Cumplimos siete años

mayo 26, 2020 en Doce Miradas

Este próximo jueves 28 de mayo se cumplen siete años, ¡sí, siete años!, desde que lanzamos nuestro primer post al ciberespacio. En esta ocasión, y en circunstancias excepcionales, enfocamos la celebración de una forma diferente.

Este año no habrá celebraciones presenciales, no habrá una convocatoria para vernos en un lugar y a una hora determinada, no prepararemos dinámicas, ni mesas redondas, ni montaremos el photocall para inmortalizar momentos memorables como lo hemos hecho durante todo este tiempo. Lo que sí vamos a hacer es seguir celebrando estos siete años de vida en los que hemos aprendido, hemos evolucionado y hemos querido aportar al debate amplio y heterogéneo del feminismo.

Queremos celebrar este séptimo aniversario contigo y, además, queremos darte las gracias porque cada una de vosotras y de vosotros sois nuestra mirada número trece. Para hacerlo, hemos elaborado este vídeo colaborativo, como es la esencia de Doce Miradas.

Queremos hacer de este aniversario algo muy abierto, así que si te apetece sumarte a la celebración, envíanos un tuit con el hashtag #DM7urte. Y, rizando el rizo, ¿te animarías a grabarte un breve vídeo (menos de 1 minuto) y compartirlo desde tu cuenta con el mismo hashtag? Si no tienes cuenta de Twitter, o prefieres que lo publiquemos nosotras, puedes enviarlo al  correo electrónico info@docemiradas.net.

Te proponemos tres preguntas para que puedas redactar tu tuit o grabar tu vídeo:

  • ¿Por qué Doce Miradas tiene sentido 7 años más tarde?
  • ¿Qué te gusta de Doce Miradas?
  • ¿Qué le pedirías a Doce Miradas?

Y tanto si te animas como si no, gracias por estar cerca en este tiempo.

Libertad, igualdad, sororidad

mayo 19, 2020 en Doce Miradas

Emosío engañada

Cuando en la escuela, el instituto o la universidad nos tocó estudiar la Revolución Francesa, nos familiarizamos con esa frase, “Libertad, igualdad, fraternidad”, que fue creada entonces y que es hoy el lema oficial de la República Francesa.

Yo creí entonces y lo seguí creyendo durante muchos años que esos tres valores se predicaban también de nosotras, de las mujeres, que la Revolución Francesa también a nosotras nos hizo libres, iguales y hermanas. Pero no.  La libertad, la gualdad y la fraternidad eran valores masculinos.

Libertad, igualdad, virilidad

Así lo afirma al menos la filósofa francesa Olivia Gazalé en su libro El mito de la virilidad y añade que los actuales movimientos masculinistas, esos que añoran los viejos tiempos guerreros y denuncian una pérdida de los valores viriles nunca antes acaecida en la historia, en realidad están repitiendo un tópico que se ha reproducido casi de generación en generación.

La Revolución Francesa también se empapó de tintes virilistas, de un espíritu de recuperación de los viejos valores masculinos. En los años previos a 1789 la propaganda pro revolución se preocupaba por la pérdida de virilidad de los varones franceses y abominaba del hombre que se sometía a los caprichos del monarca y a las modas feminizantes y atildadas que decretaba Versalles. La coquetería había pervertido a los fieros guerreros de antaño.

Los portavoces de la Revolución pronto emplearon el sarcasmo contra el afeminamiento aristocrático. El diario revolucionario Le Père Duchesne se burlaba de la corte de Versalles, poblada de bufones remilgados y enclenques, de finas manos blancas, que murmuraban y comadreaban y se inclinaban ante el monarca, en vez de levantarse contra él: “Señores aristócratas, mequetrefes  que vestís mallas pegadas al cuerpo, grandes chorreras y escarapelitas: degustad tranquilamente vuestros confites y dejad en paz a los patriotas, fieros como dogos de largas patas y mandíbula de hierro, que os partirían en dos como a huesillos de pollo.”

En fin, que, mientras los cortesanos, con sus lenguas blandas y sus labios flácidos, relamen caramelos en salones femeninos y hablan en susurros, los patriotas ladran como perros, arengan y declaman a todo pulmón en los comités revolucionarios. El cortesano débil se opone al revolucionario hercúleo que clama por una regeneración, por un activismo masculino.

La referencia a Hércules no es casual, pues este héroe mítico se convierte en símbolo de la virilidad de la Revolución y la República: “La Revolución crea hércules, hombres extraordinarios, pues desarrolla y organiza las facultades viriles de la naturaleza humana.”, reza un panfleto parisino de 1791, citado por André Rauch en su libro Historia del primer sexo.

Y, en consecuencia, retroceso

Las grandes crisis de la historia no han solido ser beneficiosas para las mujeres y la Revolución Francesa no fue una excepción. Los jacobinos las declararon culpables de la degeneración masculina, a pesar de que habían desfilado codo con codo con los patriotas y habían fundado clubs y sociedades revolucionarias femeninas. En vano. Las devolvieron a sus hogares y las redujeron al silencio.

Así, en 1793, el gobierno disolvió todos los clubs femeninos y sociedades de mujeres, incluida la Sociedad de Ciudadanas Republicanas Revolucionarias, fundada por las activistas feministas Pauline Léon y Claire Lacombe.

Tras la Revolución, Francia vio crecer notablemente el analfabetismo femenino.

Incluso el papel de las mujeres en la Revolución Francesa quedó silenciado hasta los años sesenta del siglo XX, cuando se comenzaron a rescatar del olvido nombres como los de las dos feministas citadas y otros como Anne-Josèphe Théroigne de Méricourt, Sophie de CondorcetEtta Palm d’Aelders o la más conocida Olympe de Gouges.

Ese fraternal masculino plural

Por mucho que Immanuel Kant proclamara que el espíritu de la Ilustración había elevado a la humanidad a mayores grados de madurez, esa humanidad a la que aludía Kant era una humanidad incompleta, con una mitad amputada; una humanidad hemipléjica, dice Olivia Gazalé en el libro citado.

El universal abstracto “todos los hombres”, ese masculino plural que es el sujeto de la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789, es un universal masculino y nada más que masculino, tan puramente masculino como el frater (‘hermano varón’) del latín, de donde proviene fraternidad, en oposición a soror (‘hermana’), de donde proviene sororidad, palabra que en francés, sororité, ya fue utilizada en 1546 por Rabelais en El tercer libro de Pantagruel.

Si los redactores de la Declaración hubieran actuado con exactitud y justicia, al artículo 1, «Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos», deberían haberle añadido: “Las mujeres, en cambio, están excluidas de estos derechos”. Porque lo estaban en realidad. En teoría y en la práctica. Pero ni siquiera se molestaron en explicitarlo.

Las mujeres fueron obligadas al silencio y a la docilidad y recluidas de nuevo en sus casas y en sus cocinas. Algunas se atrevieron a salir a la calle y alzar su voz, como la temeraria y ya citada Olympe de Gouges, que tuvo incluso la osadía de rerredactar la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano para convertirla en Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana y acabó decapitada en la plaza pública.

En el espíritu revolucionario, la palabra hombre, con la que pretendían transcender toda diferencia, solo designa al género masculino; un género superior, llamado naturalmente a la dominación, al igual que la mujer es llamada a la subordinación.

La Revolución trajo consigo la restauración de la virilidad triunfal.

El caos

Tanto Olivia Gazalé como Susan Faludi en su libro Reacción apuntan a un patrón que se ha repetido a lo largo de la historia de Occidente: crisis de la virilidad -> gran crisis global -> retroceso en las conquistas femeninas.

En estos tiempos del neomachismo, de los Angry White Men, del supremacismo masculinista y de los grandes líderes mundiales testosterónicos, llega una crisis sanitaria global que nos deja en estado de shock y, como nos recuerda Julen Iturbe al citar a Naomi Klein, y también nos recordó en su momento María Puente a propósito del apocalipsis zombi, he ahí la ocasión  perfecta para el recorte de derechos y el regreso a pretendidos valores y principios “naturales”.

Es el momento, pues, de permanecer atentas, vigilantes, y no permitir ni un paso atrás.

Coronavirus, colonialismo y racismo

mayo 12, 2020 en Doce Miradas

En este período de emergencia sanitaria provocada por la Covid-19 se están visibilizando, también, muchas prácticas y discursos racistas, que si bien no son novedad para las personas racializadas, están teniendo un impacto mucho mayor en este contexto de vulnerabilidad extrema para ellas.

Me gustaría traer a colación un hecho relacionado con dichas prácticas y discursos. El 2 de abril en una intervención televisiva en el canal francés LCI, dos médicos franceses, los profesores Jean-Paul Mira, jefe de reanimación en el Hospital Cochin de París y Camille Locht, director de investigación en el INSERM – Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica – mantienen una conversación sobre la pandemia y plantean la posibilidad de realizar en África ensayos de la vacuna contra el coronavirus.

«Si puedo ser provocativo, ¿no debería hacerse este estudio en África, donde no hay mascarillas, ni tratamientos, ni reanimación? Un poco como se hace para algunos estudios sobre el sida o con las prostitutas; se prueban cosas porque sabemos que están muy expuestas y que no se protegen.

El profesor Camille Locht le da la razón y añade que están “pensando en paralelo sobre un estudio en África”. Cabe señalar que en la fecha en que conversaban esos médicos, África sólo tenía el 1% de personas infectadas por Covid-19 en el mundo. Por lo tanto, la propuesta no se justifica por el número de contagios; es más bien, una manifestación más de unas prácticas instaladas de desprecio a la dignidad de las personas africanas.

Indignación

En cuanto se viralizó el video de esta conversación, la indignación recorrió las redes. ¡No era para menos!

La OMS, a través de su director, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, se sumó a la repulsa de tal propuesta, calificándola de “racista y propia de una mentalidad colonial”.

Y ese es el verdadero motivo de la indignación: el desprecio a la dignidad y vida de las poblaciones africanas planteando disponer de ellas para experimentos médicos. Es la normalidad asumida en mentalidades racistas y coloniales de que algunas vidas valen menos y si se tercia la ocasión, pueden ser utilizadas para proteger las vidas que sí valen.

Es importante recalcar, que lo que se rechaza y condena, no son las pruebas en sí; porque como potenciales enfermas, las personas africanas también debemos participar de forma equitativa y solidaria al avance de la medicina a través de la investigación, siempre y cuando nos beneficie en los mismos términos de equidad y solidaridad. Desgraciadamente, África no está disfrutando en las mismas condiciones de las ventajas del desarrollo médico.

África lleva siendo, desde la colonización, la cobaya histórica de Occidente. Se han realizado pruebas médicas en el continente, saltándose, a veces, olímpicamente, la ética médica. Como ejemplos podemos mencionar los siguientes: el caso de las prostitutas a las que se refiere el profesor Jean-Paul Mira y el de los niños en Nigeria.

Entre julio de 2004 y enero de 2005 la asociación Family Health International, por cuenta del laboratorio estadounidense Gilead Sciences, experimenta sobre 400 prostitutas camerunesas el antiviral Tenofovir, medicamento para prevenir la transmisión del VIH. “Las voluntarias”, muchas veces analfabetas y francófonas recibieron una información escrita en inglés. Algunas mujeres pensaban que les administraban vacunas. Graves faltas éticas fueron denunciadas y las pruebas clínicas interrumpidas. No se sabe cómo quedaron ellas.

En agosto de 2001, problemas similares derivaron en una demanda judicial, que terminó con un acuerdo extrajudicial con indemnización. Una treintena de familias nigerianas del estado de Kano denunciaron al laboratorio estadounidense Pfizzer a causa del test del Trovan, un antibiótico destinado a combatir la meningitis. El estudio fue realizado en 1996 en ocasión de una epidemia de meningitis: sobre un total de 200 niños/as, once fallecieron, mientras que otras/os quedaron con graves secuelas cerebrales y motrices. No se pidió formalmente la opinión de las autoridades de Nigeria ni del comité de ética sobre la información dada a las familias participantes y sobre su consentimiento.

También resulta que muchas pruebas que se practican en África no responden a patologías locales o las poblaciones africanas no tienen los medios económicos para adquirir los costosos tratamientos resultantes por ausencia de un sistema de reembolso o gratuidad de esos medicamentos. El caso de la malaria, que es la enfermedad que mata con mayor frecuencia en África, es ilustrativo al respecto.

Queda claro que a algunos laboratorios farmacéuticos les resulta muy barato, rápido y sin complicaciones administrativas -la corrupción lo facilita- realizar ensayos médicos en África con poco respeto a las normas éticas en vigor. Si esos dos médicos se atreven a decirlo en un programa televisivo, es que esas prácticas racistas y coloniales son estructurales y son reflejo de unas relaciones internacionales de poder donde los países del Norte explotan los países del Sur. Tanto los recursos naturales como las vidas de los pueblos colonizados sirven para nutrir el Norte.

La ética en el desarrollo de nuevos medicamentos por parte de la industria farmacéutica occidental que utiliza a África como laboratorio a cielo abierto para pruebas y a las africanas/os como cobayas es el argumento de El jardinero fiel/The constant gardener (2005), una adaptación cinematográfica de la novela homónima de John Le Carré (2001) dirigida por Fernando Meirelles.

Impacto de estas prácticas sobre las mujeres africanas

Las mujeres, doblemente, como personas que necesitan cuidados médicos y en calidad de cuidadoras de las personas enfermas son, evidentemente, las que resultan más damnificadas por estas prácticas poco éticas.

Considerando que las mujeres son más pobres que los hombres, tienen las tasas de alfabetización más bajas y la responsabilidad social del cuidado, podemos intuir la magnitud del impacto sobre ellas. Esos determinantes sociales de la salud tienen efectos nefastos tanto a nivel físico como emocional. Además, las mujeres están sobre-expuestas a estas prácticas porque son las que más trato tienen con los servicios sanitarios. Por una parte, por razones biológicas de reproducción humana – embarazo, parto, lactancia – y por otra por razones sociales de responsabilidad del cuidado de las personas enfermas. En este contexto, la intersección de los factores biológicos, sociales y económicos, a saber – maternidad, triple jornada, pobreza, analfabetismo, – convierten a las mujeres en el colectivo y la vía más asequibles para perpetrar estas prácticas deshumanizantes. Es aprovecharse de la situación de vulnerabilidad y de su capacidad de dar y cuidar la vida para arrebatar vidas de personas que se consideran menos humanas.

Sin embargo, los pueblos africanos ya no están dispuestos a seguir padeciendo ese saqueo y deshumanización que ya ha durado demasiado.

Interseccionalidad: agenda feminista para un patriarcado poliédrico

mayo 5, 2020 en Miradas invitadas

Maggy Barrère Unzueta. Soy donostiarra (1957) y profesora de Filosofía del Derecho en la UPV/EHU desde los años ochenta. Empeñada en el cambio de las enseñanzas jurídicas, impulsé el Seminario “Feminismo y Derecho” en la Facultad de Derecho a inicios de los noventa; más tarde codirigí el Máster en Igualdad de Mujeres y Hombres durante quince años. Desde hace un lustro estoy enfrascada en dar vida y continuidad a una estructura universitaria cuyo nombre asusta un poco (Clínica Jurídica por la Justicia Social), pero que tiene como objetivo involucrar al alumnado universitario en la respuesta a los casos de discriminación de nuestro entorno.

Como feminista, en este post voy a compartir algunas reflexiones sobre un asunto que no es novedoso, pero que ahora, en tiempos de coronavirus, aflora de manera especialmente grave. Tiene que ver con la agenda feminista y apunta, más concretamente, a la escasa atención prestada en esa agenda a la desigualdad entre las propias mujeres. Para huir de tecnicismos, me voy a permitir comenzar tirando de anecdotario.

En mi última visita profesional a la British Library encontré apilados en la zona de merchandising un montón de ejemplares de un libro. Cuál no sería mi sorpresa cuando vi que iba de feminismo. ¡Caray! –me dije-, estos sí que son nuevos tiempos. Se trataba de una recopilación de textos que habían visto la luz un año antes (2018) y que ahora volvían a salir publicados en edición de bolsillo por Virago Press. La responsable del reading, autora también de su introducción, era June Eric-Udorie. No la conocía, pero leyendo algunas reseñas publicitarias incluidas en el propio libro supe que se trataba de una escritora y activista feminista de origen nigeriano destacada por su lucha contra la mutilación genital femenina y los matrimonios forzados, que había sido nombrada por Elle (UK) Mujer Activista del Año en 2017 y que su nombre había sido incluido también en las listas de las mujeres más influyentes e inspiradoras por la BBC, el Guardian, etc. Compré el libro, aunque lo he leído unos meses después. En la portada aparece destacado el mensaje que, a modo de interrogante, da título al volumen: “¿Podemos ser todas feministas?” (Can We All Be Feminists?); y el subtítulo se refiere al contenido: diecisiete textos de interseccionalidad escritos por otras tantas mujeres “diversas” (negras, trans, musulmanas, con discapacidades, etc.) deseosas de encontrar el camino adecuado para el feminismo (Seventeen Writers on Intersectionality, Identity and Finding the Right Way Forward for Feminism).

Traigo a colación este libro porque, obviamente, la pregunta que encabeza su título no es un simple interrogante, sino una interpelación a todas las mujeres que nos consideramos feministas, pero que respondemos a las características de lo que se entiende por mainstream feminism, es decir, un feminismo protagonizado por mujeres blancas, autóctonas, de clase media, heterosexuales, sin discapacidades, etc. Es también una llamada de atención sobre qué experiencias, intereses y necesidades han figurado en las demandas de ese feminismo erigido como principal. Se trata, en definitiva, de revisar una agenda que ha beneficiado particularmente a un grupo de mujeres, dejando a otras detrás, y, a la vez, de cursar una invitación para construir un feminismo en el que quepan las demandas antidiscriminatorias de todas las mujeres.

Unir un movimiento no significa propugnar su homogeneidad. El feminismo ha sido y será un movimiento heterogéneo, fundamentalmente porque el patriarcado es poliédrico y no funciona de la misma manera para las mujeres que tienen dinero y las que no, las que son blancas y las que no lo son, las nacionales y las no nacionales, las que tienen alguna discapacidad y las que no la tienen, las lesbianas, las trans, las intersexuales y las heterosexuales, etc. Es lógico, pues, que el movimiento feminista se nutra de visiones y reivindicaciones diversas. Es más, no sólo resulta lógico, sino también necesario, al menos si se concuerda en que el movimiento feminista ha de representar y articular las demandas de todas las mujeres que sufren el sistema patriarcal.

El pasado 5 de marzo, unos días antes de la declaración de la pandemia, la Comisión Europea lanzó su Estrategia para la Igualdad de Género durante el quinquenio 2020-2025. Por primera vez habla en ella, y varias veces, de interseccionalidad. La menciona expresamente como principio transversal para hacer efectivas las políticas de igualdad de género, pero también se refiere implícitamente a ella cuando trata del reto de los estereotipos de género, precisando que a menudo aparecen combinados con otros basados en el origen étnico o racial, la religión, la discapacidad, la edad o la orientación sexual, reforzando así sus impactos negativos.

Dada la importancia que ejerce la Unión Europea en materia de igualdad de género, se diría que con esta Estrategia parece abrirse un camino de esperanza para que la interseccionalidad se incluya en las políticas y legislaciones para la igualdad y, en definitiva, para que todas las mujeres puedan encontrar su hueco en el feminismo. Lamentablemente, sin embargo, el panorama no resulta tan idílico, pues hay situaciones especialmente sangrantes que no entran en la concepción de la discriminación interseccional a la que se refiere la Estrategia de la Comisión Europea. Me refiero a las de esas mujeres a las que afecta especialmente un factor de discriminación que se le olvida mencionar a la Comisión Europea: la clase social. No era necesario que el Covid-19 hiciera estragos para que supiéramos que la precariedad se cebaba con muchas mujeres, la mayoría de ellas inmigrantes, y en un alto porcentaje sin papeles, cuyos principales nichos laborales son el servicio doméstico, de cuidados y la prostitución.

Resulta lamentable que hayamos tenido que sufrir una pandemia para que se visibilice y valore lo que supone el trabajo de cuidados; ahora sólo falta que no se olvide y se empiece a tomar cartas en el asunto. Más difícil se presenta la situación para las mujeres en prostitución. El Covid-19 ha puesto en evidencia lo que significa vivir en los márgenes de la ley. Sin derechos laborales, presas de la economía sumergida, muchas inmigrantes, con hijos e hijas pero sin redes familiares de apoyo, algunas en situación administrativa irregular, viven en una situación de emergencia social que sólo parece importar a organizaciones que nutren su fondos de las llamadas a la solidaridad. Vivimos en una sociedad patriarcal y, salvo que hagamos como los avestruces (taparnos los ojos para no ver), sabemos que su duración no es flor de un día. Por ello, el Derecho y las políticas públicas deben dar voz y proteger a las mujeres incluso aunque se considere que sus conductas respondan a esquemas patriarcales. Si así no fuera pueden quedar sin amparo, precisamente, las mujeres más oprimidas. A este respecto, la distinción entre “intereses estratégicos” e “intereses prácticos” de las mujeres, empleada por el feminismo postcolonial y por los feminismos del sur, abrió los ojos a un feminismo maximalista. De hecho, sin reflexionar sobre ella, las mujeres que hoy en día se acogen al trabajo a tiempo parcial, a reducciones de jornada o que ejercen de cuidadoras de familiares con discapacidades porque no encuentran otra solución para vivir mejor, se habrían visto abocadas al olvido en virtud del argumento de que trabajando a tiempo parcial o en labores de cuidado reproducen los roles de género y, así, alimentan el patriarcado.

Por ello resulta también especialmente triste y penoso que en la actual coyuntura pandémica del covid-19, a la que hay que sumar la política (en la que una extrema derecha, hasta ahora agazapada, hace alarde sin ningún tipo de escrúpulo de su antifeminismo), encuentren predicamento posturas como las defendidas por el TERF —Trans-Exclusionary Radical Feminist— , que no ven con buenos ojos que las mujeres trans sean y vivan tal cual se sienten. No nos equivoquemos de frente y no ensanchemos, por acción u omisión, los efectos del sistema patriarcal sobre todas las mujeres. El feminismo y su movimiento han de prepararse para forjar alianzas, hoy más necesarias que nunca.

He comenzado este post haciendo referencia a un libro y me voy a permitir finalizarlo haciendo mención de otro. Se titula El pueblo gitano sobre el sistema-mundo. Su autora, Pastora Filigrana, se presenta en el subtítulo: Reflexiones desde una militancia feminista y anticapitalista. Sólo he podido acceder a la cubierta, pues el libro se distribuirá cuando el estado de alarma lo permita, pero el tenor de su contraportada lo erige como otro ejemplo de interseccionalidad, como un texto escrito por una mujer gitana que construye feminismo desde su otredad, así que, bienvenido sea.