Crujir de huesos

22/09/2020 en Doce Miradas

Llega a casa agotada, sin ganas ni de tumbarse en la cama, porque sabe que, aunque el cansancio cerrará sus ojos, a media noche se despertará sobresaltada. Lleva meses así, en un sueño inquieto en el que aparece alguno de sus pacientes, cualquiera de esos ojos asustados que le miran desde el box de la sala de urgencia, buscando una explicación o un c onsuelo. Todas se encuentran igual. Les pesan las horas de trabajo, la falta de recursos y su propio miedo: después de jornadas interminables regresan a casa porque también allí tienen  que cuidar, ascendientes y descendientes: son profesionales de la generación sándwich

Ella es enfermera en el servicio de urgencias de un hospital y ya en abril estuvo ingresada porque el virus se quedó un rato en sus pulmones; todavía nota vacíos de memoria, falta de aire y una velocidad inusitada en el ritmo de su corazón. Se da la circunstancia de que es mi hermana, Lurdes, pero podría ser la médica, limpiadora, pediatra, enfermera, técnica de laboratorio, cajera, reponedora de supermercado o conductora de autobús que te has cruzado esta mañana.

Dicen que todo esto por lo que estamos pasando es completamente inédito, pero cae sobre un terreno bien poblado de desigualdades previas, y esas afectan, sobre todo, a mujeres y a niñas, sin olvidarnos, además, de que las consecuencias de esta pandemia tampoco son ajenas al resto de intersecciones de las que el feminismo lleva tanto tiempo hablando: desigualdades de género, pobreza, violencia, discriminación por origen o color de piel, etc. Las enfermedades, dicen, no distinguen entre hombres y mujeres, pero sus efectos son bien distintos. La sobrecarga del trabajo sanitario y de servicios esenciales, precarización y discriminación no aparecen entre los síntomas del coronavirus, pero no podemos dejarlos fuera del diagnóstico. El 11 de marzo, cuando todavía esperábamos una fuerte gripe, el Director General de la OMS nos recordaba que “fijarse únicamente en el número de casos y en el número de países afectados no permite ver el cuadro completo”, y para completar esta fotografía, cuando menos, deberíamos tener en cuenta esos factores de desigualdad que provocan consecuencias bien distintas.

“Son los cuidados, estúpidos”

La primera línea de resistencia en esta pandemia tiene cara de mujer: en todo el mundo, las mujeres representamos el 70% de los sectores sanitarios y sociales, al que debemos sumar limpiadoras, dependientas y cajeras de tiendas y supermercados, esas tareas que en los tiempos más duros del confinamiento definimos como “esenciales” y que están altamente feminizadas y empobrecidas.

Elaborado por el Ministerio de Igualdad del Gobierno de España, a partir de los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA)

Su trabajo no termina cuando acaba el turno: el 75% de las tareas no remuneradas vinculadas al cuidado en el ámbito personal o familiar las realizan las mujeres, a lo que dedican tres veces más tiempo que los hombres. Son las mujeres las que han cubierto los agujeros que ha dejado el sistema de cuidado organizado (colegios, centros de día, asistencia a mayores, etc.) cuando se ha visto bloqueado por el confinamiento. Son las mujeres quienes han doblado horas, buscando esa moderna quimera que llamamos conciliación. Hay más datos, todos ellos apabullantes, en este informe del Ministerio de Igualdad del Gobierno de España.

La primera huelga feminista de 2018 eligió, con buen tino, el eslogan “Si nosotras paramos, se para el mundo”. Pero cuando el mundo se ha parado (y no de forma literaria sino literal), nosotras hemos tenido que correr más y en todas las direcciones. Aún siendo la más débil, somos la pieza clave que sustenta todo el edificio social, porque la sociedad nos sigue asignando el rol cuidador: “Son los cuidados, estúpidos”.

Homus Economicus, esa gran falacia

Adam Smith, el padre de la economía liberal, escribió que no era por la benevolencia del carnicero y el panadero que podíamos cenar cada noche, sino porque su propio egoísmo y búsqueda de beneficio individual. Dijo que el ánimo de lucro hacía girar el mundo y parió al Homo economicus.

­—¿Veis?— decía ufano— mi cena está sobre la mesa porque los comerciantes quieren ganar dinero.

Puedo imaginármelo sonriendo, con superioridad… mientras su madre terminaba de asear la cocina, o de remendar los pantalones del afamado economista. Porque Margaret Douglas, que no ha pasado la Historia salvo por un apunte menor en la biografía de su hijo, dedicó toda su vida a cuidar al hombre que no reparó en el valor crucial del cuidado. (Lo cuenta mucho mejor Katrine Marçal en su obra “¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?)

Las mujeres son el soporte del sostenimiento de la vida en todas las regiones del mundo: trabajo doméstico y cuidado de personas dependientes, tanto en esquemas remunerados como no. Mirad a vuestro alrededor y decidme en qué proporción han abandonado sus empleos hombres y mujeres cuando los centros escolares han estado cerrados. Por cierto, cabe recordar que estos empleos son en gran medida precarios, muy cerca de la exclusión y de la pobreza laboral, y que los sectores más afectados, como el comercio, turismo y hostelería, están altamente feminizados. La crisis económica afectará a un mercado laboral en el que las mujeres desempeñan el 74% de los empleos a tiempo parcial y en condiciones de trabajo de mayor precariedad y, dada la brecha salarial ya existente, están más expuestas a riesgo de pobreza.

Doblar la curva para corregir el futuro  

Martin Luther King Jr. dijo que “El arco del universo moral es largo, pero se dobla hacia la justicia”, pero no parece que podamos darle la razón. Nuestro universo de valores se está doblando peligrosamente hacia la refamiliarización del cuidado, reforzando el esencialismo que sitúa a las mujeres al frente de una responsabilidad colectiva que se disfraza de individual. Doblegar esta curva es fundamental, porque la manera en la que resolveremos esta crisis va a fijar las bases para lo que vendrá después.

No es la primera vez que nos enfrentamos a una crisis de impacto mundial, pero la que estamos viviendo puede ser un punto y aparte en las tendencias positivas que, aunque de forma tímida, venían produciéndose. Para miles de personas, estos meses de enfermedad, miedo e incertidumbres han supuesto ya un punto de no retorno. Desde el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), han monitorizado los impactos de esta pandemia y concluyen que, por primera vez en 30 años, nos enfrentamos a un retroceso general en los indicadores que miden el Desarrollo Humano. (Puedes leer el informe aquí).

¿Cómo cambiar el curso de este arco? El periodista y tantas veces polémico ensayista Henry Louis Mencken decía que “para todo problema complejo existe una solución sencilla, simple y falsa”, y comparto esta afirmación. Conviene estar alerta, porque las recetas sencillas siempre desprenden un cierto tufillo a populismo.

La pandemia ha contribuido a visibilizar el cuidado y el autocuidado como funciones esenciales, pero de poco sirve este reconocimiento si no se acompaña de una mayor valoración de esta función.

No hay fórmulas mágicas, pero sí bases sobre las que construir de forma sólida: servicios públicos de calidad que garanticen el derecho al cuidado digno, inversión y redistribución, corresponsabilidad (de los hombres en el cuidado en las esferas privadas y de los agentes económicos en las esferas profesionales). En definitiva: más feminismo.

El homo ecomomicus nos sitúa en la competición por los recursos, no en la cooperación para el bien común o la solidaridad. El Homo economicus necesita relevo.

Una vez preguntaron a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización, y su respuesta fue: “Un fémur fracturado y sanado”. En la vida salvaje, un fémur nunca se restablece por sí mismo, porque es imprescindible que alguien cuide de la persona herida.

La banda sonora de este otoño es un ensordecedor crujir de huesos.

El cuidado es la base de nuestra humanidad.

El cuidado es la oportunidad de la Humanidad.

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Pilar Kaltzada

Periodista. Suelo escribir, leer, pensar y dudar, no siempre en ese orden. La mayoría de las veces no soy partidaria… Cuando descubrí que lo esencial es invisible a los ojos me quedé más tranquila, porque muchas de las cosas que veo no me gustan. Yo, por si acaso, sigo mirando.

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