Las maravillosas señoras que hacen humor

abril 30, 2019 en Doce Miradas

Joel ha sido mi marido durante cuatro años y hoy me ha dejado. Así comienza el catártico primer monólogo de La maravillosa Sra. Maisel, la original serie de Amazon que cuenta la vida de una treintañera neoyorkina judía, perfecta esposa con dos hijos, que vive en el exclusivo Upper West Side en lo que parecía una existencia dorada y feliz, típica de los años 50. Esta multipremiada comedia (Emmys y Globos de Oro a mejor serie cómica y mejor actriz protagonista y todo tipo de reconocimientos al guión de Amy Sherman-Palladino) enseguida da un giro y nos presenta a una mujer en evolución que prueba el veneno del stand-up, lo que aquí conocemos como monólogos, y descubre que quiere triunfar en los escenarios. Porque la Sra. Maisel, Midge para las amigas, triunfa en su improvisado y alcohólico debut. Hace reír al escaso público asistente desvelando su vida íntima con un discurso pleno de ingenio, desparpajo y provocación. Y lo mejor es que Susie, la manager-barwoman del Gaslight, rendida ante su talento, le propone una asociación: “Deberías ser humorista y yo puedo ayudarte”. Juntas se embarcan en una aventura que pronto descubren no será fácil porque aunque Mrs. Maisel demuestra estar hecha para dominar los escenarios, el club de la comedia es un club de hombres.
Esta ficción situada en los años 50 (la segunda temporada me ha gustado aún más que la primera) me ha hecho pensar en las mujeres y el humor y, sobre todo, en las mujeres que hacen humor feminista en la actualidad. Creo que estamos ante un auténtico boom. Una gran noticia porque el humor es un arma poderosa para combatir o al menos neutralizar el machismo tan aficionado siempre a mofarse del estereotipo de feminista amargada sin sentido del humor. Bien, pues ahora lo tiene mucho más complicado con mujeres como Isa Calderón y Lucía Lijtmaer, que en su Deforme Semanal (aquí puedes ver el de abril de 2019) se ríen con descaro hasta de su sombra, políticos, personas públicas, poetuiteros y gente que va en patinete incluidos. Son kryptonita para el machismo manifiesto y polígrafo para el encubierto.

Este boom es relativamente reciente. En el pasado, la presencia de las mujeres en el humor profesional ha sido más bien escasa. Su ausencia tampoco es casual esta vez. El humor es una cosa muy seria que se asocia a la inteligencia y al ingenio, dos características tradicionalmente consideradas patrimonio exclusivo de los hombres. Hay quien asegura que hacer humor significa reírse de uno mismo, a menudo humillarse, ridiculizarse, autosacrificarse… Y, claro, eso en una mujer no es bonito de ver y encima son ellas mismas las que no están dispuestas a salir feas o ridículas. Que se lo digan a la Niña de Shrek (Silvia Abril) o a la propia Lina Morgan.

El humor es además potencial arma contra el poder y herramienta de poder en sí misma. Subirte a un escenario y compartir tu manera de mirar el mundo a través del humor supone ocupar el espacio público, una asignatura aún pendiente para nosotras. Porque en lo relativo a silenciar a las mujeres, la cultura occidental lleva miles de años de práctica, tal y como sostiene la historiadora británica Mary Beard en su ensayo Mujeres y poder. Entre los ejemplos que cita, Beard echa mano de la tradición literaria occidental, en concreto de un momento de la Odisea en el que un hombre ordena callar a una mujer porque su voz no debe ser escuchada en público. Se trata de Telémaco a su madre, Penélope, que osa reclamar ante una multitud que el cantante elija un tema más alegre. “Madre mía –replica-, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca… El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa”. Y ella se retira a su habitación.

Por muy hijo de héroe griego que sea, Telémaco lo tendría crudo para enviar a Virginia Imaz a sus aposentos. La payasa clown premio Emakunde 2017, que defiende que el humor “desenfoca la tragedia”, escenificó durante la ceremonia de entrega, con una aparente ingenuidad inofensivamente letal, el ‘juego de la igualdad’ con un partido de tenis. “Señores (lehendakari Urkullu incluido entre la audiencia), al loro que cualquier día conseguimos devolvérsela y os vamos a pillar out”, concluyó Imaz.

Indagando sobre la cuestión, he encontrado este artículo de Tribuna Feminista en el que se reseña a 10 cómicas feministas. Entre ellas, figura  Patricia Sornosa, otra cómica de humor combativo:

“Os quiero contar la historia de amor de mis padres… Mis padres se conocieron porque mi madre empezó a trabajar limpiando en casa de mi padre y se enamoraron. Y se casaron. Y entonces mi madre… dejó de cobrar las horas”. Risas.

Puede que alguna de estas mujeres no te haga ninguna gracia, pero eso no debe entenderse como una incapacidad o demérito del género femenino. Seguro que hay muchos humoristas hombres que no te han arrancado jamás una sonrisa y ahí están. Caitlin Moran, por ejemplo, incluida en esta lista, famosa por su libro Cómo ser mujer, no termina de convencerme, pero no cabe duda de que el humor atraviesa todo su ensayo. Aquí va una pincelada de su estilo al defender la prohibición de los clubes de striptease: “No se van a MORIR [los hombres] si no pueden entrar en un antro de striptease. Las tetas no son como la vitamina D, o algo parecido”.

A pesar de esta eclosión, la risa feminista está aún en la periferia, con sus periféricos o inexistentes sueldos, sospecho. Las encontrarás en salas, teatros, cafés, canales de Youtube o plataformas como Movistar plus, que también acaba de estrenar el programa Las que faltaban, con Thais Villas al frente, o el monólogo de Henar Álvarez en Late Motiv, Señoras Fetén con Moderna de Pueblo, la activista y artista Yolanda Domínguez me pareció genial en su crítica al mundo de la moda con su creación Poses, el festival de humor feminista Coñumor y tantas otras que no conoceré.

En Momentos estelares de la humanidad, el libro del austriaco Stephan Sweig que tanto me han recomendado últimamente (por ahora ningún momento estelar protagonizado por mujer alguna), se novela la caída de Constantinopla, que aguantó valerosamente tras sus murallas un sitio de más de dos meses, pero que finalmente cayó (entre otras cosas) por culpa de una pequeña puerta olvidada que algún bizantino se dejó abierta: la Kerkaporta. Por ahí entraron los desconcertados turcos que no daban crédito a su suerte. Internet parece ser nuestra Kerkaporta por la que una multitud de mujeres marvelous encuentran la oportunidad de mostrar su talento para el humor. Si en el pasado la consecuencia fue la caída del Imperio Romano de Oriente o la conquista de Bizancio, según quién mire, qué no podrá pasar esta vez.

Piensa en una mujer artista (y no vale Frida Kahlo)

abril 9, 2019 en Miradas invitadas

María Cimadevilla (@M_CiMaDeViLLa). Buscadora infinita de historias y maneras de contar. Estudié Psicología y he trabajado los últimos 15 años en el ámbito de la comunicación y el marketing tanto en agencia como en el sector de las ONG. Me apasiona la literatura infantil y escribir microrrelatos. Formo parte de la Comisión Artística Colombine desde donde tratamos de dar visibilidad al trabajo de las mujeres artistas y reivindicar a través de sus obras la equidad de género. Me gusta tanto contar como que me cuenten. Lo que no se cuenta, no existe.

(Foto: Martín Suarez)

 

“Kandinsky está muerto, como los dinosaurios”, me dijo Greta en cuanto pusimos un pie en el Museo Reina Sofía. Así empezamos el recorrido por las plantas del edificio en busca de los cuadros que estaban ya en su imaginario. En su colegio se trabaja por proyectos y en esas semanas Greta estaba aprendiendo a través de la figura y la obra de Kandinsky. Localizamos la pared con las obras del pintor en cuestión y allí nos instalamos con ella su madre y yo. Greta sacó su cuaderno y sus pinturas, se sentó y empezó a dibujar su propia versión del cuadro de Kandinsky. Una copia de alta calidad realizada por esta artista de tan solo 4 años.

(Foto: María Cimadevilla)

Hace algunos meses recorrí también con una visita guiada para familias las salas del Rijksmuseum en Amsterdam acompañada de mis sobrinas de 4 y 6 años. Allí también hubo cuaderno y lápiz en mano. Olivia, la mayor, siguió atentamente las explicaciones de nuestro guía, replicó en su cuaderno algunas de las esculturas y cuadros en los que fuimos recalando y se tomó su tiempo para entender con la ayuda de una linterna la técnica del claroscuro que se puede admirar en “La ronda de noche” de Rembrandt. Cuando la visita terminó oficialmente Olivia se dedicó durante un buen rato a pulular entre el resto de obras de la sala en la que estábamos. Caminaba, miraba, se paraba, dibujaba.

(Foto: María Cimadevilla)

Cuando visito un museo con ellas tengo muy presente la desigualdad de referentes que están viviendo y con el que están creciendo aún en estos espacios. Instituciones como el Rijksmuseum reconocen que de sus obras, solo un 3,4% de su colección pertenecen a mujeres artistas aunque, muy probablemente, muchas de las obras anónimas que alberga el museo y algunas de las atribuidas a famosos pintores, tienen en realidad autoría femenina. El Museo del Prado informaba también el año pasado de que de las 1.627 obras que tenía expuestas, únicamente 6 eran de mujeres artistas. El Museo, que este año cumple 200 años, organizó por primera vez en 2016 una exposición monográfica dedicada a una mujer. Fueron quince las obras de Clara Peeters que mostró El Prado entonces, de las cuales cuatro eran propiedad del Museo y dos de ellas permanecían hasta entonces sin ser exhibidas. Hace unos meses se anunció que, con motivo de su bicentenario, El Prado dedicará en octubre una exposición que reunirá sesenta obras de las pintoras Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana. Las cifras hablan tanto como los cuadros: 3 exposiciones de mujeres artistas en 200 años y 6 obras expuestas de un total de 1.627 piezas.

Aunque a veces se intenta justificar esta ausencia de obras con el contexto histórico de la época a la que pertenecen, lo cierto es que hay más obras de las que cuelgan en las paredes de estos museos. La pregunta es por qué no se les da el espacio para poder ser mostradas y permanecen ocultas en los sótanos de los Museos. Estoy deseando que alguno se lance a innovar con visitas guiadas por estos subsuelos y descubra la acogida que tendría entre el público mostrar estos tesoros ocultos.

Han pasado más de tres décadas desde que las Guerrilla Girls aparecieron en escena para denunciar la discriminación de las mujeres en el arte y exigir su espacio como artistas y no como objetos. En muchos espacios expositivos las mujeres siguen siendo las retratadas y no quienes retratan. En nuestro país la Asociación de Mujeres en las Artes Visuales (MAV) analiza anualmente la presencia de mujeres en las principales ferias de arte. A la espera de conocer los datos de la última edición, MAV señalaba que en 2018 la presencia de mujeres artistas españolas en ARCO era del 6%, solo un 34% de las galerías representadas en la feria estaban lideradas por mujeres y un 80% de los miembros del Comité Organizador de ARCO eran hombres.

No es solo que el arte realizado por grandes pintoras en el siglo XVI siga guardado en los sótanos de muchos museos, sino que el arte que hoy en día desarrollan mujeres artistas también tiene menos visibilidad y oportunidades de ser difundido. Una de las consecuencias que tiene esto es que hay temas que no están, que no se hablan, que no llegan. Mientras el arte realizado por las mujeres siga teniendo trabas para ser mostrado seguirá habiendo una parte de la historia que no conoceremos y que no se entenderá. Porque lo que no se cuenta, no existe.

Pienso en la denuncia de la violencia que sufren las mujeres que hay en la obra artística de Regina José Galindo o Ana Mendieta. Me pregunto si algún espacio dedicado al arte escogería como temática para una exposición colectiva los abusos sexuales sufridos por las trabajadoras de la fresa en Huelva como hemos hecho este mes de marzo desde la Comisión Artística Colombine. “Fresas de sangre” ha reunido la obra de 45 mujeres y colectivos de artistas donde denunciamos esta realidad y la situación de las mujeres que trabajan en el sector doméstico y de cuidados.

Siento la importancia de campañas como “¿Quién coño es?” que puso en marcha María Bastarós inundando el espacio público primero de Zaragoza y luego de otras ciudades, con carteles que se preguntaban literalmente eso: quién coño eran mujeres como Remedios Varo, Gunta Stölzl o Faith Ringgold.

Devoro la información de talleres como los que imparten OtrasNosotras en los que muestran los legados históricos y artísticos de tantas mujeres y colectivos que no hemos conocido antes porque no han tenido espacio para ser mostradas.

El arte cuenta, expresa, denuncia, reivindica y transforma. Si faltan piezas, si se silencian voces, si se obvian temas, seguirá habiendo un vacío. Si las mujeres artistas no tienen las mismas oportunidades para mostrar sus obras hay una parte de la historia que seguirá oculta.

La próxima vez que vaya con Greta al Museo Reina Sofía iremos directamente a la sala donde están las obras de Maruja Mallo. La próxima vez que Olivia venga a casa y quiera poner otro más de sus dibujos en mis paredes le explicaré lo importante que es para muchas mujeres artistas tener un sitio donde mostrar sus obras.

Y tú ¿qué harás la próxima vez que visites un museo o acudas a una exposición?

 

 

Silencio

abril 2, 2019 en Doce Miradas

Una conversación con mi hijo de 14 años me daba hace unas semanas la idea de este post. Cuestionaba él mi crítica a una fotografía de los Premios ABC Salud, en la que aparecían los premiados con sus respectivos galardones: todos ellos hombres. Le explicaba yo que la cosa tiene delito porque el de la Salud es un sector feminizado, con un 84% de enfermeras colegiadas y un 50,4 de médicas. Sin negar que el resultado de la imagen fuera sorprendente, planteaba él la posibilidad de que, en este caso, fuesen “ellos” quienes más merecieran haber llegado a lo alto de las instituciones premiadas.

Más de causas que de azares, yo traté de explicarle a su vez que las casualidades no existen, y que la misma falta de reconocimiento que evidenciaba la foto en particular, se reproduce a lo largo y ancho del mundo en todos los ámbitos. A las mujeres, le decía, nos cuesta infinitamente más que se reconozca nuestra opinión y nuestro trabajo. Verdad verdadera.

Cierto que siguen siendo ellos quienes presiden de manera mayoritaria consejos, comités y jurados, y que esta circunstancia explica el hábito de sustituir a hombres por hombres (tendiendo así a perpetuarse las proporciones en los órganos de poder y el sesgo de sus decisiones). Pero cierto es también que, más allá, subyace un segundo argumento que no por evidente, deja de sorprender: a las mujeres no se nos trata como iguales porque no se nos considera iguales. Al menos no igual de interesantes, originales, creíbles o replicables.

Miremos a la industria del cine, por ejemplo, que a través de historias nos cuenta nuestro tiempo presente y pasado, e imagina también el futuro (a menudo, por cierto, con enorme falta de imaginación en lo que a proyección de la mujer se refiere). Pues bien, en los 90 años que llevan otorgándose los Oscar, menos de la mitad de las “mejores películas” superaron el test de Bechdel, esta prueba que trata de evidenciar la brecha de género en el cine a través de tres reglas (ridículas de puro simple): que haya al menos dos personajes femeninos en la película (1), que mantengan alguna conversación entre sí (2) y que esta no sea sobre un hombre (3).

En este sentido, aclarar que la presencia de la mujer en el cine es hoy día menor que en la década de los 30, de modo que el argumento del tiempo (ese que hay quienes dicen que cambia las cosas por su cuenta), no aplica.

¿Y qué sucede cuando medimos cuánto hablan ellos y ellas en pantalla? Con un vistazo a la gráfica en la imagen, basta.

Con los medios de comunicación –poderosas fuerzas que determinan la manera en que vemos nuestras sociedades– sucede algo parecido. El Global Media Monitoring Project (investigación quinquenal en 114 países que desde 1995 analiza la presencia de las mujeres en los medios a lo largo de todo un día), aporta datos enormemente reveladores sobre cómo se nos ve. Dice, por ejemplo, que, de cada 10 voces expertas en los medios, solo 2 son de mujeres, que cuando se ofrece el testimonio de testigos, 6 de cada 10 son de hombres, y que solo 1 de cada 4 noticias tienen como sujeto protagonista a las mujeres. Se deduce, por tanto, los hombres son más creíbles e, igual que en el cine, en la vida real también les pasan más cosas y más interesantes.

Hay también estudios por países como este que recientemente ha analizado 700.000 horas de los medios audiovisuales en Francia, para concluir que las intervenciones de las mujeres son dos veces menores que las de los hombres.

O este otro, realizado en Estados Unidos por el Women’s Media Centre que –al hilo de esto de la credibilidad– apunta que los periodistas masculinos tienen más del doble de influencia en las redes sociales que sus colegas femeninas. Poca sorpresa hasta aquí. Especialmente llamativo es, sin embargo, confirmar que ellos retuitean hasta 3 veces más a sus colegas masculinos, y que el 92% de sus respuestas son también entre sí. Esto es, las mujeres (periodistas o no, me atrevería a decir) somos menos susceptibles de ser retuiteadas por ellos. Parece menor, pero sin duda no lo es. Porque la visibilidad y la credibilidad que se nos restan de tan inocente manera, sin duda, tampoco lo son.

Se entiende mejor así que en 109 años de historia, solo el 6% de los premios Nobel hayan sido otorgados a mujeres. Repárese en los puntitos morados de la gráfica, y repárese también en las categorías. De Economía, Física y Química, vamos más justitas, se conoce. Nada comparado con la Literatura, la Medicina y la Paz. No se entiende por qué no gobernamos el mundo, la verdad.

Y lo mismo sucede, me tocará explicarle a mi hijo, si miramos al mundo del deporte, al de la ciencia, al de la empresa e incluso, al de lo público (ese que, en esencia y por justicia, debería de representarnos con fidelidad). De 194 países en el mundo, solo 25 cuentan hoy día con una jefa de estado electa.

Sirvan, en todo caso, estos hilvanes para apuntalar una idea. El trabajo de las mujeres no obtiene el mismo reconocimiento en nuestras sociedades, porque nuestras vivencias y nuestras ideas no reciben el mismo eco. A pesar de los avances (de acción, y, sobre todo, de mucha palabra), la mirada general es androcéntrica y, salvo que actuemos, seguirá siéndolo por inercia, cuando no por resistencia.

Siempre habrá quienes no quieran o no sepan ver que, si las mujeres no llegan a estos premios, a esos puestos o a la mismísima Luna, no es casual, sino resultado de muchos palos en el camino, un tupido parche en los ojos y un silencio histórico de nuestra palabra.

Vivan, por tanto, las historias, las películas, los libros, las noticias con mujeres y de mujeres. Los premios, las voces expertas, los micrófonos y la interacción en las redes sociales. Somos la mitad, pues bien, que se nos vea y, sobre todo, que se nos oiga.