Los 7 principios de la mujer empoderada

diciembre 19, 2017 en Doce Miradas

Con 15 años, cayó en mis manos el texto de Desiderata, fechado en 1692 y encontrado en una vieja iglesia de la ciudad de Baltimore. El recorte de aquella revista decoró las paredes de mis sucesivas habitaciones durante años. Y aunque -como descubrí tiempo más tarde- el poema había sido, en realidad, escrito por un autor nacido bien entrado el siglo XX (cuya vida, muy probablemente, no fue tan sabia como sus palabras), sus enseñanzas fueron igualmente compañeras de mi juventud.

Pensando en todo ello, venía hace unos días a mi mente la idea de este post. Nacía la intención de recoger en forma de “principios” las lecciones que en estos años he ido sumando en relación con esto de vivir en el mundo y, más concretamente, con esto de hacerlo como mujer. Ni que decir tiene que algunos de estos principios son aspiracionales para mí. Que poco cuesta desear, y algo más ya, conseguir… Sirvan, en todo caso, para reflexionar en abierto en Doce Miradas y compartir.

 

1.  QUIÉRETE. Si no los haces tú, no esperes que lo hagan por ti.

No esperes que el reconocimiento a tus bondades venga de los demás. Esfuérzate por reconocer tus logros con la misma rapidez con la que admites tus faltas. Si te quieres bien y estableces objetivos ambiciosos (y realistas), te costará mucho menos avanzar con paso firme en la vida. Aprende también a reconocerte en público. Estar orgullosa de tus méritos es algo bueno y la modestia y la discreción son frenos aprendidos, y nada inocentes.

2. CONSTRUYE TU PROPIA IMAGEN. No hay otra como tú.

Recuerda que vives en una sociedad cuyo ideal de mujer no te hará feliz. Porque no eres un retrato robot. No eres un producto. Aunque la industria se empeñe en categorizarte, segmentarte, dibujarte, recortarte y bombardearte con ideales imposibles, eres una persona. Individual y única. Por eso, cuando vayas a quejarte frente al espejo de esto o de aquello otro, recuerda que hay quien hace dinero con tu insatisfacción y que la falta de confianza, te frena. La juventud, es efímera. La belleza, no.

3. CUIDA DEL CÍRCULO. Aprovecha el regalo.

Hemos escuchado tantas veces que no somos buenas entre nosotras, que a menudo repetimos el mantra sin cuestionarlo. Bien, no es cierto. Cuando por fin tomas conciencia de en qué consiste la sororidad, comprendes también el enorme regalo que supone ser parte de un círculo que compartes con el resto de mujeres (madres, hermanas, hijas, amigas y también desconocidas). Una comunidad en la que hay escaleras humanas y generosidad, y muchas risas, y… No, no somos malas entre nosotras.

4. ABRE LOS OJOS AL MACHISMO. Comparte la carga.

Desde que el mundo es mundo, las mujeres hemos estado infravaloradas. No cometas el error de pensar que es cuestión de tiempo que las cosas cambien a mejor. Porque solo es cuestión de acción. Échate sobre la espalda el cansino rol que han llevado otras antes que tú para que todas avancemos. Cuantas más, mejor. Cuantas más, más rápido… Haz tuyo el papel de mirar de forma crítica, el de encontrar la desventaja donde habrá quienes vean tradición. Y apunta con el dedo la inconveniencia… Sé tú el cambio que quieres para el futuro.

5. CONQUISTA NUEVOS TERRITORIOS. Cada paso cuenta.

Son muchos los territorios que nos quedan por ocupar. Y queremos la mitad de todo. Queremos presidencias de gobierno, de tribunales, de asociaciones profesionales, pero también territorios menos ambiciosos e igualmente importantes relacionados con el día a día. El peón también puede coronar en el tablero… Por eso, busca retos personales y profesionales que te lleven a ocupar nuevos lugares. La suma de esfuerzos, individuales y colectivos, marcará la diferencia para las mujeres.

6. CUESTIONA LOS LÍMITES. Sobre todo, los tuyos.

Los límites no son fáciles de superar. Están ahí porque alguien los puso y la inercia para aceptarlos ejerce una enorme fuerza. Recuerda, sin embargo, que los limites más difíciles de franquear son los mentales (!). Con frecuencia, las barreras que encontramos son autoimpuestas y resultado de nuestra propia manera de vernos, a menudo basada en lo que creemos que se espera de nosotras, o en la simple (y casi siempre dolorosa) comparación con otras personas. Por eso, cuida los juicios que emites y cuestiona de forma permanente quién eres y lo que, de verdad, eres capaz de hacer.

7. LÍBRATE DEL MIEDO. Atrévete a ser libre.

Disfruta de la vida sin corsés. Gestiona tu miedo a pensar diferente, a hacer diferente. Tu miedo a poder elegir… No siempre encontrarás referentes a quienes mirar. Las mujeres que marcaron la diferencia en nuestra historia, las que ocuparon lugares vetados por el hecho de haber nacido mujeres, tampoco los tuvieron. Y no lo dudes, ellas también sintieron miedo. Lo que no hicieron fue dejarse frenar por él. De modo que, para caminar con paso firme, combate el miedo y desea sin límites. Luego, poco a poco, haz.

 

https://www.youtube.com/watch?v=YQaCllOmIC0

 

No soy una mesilla de noche

diciembre 12, 2017 en Miradas invitadas

Marta Gómez (Bilbao, 1981). Desde 2007, soy directora de la sede en España y Latinoamérica de la Asociación Internacional de Cine DreamAgo, cuyo equipo, desde su presidenta hasta mis homólogas en diferentes países, lo componen íntegramente mujeres. Desde hace diez años, formo parte del comité de selección y análisis de proyectos para la residencia anual de guión Plume & Pellicule, en Suiza. He escrito para cine y televisión y colaborado como guionista en proyectos en España, Australia, Centroamérica y Francia. Mi profundo interés por la diversidad cultural y social me ha llevado a compaginar actualmente el género de ficción con el documental.

 

Me gusta el humor absurdo.

Recuerdo el monólogo de un conocido humorista y actor en el que éste chanceaba sobre las mesillas de noche: “¿Por qué se llama mesilla de noche?… Durante el día qué haces, ¿la obvias?”

Obviar una mesilla de noche. Sé que es una absurdez, pero estuve días riéndome.

Hasta que un día dejó de hacerme ni pizca –podéis sustituirlo por algo más fuerte– de gracia. Extrapolándolo del monólogo, me sirvió para establecer un triste paralelismo entre el simpático mueble, y la percepción en el mundo laboral de la mujer por parte de sus colegas masculinos.

Llevo más de una década trabajando en la industria cinematográfica y formo parte de ese género que representa solo un 15% de los autores que estrenan películas en el país, porcentaje que desciende considerablemente si hablamos de películas no solo escritas, sino dirigidas por mujeres. Ésta es una de tantas estadísticas sobre la ínfima presencia femenina en determinados sectores, pero aún hay más. El vaso se colma con la gota de no solo ser pocas, sino ser ninguneadas. Lo que he venido a bautizar como: el fenómeno mesilla de noche.

Voy a compartir una anécdota. En una ocasión, estando de jurado en un festival de cine, coincidí con un compañero de profesión que no me dirigió ni la mirada, ni la palabra, en ninguna de nuestras reuniones de deliberación. No es que me tuviese particularmente enfilada, ya que en general parecía bastante propenso a ignorar la opinión de cualquier mujer. La única vez que se mostró consciente de mi presencia fue para rebatir, con bastante desgana, un comentario mío que le pareció una tontería. Hasta que finalizó el festival. Durante la cena de clausura, como si de una epifanía me tratara, se mostró efusiva y tremendamente interesado en mi vida y en que mi copa estuviese siempre llena.

Estaba indignada y dolida. En el terreno profesional había sido una colega prescindible a la que obviar, hasta que llegó la noche y pasé a ser solo una mujer, volviéndome por tanto interesante. Me sentí como una mesilla de noche y me hizo hervir la sangre. Debido a la gravedad y candente actualidad del tema, he de dejar claro que en ningún momento me sentí acosada. El problema no va por ahí. Se comportó de manera agradable y de haber sido ése nuestro primer encuentro, en cualquier otro contexto, la anécdota no habría trascendido. Lo que me cortocircuitó el cerebro fue reflexionar sobre, ¿en qué universo paralelo, este hombre pensó que podríamos ser felices y comer perdices esa noche, después de haber ignorado todas mis opiniones, mis ideas, mis propuestas e incluso sensibilidades durante una semana entera?

Parece que una mujer que prospera laboralmente se lo debe todo a algo o a alguien: a fulanito que le presentó a menganito o menganita (el primer elemento de la ecuación es siempre masculino, por supuesto), a la suerte de estar en el lugar adecuado en el momento oportuno, a las leyes de paridad o, más triste aún, a ser guapa. Claro que nos echamos cables los unos a los otros, como en todos los aspectos de la vida. La cuestión es, ¿por qué narices les resulta tan difícil a algunos añadir razones a esa lista que tengan que ver con nuestras habilidades y aptitudes?

A no ser que contemos con una fortaleza hercúlea, la falta de reconocimiento nos vuelve injustamente inseguras ante la idea de desempeñar puestos tradicionalmente ocupados por hombres, minando además la percepción que tenemos de nosotras mismas.

Estos síntomas son una realidad hasta tal punto que cuentan con nombre y apellido: Síndrome de la impostora. O dicho de otra manera, el colmo. Por si no fuesen suficientes las barreras externas, nos autoimponemos obstáculos y desmerecemos nuestra valía.

Pero el problema no termina ahí, ya que aunque consigamos sobreponernos a esta primera disuasión, aún deberemos enfrentarnos al siguiente veto: las etiquetas. Como si alguien nos dijese “vale, podéis hacer cine. Pero no cualquier cine”. Hace poco leía a Ana Lucas tratar el concepto de cine de mujeres. No sé si la etiqueta la ideó un hombre que, o bien trataba de bienintencionadamente dar visibilidad a las mujeres cineastas creando un título solo para nosotras, o si por el contrario trataba de desacreditar el cine hecho por mujeres calificándolo subliminalmente de “hermético”. Pero lo cierto es que coincido con Ana en que en el fondo es una expresión reaccionaria, que intenta agrupar una enorme diversidad de películas y de miradas femeninas usando un mínimo común denominador que además, me permito añadir, se utiliza arbitrariamente según convenga. ¿A qué hace realmente referencia el cine de mujeres?: ¿Al cine hecho por mujeres? ¿Al cine que cuenta historias de mujeres? ¿O han de darse las dos cosas a la vez? Me parece interesante reflexionar sobre lo que ocultan esas etiquetas que a veces aceptamos tan fácilmente, y sobre si realmente reivindican o zancadillean.

Pongamos un ejemplo:

– ¿”Thelma & Louis”, es cine de mujeres?

'Thelma & Louis'.

‘Thelma & Louise’

 

Narra claramente una historia no solo sobre mujeres, sino feminista. Pero en contra de lo que cabría pensar está dirigida por un hombre, y no cualquier hombre. Se trataba de Ridley Scott, que venía de dirigir nada menos que Blade Runner.

Pecando de malpensada, creo que ésa pudo ser la explicación que le dieron a su guionista -la también directora Callie Khouri, quien ganó además el Oscar por esta película– para no “dejarle” dirigir la cinta.

Si improvisáramos a bote pronto la programación de un festival que mostrara y reivindicara el cine escrito y/o realizado por mujeres, la proyección de “Thelma & Louis” y la presencia de su guionista parecería encajar en los parámetros, ¿verdad? ¿Y si la hubiese escrito un hombre?

Vamos con el ejemplo contrario:

'Le llamaban Bodhi'.

‘Le llamaban Bodhi’.

– ¿Os imagináis leer un artículo titulado: “El cine de mujeres de Kathryn Bigelow”?
Recordemos que es la oscarizada directora de “Le llamaban Bodhi” o “En tierra hostil”.

Soy la primera que releería extrañada el enunciado, pero por lo desafortunado del mismo, no porque rechace el cine de Bigelow. ¿Habría dudas sobre si invitarla a nuestro festival? Es una mujer y hace cine, ¿no?

Los hombres cuentan con el beneplácito para escribir sobre cualquier tema y enmarcarlo en cualquier género. Si narran historias protagonizadas por mujeres, la crítica alabará su gran capacidad para comprender y plasmar la sensibilidad femenina. A las mujeres por el contrario, se nos somete a un escudriño tal que si escribimos historias de hombres se nos considera unas traidoras, y si hacemos lo que se espera de nosotras -escribir sobre personajes femeninos- se nos mete automáticamente en una categoría cuya definición es de por sí discriminatoria.

'En tierra hostil'.

‘En tierra hostil’.

Es posible que lo mejor que le pudo pasar a “Thelma & Louis” fuera precisamente que la dirigiera un hombre, para que la crítica machista no la rebajara a “una historia sobre dos mujeres que se hacen amigas y se vengan de los hombres”.

Una de las protagonistas, Geena Davis, fundó en 2004 el Instituto sobre Género en los Medios, que lleva su nombre. Es la única organización basada en datos de investigación que trabaja para mejorar significativamente la representación de mujeres y niñas en el mundo audiovisual. Uno de sus estudios recientes reflexionaba a modo de causa-efecto, sobre el hecho de que solo uno de cada cuatro profesionales detrás de las cámaras (directores, guionistas, productores) fuesen mujeres, y el hecho de que los personajes que desempeñan altos cargos en las historias (fiscales, jueces, médicos o profesores de universidad) estuviesen en su mayoría encarnados por hombres.

Afortunadamente estos datos están cambiando pero -y me vais a perdonar que me ponga suspicaz de nuevo- ¿importan las razones por las que las protagonistas femeninas van en aumento? ¿O mientras se consigan los objetivos podemos hacer la vista gorda a lo que los motiva? Lanzo esta pregunta porque hace no mucho escuché a los directivos de una importante distribuidora afirmar que el cine de las grandes ciudades vive gracias al público femenino: «Así que para mantener salas urbanas con títulos de calidad se deben comprar películas con algo de gancho para el espectador femenino. Con directora o protagonista mujer, sabes que añades un valor positivo al filme». No voy a enzarzarme en un nuevo debate pero, seguro que no soy la única que como mínimo, ha fruncido un poco el ceño al leer “algo de gancho para el espectador femenino”. Entiendo el mensaje y comparto el propósito, pero hubiese preferido que se planteara de otro modo. Sin una interpretación bastante simplista de lo que el público femenino buscamos y valoramos en una película.

Desearía que empezásemos a dar la enhorabuena a aquellas mujeres que hacen películas de géneros tradicionalmente reservados a los hombres. A todas las que no tiran la toalla, ni sucumben al síndrome de la impostora, haciendo que cada día aumente ese 15% de realizadoras. Y por qué no, también querría dar la enhorabuena a los hombres que no apartan la mirada y son lo suficientemente honestos y sensibles como para admitir que este problema existe, ejemplificando con su actitud para que dejemos de ser mesillas de noche. Ya que a pesar de ser un símil absurdo, no tiene ninguna gracia.