Walale

octubre 31, 2017 en Doce Miradas

“5:30 de la mañana. Amanece en la aldea, muy cerca de Kunhinga. El canto desgarrador del gallo rompe el silencio del alba. Esta vez no ha sido tan molesto como sus anteriores actuaciones, a la 1, 3 y 4 de la madrugada.

Luisa ya había amanecido antes. Estaba preparando la ropa de sus 4 hijos varones y sus dos hijas que se tenía que llevar a lavar al pozo.

Poco más tarde, despertaba a sus dos hijos pequeños y los cargaba en brazos. Le acompañarían a lavar la ropa al pozo, ropa que llevaba en un gran cesto hábilmente colocado en su cabeza.

Recorre los 2km que le separan de su destino, y cuando llega hay 3 mujeres más allí, acompañadas también de varios niños y niñas pequeñas. Walale, saluda. Dalale, le responden las demás.

Pasa el tiempo y se siguen uniendo algunas mujeres a limpiar sus ropas. Algunas de las niñas que se encuentran allí aprovechan el pozo para bañarse también. No dejan pasar la oportunidad que les brinda uno de los pocos asentamientos con agua de las proximidades. Después llenarán también algunas garrafas de agua para llevar a sus casas. Hoy no han venido perros a beber agua de allí”.

“Walale” es el saludo habitual en Umbundu, lengua de la provincia de Bié en la que se encuentra Kunhinga, en pleno corazón de Angola. Quiere decir algo más que un “hola”, es el primer saludo del día, algo así como ¿qué tal te ha ido la noche? o ¿está todo bien?

Desde hace ya 4 años, Tania Arriba, Patricia Pérez de Villarreal, Saioa Ajuriagojeaskoa, Amaia Emaldi y Amaia Ormaza, 5 médicas vizcaínas de los Hospitales de Basurto y Galdakao viajan a esta localidad para ayudar en trabajos de cooperación en el Hospital de Vouga. Todos los años invierten una buena parte de sus vacaciones en atender las necesidades de la población de esta zona rural, y aunque no cuenten con todos los medios necesarios para conseguir intervenciones óptimas, la labor que realizan es digna de admiración. Ahora están embarcadas en un proyecto de cooperación para instalar una potabilizadora de agua en las proximidades de este hospital, al que han denominado “Walale, agua y salud para Angola”, que tiene como objetivo proporcionar la cantidad de agua potable necesaria para atender al hospital y a las poblaciones rurales de alrededor. De esta manera, quieren mejorar la calidad de vida de las personas hospitalizadas y de los núcleos rurales cercanos al hospital. La falta de agua potable es un problema que causa gran mortalidad.

Lideresas

Las representación de las aldeas está compuesta básicamente por mujeres. De hecho son mujeres las que lideran las aldeas. Son ellas quienes coordinan y cuidan el buen funcionamiento y convivencia en las mismas. Profesoras, enfermeras, limpiadoras del hospital, son mujeres que destacan bien por su profesión o por su personalidad embaucadora.

Estas mujeres son clave para el proyecto Walale. Se han firmado acuerdos con ellas para que asuman la responsabilidad de sensibilizar y formar a las personas de sus aldeas en temas relacionados con medidas higienico sanitarias.

En la calle, en el mercado, en el pozo, la inmensa mayoría son mujeres. Ellas toman las decisiones que afectan a la familia, a la aldea y a sus grupos comunitarios. Cuidan de los niños y niñas, y hacen las  tareas del hogar. También son las que trabajan en las tierras. Es bastante habitual también ver a niños y niñas trabajando la tierra.

Es destacable la contribución realizada por estas mujeres al desarrollo de su comunidad. Hace apenas dos semanas, se celebró el Día Mundial de las Mujeres Rurales, donde se recordó la falta de igualdad de oportunidades de las mujeres que trabajan en el campo respecto a sus homólogos masculinos, a pesar de su gran representación a nivel mundial (⅓ de la población). Como señala ONU Mujeres, cuando se trata de la posesión de la tierra y del acceso a los insumos, la financiación y la tecnología agrícolas, las mujeres se ven mucho más relegadas que los hombres.

Violencia de género

Luisa adao, es la mujer en el centro.

Luisa Adao es la presidenta del área social de Kunhinga. Entre otras funciones, acompañan a las mujeres y sus hijos e hijas en su convivencia con los hombres cuando hay algún conflicto. Es habitual que el hombre abandone a su familia para estar con otras mujeres, ya que en esta parte de África está muy extendida la infidelidad por parte del hombre, e incluso la poligamia (aunque no sea legal). Las agresiones físicas y sexuales en la pareja también están a la orden del día. En Angola cerca de 2000 mujeres son agredidas diariamente.

Las mujeres acuden a Luisa para exponerle sus problemas con su marido, y el área social organiza un encuentro con el hombre para dialogar y ver cómo pueden llegar a un acuerdo, sobre todo para la crianza de los hijos e hijas. En estos casos, se suele acordar que parte del sueldo del hombre vaya destinado a sus descendientes. Si el hombre no acepta, se acude al tribunal de la sede de Kunhinga, para que paguen el porcentaje correspondiente de su sueldo a cada hijo o hija menor.

Pero no es fácil llegar a dar este paso. En Angola 1 de cada 4 mujeres justifica y acepta las agresiones de su marido. En demasiadas ocasiones creen que el marido tiene motivos para pegarlas: atreverse a discutirle, que se le queme la comida, salir de casa sin avisar o rechazarle cuando le proponga mantener relaciones sexuales. Este problema se agrava en las zonas rurales, donde las denuncias por violencia de género son menores que en las ciudad (en muchas ocasiones por desconocimiento o por ineficacia del sistema).

Otra de las funciones del área social es la de organizar charlas e informar sobre temas que afectan muy directamente a la mujer, como el embarazo precoz o los riesgos de las relaciones sexuales sin protección. Intentan concienciar a una sociedad que tiene una de las tasas de fertilidad más altas del mundo (6 descendientes por mujer). Gran labor la realizada por estas mujeres.

Ellas organizan, él las vigila

Una de las cosas que más sorprende a estas 5 médicas en cada viaje es la casi nula presencia de hombres durante el día en las aldeas rurales. La única excepción son los niños, que aún no tienen la suficiente edad para realizar los trabajos destinados a los hombres. Los hombres no suelen trabajar en la aldea. Suelen ir a diario a la ciudad para otro tipo de trabajos (sobre todo construcción o mercadeo). Cuando llega la tarde se ve a alguno que regresa a la aldea. Ebrio, en muchas ocasiones.

También hay otra excepción. Hay un hombre que está todo el día allí: el “Soba”. El Soba es una especie de “vigilante” que vela por la seguridad de la aldea, y es el encargado de que se cumplan las normas. A pesar de que hablaba anteriormente que son las mujeres las que se organizan para tomar las decisiones que afectan a la aldea, tienen una especie de “Jefe” que vigila sus movimientos, e informa al representante del Gobierno en caso de no poder solucionar él mismo lo que considera “salirse del guión establecido”. Ellas organizan, él las vigila.

Tania, Patricia y las dos Amaias han vuelto hace un par de semanas de su último viaje a Angola. Aún tienen mucho que hacer allí. Si consiguen recaudar el dinero suficiente (40.000 euros) el año que viene se instalará una potabilizadora de agua junto al Hospital de Vouga. Y salvarán vidas.

Volverán a ayudar a todas las personas enfermas que lo necesiten. Volverán a llorar, volverán a reír y volverán a vivir una experiencia única que las seguirá marcando de por vida.

Volverán a ser testigos de la fuerza de la mujer en aquellas tierras y junto a ellas trabajarán por mejorar su calidad de vida.

Y las que nos quedamos aquí, nos quedaremos con el corazón encogido. Nos quedaremos con la frustración de no poder hacer más. Pero también nos quedaremos con la esperanza y con la ilusión de escuchar de primera mano sus experiencias y poder colaborar en todo lo que nos sea posible.

Y si tenemos la ocasión, seguiremos mostrando al mundo pedacitos de cómo es la vida en la zona rural de Kunhinga.

Mientras tanto, nos quedamos con esto…

Ni tengo ni quiero daros diez años más

octubre 24, 2017 en Miradas invitadas

Soy Adriana Azurmendi, hernaniarra que vive en Donostia. Estudié Ciencias Económicas y Empresariales en la ESTE (Deusto). Mi trayectoria profesional se ha centrado en ejercer, principalmente, como consultora estratégica, en distintas empresas consultoras, inicialmente en todo el estado y después más centrada en Gipuzkoa, apoyando a empresas muy diferentes en tamaño, sector de actividad o tipo de organización. Hoy día, gestiono y coordino el Programa Emekin (programa de apoyo al emprendizaje femenino de Diputación Foral de Gipuzkoa), en ASPEGI, la Asociación de Profesionales, Directivas y Empresarias de Gipuzkoa.

 

Leo el artículo “Hartas de Aplaudir” de María Pazos en Tribuna Feminista y vuelve la sensación de engaño. Hace un paralelismo entre dos situaciones, en ambas está patente la hipocresía con la que los gobiernos y demás organismos abanderan la igualdad de género.

Representantes de Arabia Saudí vanagloriándose en la ONU de permitir conducir a las mujeres en 2018; mujeres que siguen sin poder trabajar en entornos donde hay hombres, salir solas a la calle, tener cuentas corrientes o conducir sin burka, entre otras muchas prohibiciones. Una ONU que dice trabajar en pro de una igualdad de género, pero que no condena a países como el citado y hasta les permite pronunciarse en estos temas.

En una esfera más cercana, María Pazos comenta la decepción generada por el Pacto de Estado Contra la Violencia de Género que el Congreso acaba de aprobar, sin unanimidad, tras casi un año de espera,repasando algunas de las medidas contempladas en el mismo. Promover, impulsar, solicitar… son palabras que preceden la redacción de dichas medidas, algunas de las cuales, ya recogidas en otros planes que llevan en vigor más de 13 años,siguen incumpliéndose.

¿Promover? ¿Impulsar? ¿Solicitar?

Este año se cumplía el décimo aniversario de la Ley de Igualdad  (Ley Orgánica 3/2007 para la igualdad efectiva de mujeres y hombres). No ha habido mucho que celebrar, más bien lo contrario, dado que hay coincidencia casi total entre las y los analistas no sólo en su no cumplimiento, sino en la existencia de mayores desigualdades en algunos ámbitos. La sociedad no se ha transformado, 10 años después…

Promover, impulsar, solicitar… Cuando se utilizan estas palabras para enunciar medidas que pretenden corregir situaciones de desigualdad, discriminación e injusticia que afectan al 50% de la población es no querer cambiar las cosas, es querer seguir igual, es ser más que cómplice, es ser garante de que esas desigualdades, discriminaciones e injusticias se mantengan, se perpetúen y se lean en términos de mujeres muertas (45 llevamos en 2017), mujeres acosadas y violadas (una violada cada 8 horas), pobreza con rostro de mujer (1,4 millones de mujeres en edad laboral, el 32,2%, que están en situación de pobreza o exclusión social, y afecta principalmente a las jóvenes de entre 16 y 29 años) precariedad laboral y contratación parcial (73% contratos parciales mujeres), altísima brecha salarial (hasta 2187 no se reducirá la brecha salarial), carreras truncadas, pérdida de talento, y un largo etc.

Porque existen prohibir, sancionar, exigir, verbos que expresan una actitud más comprometida con el objetivo que se quiere lograr y que han obtenido grandes resultados en los últimos diez años en otras luchas que han transformado realmente la sociedad y sus espacios, desde el uso del alcohol o tabaco hasta el cuidado del medio ambiente, el reciclaje o la integración de personas con discapacidad.

Nos preguntamos ¿por qué no cuando el objetivo es la igualdad de género?y la respuesta es dura, muy dura:porque supone una pérdida y una ganancia de poder, y quienes hoy día disfrutan de mayores privilegios por tener más poder (fáctico y efectivo) son los hombres, y ellos, que son mayoría en gobiernos, cuadros directivos, propiedad del capital, idearios religiosos, o expresiones culturales y deportivas, no quieren ceder dicho poder.

Las mujeres llevamos años dando pasos de gigante, formándonos (superior nivel formativo en las mujeres por rango de edad salvo en la franja 55-64) y accediendo masivamente al mercado laboral, donde incluimos esos otros ámbitos de actividad profesional como deporte o la cultura. Luego, digamos que estamos preparadas para asumir el poder, diría de hecho que, de sobra, pues organizar, gestionar, crear, construir, ganar, y todo ello de forma multidimensional (trabajo, familia, comunidad), es algo que hacemos de forma natural.

En este contexto además, el 95% de los hombres declaran, según las encuestas, que están a favor de la igualdad de oportunidades. Diríamos entonces que sensibilizados están.

¿Qué nos para? Esa coletilla tan utilizada “es cultural, y eso cuesta cambiar…”. Digo yo que tan “cultural” como fumar en hospitales, conducir bajo los efectos del alcohol, tirar la basura a la calle o excluir socialmente a alguien por tener una discapacidad. Y si conseguimos revertir esos comportamientos con leyes y sensibilización, quizás con la desigualdad de género también lo consigamos. Quizás peco de ingenua (quien defiende ese “cultural” diría que es “propio” de mujeres), pero si…

  • Elevamos impuestos a toda empresa (en todos los sectores, industria, educación, sanidad, etc.) que no cumpla con cuadros directivos con un mínimo del 40% de mujeres.
  • Exigimos la publicación de salarios por género y, multamos a quien discrimine.
  • Retiramos todo libro de texto que no tenga perspectiva de género ni contenidos relativos a la desigualdad, y multamos a quien lo haya editado.
  • Obligamosa universidades, empresas y demás entidades públicas a promocionar y nombrar mujeres en cargos directivos.
  • Denegamos apoyo institucional, monetario o en especie a toda entidad que no se rija por la igualdad de oportunidades.
  • Sancionamos toda expresión pública (prensa, televisión, publicidad, etc.) o privada (difusión en Instagram, Facebook, WhatsApp) que suponga una apología de la violencia de género o la cultura del machismo.
  • Reconocemos mismos permisos parentales por nacimiento, con permisos obligatorios e intransferibles, y mismas ventajas, sin género, por cuidado de menores o dependientes.
  • Denegamos la patria potestad a quien haya incurrido en violencia de género, cualquiera que sea su representación.
  • Obligamos a realizar cursos de reeducación y socialización, además de la pena, a quien tenga conductas de acoso.
  • Apoyamos en igualdad, mismo dinero, difusión, presencia al deporte femenino y masculino, desde el deporte escolar al profesional.

Y muchas medidas más enunciadas con prohibir, sancionar y exigir, que, aplicadas con compromiso, medios y control, estoy segura de que lograrán milagros como:

  • La desaparición del humo en los hospitales.
  • Llenar las arcas con los impuestos al tabaco.
  • La convivencia natural con personas con discapacidad.
  • Ríos con peces, sin contaminación ni vertidos.
  • Los carnets con 15 puntos y menos víctimas mortales en las carreteras.

Y otras muchas, donde asegurar el cumplimiento de la ley, condujo a un cambio de costumbres, de actitudes preconcebidas y, en definitiva, generaron una transformación en la sociedad.

No os doy 10 años más para promover, impulsar, solicitar la igualdad de oportunidades, la quiero ya, más bien, os la exijo ya. Consiste en dejar de ser garante de la desigualdad y cómplice de cada injusticia y pasar a ser garante de una sociedad más igualitaria y justa.

Al parecer en el estado sólo hay una mujer por cada 5 deportistas profesionales, pero ganan la mayoría de las medallas. Digamos que queremos ser, al menos, la mitad y podríamos compartir medallas, pero en todo. Después, si queréis, hablamos de la meritocracia y talento, primero recordad: prohibir, sancionar y exigir.

 

Pues no lo veo, chica

octubre 17, 2017 en Doce Miradas

Pues no lo veo, chica… (o  la danza del desencuentro en esto del mirar, en tres tiempos).

I

Pues no lo veo, chica – Ya lo dijo. Acompañada de un gesto de “ya está esta exagerada”, esta frase cierra toda posibilidad para continuar esa conversación en la que la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres es  una realidad “prácticamente conquistada” según su mirada.

Las cosas han cambiado mucho, eso no me lo puedes negar. Habéis “conseguido” mucho. Creo que vivís rayadas y no reconocéis que tenéis “prácticamente” -repite de nuevo lo de prácticamente- las mismas oportunidades que nosotros, sólo que vosotras tenéis otras prioridades.

II

Pues no lo veo, chica.

Y si no lo ves, no lo crees. O será que si no lo crees no lo ves. Y si no lo ves, no te mueves.

Y ¿cómo puedes no verlo, si los datos, los testimonios y la realidad son diarios? ¿Y son datos claros, inequívocos y alarmantes?

¿Por qué no lo ves? ¿Para qué no lo ves? ¿Desde qué posición estás mirando? ¿Qué privilegios quiere salvaguardar  esa mirada? ¿Qué (carajo) estás protegiendo?

III

Pues no lo veo, chica.

¿Quieres que te lo dibuje?

 

Datos mundiales (2016 y 2017).
Artículos consultados, entre otros:

http://www.lasexta.com/noticias/sociedad/violencia-genero-principal-causa-muerte-mujeres-mundo_20150815572480c94beb28d44600afee.html

http://www.lavanguardia.com/de-moda/20161013/41977528314/premio-nobel-nobel-bob-dylan-hombres-mujeres-desigualdad-feminismo.html

http://www.unwomen.org/es/what-we-do/leadership-and-political-participation/facts-and-figuresvhttps://www.internationalwomensinitiative.org/news/2016/6/24/gender-based-violence-around-the-world-are-we-doing-enough-to-stop-it

Cuéntame, Belén…

octubre 10, 2017 en Miradas invitadas

Miren Elgarresta Larrabide (Zumarraga, 1965, @MirenElgarrresta). Estudié Veterinaria en Zaragoza y desempeñé esta maravillosa profesión en diferentes áreas durante casi 25 años. Ahora dirijo el Órgano para la Igualdad entre Mujeres y Hombres de la Diputación Foral de Gipuzkoa. Un giro radical en mi rumbo que llegó hace dos años y una de las decisiones más importantes en mi vida profesional. Desde entonces, hay algo que ya no es igual. Ahora miro el mundo con los mismos ojos, pero con otra mirada. Más igualitaria y con mayor afán de justicia social. Desde la política, también pueden cambiarse las cosas.

Hace unos meses recibí la invitación a participar en este blog. Desde entonces, me ha pesado la responsabilidad de entregar mi mirada-relato. Casi he agotado el tiempo de entrega. Varias veces se ha encendido el piloto de alarma en mi memoria, recordándome este reto. Durante todo este tiempo, varias ideas han intentado tomar forma y cuerpo, pero ninguna ha insistido tanto como el recuerdo de Belén.

Conocí a Belén en los primeros años de tránsito entre la dictadura y la democracia. Su vida era en apariencia una vida corriente, como la de cualquier familia de entonces, como la de la familia Alcántara de “Cuéntame cómo pasó”, donde se reproducía, no sin cierta nostalgia, el estereotipo de la familia en aquella época.

Bien, pues en este período conocí yo a Belén. Había dejado su Andalucía natal para llegar a Euskadi poco antes del inicio de los 80. Llegó casi con lo puesto, su marido y una prole de cinco hijos e hijas de corta edad; el sexto nació poco después. Como muchas otras familias inmigrantes, llegó a un barrio obrero con predominio de gente procedente de Zamora y Extremadura. Ella decía con orgullo, “yo soy Belén, de Palma del Río, provincia de Córdoba”.  La recuerdo con una permanente sonrisa que, sin embargo, poco tenía que ver con la lógica de la felicidad.

Belén ya no “es”. Murió pocos años después. Aparentemente, fue debido a una enfermedad a sus 44 años. Sin embargo, quienes conocimos su vida de cerca sabíamos bien que su historia se tejió -poco a poco, día a día- con los hilos de ese maltrato de la violencia de género. En aquel breve, pero intenso periodo, fuimos parte de la vida de Belén. Aunque, hace tiempo que comprendo ya que, en realidad, solo fuimos espectadores de cartón-piedra de su vida. Porque no supimos ver ni identificar signos tan evidentes, ni mucho menos denunciar la violencia que Belén sufría en el sagrado seno familiar. Y como ella, muchas otras mujeres de la época.

Nadie empleaba el término violencia de género entonces, pero todos -y, en especial, todas- sentíamos que algo se nos removía por dentro, que Belén no vivía. Que Belén sobrevivía cada día a un maltrato que, incluso sin nombre, producía un impacto brutal sobre el cimiento más fuerte. Un impacto que hacía temblar su dignidad como mujer. Sus derechos como persona.

Han cambiado mucho las cosas desde entonces; es evidente. Las mujeres somos hoy más autónomas, más libres… Tenemos más oportunidades para elegir y construir nuestro proyecto de vida, y tenemos competencias que son llave para nuestro empoderamiento. Pero seguimos sin resolver esta realidad social que hoy, todos y todas conocemos mejor. Hoy nos referimos a ella como violencia contra las mujeres y sabemos que su principal sustento son las desigualdades sociales y económicas entre mujeres y hombres. Ya no hay excusas.

Entendemos la igualdad como un derecho inherente al ser humano. Hoy por hoy, más del 95% de las personas de nuestra sociedad, mujeres y hombres, dice no entender una sociedad que discrimine por razón de sexo. Pero la realidad es tozuda. Se impone y nos interpela a diario con las evidentes diferencias entre mujeres, y con la violencia que día tras día nos sacude en el noticiario.

Hoy asumo un puesto de responsabilidad política e institucional. Me toca dirigir el Órgano para la Igualdad entre Mujeres y Hombres en Gipuzkoa. Supone un gran reto. Somos un territorio punta de lanza en políticas de igualdad, y por ello, no se nos escapa que las desigualdades de género que existen en nuestro territorio, requieren atención y acción urgentes. Somos una sociedad avanzada en lo económico, pero hay mucho que hacer todavía en lo que a justicia social se refiere.

La violencia contra las mujeres hoy se afronta en Gipuzkoa con un plan foral ad hoc. El objetivo de lo que denominamos plan AURRE! (“adelante”, en su traducción del euskera) es, de hecho, ambicioso en su generalidad: avanzar, mover a nuestra sociedad hacia adelante, porque queremos hacer de Gipuzkoa un territorio libre de violencia contra las mujeres. Y entre las muchas acciones que contempla, hay una que a menudo me trae a la cabeza a Belén.

Se trata de una campaña de sensibilización (Somos Tú / Denok Zu) que, precisamente, trata de trasladar a las mujeres maltratadas que estamos con ellas, que la sociedad de hoy día no es ni quiere ser espectadora de cartón-piedra. Que sabemos que podría sucederle a cualquiera. Que no están solas ni la responsabilidad es solo suya. También es nuestra. Porque cada vez que callamos ante una agresión, cada vez que miramos a otro lado bajo la excusa de que no nos concierne, somos responsables de lo que sucede. Y lo que sucede es absolutamente doloroso y terrible.

Esta campaña se articuló alrededor de una imagen, la de una mujer. Su rostro fue llevado, entre otras aplicaciones, a una careta que todos y todas pudiéramos colocarnos en señal de apoyo simbólico. Le dimos el nombre de Ane. Pero, bien podría haber sido Noelia, Rosa María, Matilde, Esther, o bien Ana Belén, la última mujer asesinada hasta la fecha en que termino este post. También tenía 44 años, como Belén, y era de Vitoria.

No queda duda de que es muchísimo lo que queda por hacer para enfrentar la violencia contra las mujeres. Desde muchos frentes, pero creo que hoy sí podríamos decirle a Belén, que se ha acercado desde algún lugar para decirme “cuéntame”, que estaría menos sola. Al menos, menos sola…

Me ha gustado contar tu historia, Belén, de Palma del Río, provincia de Córdoba.

Big Little Lies, la sororidad en tiempos difíciles

octubre 3, 2017 en Doce Miradas


Confieso que no soy de series televisivas. A no ser por una buena recomendación nunca hubiera visto ‘Big Little Lies’, una miniserie de siete episodios y una de las ganadoras en la última gala de los Emmy. Y menos aún hubiera pasado del primer capítulo en el que se presenta a tres mujeres ricas con vidas aparentemente perfectas en el marco incomparable de Monterrey, un pueblo al norte de California en el que nada es lo que parece.

little big liesLo que, aparentemente, pintaba una aburrida historia sobre los problemas cotidianos de estas tres madres, Madeline, Celeste y Jane, ha dejado ocupada una parte de mi cerebro con flashes intermitentes de escenas dulces y amargas. Hace mucho que no disfrutaba (o sufría) con un drama como el de esta miniserie. ‘Big Little Lies’ es, sin duda, un relato sobre las mujeres, las relaciones entre ellas y la violencia de género.

No voy a hacer spoiler, aunque sí contaré que estas tres mujeres, con mucho más en común de lo que ellas mismas piensan, poco a poco van mostrando la tensión de sus propias vidas, sus relaciones de pareja y familiares, sus cargas, sus emociones y su manera de enfrentarse a todo esto. Las tres son madres pero representan diferentes perfiles: Jane es una mujer joven que huye de un doloroso pasado; Madeleine es una mujer popular en el pueblo con una vida dedicada a su familia; Celeste es una ex-abogada venida a ama de casa, un papel con el que no parece sentirse del todo cómoda.

Este primer círculo se abre a un círculo más amplio de mujeres -cuyo nexo de unión es el colegio público (algo surrealista) al que llevan a sus hijos e hijas- para tratar el tema de la maternidad, las diferentes formas de enfrentarla, los roles tradicionales, las relaciones de poder y las luchas por imponer criterios. La línea divisoria entre estas mujeres está entre aquéllas que dejaron sus carreras profesionales para dedicarse a su familia y las profesionales ‘triunfadoras’.

La rivalidad entre mujeres, una creencia muy extendida en nuestra sociedad, está presente a lo largo de toda la serie. Como también lo están los lazos de amistad, la empatía, la ayuda o el mirar sin juicio que surge entre ellas; también esto ocurre en nuestra sociedad, aunque haya quien se empeñe en enfatizar más la rivalidad que la sororidad porque nadie ve las cosas tal y como son, las vemos como somos nosotros/as.

En esta serie los personajes son complejos, con inquietudes y contradicciones, como lo es el personaje de Celeste, genialmente interpretado por Nicole Kidman. Celeste guarda un oscuro secreto, sufre violencia de género en el hogar; duele conocer la historia de una mujer y sus contradicciones, esas que no le permiten identificarse a sí misma como víctima. ‘Big Litlle Lies’ sabe contar la transversalidad del abuso y la violencia machista, que se ceba con mujeres de cualquier edad, sexo, raza o religión, solo por razón de género. En lo que llevamos de año, 43 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas; o lo que es lo mismo, una mujer es asesinada cada cinco días por violencia de género (sin olvidar que cada ocho horas se produce una violación).

Detrás de cada una de estas mujeres hay una vida, hay una historia como la de Celeste. Y por eso duele tanto, porque esta es una historia de verdad, una historia amarga que ocupa mayor espacio por conocer su vida, sus relaciones, sus hijos, sus intereses y sus miedos. Y ese espacio no lo ocupan las 43 mujeres asesinadas durante este año (un día después de publicar este artículo son 44); conocer nos hace daño y no conocer nos protege de sufrir y, al mismo tiempo, nos hace abandonar un poquito a quien sufre y dejar que la realidad continúe oculta y silenciosa. La sororidad es doblemente útil en tiempos difíciles.