La mirada del padre, una revolución en potencia

octubre 25, 2016 en Miradas invitadas

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Marta Aburto Fierro. Getxo 1962
@martaaburtofier
Desde hace 26 años, empresaria dentro de la Industria Aseguradora.
Trabajo activamente por la igualdad desde Community of insurance @CommuInsurance en Mujer Igualdad Emprendimiento #ForoMIE «Conjura en Bilbao por la igualdad de la mujer» ow.ly/m9kk301Epce

 

Cuando en los años 80 las mujeres de mi generación nos incorporamos al mundo laboral, comenzaba una época de creciente igualdad, creíamos que el camino estaba abierto y que la igualdad era imparable. Treinta años después, seguimos conviviendo en una sociedad que mantiene viejos modelos de participación femenina que permiten y aceptan condiciones de existencia y convivencia intolerables para la mujer.

Las mujeres de mi generación no hemos sabido atacar la desigualdad desde su raíz y, por eso, nuestra cultura social sigue asignando el trabajo del cuidado a las mujeres, y a los hombres, el trabajo productivo.

La división sexual del trabajo no es un orden natural contra el que nada puede hacerse, sino una construcción mental, una visión del mundo que transmitimos a nuestros hijos desde su nacimiento, sin consciencia ni discurso, por medio de hábitos, juegos, de cuerpo a cuerpo, escapando a la presión del intelecto y por lo tanto de las posibles correcciones.

Esta cultura social consigue que la disposición femenina para el cuidado parezca «instintiva», tiende a considerar como secundaria la labor del padre en el ámbito doméstico y en la educación de los hij@s. De esta manera consigue que la mujer priorice el cuidado de sus hij@s frente a su ascenso profesional, y que proporcione al hombre el colchón suficiente que le ahorre el cuidar de su familia. Bajo estas reglas de juego… el poder de los hombres es generado por el trabajo de las mujeres.

En un país que envejece a marchas forzadas, en medio de trabajos encorsetados, sin flexibilidad horaria, se hace imprescindible la aplicación de nuevas leyes y códigos de buen gobierno, como es la propuesta aprobada el martes 18 de octubre que insta al Gobierno a legislar para que la baja paternal se iguale a la maternal: 16 semanas intransferibles con una prestación del 100% de la base reguladora, y que se proteja la situación laboral del trabajador durante el disfrute de la misma.

Esta nueva ley consigue un gran avance hacia la igualdad, ya que:

-El cuidado y la educación de los hij@s corresponderá por igual a ambos progenitores, la experiencia inicial de tener un hij@ y el apego endorfínico serán muy parecidos.
-La contratación de mujeres no supondrá para las empresas y para la sociedad cargas distintas a la de la contratación de hombres.
-Al involucrar al padre en el cuidado se deja  de tomar a la madre como punto de referencia del núcleo familiar; también se deja de alimentar la idea social de que las mujeres requieren atenciones especiales.
-Y lo más importante:  por fin se reconoce el derecho de la infancia a ser educada en la igualdad y en la justicia de género;  además, al recibir una paternidad activa, se  refuerza el derecho de igualdad del niñ@.

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«La mirada del padre sobre el niñ@ constituye una revolución en potencia. Los padres pueden hacer saber a sus hijas que ellas tienen una existencia propia, fuera del mercado de la seducción, que poseen fuerza física, espíritu emprendedor e independiente, y pueden valorarlas por esta fuerza sin miedo a un castigo inminente. Pueden hacer saber a sus hijos que la tradición machista es una trampa, una restricción severa de las emociones… porque la virilidad tradicional es una máquina tan mutiladora como la asignación de la feminidad.» Virginia Dependes.

Una sociedad que se atreve a cambiar sus estrategias de incentivos, consigue un profundo efecto en los empleados, empresarios, mujeres, hombres  y, en especial, en el futuro de una sociedad que se refleja en la infancia.

Pongamos los ojos en el ejemplo Sueco, una sociedad en la que hasta hace poco se daban los mismos problemas de igualdad que en este país. En poco tiempo todo el mundo se acostumbró a la idea de que los padres debían disfrutar de su baja por el bien de una educación igualitaria, la cultura… El ambiente laboral cambió, el horario comenzó a ser muy flexible y la diferencia salarial entre hombres y mujeres tendía a desaparecer;  además comenzó a bajar el porcentaje de divorcios.
Esta mirada a Suecia demuestra que el cambio es posible, y que las soluciones a estos problemas, aparentemente sin solución, no son tan complicadas.

Pero debemos estar atentos y no bajar la guardia, porque para que esta propuesta se convierta en ley tendrá que pasar por trámites legislativos (algo improbable por la situación actual de ausencia de gobierno).

Nuestros hijos merecen cambios que faciliten la convivencia y los guíen hacia un nuevo humanismo integrador e igualitario. Nuevas leyes, como la propuesta recién aprobada, nuevos códigos de buen gobierno y las cuotas necesarias que puedan acelerar y eliminar los sesgos que aún prevalecen. Acciones políticas que tomen en consideración todos los efectos de dominación que se ejercen, a través de la complicidad objetiva entre la escuela, la iglesia y el Estado, ya que es justo allí donde se gesta, en último término, la dominación masculina.

Ahora y más que nunca, a nuestra sociedad le toca imputar socialmente los costes del cuidado de la vida humana y no existen argumentos válidos para pensar que esta idea sea una utopía.
«No hace tanto era impensable aspirar a una jornada laboral de 8 horas, o concebir como derecho de los trabajadores una remuneración durante las bajas por enfermedad, o que fuera respetado el puesto de trabajo hasta que se produjera el restablecimiento de la salud, obtener vacaciones… Si los trabajadores hubieran retrocedido cada vez que se han calificado sus exigencias de delirantes, en este momento no tendríamos ni derechos de los trabajadores, ni seguridad social.
¿Por qué no puede ser un derecho del trabajador disponer de baja remunerada y que se ofrezcan servicios sociales que sustituyan o complementen el trabajo doméstico originado por personas dependientes? ¿Y que las bajas remuneradas no las tomen alternativamente las mujeres y los hombres? ¿Por qué no se imponen, al igual que en otros países, las bajas paternales obligatorias e intransferibles?» (María Jesús Izquierdo).

Nos toca avanzar; avanzar hacia esa incógnita que es la revolución de los géneros, y somos nosotras, las mujeres, las que debemos levantar la voz y mover ficha.

 

La mirada de Violeta

octubre 18, 2016 en Doce Miradas

Violeta tiene doce años. Nombre de flor, de color y de feminismo. Ella es tan bonita como lo primero, tan viva como lo segundo y tan reivindicativa como lo tercero. Tiene esa edad maravillosa en la que las gestas no se eligen demasiado. Se mete una de lleno y ya está; porque es lo justo y no puede consentirse lo contrario. Violeta aún no tiene tramo recorrido para ponerle matices a la justicia y por eso para ella esa hermosa palabra conserva todo su inmenso valor.

Digo que es bonita porque mira limpio y quiere saber, entender y transformar su jardín de la infancia en un patio de encuentro donde suceden cosas que empiezan a parecerse a las de las personas adultas. Violeta es la mayor de mis dos hijas y una mirada de futuro seguida de cerca por su hermana. Ambas han sobrevivido a mi mala influencia y están encantadas de ser chicas, por mucho que a mí me cueste tanto entender que sea “divertido”, como dice Violeta.

Violeta ha crecido al arrope de Doce Miradas y se siente orgullosa de este proyecto que siente suyo porque ahí está su madre. También porque le enseña cosas que le hacen sentirse segura y fuerte, en este mundo en el que los chicos todavía tienen muchos más minutos de posesión de balón que las chicas.

Me he traído a Violeta a Doce Miradas porque tiene cosas que decir y las quiere compartir aquí, con todas vosotras y vosotros, para que la voz de las niñas de su edad – o al menos la de ella- se escuche. Porque las niñas son miradas de futuro, las que tendrán que seguir con nuestro trabajo, perseverar en la consecución de la justicia social y la igualdad de oportunidades, para que esta sociedad garantice un desarrollo real, confortable y seguro para todas las mujeres, en todas las partes del mundo.

A partir de aquí, me pongo contra la cámara y os dejo con las palabras de esta mirada, para mí tan especial: la mirada de Violeta.

 

¿Por qué te hace tanta ilusión esta entrevista? img_20160924_131805710

Porque me hace ilusión poder decir cómo vemos las niñas, o como veo yo, la igualdad.  Me gusta que se tenga en cuenta porque la visión de una niña puede ser distinta. Los mayores se lo piensan todo más y por eso creo que los niños y las niñas podemos tener una manera diferente de ver este tema y otros también.

¿Crees que el debate de la igualdad está suficientemente presente entre vosotras y vosotros?
Creo que -por lo menos entre la gente que yo conozco- está bastante presente. Pero cuando yo estoy con alguien y me doy cuenta de que no lo está teniendo en cuenta en algunas cosas que dice, yo trato de contarle cómo lo veo y de hacerle cambiar su manera de pensar. Si al final sigue sin pensar igual que yo, lo respeto.

¿Dónde crees tú que se adquiere la toma de conciencia por la igualdad? ¿En casa, en la escuela, en la calle…?
Creo que tanto en casa, como en la escuela, en la calle, en la tele… pero depende también de saber ver las cosas. Primero entendiendo qué es eso de la igualdad y después aprendiendo a mirar. Este es un tema muy grande y no toda la gente piensa lo mismo, cada uno lo ve como lo ve desde su manera de pensar. Si has vivido machismo en casa desde siempre, lo ves normal; y entonces es más difícil que lo reconozcas como un problema que hay que arreglar.

Es cierto que en la escuela hay una preocupación por educar en igualdad y creo que se está haciendo un trabajo importante entre profesorado y alumnado. Pero luego hay pequeños detalles que descubren micromachismos perfectamente tolerados por la sociedad. Ese “dile a la ama que…” O que habitualmente sea a la madre a quien se llame cuando hay que tratar cualquier tema fuera del aula…
Eso es verdad. Les sale natural. Y además es que la madre casi siempre es la que se ocupa y lo vemos normal. No lo hacen con mala intención. En el colegio se hacen a veces actividades para hablar de igualdad. Una vez en clase hicimos un debate y unas cuantas niñas intentábamos explicarle a un niño lo que pensábamos nosotras. Y no había manera. Se ponía a sacar otros temas. Pero en ese debate vimos que había niños de clase que también pensaban como nosotras.

¿Recuerdas que alguna vez te hayan tratado diferente por ser una niña?
Sí. Por ejemplo, en clase de gimnasia, cuando éramos más pequeñas, a las niñas no nos pasaban el balón porque “supuestamente” en deporte los niños son mejores. Pero ahora hemos conseguido que nos pasen la pelota. Les hemos hecho ver que también sabemos jugar; que habrá niños que jueguen mejor, pero también los habrá que jueguen peor que nosotras y que tenemos que jugar juntos los niños y las niñas.

¿Qué es el machismo?
El machismo es que el hombre se siente superior a la mujer. Pero no solamente los hombres son machistas, también hay mujeres machistas; aunque lo más normal es que sean ellos los machistas.

¿Por qué crees que hay mujeres machistas?
Porque hasta hace poco las mujeres no trabajaban fuera de casa. Y como ellos sí, ellos eran mejores y los que podían hacer cosas importantes. Las mujeres que han vivido esto como algo normal piensan que es así: que los hombres trabajan porque son mejores, más inteligentes o más importantes que ellas.

¿Conoces a niños o niñas machistas?
Niñas, no. Con los niños machistas que conozco ya he hablado algunas veces, pero son muy cabezotas. Ni siquiera discuten. Lo justifican todo “porque sí, porque sí…” por orgullo. Creo que no quieren ni pensar en lo que les digo porque como son chicos y serán hombres y creen que serán superiores… Creo que piensan que el feminismo les puede quitar sus ventajas. No dejan que les hables de feminismo.

¿Y qué es el feminismo?
Pues no es “todo lo contrario al machismo”. Porque eso sería el hembrismo. El feminismo se refiere a la igualdad entre hombres y mujeres. Muchos chicos no entienden que el feminismo da a los hombres y a las mujeres el mismo valor, pero que eso no quiere decir que vaya en contra de ellos.

¿Te gusta ser chica?
Sí. Porque no sé cómo es ser chico y ser chica me gusta bastante. Ser chica me parece que es mejor porque aunque tiene más dificultades, tiene más mérito. Es mucho más difícil. La sociedad les pide cosas más sencillas a los hombres o no les pide tantas como a las mujeres. Un hombre tiene más probabilidades de conseguir un trabajo que una mujer. Y además, los hombres tienen un cuerpo más fácil que no les da tantos problemas. Pero aunque es más complicado ser chica, me parece divertido.

¿Eres romántica?
Creo que sí. Pero no mucho. No soy melosa.

¿Qué es ser romántica para una niña de tu edad?
Es creer en el amor, en los detalles, en tener ciertos pensamientos bonitos sobre una persona…

¿Qué significa creer en el amor?
Saber que existe. Que es un sentimiento hacia otra persona que no puedes controlar pero que es muy bonito. Hay gente que no cree en el amor, como algunas personas que se dedican a la ciencia y a las que les cuesta mucho enamorarse porque analizan cada cosa. Pero si crees en el amor y eres romántica solo ves lo bueno. Aunque a veces no es tan bueno.

¿Cuándo no es bueno el amor?
Cuando no te corresponden. También cuando no coincides en la manera de pensar y una de las dos personas tiene que cambiar mucho para que no se rompa ese amor. También cuando hay machismo, porque entonces el amor ya no es bueno, no es amor. Si tratas a la persona que está contigo como si fuera inferior es que no sientes amor por ella.

¿Tú crees que existen los príncipes azules?
No. Es lo que nos han hecho creer a las niñas. Puede haber una persona que sea muy buena para ti, pero no será tan perfecta, no hay nadie perfecto. A mí la gente que parece perfecta no me gusta mucho; me gusta más la gente que es diferente, que tiene su propia manera de pensar.

¿Qué quieren ser tus amigas de mayores?
Una, psicóloga; otra, arquitecta; otra, pediatra. Una quiere trabajar con la física cuántica, otra forense…

¿Y tus amigos?
Hasta el año pasado, la mayoría, futbolistas. Este año ya alguno ha dicho que quiere ser médico, muchos no saben y unos cuantos todavía quieren ser futbolistas. Pero, vamos, yo creo que esto irá cambiando cuando sean más mayores. ¡Todos no van a poder ser futbolistas!

Ahora que acabas de empezar a estudiar en el instituto y que sois un poquito más mayores, ¿mejora la cosa?
Mejora un poquito. Vamos aprendiendo y es bueno que sigamos hablando, que siga habiendo talleres en los que podamos tratar sobre machismo y feminismo, y explicar bien lo que es cada cosa para que aprendamos a ver dónde hacemos las cosas mal y cómo se pueden hacer mejor para que mejore nuestra sociedad. Es bueno que las niñas o los niños que vemos comportamientos o formas de hablar que no respetan la igualdad lo digamos para seguir avanzando.

¿Cómo reacciona la gente de tu entorno cuando les haces ver que alguna actitud o algún comentario te ha parecido machista?

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Depende. Los que todavía no quieren hablar de igualdad enseguida te dicen “venga, anda, que siempre estás con eso del feminismo y el machismo”. Pero también hay gente que escucha y que dice, “oye, me ha gustado lo que has dicho”.

¿Qué libros lees?
Me gustan los libros de historias que les pasan a los adolescentes: John Green, Blue Jeans… Porque muchas de las cosas que leo ya las estoy viendo en el instituto, algunas las estoy viviendo, y me llaman la atención porque quiero saber sobre eso. También libros de reflexiones sobre emociones (Hablo sola), la saga Crepúsculo…

¿Qué es lo que te gusta de la saga Crepúsculo?
Me gusta ese amor tan incondicional que hay entre los dos, pero lo que no me gusta es que él sea tan protector con ella, porque lo hace porque la subestima. Él es un vampiro y cree que es más capaz de protegerla de lo que lo es ella misma. Pero luego, la protagonista demuestra que ella también es capaz de cuidar de sí. Y eso me gusta. Está bien que él se preocupe por ella pero sin que piense que es débil y le necesita a toda costa.

A mí me dan un poco de miedo esas relaciones de amor tan intenso, tan incondicional, como tú decías… “Yo, donde tú vayas”, “sin ti yo me muero”… ¿No deja a las chicas muy indefensas, muy vacías, si ellos no están?
Sí. Pero creo que si una chica es fuerte, aunque esté enamorada lo va a seguir siendo. Lo importante es que las chicas sean fuertes, que se sientan bien ellas con o sin sus novios, sabiendo quiénes son, lo que quieren ser y cómo quieren comportarse.

En el caso de Bella, la protagonista de Crepúsculo, ella está dispuesta a morir por amor, a perder su condición de humana, para estar siempre con Edward. ¿Eso te parece bien? Esas novelas las leen muchas y muchos adolescentes. ¿No te parece que es arriesgado poner esa relación tan complicada como modelo de pareja ideal?
A ver: eso no es algo que pase normalmente. Yo no conozco vampiros. Sería bastante peligroso si cosas así pudieran pasar. Pero ¿por qué nos gustan tanto las novelas de Crepúsculo? Pues porque son historias que no pueden pasar, pero que a través de los libros las puedes vivir y te enganchan muchísimo porque son especiales. Es como Superman: nadie se pone una capa y vuela y salva al mundo, pero es divertido leer sus aventuras.

Yo sé que te gusta mucho la música, pero también sé que hay un tipo de música que no te gusta nada…
¡El reggaeton! No me gusta nada porque es ultramachista, subestima mucho a las mujeres y las letras son muy ofensivas.

Cuando te encuentras con alguien a quien le gusta este tipo de música ¿te pide el cuerpo decirle algo o cada cual que oiga lo que quiera?
Cada uno que oiga lo que quiera, pero yo no entiendo por qué a la gente le gusta tanto.

Hace unos meses veíamos un debate electoral en casa y te llamó la atención que ninguna de las cuatro personas invitadas a participar era mujer. ¿Por qué crees que las personas más importantes de esos partidos son hombres?
Pues porque, a día de hoy, todavía, el hombre tiene más importancia, se le considera mejor. Se sigue pensando que a las mujeres lo que se les da bien es la moda o cosas que no son tan importantes para la sociedad.

¿Y qué hacemos?
Pues intentar cambiarlo enseñando a la gente a ver que ese debate así es incompleto.

¿Cómo te ves de mayor? ¿Qué tipo de mujer crees que serás?
Creo que seré una mujer fuerte, porque estoy aprendiendo muchas cosas para llegar a serlo.

¿Cómo te ha influido Doce Miradas en ese aprendizaje de igualdad que estás haciendo?
Pues mucho. Porque desde que empezó Doce Miradas he leído o te he oído hablar de lo que escribíais y he aprendido mucho sobre el feminismo. Cada vez que en el cole se hablaba de algo relacionado con la igualdad yo decía “mi madre está en Doce Miradas y escribe sobre feminismo, y si queréis saber lo que piensan las mujeres, aquí tenéis esta página”. Y así os he ido recomendando a mucha gente.

Una canción feminista con la que podamos terminar esta entrevista.
Hay una de Malú que no es empalagosa y que me gusta mucho y que dice:

“Yo/ quiero/ yo/ puedo/ yo, que he aprendido a respirar del cielo./Yo/ quiero/ yo puedo volar/ vivir en libertad./ Ya no vuelvo a caer/ he aprendido a lamerme las heridas/ a poner el mundo bajo mis pies/ Levantarme y correr / cada vez que una herida me lastima/ sé que algo bueno viene después”. 

#paseloquepase

#paseloquepase

 

A sus doce años, Violeta no sabe latín pero caza micromachismos con una agilidad que me hace sentir orgullosa y reconfortada. El compromiso por la igualdad tiene el trazado de un camino largo de tramos difíciles. Violeta aparta las piedras del camino y disfruta con el paisaje. Como ella misma dice: “ser chica es mejor porque aunque tiene más dificultades, tiene más mérito”. Punto redondo.

«SI NO PUEDO MOVER EL BODY, TU REVOLUCIÓN NO ME INTERESA»

octubre 11, 2016 en Miradas invitadas

Ana Luz Castillo Barrios. Máster en Danza y Educación de la Danza por  Columbia University (Nueva York). Licenciada en Danza y Licenciada Química Bióloga por la Universidad de San Carlos de Guatemala. Directora de la Escuela Nacional de Danza y Directora General de Culturas y Artes del Ministerio de Cultura y Deportes, Guatemala. Maestra de danza y movimiento por más de 35 años. En la actualidad imparte cursos y talleres de danza creativa y movimiento somático. Investigadora y consultora independiente. Integrante del Colectivo Artesana (Guatemala) y Asociación Equiláteras (España).
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En mayo de 2015, las asociaciones feministas Equiláteras y Kódigo Malva, en conjunto con el gimnasio Mediafit, organizamos Nuestro dorsal, una jornada para la promoción del deporte, la salud y el autocuidado entre mujeres, en Chiclana de la Frontera, Cádiz . El eslogan «Si no puedo mover el body, tu revolución no me interesa», resaltaba en el cartel promocional de la jornada. Como especialista de danza y movimiento, e integrante de Equiláteras, me correspondió abrir la jornada con un taller de Movimiento Creativo para más de 80 personas participantes. Era la primera vez que, a viva voz, reivindicaba nuestro derecho como mujeres a disfrutar de nuestro cuerpo en movimiento. En mayo de 2016, Equiláteras nuevamente participó en
una jornada por la salud y el autocuidado de las mujeres, denominada Mujereando la salud. De igual forma, reivindicábamos el derecho de las mujeres a disfrutar su cuerpo en movimiento así como a bailar y a crear danzas. bailarina-de-ballet

Después de más de 40 años de dedicarme a la danza y 30 de declararme feminista, ¿cómo era posible que hasta entonces no reivindicara el derecho de las mujeres a bailar y disfrutar su cuerpo en movimiento? ¿Por qué había tardado tanto tiempo en tomar conciencia de la vulneración de este derecho? ¿Dónde quedaba la lucha por nuestros cuerpos? ¿Cuál era el aporte específico de la danza a la vida de las mujeres? La búsqueda de respuestas me condujo a revisar mi propia historia y aunque no creo que las respuestas alcanzadas descubran algo nuevo o algo que no se haya dicho con antelación, estoy convencida que compartir nuestras experiencias, nuestras búsquedas y descubrimientos nos enriquece continuamente.

Nací en Guatemala, un país que duele y, al mismo tiempo, seduce por sus profundas contradicciones y desigualdades. Una pequeña nación en el centro de América, de extraordinaria riqueza cultural y natural, contrasta con una pobreza que en lugar de disminuir, aumenta. Según la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi),  en 2014, el 59,3% de la población guatemalteca (alrededor de 9,6 millones) era pobre o extremadamente pobre, afectando, principalmente, a los habitantes de las zonas rurales. Desde la perspectiva de género, las oportunidades de acceso a la salud, la educación, el trabajo remunerado y la participación política son especialmente reducidas para las mujeres, situación que en 2013, ubicó a Guatemala como el país con menos equidad de género en la región centroamericana según un reporte del Foro Económico Mundial. Foro Económico Mundial, (2013). Gender Gap Report 2013. Unida a esta realidad, la población guatemalteca aún procura superar las secuelas de una guerra interna que duró 36 años y continúa luchando por alcanzar la justicia y su derecho a una vida digna. Por otra parte, las élites poderosas que no se interesan por esta lucha ni por el bienestar general, sino solo en el propio, han arrastrado a diferentes sectores de la población a la descomposición social, imponiéndose la violencia, la corrupción, la inseguridad y la zozobra. Dentro de esta caótica situación, las organizaciones de mujeres luchan a diario, exigiendo sus derechos fundamentales. El avance es lento y requiere priorizar los frentes de lucha. Tal vez por ello, la batalla por nuestros cuerpos esté más enfocada a combatir la violencia de género (10 de cada 100.000 mujeres son asesinadas), los embarazos en niñas y adolescentes (5.100 embarazos en niñas de 10 a 14 años en 2014) y a conquistar nuestros derechos sexuales y reproductivos (se estiman 65.000 abortos clandestinos al año).

En esta realidad, las oportunidades para el ocio, el arte o el deporte son escasas o nulas para la mayoría de la población, con especial énfasis en las mujeres de mediana y tercera edad que son invisibilizadas por estar fuera de la edad reproductiva. Incluso en el caso de mujeres de este grupo etario de estrato socioeconómico medio o medio alto que podrían gozar de mayores oportunidades, contemplar la posibilidad de asistir a clases de danza, hacer deporte o dedicar tiempo al ocio puede considerarse inapropiado para su edad, una pérdida de tiempo ante la responsabilidad que tienen en el hogar, o incluso, tildarse de ridículo.

Ante estas circunstancdanza-terapiaias ¿qué papel juega la danza? La danza en mi vida es una pasión. Estar consciente del contexto que la nutre es fundamental. Por ello, desde finales de los años 80 opté por enfocar la danza como medio para empoderar al ser humano. Estoy convencida, y la experiencia así lo demuestra, que a través de la danzaes posible contribuir al desarrollo de las capacidades físicas, intelectuales, emocionales y sociales de las personas y de esta forma, fortalecer la seguridad en sí mismas y la confianza en sus propias aptitudes para transformar su entorno. La práctica de la danza en un ambiente de creatividad, confianza y libertad ayuda a aceptar y valorar el propio cuerpo en movimiento que a su vez, genera una sensación de gozo y plenitud que reafirma a la persona, permitiéndole tomar el control de su propia vida

Dada la realidad de mi país, enfoqué mis esfuerzos hacia el alumnado del sistema educativo de los diferentes niveles. Creo que la danza puede ser un catalizador de cambios en la sociedad, pero es la educación la que brinda las herramientas para transformarla. Probablemente, fue en ese momento que distraje la mirada de género. De ahí que, aunque estuve vinculada a diferentes asociaciones de mujeres y aún colaboro con algunas de ellas, mi lucha personal se ha centrado en que la danza sea vista como un derecho de todas las personas y no como el privilegio de unas pocas. Todos los seres humanos tenemos un cuerpo y por lo tanto, todos podemos danzar. En conjunto, somos capaces de trasformar la sociedad. Ésta es mi utopía.

Desde que llegué a Cádiz hace cinco años, he tenido la oportunidad de dar e impartir diversos cursos y talleres de danza, especialmente dirigidos a mujeres. La experiencia en estos talleres y en las jornadas y mi participación como integrante de Equiláteras, me han permitido comprobar que, afortunadamente, en España, la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres ha dado sus frutos. Sin embargo, aún persisten profundas desigualdades. Sus causas tienen el mismo origen que en Guatemala: el predominio del sistema patriarcal que apuntala la superioridad de lo masculino sobre lo femenino.

En la mayoría de sociedades occidentales aún se asume que el cuidado de la familia y el hogar son responsabilidad de las mujeres. Según la Encuesta de Empleo del Tiempo 2009-2010,  el 91,9% de las mujeres en España destinan tiempo al cuidado del hogar y la familia en una media de 4 horas 29 minutos diarios. Sin embargo, sólo el  74,7% de los hombres dedica tiempo a estos trabajos. La media, en este caso, es de 2 horas 32 minutos. Debido a este rol social impuesto de “eternas cuidadoras”, las mujeres en España, al igual que en Guatemala, ven limitado su derecho a la salud, al ocio, al arte y el deporte y cuentan con escaso tiempo para su autocuidado. A esta situación se suma la presión que los estereotipos ejercen sobre ellas en cuanto a su cuerpo y cómo deben verse o moverse. Las repercusiones de esta situación pueden observarse, por ejemplo, en el rechazo que muchas mujeres experimentan hacia su propia imagen, al propio cuerpo y al placer, o en la creciente medicalización de los diferentes procesos femeninos vitales, como la menopausia. Es en este contexto donde la danza se yergue como una alternativa para la apropiación de nuestro cuerpo y nuestro propio empoderamiento.

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La danza desarrolla una mayor conciencia y control del propio cuerpo y su práctica mejora la coordinación, la orientación espacio-temporal, el equilibrio, la fuerza y resistencia musculares, la resistencia cardio-respiratoria, la flexibilidad, la facilidad y eficiencia del movimiento. El deporte también desarrolla estas capacidades, pero la danza, además, desarrolla las capacidades expresivas y creativas de la persona y le permite socializar y estrechar lazos de confianza entre quienes comparten la
experiencia. En mi opinión, la Danza Creativa es una de las formas de danza más adecuada para trabajar con mujeres de mediana y tercera edad, debido a que se basa en el movimiento natural de cada persona y le permite moverse y expresarse dentro de su propio rango de movimiento. De esta forma, las mujeres se fortalezcan física, mental y emocionalmente como vía para asumir el control de sus propias vidas y de las decisiones que afectan su bienestar integral. La danza, entonces, se convierte en herramienta transformadora que empodera a las mujeres.

La vida y las propias decisiones han permitido que hoy, en este tiempo, me encuentre viviendo en Cádiz. Ahora tengo la oportunidad de enfocar mis esfuerzos hacia la reivindicación del derecho de todas las mujeres a disfrutar su cuerpo en movimiento, a apropiárselo, desarrollando sus propias capacidades físicas, creativas y expresivas. Estoy consciente de que desde algunos enfoques feministas la danza sea vista como una actividad que eleva la feminidad a su máximo exponente. Tal vez por ello, la danza dentro del feminismo haya sido abordada, principalmente, para estudiarla desde su relación con el cuerpo, un cuerpo moldeado profesionalmente y con características físicas muchas veces fuera de lo común. Esta discusión, sin embargo, queda pendiente para una próxima oportunidad. Por mi parte, continuaré trabajando por el derecho de las mujeres a vivir y disfrutar su cuerpo en movimiento, a crear y expresarse, repitiendo incansablemente, «Si no puedo mover el body, tu revolución no me interesa».

Escritoras españolas de posguerra: la fantasía inaceptable

octubre 4, 2016 en Doce Miradas

Buscaba un título bonito para este artículo y me lo ha brindado Carolyn Gold Heilbrun, escritora, investigadora y profesora de la Universidad de Columbia, quien en su libro Writting a Woman’s Life califica precisamente de fantasías inaceptables los anhelos de determinados personajes literarios femeninos, anhelos de poder o libertad que el medio social se encarga de frustrar o destruir.

En este artículo hablaré, pues, de literatura escrita por mujeres y, más en concreto, de las escritoras en la posguerra española, del tratamiento androcéntrico que recibieron y reciben por parte de la crítica, de la novela rosa y de sus mitos y tópicos, muchos de los cuales, por sorprendente que parezca, siguen hoy vigentes. Vamos allá. Espero que os guste.

 

¿Escritoras? ¿Qué escritoras?

Durante todos los años en los que fui estudiante de literatura, que fueron unos cuantos, en escasísimas ocasiones me dediqué a estudiar a escritoras y, desde luego, ninguna figuró en las páginas principales de mis libros de texto: apenas recuerdo en segunda fila a Safo, Fernán Caballero (seudónimo masculino de Cecilia Böhl de Faber) y Rosalía de Castro;  y, ya en el siglo XX, a Gabriela Mistral, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Carmen Laforet y Rosa Chacel, quienes, por supuesto, nunca rozaron las primeras filas del estrellato literario y permanecieron siempre clasificadas en otra categoría bien alejada de, por ejemplo, Luis Martín Santos, Miguel Delibes o Camilo José Cela.

mito-y-discursoPor eso me resultan tan interesantes obras como Mito y discurso en la novela femenina de posguerra en España, de Francisca López Jiménez, doctora en Literatura, que ilustra ampliamente el habitual desprecio de la crítica hacia las mujeres escritoras y nos descubre aspectos muy desconocidos de las novelistas españolas de la posguerra.

 

La crítica androcéntrica

Del libro de López Jiménez he extraído, pues, muchas de las ideas que expreso en este artículo y varias citas interesantes. Por ejemplo, esta de Juan Luis Alborg, gurú de la historia de la literatura española, cuyos abultadísimos volúmenes fueron mis libros de cabecera en mis años de universidad:

Cuando una mujer nos deja oír el timbre de su femenina condición, es a su pesar, y siempre para darnos lo más blando y vacío, lo más inconsistente y ñoño de su espíritu, la vanidad mediocre o la vulgar coquetería.

Y más adelante añade que lo que la mujer escritora debería ofrecer es “la visión femenina de la vida y de sus problemas” tratados “con dureza varonil”.

Esto es: solo interesan las escritoras que prescinden de su feminidad, que para Alborg es sinónimo de vacuidad, inconsistencia, ñoñería, etc., y escriben como hombres, pues solo hay una manera de escribir “bien” y es la masculina.

Bajo este tono general, López Jiménez apunta tres razones principales por las que la crítica condenó al “fracaso” a estas escritoras. La primera es su desconcierto a la hora de tener que asignarles alguna etiqueta o clasificarlas en algún apartado literario de los elaborados por y para la producción masculina. Es lo que la escritora y académica Joanna Russ denominaba “denial for false categorizing¨; encontramos un ejemplo en la novela “Los Abel”, de Ana María Matute, protagonizada por Valba Abel y sus conflictos como mujer que no encaja en un medio rural, su desmitificación del matrimonio, la ausencia de modelos de vida femeninos, etc. Sin embargo, como al final de la novela uno de sus hermanos mata a otro, la crítica establece como temas centrales de la obra la ruina familiar y el cainismo.

Como segunda razón apunta López Jiménez que la crítica ignoró sistemáticamente la aportación femenina al realismo social, al negar precisamente el carácter “social” de un tema recurrente en las novelistas de los años 50 como fue la imposibilidad de realización de las mujeres fuera del ámbito doméstico.

Y en tercer lugar cita López Jiménez la actitud opuesta de la crítica hacia dos tendencias de la novela de los años 40; así, se acepta y se valora el tremendismo, tendencia generalmente masculina, como manifestación literaria y, en cambio, se ningunea o denigra la novela rosa, tendencia básicamente femenina, como manifestación subliteraria, sin hablar nunca de la falta de calidad de las peores novelas tremendistas ni de la escrupulosa elaboración técnica de las mejores novelas rosas.

Aquí, en la novela rosa me voy a detener un poco, porque es uno de esos fenómenos masivos de la cultura popular de dimensiones considerables a los que se dedica poca atención: por lo general, se juzgan y se desprecian; raramente se analizan.

 

Te puede pasar a ti

La novela rosa de la posguerra española es un fenómeno que merece un análisis tanto literario como social.

Voy a obviar por esta vez sus aspectos literarios y me voy a centrar en su tremenda incidencia en la formación de las muchachas españolas de los años 40 del siglo pasado. Estas novelas colocan el amor en el centro de la vida de las mujeres, de manera que todo lo demás queda subordinado a él. Es el famoso mito del amor romántico, todavía hoy vigente. E introducen un añadido peligroso: la idea de la infelicidad como ingrediente esencial del amor. Este mito secundario, la aceptación del sufrimiento, también sigue vigente hoy en día, con todas sus terribles consecuencias.

Sin ánimo de agotar la lista de mitos y tópicos de este género novelesco, podemos apuntar, además de los principales ya citados, el miedo a rebelarse contra las imposiciones, la pasividad, el anonimato social, la huida, las fantasías religiosas, la naturaleza masculina, el sacrificio, la abnegación… Como puede apreciarse, todo un compendio del ideal femenino del régimen franquista y la ideología ultracatólica.

Presentan, además, estas novelas un juego entre fantasía y realidad que incide directamente sobre su vertiente social; y es que lanzan continuamente el siguiente mensaje: “Puede suceder; te puede pasar a ti; tu vida puede ser así de maravillosa”.

Con todo, no deja de apreciar  López Jiménez en estas novelas ciertos momentos de lo que la crítica anglosajona llama “female bonding”: la complicidad, lazo o entendimiento entre mujeres, que no llega a convertirse en hermandad ni sororidad, pues nunca supone una amenaza para la sociedad patriarcal, sino simplemente una forma de hacer más soportable la vida de las mujeres.

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Fotografía de Asun Martínez Ezketa, @esaotra

Gafas de leer moradas

Yo fui y soy un resultado exitoso de una formación académica en la que ha predominado el discurso misógino que tan bien condensaba Juan Luis Alborg en la cita arriba expuesta. En mi biblioteca, como en casi todas, escasean los volúmenes firmados por señoras y en mi intelecto todavía flotan esa condescendencia hacia las producciones femeninas y esa tendencia a denigrar el criterio literario de las mujeres.

Eso a pesar de que un día me puse las gafas moradas (ya sabéis, esas que se te quedan pegadas a la cara y ante los ojos para siempre) y empecé a interesarme, por ejemplo, por las escritoras de las que nos habla López Jiménez (Elena Quiroga, Dolores Medio, Carmen Kurtz, Concha Alós, Elena Soriano…) y por los asuntos que exponen en sus novelas (el alejamiento de los patrones de conducta supuestamente femeninos, el disgusto y el desinterés por los modelos sociales tradicionales, los anhelos de independencia, la individualidad frente al estereotipo…), y me di cuenta de que, si las hubiera conocido antes, si las hubiera leído en mis dulces y devoralibros años de juventud, habría entendido mejor los conflictos que hervían en mi interior y a mi alrededor y seguro, segurísmo, habría lucido mis gafas moradas mucho mucho antes.