La CEDAW o la ocasión de pedir cuentas a los gobiernos

abril 29, 2014 en Miradas invitadas

soledad murillo bio 2Soledad Murillo de la Vega, @soledad_murillo, ha ocupado el primer cargo político en materia de igualdad en la legislatura 2004-2008 como Secretaria General de Políticas de Igualdad y ha participado activamente en la Ley contra la Violencia de Género y la Ley de Igualdad Efectiva entre Mujeres y Hombres. Actualmente es miembro de CEDAW, el Comité Antidiscriminación de la Mujer de Naciones Unidas. Es también profesora de Sociología en la Universidad de Salamanca.

 

Formé parte de CEDAW durante cuatro años y desde el comienzo me llamó la atención cómo explican los gobiernos lo que ocurre en sus respectivos países con la violencia de género. Pero empezaré exponiendo que la misión de CEDAW es preguntar sobre las políticas públicas de igualdad y formular preguntas que abarcan todas las materias susceptibles de discriminación, desde la violencia hasta el empleo. A esta información es preciso sumar los informes sombra (shadow report), llamados así por proceder de los datos que recogen las organizaciones de la sociedad civil, cuya confidencialidad resulta básica respecto a los respectivos gobiernos, y que representan  una valiosa oportunidad para conocer los problemas menos visibles.

Por supuesto, el informe oficial de cada estado nos muestra su mejor cara sobre su legislación o sobre su agenda política, de la que deberá dar cuenta en largas sesiones en Naciones Unidas, desde las 10 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Quiero compartir las respuestas que dan los estados a la violencia de género, o todo lo contrario, su falta de actuación eficaz. La mayoría de las veces, lejos de asumir sus responsabilidades, nos dan razones, presupuestaria o políticas, que los liberan de su acción de gobierno.

Pero  lo que me llama más la atención es que en ocasiones, lejos de tomar decisiones, deciden no decidir y se justifican por ello. Resulta común tratar los derechos de las mujeres como si fueran fruto de una concesión y estuvieran expuestos a la comprensión de quien los administra. Demasiadas veces se apela a la sensibilidad de quienes diseñan las políticas públicas contra la violencia, cuando es urgente abordar la aplicación de leyes que ya existen en la mayoría de los países desarrollados, pero que no se aplican. Esta falta de aplicación viene a demostrar que el derecho a vivir sin violencia, como rasgo fundamental de los estados de derecho, no se cumple en ningún país del mundo.

Por citar solo alguna de las formas de violencia habituales, en muchos países islámicos las mujeres aún requieren el consentimiento de un varón para solicitar un pasaporte o trasmitir su herencia o nacionalidad a sus hijos e hijas, porque así lo marcan las leyes. No son tampoco una excepción los estados que consienten el abandono escolar de las niñas por matrimonios precoces, en países donde lo habitual es superar viajes diarios llenos de peligros para acudir al colegio. Y hay casos más graves: en Jordania una niña embarazada, es decir violada, no puede volver a estudiar. Curiosa paradoja: un país con una reina occidental y unas leyes medievales. Pero las niñas son consideradas esposas antes que escolares y dejan el colegio por una boda ilegal; digo ilegal puesto que puede suceder que la ley lo prohíba y al mismo tiempo las autoridades lo consientan. Los matrimonios forzosos se dan en cualquier continente, idioma, religión o clase social, de acuerdo con pactos familiares que se rigen por el mismo esquema: una niña de temprana edad con un esposo de mayor edad. Además, dar a luz sin ser físicamente madura trae consigo fístulas y sufrimientos psicológicos, como ocurre en Etiopía o India. En 2008, Nuyood Ali, una niña del Yemen de diez años, pidió ayuda a un tribunal urbano para divorciarse de un hombre de treinta y tantos. Su valentía dio origen a un libro cuyo título sobrecogió al mundo: «Soy Nuyood, tengo diez años y estoy divorciada».

El mapa de la violencia no entiende de fronteras. En 2004 Christine Ockrent recogió en un texto titulado «El Libro Negro de la Condición de la Mujer» los ilimitados ejemplos que existen en el mundo para ejercer la violencia contra las mujeres por el hecho de ser mujeres. O, como expresa el artículo primero de la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, aprobada por Naciones Unidas en 1993, por su pertenencia al sexo femenino. Esto viene a mostrar la especificidad de las formas de violencia, provista además de una crueldad que no guarda equivalencia con otros tipos de violencia. Por ejemplo, en la República Democrática del Congo la culpabilidad y el estigma que sufren las mujeres violadas llega al repudio de su familia; ni siquiera  pueden ser víctimas. En Yemen, como en otros 52 países en el mundo, la ley permite la violación dentro del matrimonio.

Sin embargo, una nueva forma de violencia sobre la que aún no hemos reflexionado lo suficiente son los vientres de alquiler, un asunto sobre el que Naciones Unidas aún no ha tomado medidas, dado que es un fenómeno relativamente nuevo, pero muy preocupante. Si bien en Europa está prohibida esta mercantilización del cuerpo de la mujer, en India hay granjas, literalmente denominadas así, a las que acuden hombres casados entre ellos o matrimonios heterosexuales, con un objetivo común: mantener su genealogía, su trascendencia. Para ello deciden comprar la gestación de una mujer, quien la vende en términos de necesidad.

La discusión entre donación y subrogación, o compra de úteros, bien merece una reflexión con la debida profundidad, porque desde mi punto de vista se trata de otra forma de violencia que convierte a las mujeres en mercancía.

soledad murillo foto destacada

La imagen de Ghulam, una niña afgana de once años sentada junto a su marido de cuarenta, captada por fotógrafa estadounidense Stephanie Sinclair, fue elegida como mejor fotografía del año por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

De mayor quiero ser…

abril 8, 2014 en Doce Miradas

No entiendo por qué ese afán por preguntar a las niñas y a los niños, cuando tienen que disfrutar de su infancia y adolescencia (que cada vez dicen que se acorta más), qué quieren ser de mayores, para decir la primera barbaridad que se les pase por la cabeza o decir lo que se espera que digan.

Tampoco entiendo por qué hay que ser algo definido, concreto, determinado. Ni por qué hay que planificar la vida desde la tierna infancia y frustrarse si no se es futbolista de élite, estrella de la canción o cualquier otra profesión en la que, trabajando poco y luciendo tipo, se gane mucho dinero, que se supone que es un ingrediente básico para la felicidad.

En fin, como no entiendo tantas cosas de la vida, aprovecharé este espacio para contribuir con mi mirada a lo que, sí o sí, me gustaría ser de mayor. Tras unos cuantos años de andadura por este mundo (aunque aún me falten unos cuantos años para llegar a los 50) y tras escuchar y conversar con personas, que para mí son referencias de vida, puedo decir sin dudar que de mayor quiero ser Catedrática del Sentido Común de la Universidad de la Vida.

Desde siempre me ha fascinado escuchar a las personas mayores en general, y a las mujeres mayores, en particular. Sus vivencias, sus narraciones, su manera de contextualizar y de conectar sus vivencias con las personas que han ido formando parte de sus vidas. Su manera de hilar acontecimientos y de tejer relaciones. ¡Me encanta! Una de estas mujeres de referencia para mí es mi abuela Manuela Carrillo Vicho (en Internet conocida como Manolitablet). No soy objetiva para describirla, pero sabiduría y humor son las dos palabras que mejor definen a mi abuela.

Afortunadamente hay muchísimas Catedráticas del Sentido Común de la Universidad de la Vida pero suelen ser invisibles. Por eso, creo que es fundamental visibilizar y proponer a las generaciones más jóvenes mujeres de referencia que han hecho y siguen haciendo contribuciones (a las Ciencias, a las Ingenierías, a las Artes, a los Feminismos, a la vida en común y en sociedad, etc…) para que merezca la pena vivir nuestras vidas.

Me gusta mucho la iniciativa de la fotógrafa Jaime Moore, quien regaló a su hija Emma en su 5º aniversario fotografías en las que la niña aparece caracterizada como cinco mujeres REALES (no más disfraces de princesas Disney) que, con sus vidas, han contribuido a mejorar las vidas de las demás personas.

Desde septiembre del año pasado, participo en un proyecto de la Red de Mujeres del medio rural de Álava que pretende visibilizar y (re)conocer los saberes de las mujeres del ámbito rural de Álava. Mujeres que siguen navegando por la vida haciendo lo que siempre han hecho: cuidar de todo el mundo y, en muchos casos, olvidarse de cuidarse a sí mismas.

Los saberes de las mujeres

En este proyecto, Internet y las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) contribuyen a visibilizar, reconocer y transmitir los conocimientos y saberes de las mujeres rurales de Álava para que las generaciones más jóvenes (que quizá dominan las herramientas tecnológicas, pero tienen poca experiencia vital), (re)conozcan y pongan en valor la sabiduría de sus antecesoras.

El momento social actual está marcado por la palabra crisis y todo lo que ello conlleva. Pero no es la primera, ni será la última crisis que vivamos y que vivan nuestras mayores. Estas mujeres recuerdan muchos momentos en los que ha sido necesario aprender a vivir en una economía de subsistencia, eso que hoy llamamos decrecimiento. Y las mujeres han sido las protagonistas escondidas de esos procesos, mucho más las mujeres rurales que han sido las auténticas gestoras de las economías familiares.

Desde este proyecto queremos recuperar y poner en valor los saberes de las mujeres, apostando por tejer redes solidarias donde los saberes y los conocimientos ocultos y desvalorizados, se visibilicen y reconozcan como valores vitales que abogan por la sostenibilidad, la reutilización, el bien común, el decrecimiento, la solidaridad, los cuidados, o la interdependencia, principios de una nueva economía que ponga en el centro de su desarrollo a las personas en igualdad efectiva de condiciones.

Durante varias sesiones de trabajo, grupos de mujeres de varias localidades alavesas conversan sobre distintos temas relacionados con los saberes transmitidos por sus antecesoras (abuelas y madres), saberes aprendidos y compartidos con mujeres de su edad; y saberes que les gustaría transmitir a las generaciones futuras (hijas, nietas). Las mujeres participantes en estas sesiones descubren vivencias que desconocían de las demás, pese a ser vecinas y conocerse de mucho tiempo. Les parece una manera amena y dinámica de escuchar y compartir vivencias (y tener tiempo para ellas).

Parte de las reflexiones se recogen en el blog del proyecto y se les anima a seguir alimentando este espacio en Internet, o crear su propio blog, para compartir sus experiencias, saberes y reflexiones. También se han filmado las sesiones para documentarlas con la exposición oral de las propias mujeres, con la intención de recoger sus voces, sus memorias y visibilizarlas en Internet, siempre con su consentimiento.

Como hilo conductor de las sesiones de trabajo leemos y comentamos varios fragmentos de un libro que propone retos a las mujeres mayores del siglo XXI: Tan Frescas. Su autora es Anna Freixas Farré, Catedrática Jubilada (y jubilosa) de Escuela Universitaria en la Universidad de Córdoba y también Catedrática de la Universidad de la Vida. Sus investigaciones y publicaciones son una contribución muy importante en el desarrollo de la gerontología feminista.

Entre los elementos de bienestar y salud mental de las mujeres, además del ejercicio físico, el cuidado de la alimentación, la creación de redes de amistad y de salud, Anna Freixas destaca en su “Tan Frescas” la risa. El siguiente párrafo del libro me gusta especialmente, quizá porque me recuerda a mi abuela.

«La risa es la clave que nos indica que hemos aprendido a situarnos en equilibrio entre el pasado y el futuro; que reconocemos el valor de nuestra vida pasada; y que miramos el futuro con perspectiva. Nos reímos reconociéndonos libres y vinculadas. En definitiva, empezamos a tomarnos en serio».

En esta entrevista, Anna Freixas desgrana muchos de los temas que aborda en sus trabajos sobre la evolución de las vidas de las mujeres en las últimas décadas y su manera de vivir su madurez y vejez «con frescura«.

 

El año pasado conocí a Anna Freixas presentando, antes de jubilarse, los resultados de una investigación sobre la sexualidad de las mujeres a partir de los 50 años. Le escuché reivindicar el hecho de ser “viejas”. Automáticamente me vinieron a la mente las típicas frases: “vieja es la ropa”, “no eres vieja si tienes espíritu joven”, “vieja es una manera despectiva de llamar a una persona mayor”. Pero tras escucharle y conversar con ella, ¡yo también quiero llegar a ser vieja! (además de catedrática), porque nos dijo una frase que se me grabó a fuego:

“Yo ya no tengo la regla; y ya no tengo reglas”.

Espero que no se me olvide esta frase cuando mi ciclo de vida me lleve a la menopausia (afortunadamente gracias al trabajo de Anna, y a otras muchas investigaciones, tenemos también versiones no oficiales narradas por mujeres REALES para comprender este proceso vital lleno de prejuicios). La menopausia invita a las mujeres a reinventarse, empoderarse, liberarse y tomar decisiones pensando, primero, en ellas y luego en los demás (¡qué difícil es esto para muchas mujeres!).

Como mis Catedráticas del Sentido Común de la Universidad de la Vida del ámbito rural de Álava suelen decir, es un lujo haber conocido, conversado y envejecido con las abuelas y los abuelos. ¡Nunca es tarde para escuchar, aprender y recordar! Y tú, ¿qué recuerdos tienes de tus personas mayores de referencia? 

Nosotras, las hembras sobradamente preparadas, y los machos alfa

abril 1, 2014 en Miradas invitadas

Blanca UrgellBlanca Urgell Lázaro es doctora en Filología Vasca y profesora titular de la UPV/EHU.

Ha sido Consejera de Cultura del Gobierno Vasco.

Es autora de diversos artículos y libros de su especialidad: la historia del euskera.

Ay. No sé qué puede más, si la tremenda ilusión que me hace que las amigas de Doce Miradas me hayan invitado a estrenarme en este medio, o el miedo-miedito-miedo de no dar la talla. «Tengo más dudas que certezas», o algo así, decía hace poco Iban Zaldua en una entrevista. Y yo soy de ésas. Unas veces porque paso del blanco al negro de un salto, según el humor o el peso de un nuevo argumento. Otras, las más, porque veo tantos matices de gris que me mareo. Ay, me digo. ¿Qué clase de post quieres escribir con ese perfil? ¿De qué sabes tú algo sobre lo que puedas hablar sin sonrojo? ¿A quién piensas convencer, deleitar o emocionar? Pero nada, me digo, parafraseando lo que oí ayer en CSI: más vale no encontrar público escribiendo lo que te convence, que tener público y perderte en lo que escribes. Puede que haga las dos cosas también, convencerme a mi misma y perderme. Según el humor o el peso de un nuevo argumento…

El caso es que muchas de nosotras, independientemente de la preparación y el curriculum que tengamos, damos un perfil amable. Tener un perfil amable siendo mujer preparada es un arma de doble filo. En principio, te abre puertas en un mundo, el de las personas preparadas, en el que los machos alfa abundan por demás, y en el que los mandobles surcan el aire con tanta o más saña que en otros entornos. Y nosotras somos la gorila que baja la mirada ante el macho alfa cuando bate su pecho y que, cuando percibe que la amenaza ha pasado, se aproxima a desparasitarle (Adoro Gorilas en la niebla. Léanse el libro también).

Los machos alfa del mundo intelectual son como todos, pero tienen una peculiaridad que merece la pena señalar (en realidad, probablemente es característica de todos los alfas, pero no suele aparecer en las listas habituales: mirad aquí, por ejemplo; aquí hay un bonito test para ellos): lo saben todo sobre todo, desde las reglas del ping-pong a la física cuántica, excepto en aquellos campos que ellos mismos han declarado abominables, sea el fútbol, sea la novela posterior al Quijote o sean los dos. Y adoran exhibir sus conocimientos. Así que, si tú tienes un perfil amable, a nada que te dejes, acabas sabiendo bastante de reglas de ping-pong y física cuántica, y dejando de leer novela contemporánea, o al menos dejando de hablar de ello. Para eso, además, no hace falta que seas La Pareja: es suficiente con que gravites en torno al grupo que lidera. Y si das un perfil amable y no sabes decir que no, siempre acabas metida en uno o varios de estos grupos.

Siento mucho afecto por varios de los alfa que rodean mi vida, incluidos aquellos que he conocido en los años de inmersión en el mundo de la Cultura, donde adoptan las plumas o las pieles más variopintas que una antropóloga pueda imaginar. Pero, ¿sabes? son tan protectores, lo tienen todo tan claro, razonan tan bien en corto, han previsto todo tan anticipadamente que, incluso actuando con la mejor intención del mundo, te humillan. Por ejemplo, tú das una conferencia y lo que puede pasar es que él acabe respondiendo a las preguntas del público, o incluso dando una charla bis sobre el tema. Otro ejemplo, que vivimos juntas muchas mujeres no hace tanto: vosotras os reunís para meditar sobre algo que os concierne, y lo que puede pasar es que él lo tenga todo ya tan pensado, que despliegue todo un programa de pensamiento y acción tan trabado, que sepa tan bien lo que tenéis que hacer, que casi ninguna de vosotras se atreva a abrir el pico.

En cualquier caso, si tienes un perfil amable, también te adoptan por un rato otros machos alfa con los que coincides circunstancialmente, en un congreso, por ejemplo. Para cuando te das cuenta, acabas metida en estos casos en un embrollo difícil de aclarar. Os voy a contar un ejemplo que describe muy bien la experiencia que he tenido de muchas maneras y muchas veces, y que aún me frustra mucho. En un curso de verano en San Sebastián, hace ya muchos años, coincidí en la comida con un profesor catalán que había dado una charla interesante sobre un tema que coincidía, al menos en parte, con mis intereses. No ocultaré que, sin ser Harrison Ford o Robert Redford (era más a lo Ricardo Darín; bueno no, tampoco: ponle gafas, por lo menos), estaba de bastante buen ver. Hablando, hablando, le invité a visitar la oficina del Diccionario General Vasco, y le enseñé el sistema de trabajo: nuestros listados, los textos, el programa informático, etc. Os imagináis la escena: yo habla que te habla, orgullosísima de nuestro trabajo, y él callado escuchando. Atentamente. ¡Qué majo! O eso creía yo. El caso es que, tras la visita, entramos en la primera cafetería que se puso a tiro y, en cuanto tuvimos los cafés y nos sentamos frente a frente, me dijo: “Yo soy un hombre casado”. Tela. Me quedé muerta. ¿Qué he hecho? ¿Qué he dicho? ¿Qué le ha hecho pensar que…? Con la perspectiva que dan los años, pienso que no supo interpretar mi invitación ni mi discurso vehemente (ni yo su silencio, claro). Le chocaron y lo descolocaron. Y entonces, aquel macho alfa catalán de buen ver, tan majo, sólo pudo pensar que yo había desarrollado un cortejo nupcial ante sus ojos. Acabáramos.

Llegada a la mitad de mi vida (risas), pienso si no será el momento de pasarme al otro gran grupo de hembras sobradamente preparadas: las lobas. No una loba solitaria, aquélla que a veces se anima a cazar de noche y llora tanto. No, no. En una loba de las que se han atrevido a formar manada, y campan por sus respetos en el territorio que han conquistado, si bien con frecuencia sufren alguna herida (¡cómo no!) en las escaramuzas que mantienen en sus fronteras. Creo que somos grupos per se antagónicos, las mosquitas muertas y las lobas, y que nos miramos con desconfianza a veces, incluso con odio. Pero cada vez me gustan más estas hembras. Así que, idos preparando, alfas de mi vida y de mi corazón.