Carta abierta a la joven que fue violada por La Manada, tuvo la valentía de denunciarlo, y fue juzgada por ello

abril 27, 2018 en Doce Miradas

Manifestaciones en contra de la sentencia. Jueves, 26 de abril.

Manifestaciones del jueves, 26 de abril, en contra de la sentencia.

Querida superviviente:

Durante la concentración del jueves, 26 de abril, en protesta por la sentencia de La Manada, en Doce Miradas nos preguntábamos por ti. Qué sentirías al conocer la sentencia. Qué sentirías al ver las reacciones de protesta en las principales ciudades del país. ¿Estaremos ayudándola con las manifestaciones en las calles?, nos decíamos. Ojalá te reconforte ver que hay una marea indignada con la sentencia. Ojalá te ayude saber que creemos que se te ha tratado injustamente. Ojalá te sientas menos sola. Decimos ‘ojalá’ porque también nos preocupa que si necesitas pasar página y seguir con tu vida quizás las protestas en la calle y el debate en los medios de comunicación no ayuden a ese fin. ¿O sí?

Es posible que no seas capaz de responderte. O que ayer pensases una cosa y hoy otra. También para eso eres libre y puedes cambiar de opinión tantas veces como lo necesites. Puedes romperte a llorar, o levantarte de la cama con ganas de que el sol de la primavera, tan distinto al de aquel julio, te ayude a recomponer la piel y el alma. O no. Lo que tú necesites estará bien. Porque aunque algunas personas no lo entiendan, tu libertad está por encima de todo. De todo. Nadie debe juzgarte, ni decidir cómo debes sentirte.

Nadie puede negarnos ya nuestra libertad. Ese tiempo se ha acabado. Porque somos muchas las que cualquier noche hemos sentido en nuestras espaldas pasos firmes siguiendo nuestros talones y hemos tenido que mirar de reojo para protegernos; porque muchas hemos escuchado el comentario soez acerca de nuestro cuerpo, ¡nuestro! cuerpo; muchas hemos visto la mirada que nos quiere desnudar y que provoca miedo, pero sobretodo, asco, mucho asco. En muchos momentos nos hemos sentido solas, hemos echado de menos el brazo de una amiga al que agarrarnos y sobre el que andar más deprisa; la voz de una amiga que en ese momento soez cerrase la boca de quien nos agredía. Pero hace tiempo que ya no estamos solas, ahora sabemos y gritamos bien alto que ese tiempo es pasado, y que estamos aquí para cambiarlo. Por ti y por todas.

Aunque la auto-denominada justicia aún no lo sepa. Nos falta hacerlo constar en las nuevas leyes, pero nunca más volveremos a aceptar el destino de las mujeres, ése que a lo largo de la Historia nos ha dejado en la sombra, a merced de las apetencias salvajes de los hombres que dictaban las normas que nos sometían. Nunca más aceptaremos su definición de violencia, porque eso sí es un abuso. Nunca más pediremos permiso para ser libres, para ser felices, para exigir los derechos que nos corresponden.

Algo ha cambiado ya, aunque todavía tengamos que llorar mucho, gritar mucho, trabajar mucho, exigir mucho. Vemos las calles llenas, y pensamos: estamos donde hay que estar. 

Pero en Doce Miradas también pensamos en ti, sobre todo en ti,  y lo último que querríamos es que te sintieras abrumada por esta ola gigante de solidaridad. Para aligerar el peso de tus hombros nos gustaría que supieras que las protestas y el debate vehemente son por ti o fueron por ti en un inicio pero ahora son también por todas nosotras. Lo que estamos defendiendo es la justicia para las mujeres. Estamos luchando por la libertad y la dignidad de todas. Y no creas que lo estamos haciendo solo las mujeres, porque ni te imaginas la cantidad de hombres que caminaban en la manifestación a nuestro lado gritando “Yo sí te creo” o “esta justicia es una mierda”. Ten en cuenta que esta sentencia nos deja a todas indefensas y vulnerables. Y nos negamos. Por ti y por todas.

Y ahora, tú descansa. Nosotras nos ocupamos. 

Con cariño y mucho respeto,
Doce Miradas

Mis abuelas y la ley

abril 24, 2018 en Doce Miradas

Pertenezco a la tercera generación de mi familia materna con el honroso cometido de organizar la gran reunión que celebramos cada 20 años más o menos y que cariñosamente llamamos «Telesforada». La festividad toma su nombre del tatarabuelo Telesforo, fundador del despacho de abogados que este año cumple 150 años y seis generaciones de juristas del mismo apellido paterno.

Sobre esta familia (bueno, sobre los hombres de esta familia) es posible saber bastante, pues como buenos letrados, todo quedaba registrado, anotado y guardado. Gran cantidad de viejos y frágiles archivadores, misteriosamente numerados (faltan algunos ejemplares claves del puzzle) perviven en un desván, repletos de escritos, documentos, contratos, testamentos, cartas, dibujos …

De las mujeres del árbol genealógico también sabemos, pero no por sus heroicas defensas de fuertes, ni por haber fundado despachos de abogados, o escrito valiosos documentos históricos, ni por publicar volúmenes de Derecho Civil Navarro o redactar estatutos. Al examinar los documentos encontrados, tenemos que «leer entre líneas», conjeturar la veracidad de las anécdotas cariñosas e imaginarnos a partir de antiguas fotos descoloridas sus vidas  «acompañando» y, desde luego, posibilitando las hazañas de sus maridos, padres e hijos.

Habiendo nacido en familia de leyes (sin haberlas estudiado yo misma y, por tanto, arriesgándome a cometer alguna inexactitud), me pregunto de qué manera afectaban éstas a mis antepasadas directamente (además de indirectamente, al ser todas ellas hijas, hermanas, esposas o madres de abogados y notarios).

En sus matrimonios estaban sometidas a la autoridad marital, «en el Derecho histórico y comparado, un principio incuestionado de organización que atribuye al marido el poder sobre la persona y bienes de la mujer«[1]. Por ello, María Jesús, su nuera Dolores, la nuera de ésta, Laura, y su hija Eukene (de haber permanecido en España), debían obedecer a sus maridos a cambio de protección (el ritual de la boda medieval imitaba la ceremonia del homenaje feudal entre señor y vasallo[2]).

http://www.rtve.es/alacarta/videos/version-espanola/version-espanola-reportaje-sobre-derechos-mujer-antes-1975/990157/

Esta autoridad contemplaba en diversos Códigos Penales el uxoricidio honoris causa, por el cual la infidelidad de ellas podía ser castigada por marido o padre impunemente, incluso con la muerte (el de 1870 recogía en su texto la fórmula de la «venganza de la sangre»)[3]. Desde 1944 hasta 1963, año en el que se suprimió este «privilegio» del marido, el uxoricidio era castigado únicamente con el destierro (en caso de lesiones que no fueran graves, quedaría exento de pena).

Solamente mi madre, Eukene, se libró de vivir bajo esta espada de Damocles codificada.

Además del marido y del padre, también el estado castigaba el adulterio. Este delito únicamente se contemplaba en el caso de las mujeres, pues bastaba con una sola infidelidad.  Sin embargo, en el caso del marido era necesario probar el amancebamiento, o la reiteración y notoriedad del acto. Así, ellos solo debían cuidarse de no repetir mucho con la misma. Durante el franquismo las penas eran de 6 meses y un día hasta 6 años de encarcelamiento. El adulterio y el amancebamiento no fueron «despenalizados» hasta 1978.[4]

En base a la consideración de las mujeres como seres incapaces o menores de edad, todas precisaban de licencia marital o autorización del padre para enajenar sus bienes y en general, para celebrar actos o contratos por los que adquiriesen obligaciones, o desarrollasen actividades comerciales o mercantiles.

En 1977, fue noticia que la Dirección General de Notariado dictara una resolución otorgando «la plena facultad de la mujer respecto a sus propios bienes, aun cuando sea casada y en régimen de gananciales» (!), generando el siguiente titular tan obvio en El País: «La mujer casada podrá comprar bienes inmuebles«[5].  De nuevo, solamente mi madre se libró (a medio matrimonio) aunque no del todo: el artículo nos informa de contradicciones que persistían vía varios artículos que garantizaban que el marido fuese el administrador único de esta sociedad, y salvo para la venta, podía disponer sin consulta ni permiso de los bienes gananciales. La mujer, en cambio, solo dispone libremente de los bienes gananciales para la cesta de la compra. «Es decir, los bienes de inmediato consumo familiar, en los que la mujer dispone dado su papel tradicional y avalado por la ley, de dedicación al hogar y cuidado de éste

Ni María Jesús, ni Dolores, ni Laura (su marido murió en 1970) tuvieron autonomía jurídica alguna. Hasta 1981, todas nuestras madres y abuelas debían pedir permiso a padre o marido para poder trabajar, cobrar su salario, vivir fuera de la casa paterna, ejercer el comercio, abrir cuentas corrientes en bancos, sacar su pasaporte, el carné de conducir… Técnicamente, mi madre perdió su nacionalidad al casarse con mi padre alemán, si no hubiese sido por una excepcionalidad del Fuero Navarro que le permitió  conservarla y yo misma pude acceder a la nacionalidad española que, naturalmente, me correspondía por derecho.

María Jesús Mendiluce murió sin haber sido nunca ciudadana de pleno derecho, ni pudo votar en ninguna elección. Dolores y Laura solamente pudieron votar durante un corto periodo entre 1933 y 1936, aunque no sé si lo hicieron. Laura y Eukene no pudieron volver a votar hasta 1977.

Aun viviendo al lado de estos ilustres hombres de leyes, para María Jesús, Dolores y Laura era inconcebible aspirar a trayectorias profesionales comparables. Concepción Arenal estudió Derecho entre 1841 y 1846, como oyente y disfrazada de hombre. Solo en 1966 pudieron acceder las mujeres a los cargos de magistrada, juez o fiscal, pues «la mujer pondría en peligro ciertos atributos a los que no debe renunciar, como son la ternura, la delicadeza y la sensibilidad», de ejercer tales profesiones.[6]

A partir del s. XX, ser universitaria tal vez no exigía el mismo nivel de transgresión que Concepción Arenal, pero no era la norma social, ni lo que se esperaba de la mayoría de mujeres (hasta 1910 no se permitía a las mujeres matricularse en ninguna especialidad salvo con permiso real o del Consejo de Ministros).

De éstas cuatro mujeres, solo Eukene pudo acceder a la carrera universitaria, y con gran esfuerzo y tenacidad llegó a ser catedrática. Hoy puedo decir que mi querencia hacia el pensamiento crítico-constructivo lo he heredado a partes iguales de madre y padre, y espero transmitírselo a mis tres hijos varones.

Finalmente llegamos a mi generación, donde he contado 8 juristas: 4 abogadas y 4 abogados.

Pero esta historia no se ha acabado. Son las leyes no escritas las más difíciles de cambiar. Están cambiando sí, pero nuestras hijas e hijos se merecen nada menos que compartir la misma autonomía, libertad y justicia sin esperas.

 

Mi prima abogada al lado de los 5 títulos de licenciatura de Derecho de mis abuelos

 

 

 

 

 

 

 

[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Autoridad_marital

[2] G. Duby, El Caballero, la mujer y el cura, Madrid Taurus,1982 pp.181-182, en Breve historia feminista de la literatura española (en lengua castellana): La mujer en la literatura española, modos de representación desda la Edad Media hasta el siglo XVI, Emilie L. Bergmann, Iris M. Zavala 1993.

[3] http://www.abc.es/20100915/internacional/adulteras-espana-201009151646.html

[4] https://elpais.com/diario/1978/01/19/espana/254012406_850215.html

[5] https://elpais.com/diario/1977/02/18/ultima/225068401_850215.html

[6] http://www.abogacia.es/2017/01/26/la-mujer-en-la-abogacia-evolucion-de-la-desigualdad-profesional/

Nos tendrán en común. Desbordes desde los feminismos

abril 17, 2018 en Miradas invitadas

axel morenoAxel Moreno. Educador social y terapeuta Gestalt. He desarrollado mi labor profesional como director de las áreas de Participación Ciudadana y Empoderamiento Social e Igualdad y LGTBI del Ayto. de Pamplona/Iruñea; técnico en Servicios Sociales del Ayto. de Madrid, Servicios de Juventud del Ayto. de Parla, Área de Igualdad del Ayto. de Burlada y distintas entidades sociales. Docente en FP, UNED y formación no reglada. Consultor e investigador en procesos de Participación, Educación y Cultura. Activista en diferentes colectivos e iniciativas sociales.

«Nos quieren en soledad, nos tendrán en común” fue uno de los lemas que surgió con fuerza durante el 15M para quedar tatuado en nuestra en consciencia colectiva. Una llamada a salir de la anonimia en el reto de politizar lo cotidiano. A hacer de la diferencia una riqueza y una fortaleza para compartir los problemas, para hacerlos comunes. A sentirnos y pensarnos juntas, para actuar en colectivo.

El 15M desbordó las estructuras y los imaginarios colectivos, canalizando el descontento general ante las consecuencias de una crisis política, social e institucional, fruto de una globalización económica con una progresiva mercantilización de la vida y un notable deterioro de los sistemas de protección social. Supuso un proceso afección sensible a problemas que percibimos comunes, sacudiendo la pasividad y la resignación individual, para despertar la empatía y la solidaridad colectiva, expandiendo la indignación de forma activa y entusiasta.

Tras el desmontaje de las acampadas, la energía de las plazas se desplegaría hacia distintos territorios de la vida, generando una difusa cartografía de iniciativas capilares, muchas de ellas casi imperceptibles: asambleas de barrio, mareas y acciones en defensa de lo público, el despliegue y articulación de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), centros sociales, huertos urbanos, grupos de consumo, redes de economía solidaria, cooperativas, grupos de crianza, etcétera.

Cuatro años más tarde, las movilizaciones sociales que acabaron llenando las plazas de las grandes ciudades españolas, dieron el salto a las instituciones con las candidaturas Municipalistas y el cambio en los gobiernos locales. Las campañas para las candidaturas y confluencias del cambio supusieron nuevos desbordes creativos descentralizados puestos al servicio del acceso a los Ayuntamientos. Tras las elecciones de mayo de 2015, ciudades como Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia, A Coruña, Pamplona o Cádiz, abrieron un nuevo periodo a la búsqueda y experimentación de políticas públicas que superasen la supuesta crisis coyuntural. Pero nuestros municipios y barrios sufren directamente el impacto de un conjunto de transformaciones de carácter estructural que van más allá de una situación temporal. Nos encontramos atravesando un cambio de época que nos obliga a repensar el marco conceptual y las estrategias de las políticas locales y urbanas para poder hacer frente a las nuevas formas de desigualdad, pobreza y exclusión.

La coyuntura facilita que se desarrollen políticas locales centradas en reforzar las estrategias neoliberales de las políticas de austeridad, recrudeciendo las dinámicas de desigualdad social y territorial. Sus consecuencias más visibles continúan siendo la elevada tasa de paro, el deterioro del empleo, el incremento de las desigualdades de renta, el aumento del coste de la vida y la vivienda, la acentuación de los niveles de pobreza y de infravivienda, acompañado del deterioro de las políticas sociales y los servicios públicos.

No hay soluciones simples a problemas complejos y actuar sobre la complejidad de nuestros territorios implica desarrollar una nueva institucionalidad, una nueva concepción de lo público que no quede limitado a la esfera institucional. Implica reconocer los múltiples actores que formamos parte de esta realidad, nuestra interdependencia y la necesidad de potenciar el desarrollo de nuevas formas de entender y asumir las relaciones entre nosotras. Estableciendo espacios y procesos de participación, cooperación y articulación para la transformación y mejora de las condiciones del territorio en todas sus dimensiones.

Es necesario repensar las políticas urbanas más allá de las instituciones, desde un marco de mayor transparencia y participación en la toma de decisiones y desarrollo de la ciudad. Integrando multiplicidad estrategias y mecanismos de democracia urbana basadas en territorializar la gobernanza, coproducir las políticas públicas, abrir la gestión a la ciudadanía, apoyar la innovación social e impulsar la acción comunitaria.

Proceso Participativo Plazara!

“Nos tendrán en común”

Si el desafío pasa por desplegar una política expandida que transcienda los espacios institucionales, los ciclos electorales y la concentración representativa de poder, la clave está en el desarrollo de los procesos de empoderamiento social, participación ciudadana y acción comunitaria. No existe una única definición aceptada del significado de “comunidad” o de “acción comunitaria”, y sí muchas visiones contrapuestas. Aunque gran parte de las aproximaciones conceptuales tienen en común la idea de la acción comunitaria como la suma de procesos o acciones colectivas de transformación social con objetivos comunes, con una triple intencionalidad y estrategia:

-La mejora de las condiciones de vida locales.

-Fortaleciendo la comunidad y las redes de trabajo colectivo, empoderando a las personas y agentes del territorio (tejido social, tejido institucional y tejido económico).

-Mediante un estilo de intervención que busca incorporar a todas las personas y grupos posibles, haciendo que sean protagonistas de los cambios sociales que se promueven, sustentándose en su practica en procesos de democracia participativa, fortaleciendo los procesos de inclusión y cohesión social.

En marzo de este año se celebraron las “Jornadas Internacionales de Acción Comunitaria. Respuestas colectivas a los retos sociales”, organizadas por el Servicio de Acción Comunitaria del Ayto. de Barcelona y la Escuela del IGOP. Cinco meses antes, el Área de Participación y Empoderamiento Social del Ayto. de Pamplona/Iruñea había organizado unas jornadas en la misma línea, “Crear Comunidades Colaborativas. La construcción de políticas públicas de acción comunitaria”. En ambas jornadas quedó patente el interés y la preocupación general ante las dificultades y retos de la acción comunitaria en un momento de cambio de paradigma donde necesitamos construir nuevos referentes.

Sin embargo, para ser capaces de pensar y construir ese cambio, necesitamos dotarnos de otro imaginario que reorganice nuestra mirada, que nos oriente hacia unas posibilidades y sentido diferente. Las referencias de cambio urbano en la acción comunitaria son las imágenes del movimiento vecinal y el movimiento obrero en su defensa de los derechos ciudadanos y laborales. Imágenes ligadas a la militancia metropolitana, la organización, el liderazgo vecinal o sindical, la asamblea, la manifestación, la huelga y la acción desde el conflicto en barrios y fábricas. Ese modelo y fuerza organizativa de finales de la dictadura, marcaría una época ligada al arranque de la democracia, la construcción de servicios y equipamientos públicos y el nuevo ordenamiento municipal.

Las imágenes y relato del movimiento vecinal y sindical, introyectadas por los movimientos sociales, dificultan el tránsito hacia nuevos imaginarios para el cambio urbano. Las viejas imágenes de la lucha y conquista vecinal entorpecen la experimentación de nuevas movilizaciones e iniciativas ciudadanas, que desde el filtro y parámetros del viejo imaginario, quedan desvalorizadas e inútiles. Las imágenes de la vanguardia de la lucha vecinal, reproducen un modelo masculino y restrictivo que invisibiliza la retaguardia de los cuidados y la solidaridad que hizo posible sostener esas luchas por las mujeres. Un imaginario no pensado, ni construido desde un nosotras como personas diversas, ni dirigido a las otras, a las que quedan más allá de los márgenes de la participación.

La participación y la articulación colectiva no es neutral, está atravesada por la fuerza y legitimidad dominante del patriarcado. Aunque no nos guste, la acción comunitaria reproduce sistema de dominación sexo-género, donde las mujeres no pueden acceder ni desarrollarse en los espacios de participación en las mismas condiciones que los hombres.

«Si nosotras paramos, el mundo se para».

La huelga del pasado 8 de marzo ha supuesto un nuevo desborde donde el movimiento feminista se convirtió en una marea imparable de la que surgió una huelga sin precedentes. En escasos meses consiguió agrupar a todo tipo de colectivos, desbordar a los sindicatos mayoritarios y organizaciones políticas, abrirse paso en la agenda mediática, hacerse presente en las conversaciones de nuestras calles, trabajos y casas, movilizar a una mayoría de mujeres desde una diversidad indudable (generacional, ideológica, cultural, de clase, etc.) y condicionar el discurso político.

La huelga feminista también consiguió desbordar el antiguo imaginario del movimiento vecinal y sindical. El 8 de marzo no vimos imágenes de neumáticos ardiendo en la entrada de fábricas y polígonos, ni calles vacías con comercios con las persianas bajadas como en otro tiempo. «Si nosotras paramos, el mundo se para», era el lema de la jornada de huelga. Pero el país no se paralizó, al contrario, se movilizó y agitó con una potencia excepcional. Cientos de miles de mujeres inundaron las calles de nuestras ciudades y pueblos durante todo el día para concentrarse nuevamente en las manifestaciones de cierre de la primera huelga general feminista realizada en España. Los sindicatos cifraron el número de participantes en los paros totales o parciales en casi 6 millones. El movimiento feminista conseguía una movilización unitaria, transversal, descentralizada y autónoma lograda en pocas ocasiones.

El feminismo se convierte en un referente cada vez más poderoso. Supone la construcción de un imaginario de cambio integral, una revolución social que cuestiona el statu quo general al denunciar las desigualdades que atraviesan todos los ámbitos de la vida: el afecto, las relaciones sociales, familiares y de pareja, el trabajo, los cuidados, la crianza, el lenguaje, la violencia, las instituciones, el urbanismo, la economía…

La construcción de una nueva política urbana desde el empoderamiento social y la acción comunitaria, implica necesariamente la incorporación de la mirada feminista para poder deconstruir los viejos modelos militantes y generar nuevas formas de organización y acción colectiva, identificando las diferentes formas de poder para superar los sistemas de dominación y redefinir radicalmente las relaciones entre mujeres y hombres.

El pasado 8 de marzo volvimos a soñar con “otro mundo que es posible”, un mundo que estamos construyendo millones de mujeres y hombres con cada pequeño desborde cotidiano que hacemos desde los feminismos.

 

Bonitos pantalones

abril 10, 2018 en Doce Miradas

Esto que os voy a contar sucedió, me sucedió, el día 25 de julio, festividad de Santiago, de 2016, a la una de la tarde, en un barrio residencial de Bilbao.

El día de Santiago suele ser  festivo en Bilbao y, como sucede en casi todos los festivos de julio, si sale soleado y espléndido, y así lo fue en 2016, Bilbao, con la excepción de unas cuantas zonas siempre bulliciosas y turísticas, se queda vacío, porque todo el mundo se va a la playa. Bueno, casi todo el mundo.

A la una de la tarde caminaba yo hacia mi casa, después de haber visitado a mi madre en la suya, por un desierto barrio de las afueras, por una amplia avenida inundada de sol. Cien metros más allá, hacia mí, por la misma acera, se acercaba un caballero de unos sesenta años, raza blanca y aspecto absolutamente correcto, vulgar y corriente. Nadie más a la vista.

Tuve un mal presentimiento. Se me vino a la cabeza esa escena de Con la muerte en los talones en la que el maléfico Hitchcock somete a Cary Grant a unos minutos de terror, no de noche, no en una callejuela estrecha y oscura, sino a pleno sol, en una despejadísima llanura. Supe que pasaría algo. Seguro que nada grave, pero algo.

Incluso protegida por mis gafas de sol, no lo miré directamente en ningún momento. Tampoco, por supuesto, cuando por fin nos cruzamos en la acera. Seguí con la vista al frente. Cuando llegó a mi altura, aquel señor dijo, en voz bien alta, nada de susurro: “Bonitos pantalones”.

No había salido yo de mi perplejidad cuando, dos pasos más adelante, ya a mis espaldas, volvió a gritar casi: “Sí, para pijama”.

Insisto en que el caballero no podía tener un aspecto más correcto ni más anodino: pantalón oscuro, camisa blanca impecable, barba entrecana bien recortada… No lo reconocería aunque lo tuviera frente a frente; y esto me perturba un poco. No era un marginal ni un outsider, sino un señor normalísimo, que tendrá su empleo, su coche, su cuadrilla de amigos con la que saldrá a potear; que tendrá esposa, hijos, hijas, nietas y nietos que no sabrán, que no podrán siquiera imaginar que su marido, su papá, su aita, su abuelito querido, su aitite, se dedica a increpar a desconocidas, aprovechando la impunidad de una calle desierta.

Sé que no se trató de un incidente grave, pero tampoco insignificante ni baladí. A mí me dejó muy mal cuerpo, una sensación de fragilidad, de vulnerabilidad, de poder ser atacada, como si aquel señor me hubiera dicho: “No te hago nada malo porque no quiero, pero podría. Me limito a molestarte. Agradécemelo”.

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Sofía Carvajal, comunicadora social y periodista colombiana, en su libro El piropo callejero: acción política y ciudadana, afirma que lo que comúnmente llamamos piropo callejero es una expresión de acoso, una valoración no consentida, a menudo agresiva y de carácter sexual, sobre nuestro cuerpo o nuestro aspecto físico en general, ejercida desde el anonimato, con una casi nula posibilidad de interacción. Coincide Carvajal con Judith Schreier al afirmar que el piropo callejero no debe entenderse como una forma de cortesía, ya que pretende fortalecer la imagen de quien lo dice, no de quien lo recibe.

El piropo pone de manifiesto una situación de privilegio del hombre sobre la mujer: un hombre puede decir lo que quiera sobre ella, con total impunidad y anonimato, en un momento, además, y esto se cumple siempre, en el que ella carece de compañía masculina, con posibilidades mínimas de ser interpelado. Porque para muchas mujeres contestar a una imprecación así es una audacia peligrosa.

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Yo no recibí un piropo, ni un halago, lo sé. Hace aproximadamente dos años, cuando me sucedió, yo ya no era una niña, ni una muchachita; ni siquiera era ya joven. Era ya lo que soy: una mujer madura. Y los pantalones eran (y son) de lo más marujis, simples y ordinarios: largos, blancos con rayas rosas; un poco pijameros, sí.

Con esto quiero decir que yo era bastante invisible. Por mi edad y mi aspecto, yo pensaba que ya me había vuelto invisible en las calles, que ya no iba a escuchar más impertinencias disfrazadas de piropo, después de haber aguantado unas cuantas en mis años mozos. Pero no. Lo que pensaba no era del todo cierto: me he vuelto invisible en cuanto objeto de deseo. Pero no como objeto de insulto, de imprecación, de dominación. Debo seguir escuchando, para que no se me olvide nunca jamás, que la calle no es mi territorio.

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El episodio, como digo, me dejó mal cuerpo y muchas preguntas. Para algunas tengo respuesta. Para otras no. Pero quiero, en todo caso, compartirlas con vosotras y vosotros.

Ahí van. ¿Habría hecho aquel señor lo que hizo si no hubiera estado la calle completamente desierta? ¿Qué empuja a un (en principio) respetable y maduro caballero a molestar a una semejante, a querer hacerla sentir mal por su aspecto? ¿Qué placer obtiene con ello? ¿Qué especie de impulso animal lo lleva a marcar el territorio del macho?

Y, en cuanto a mí, ¿qué señales vi, que no sé descifrar conscientemente, pero que me dijeron que algo iba a pasar? ¿Qué vivencia acumulada puedo tener para saber cuándo estoy (aunque sea solo un poquito) en peligro?

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Para terminar, os contaré que a veces me han entrado ganas de deshacerme de los pantalones, porque ahora los miro y me parecen de verdad un maldito pijama.

Pero no. Me los quedo, aunque en ocasiones me despierten este recuerdo desagradable y me provoquen un repeluzno. Me los quedo, me los pongo y me quito los demonios de encima escribiendo este articulito y compartiéndolo. Gracias.