intrínsecamente humana. Es el reconocimiento a nuestras creaciones lo que no llega.
Es sabido que tras la palabra “anónimo” hay una legión de corazones femeninos con ganas de brotar, como sabemos que fueron muchas las creadoras que solo al amparo de un seudónimo (masculino, por supuesto), encontraron el modo de compartir su obra con el mundo. Un mundo que —recordemos las percepciones— encontraba la obra merecedora de la luz si provenía de un autor y la de la sombra si lo hacía de una autora. Con el permiso de Auguste, sencillamente ridículo.
Aunque lo que en realidad resulta sencillamente ridículo, es estar en 2020 poniendo el dedo sobre una llaga que ya es cicatriz y contando nombres con los dedos de las manos, o recordando la necesidad de que las mujeres poblemos jurados, escenas, comités, premios, exposiciones y conciertos, y de que nuestras obras se disfruten y reconozcan sin prejuicios. Así de libre debiera ser la vivencia del arte, que no es otra cosa que la más elevada manifestación (también) de nuestra humanidad.
(La imagen empleada para ilustrar este artículo en el apartado «imagen destacada», titulada «Munich – Two young women drawing» es de Jorge Royan)